Presentación
del Cartel de la Semana Santa Padul 2010
Presentó Doña Teresa Berdugo Villena
Centro Cultural Federico García Lorca
19 de marzo del año 2010
“Cristo, alegría del mundo
resplandor de la gloria del Padre
bendita la mañana
que anuncia tu esplendor al Universo”
Así canta la Liturgia en los Himnos de Laudes del
Tiempo Pascual, celebrando el acontecimiento más
grande y significativo de la fe cristiana: el Misterio de
la RESURRECCIÓN
DEL SEÑOR.
Buenas tardes:
Rvdo. Sr. Cura
Párroco, Ecmo. Sr. Alcalde. Sr. Presidente de la
Asociación de Cofradías, Hermanos Mayores
y Juntas de Gobierno de las Cofradías y Hermandades
de Padul, Cofrades y Hermanos en la fe en el Señor
Resucitado, señoras y señores, amigos todos.
Quiero, en primer
lugar, manifestar mi agradecimiento a nuestra muy antigua
y querida Hermandad del Santísimo Sacramento, Santo
Sepulcro y Señor Resucitado, por el encargo que me
ha hecho de presentar el Cartel procesional que presidirá
este año la celebración de la Semana Santa.
Realmente, es un honor para mí.
Pero he de reconocer
que no es tarea fácil, porque un cartel es algo más
que la representación gráfica de una imagen;
es más bien, la visualización externa de la
misma, que nos conduce al significado auténtico de
lo que la imagen representa. En este caso, siento que mis
palabras serán siempre pobres para hablar del sentido
profundo de la Resurrección, de la victoria del Señor
Resucitado sobre la muerte, que, como pórtico de
gloria para todos nosotros, está representando el
Cartel que nos preside.
Ahí lo
tenemos en una preciosa fotografía, obra de Melania
Molina Fernández, a la que desde aquí agradezco
y felicito, por el acierto y la belleza de la composición.
Como vemos, es la imagen, tan conocida y familiar para nosotros
del Señor Resucitado, con los atributos de la victoria,
entre los que destaca a primera vista, el blanco de su figura
y de las flores, entre el cielo azul de fondo, y el verde
de los árboles de la plaza de la Iglesia. Colores
todos ellos muy significativos: el color siempre atractivo
del azul del cielo; el blanco, símbolo de victoria
y de pureza, y el verde, el alegre color de la Esperanza.
Es la primera
vez que la imagen del Señor Resucitado se muestra
en el Cartel de la Semana Santa de Padul... y, sin embargo
no es nueva en absoluto su presencia entre nosotros, ni
tampoco su contenido más profundo. Al contrario,
se estableció en Padul en épocas muy remotas,
y entre nosotros vive desde un pasado ya muy lejano. Permitidme
que lo recuerde brevemente:
Hace ya mucho
tiempo cuando en el mundo cristiano corría el Año
de gracia de 1579, y España era gobernada por el
rey Felipe II, el Rey en cuyos dominios no se ponía
el sol, ocurrió que en un pueblo del Valle de Lecrín,
concretamente, en Padul, en nuestro pueblo, comenzó
a brillar también un pequeño sol, cuya luz
se ha mantenido encendida a lo largo de más de cinco
siglos, de generación en generación.
Era la luz brillante
de una Cofradía naciente en la que veneramos: al
Señor Resucitado, al Señor en el Sepulcro
y al mismo Señor, que después de su Resurrección
se quedó con nosotros para siempre en la Eucaristía.
Este es su nombre: Hermandad del Santísimo Sacramento,
del Santo Sepulcro y Cofradía del Señor Resucitado;
es hermoso y emocionante ver que, ya desde entonces existe
en Padul, una Hermandad que contiene en sí todos
los misterios que la Iglesia Católica expone para
su veneración en estas Asociaciones de fieles:
Hermandad Sacramental,
Penitencial y de Gloria. Pues bien, esta Hermandad con tan
gran densidad de contenidos, es la de todos nosotros, la
que nos ha cobijado desde niños y la que nos legaron
nuestros padres que, a su vez, la recibieron de sus antepasados
más remotos, con devoción y cariño.
Y es precisamente en la advocación del cartel que
hoy presentamos, donde se encierra el misterio más
grande y profundo de la fe cristiana: la Resurrección
de Jesús de Nazaret, que bajo esta imagen de Resucitado,
procesiona radiante en la clara mañana del Domingo
de Pascua, por las calles de Padul, y al que en este año
queremos dar especial relieve; la luz de aquel sol, no quedó
escondida en el sepulcro para siempre, rompió las
ataduras de la muerte y brilló resplandeciente en
el día esplendoroso de la Resurrección del
Señor:
¡Bendita
la mañana que trae la noticia
de tu presencia joven, en gloria y poderío,
la serena certeza con que el día proclama
que el sepulcro de Cristo está vacío!
Y es también
esa luz del Señor resucitado, la que ha llegado hasta
nosotros de la mano de nuestros mayores que, paso a paso,
generación tras generación, nos han ido transmitiendo
su fe, como antorcha radiante que cada Semana Santa ha iluminado
nuestras calles y nuestros corazones. Pasando de mano en
mano, como antorcha olímpica, que, en un largo recorrido
de años y de siglos, ha prendido la llama de la fe,
del amor y la esperanza, en tantos corazones paduleños.
Así lo
siento yo. Así lo he percibido a través de
mi familia y así lo percibo también en vosotros.
Os agradezco la proyección y transmisión de
vuestra fe que llega hasta mí. Vuestra fe, nuestra
fe nos enriquece y nos conecta a todos. Siento en mi, y
así lo manifiesto, que es Dios, que es el Señor
el que nos cuida, cuida nuestra fe, la fe de su pueblo y
alimenta permanentemente esta llama de múltiples
maneras, aunque muchas veces, por nuestra parte, la dejamos
languidecer, o nos mostramos reacios, o indiferentes a ella.
De nosotros depende
que permanezca siempre viva, incluso frente a los vientos
que ahora soplan, que pretenden privarnos de la mayor riqueza
que puede tener una persona: sus creencias espirituales,
la fe en Dios, la religión; hoy atacada desde muy
distintos puntos, o, en el mejor de los casos, intentando
reducirla solo al ámbito de la cultura, siendo así,
que ésta, la cultura, ha permanecido siempre hermanada,
y en amigable compañía, en la entraña
misma de las celebraciones religiosas, pero en su lugar
correspondiente, sin menoscabarlas, ni mucho menos, suplantarlas.
Es asunto libre y personal de cada uno, el estar atento
y actuar por convicciones propias, de modo que otros aires
ajenos, no destrocen la solidez de nuestras propias creencias.
Esos son mis deseos:
Ayúdanos,
Señor, para que no dejemos que ningún viento
debilite o apague nuestra fe, ni la brisa suave de nuestra
propia dejadez y pereza, ni las fuertes corrientes externas
que nublan nuestros ojos, ofuscan nuestra mente, y perturban
nuestro corazón. Que sepamos cuidarla y cultivarla
a diario, valorándola y agradeciendo a Dios este
gran regalo.
Volvamos nuevamente
nuestra mirada al Cartel. Permitidme que lo comente brevemente
en dos aspectos: Por una lado: la imagen externa que vemos
en él. Y por otro, el sentido profundo de lo que
significa.
Vemos que esta
escultura del Señor Resucitado representa a un Cristo
sereno y sencillo, como el que muestran las Apariciones
en el Evangelio. Su rostro es apacible, su gesto y su postura
transmiten seguridad y esperanza. Lleva en una mano el estandarte
de la victoria que apoya en el suelo con firmeza, y en el
que bajo una pequeña cruz de Resurrección,
en donde ya no aparece Jesús muerto, se despliega
una banderola blanca que lleva grabadas las iniciales de
las palabras: Jesús, Hombre, Salvador... Palabras
profundas, hermosas...; cada una de ellas, con la enorme
riqueza de su contenido, es suficiente por sí sola,
para proporcionar un gran consuelo y confianza al corazón
humano.
El Señor
de la imagen, mantiene levantado el brazo derecho en un
sugerente gesto de triunfo que culmina en la expresiva disposición
de los dedos de la mano... La llaga del costado, ya no se
ve tan viva y pronunciada, pero sigue ahí, como testigo
fidedigno de la profundidad de su entrega... Sus vestiduras
blancas, junto con el color blanco de la bandera y de las
flores, acentúan el esplendor, la belleza y la alegría
que irradian de la Resurrección...
No impone su apariencia,
no asusta su grandeza, sino más bien invita a aproximarse,
a contar con su presencia entre nosotros, incluso, parece
más bien, que es Él el que se acerca. Toda
su figura es una invitación a la confianza, es un
estar con nosotros que da seguridad y firmeza sin fin.
Y así es,
precisamente, y con esto pasamos al aspecto interno, el
Señor resucitado que presentan los Evangelios. Para
los discípulos, no hay duda de que es el mismo Cristo
que murió en la Cruz, el que ahora vive. Ya pasó
la pesadilla de la Cruz y del sepulcro, ya quedó
atrás la muerte:
Muerto no,
Señor, que el madero te levanta
en la llama de un Dios resucitado,
redivivo en la sangre del costado,
con grito de victoria en la garganta.
Este es el sentido
profundo del misterio que presenta el Cartel. Al tercer
día de la muerte de Jesús de Nazaret, una
exclamación se repite continuamente entre los discípulos
empezando por las mujeres:
¡HA RESUCITADO
EL SEÑOR! ¡HA RESUCITADO EL SEÑOR!
No pretenden los
evangelistas decir cómo pasó, sino proclamar
lo que ya había pasado. Todo lo que ocurre son signos,
(los ángeles, la losa removida, el sepulcro vacío…),
pero él ya no está allí. Ellos, sólo
ven los signos hasta que la luz se va haciendo en sus corazones,
se les abren los ojos interiores y entonces creen.
Velaron las
estrellas el sueño de su muerte,
sus luces de esperanzas las recogió ya el sol,
en haces luminosos la aurora resplandece,
hoy es el nuevo día, resucitó el Señor
.
Los pobres, por sí mismos creyeron su palabra,
la noche de los hombres fue grávida de Dios,
é l dijo volvería colmando su esperanza,
más fuerte que la muerte, fue su infinito amor.
Y Jesús
Resucitado se les aparece con un aspecto sencillo y cercano,
como el de nuestra imagen. Podía pasar por el jardinero,
como ante María Magdalena, o por un caminante que
va hacia Emaús; incluso, por un desconocido a orillas
del lago...
Las apariciones
que describen los Evangelistas, van más a la interioridad
del corazón, que a los sentidos externos. Pero los
que las atestiguan insisten, en que ellos han vivido una
experiencia de relación y de comunicación
con el Resucitado. Es verdad que es Jesús “quien
se acerca”, quien “sale al encuentro”
como esta imagen nos sugiere a nosotros ahora... Pero ellos,
ante esta presencia, asienten y creen.
LOS DISCÍPULOS
SIENTEN VERDADERAMENTE QUE EL SEÑOR HA RESUCITADO.
Y entonces, cambia su situación y su vida. Este es
el sentido profundo del Cartel que este año abre
el camino cuaresmal hacia la Semana Santa: el mensaje de
la Resurrección: Y lo manifiesta con los mismos rasgos
de los
evangelios: un Señor discreto, apacible, sencillo,
cercano... Señor Jesús, haz que también
nosotros te dejemos acercarte. Ayúdanos para que
te veamos en la intimidad de nuestro corazón y que
esa luz de tu presencia, ilumine para siempre todos los
momentos de nuestra vida... Pero no acaban aquí la
fuerza y la alegría de la Resurrección. Desde
el primer momento, brotan del Señor Resucitado la
fe y la misión para los discípulos: “Id
por todo el mundo y anunciad la Buena Noticia a toda criatura...”,
dice Jesús. Para que esto sea posible, Él
mismo estará dinámicamente presente en la
Iglesia, como Emmanuel, Dios con nosotros”, hasta
el final de la historia.
Y esta es también
nuestra Misión ahora: anunciar la buena noticia,
con nuestra manera de vivir como Hermandad de CREYENTES
UNIDOS POR LA MISMA FE. Esta Cofradía del Señor
Resucitado, como todas las demás de Padul, y las
de toda la Iglesia, nos ofrecen una forma especial de vivir
la fraternidad; fraternidad que manifieste esta Misión
en una convivencia de respeto, comprensión y aprecio
sincero a pesar de las dificultades y diferencias; Que,
lo mismo que en la Resurrección, no nos quedemos
en los signos externos: como los adornos, ropajes, preparativos,
reuniones..., sino que sepamos pasar a través de
ellos, al contenido profundo de lo que cada Cofradía
significa, de tal modo que nuestra pertenencia a ellas nos
lleve a ser cristianos auténticos:
Jesús,
presente y vivo en los hermanos,
acoge nuestras manos en tus manos,
conduce el caminar de nuestras vidas,
por las sendas del bien al que nos guías.
Este es nuestro
deseo y esta es nuestra meta en las Cofradías. Todo
lo demás son medios que nos ayudan a vivir esta unión
de fe, y no sólo en nuestra Parroquia sino, a través
de ella, con toda Iglesia, que, como gran Cofradía
Universal, nos vincula a todos los creyentes del mundo de
cualquier pueblo y lugar, conscientes de que, la verdadera
procesión, es aquella que recorre cada día
los caminos de la vida en la vivencia coherente del Evangelio;
vivencia que dinamiza e ilumina a todos los seres de la
tierra, mediante esta comunicación espiritual invisible
y profunda, que nos conecta misteriosamente a todos.
Pero no queremos
quedarnos solo en teorías y palabras bonitas. La
práctica y el cultivo personal de nuestra fe, tiene
también una proyección hacia los demás.
Entre los preferidos de Jesús están los pobres,
los necesitados de cualquier clase... De ahí que
la solidaridad y la ayuda sean para nosotros una exigencia
permanente. Padul sabe bien de ello. Su respuesta ha sido
y sigue siendo solidaria en ese campo; en emergencias como
la reciente de Haití, y en circunstancias normales,
con otras colaboraciones. Esta es, en efecto, una práctica
coherente con nuestra fe cristiana: eso fue lo que hizo
Jesús.
Pero el mensaje
cristiano va más allá; no se queda sólo
en eso, porque la persona humana es algo más que
cuerpo y materia, no muere todo cuando el hombre muere,
no acaba todo en la tumba. Tiene también una dimensión
espiritual con otras necesidades, incluso con hambre y vacío
de algo más que de pan.
Y esa es también
Misión nuestra ahora: ofrecer el testimonio de la
fe, que no sólo ayuda a alimentar el cuerpo, sino
también, el alma. Jesús apostó por
el hombre completo; pasó haciendo el bien, curando
enfermos, liberando oprimidos... y se jugó el tipo
frente a los poderes de su época, hasta el punto
de que le costó la vida. Pero no se quedaba sólo
en la curación del cuerpo, sino que, elevando al
hombre al nivel de su dignidad humana, buscaba sobre todo,
la sanación y liberación del alma: “tus
pecados te son perdonados”, decía muchas veces,
incluso antes de curar.
Y El mismo Jesús
que multiplicó los panes y los peces para dar de
comer a gente hambrienta, decía también: “No
sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra
que sale de la boca de Dios”.
Él que
recorría las ciudades de Galilea , sanando y haciendo
el bien, se pasaba las noches enteras en oración
al Padre. Él que dijo: venid, benditos de mi Padre,
porque tuve hambre y me disteis de comer..., dijo también:
“Buscad primero el reino de Dios y su justicia...
Para nosotros:
“Ayudar a Dios a ser más conocido, ayudar a
los hombres a conocerle, es nuestra noble misión”,
decía Martín Descalzo. He aquí una
hermosa misión cofrade: Ayudar a las personas en
toda su integridad, en su cuerpo y en su alma, siendo testigos
con nuestra vivencia de la fe, de esa otra dimensión
espiritual, la más importante del ser humano, la
del alma, que no se ve, pero que está ahí,
como el amor o la amistad, que tampoco se ven, pero están.
Y quizás
sea éste aspecto más profundo de la fe, el
que nos legaron nuestros mayores, con las procesiones, y
las celebraciones religiosas en Padul. Pienso, que en esa
fe, se centraba la tradición común, que nosotros
hemos recibido de generación en generación,
como el pueblo de Israel: el Dios de nuestros padres, su
más preciada herencia. Y es, quizás, esa herencia
de fe, así lo entiendo yo, lo que, a pesar de nuestros
fallos y diferencias, nos une en el pueblo de Padul, en
una grande y hermosa hermandad...
Volviendo a mirar
el Cartel que nos preside, pienso que, después de
haber compartido este rato entre nosotros, ya nunca será
igual la Procesión del Señor Resucitado. Sé
que cuando aparezca de nuevo por las calles de Padul, podremos
percibir la sintonía y las vibraciones, de la fe
que nos une, regalo de la fuerza y de la gracia del Jesús
Resucitado, y podremos percibir también, la energía
que destella de la Resurrección, derramada en bendiciones
para todos.
Que sepamos entregar
a las generaciones venideras, el testigo de esta fe que
hemos recogido nosotros, con una luz cada vez más
intensa y radiante. Que prenda en sus corazones, para que,
a lo largo de los tiempos y la historia, sigamos unidos
espiritualmente, ellos y nosotros, junto con nuestros mayores
que ya nos precedieron, en la santa Hermandad del Señor
Resucitado y en todas las Hermandades y Cofradías
de Padul:
Nosotros queremos,
Señor,
correr con la antorcha encendida.
Queremos dejar al relevo,
un fuego mejor, una llama más viva.
Este es el milagro
más grande de la resurrección: Esta presencia
y esta llama viva de la fe, que después de tantos
siglos, sigue siempre encendida en tantos lugares del mundo,
a pesar de las dudas, los problemas y las dificultades de
los discípulos de Jesús de todos los tiempos.
Esto es lo que
pido al Señor Resucitado para todos nosotros, con
las sentidas palabras de este precioso canto, que yo he
adaptado y convertido en oración:
Quédate,
buen Jesús, que anochece y se apaga la fe;
que las sombras avanzan, Dios mío, y el mundo no
ve.
Quédate,
por piedad, no te vayas, porque Tú eres amor,
y una nube derrama en nosotros, su tul de dolor.
Quédate
con nosotros, tus hijos ¡Oh divino Jesús!
te decimos, lo mismo que un día, los dos de Emaús;
no te vayas, Jesús, que anochece y se apaga la fe,
que las sombras avanzan, Dios mío, y el mundo no
ve.
Y Jesús
nos responde a nosotros con palabras que Él ya pronunció:
Con vosotros
me quedo,
con vosotros por siempre estaré,
mientras duren el tiempo y la historia,
con vosotros, permaneceré.