LA FIESTA DE SAN BLAS SEGÚN
DOS FUENTES PERIODÍSTICAS DEL SIGLO XIX: ¿TRASFONDO
IDEOLOGIZADO?
Manuel Romero
Castillo
Profesor del IES Astaroth en Rota (Cádiz)
Rota, 24 de diciembre de 2016
Se
hace necesario conocer las costumbres que nos
ha legado
el pasado. Costumbres en su mayoría
religiosas, sobre todo, porque tienen en las sagradas
imágenes un punto culminante y central.
Así la
popular “Fiesta de San Blas1” tiene
como centro el culto y la devoción al sagrado
obispo.
Esta fiesta ha trascendido el tiempo, así lo
ponen de manifiesto las dos fuentes periodísticas
que recogieron en el siglo XIX el clima que se vivía
en Dúrcal durante su celebración.
El periódico El Defensor
de Granada, dirigido por el granadino D. Seco de Lucena,
nos da un relato breve y sencillo de esta fiesta.
En Dúrcal se han verificado las fiestas que dicho
pueblo consagra anualmente a su patrono San Blas. La noche
se quemó un castillo de pirotecnia hecho por D.
Rodrigo Solá y Sevilla. El viernes, en la función
de iglesia, hubo de predicar el cura-párroco un
sermón inspiradísimo; por la tarde verificó la
procesión a que asistió el pueblo, demostrando
su fervorosa religiosidad, y por la noche, se quemó otro
castillo costeado por D. Antonio Garrido.
Sin embargo, el siguiente periódico madrileño
El Español: diario de las doctrinas y de los intereses
sociales, realiza una profusa narración del acontecimiento.
Cierto es que entre la narración que realiza se
esconde un trasfondo mediático, trasfondo que se
une a la época que de la publicación, la
España de Isabel II, que fue convulsa y dejó su
particular impronta en aquellos puntos geográficos
que se decantaron por servir fielmente a la reina.
El relato de tintes áulicos que ofrece el periódico
madrileño, realizado por D. Carlos Wood, ha modificado
la realidad y ha realzado los tintes heroicos que deben
tener los patriotas que sirvan a la reina. Se mezcla pues,
sentimientos variados.
El día 3 del presente ha sido la función,
que a su patrono San Blas hace todos los años el
pueblo de Dúrcal, distante cuatro leguas de esta
capital, y colocado en lo más ameno del Valle de
Lecrín. Deliciosa es en verdad la posición
de este pueblecito. Entre los inmensos olivares que lo
circundan se descubren algunas ruinas de la dominación
de los árabes; el río Dúrcal
que pasa muy cerca por un barranco sembrado de vides
y frutales,
en cuyo fondo y costados hay algunos molinos, hace
este parage en estremo pintoresco.
El Zahor, cerro inmenso, que se eleva hacia la parte
de Sierra Nevada, y sobre cuyos eternos cimientos
parece estaría
edificado el antiguo Marjena, se asemeja a un monumento
consagrado a los muchos héroes que en la lid
sangrienta de los cristianos y morisco, perecieron
en aquellos campos,
que ahora surca tranquilo el afanoso labrador.
En la plaza de este pueblo… se dio por el conde de
Mondéjar la primera batalla a los moriscos, había
colocado un castillo de fuegos artificiales; máscaras
sin cuento vagaban en torno a él, los Guardias Nacionales
hacían sus descargas, mezclando al magestuoso sonido
del fusil, los gritos vivificantes de “Isabel y libertad”.
Nevaba entretanto en abundancia, y ya solo se veían
en derredor arboles de alabastro, y las casas y calles
cubiertas de una alfombra blanquísima; cuando comenzaron
los fuegos no es fácil explicar el maravilloso
efecto que hacia este contraste de los mas contrarios
elementos.
Graciosos transparentes le decoraban con inscripciones,
de las cuales sólo pudimos retener la siguiente:
Si esa canalla servil
Se atreve a insultar un día
¡Nacional! Tu valentía
Será su garganta impía
Ensartada en tu fusil.
Otra función de fuego hubo la noche inmediata, fandangos
sin cuento, fruta de sartén en abundancia, la música
militar continuamente por las calles y de baile en baile,
todo el mundo de máscara.
La función religiosa, en estremo devota, concluyó con
la procesión de costumbre. Entre estos inocentes
aldeanos es donde se encuentran verdaderos liberales,
hombres honrados, patriotas candorosos; lo hemos observado,
no
ha infestado aquella purísima atmósfera
el aire puro de la ambición y otras viles pasiones,
y por lo mismo son desinteresados, aman a Isabel II
y a la libertad por ellas misma, porque mal puede esperar
ningún
destino el labrador de tres marjales2.
Como se aprecia, las dos fuentes tiene
en la fiesta religiosa a San Blas su punto común,
sin embargo, el trasfondo de una noticia y de otra muestra
un
marco ideologizado
totalmente diferente, y por tanto, la noticia se
hace diferente, cambia el valor.
En el primer caso, la fiesta es un reverente culto
al santo y el seguimiento de una tradición. En el segundo
caso, quien no es religioso no es patriota, se mezcla el
trono y el altar como antiguamente sucedió en tiempos
de los Reyes Católicos, Carlos V y Felipe
II.
Esta unión de religión y monarquía
sirve para legitimar a la monarca, se hace necesario pues
es un argumento que utilizaran sus partidarios para oponerse
al rival. Encontramos varias frases siguiendo este ítem:
Isabel y libertad: implica que sin
la reina no habría
libertad
La coplilla es un alegato al valor
nacional y a eliminar al opositor al régimen.
Entre estos inocentes aldeanos es
donde se encuentran verdaderos liberales, hombres
honrados, patriotas
candorosos: comprobamos que ofrece un
perfil concreto de persona
que defiende los principios que representa
la reina para España.
En las
dos imágenes, San Blas
de Dúrcal, momentos antes de salir de su ermita,
con su exorno floral. Al lado, la procesión
con los portadores en la villa gaditana de Benaocaz.
Obtenidas de Internet.