Parranda de Lo Divino dirigida
por Antonio de Armas (Foxtrot)
La Laguna 1967
Al llegar el invierno, el “rancho” de
Los Divinos, esas agrupaciones compuestas de diversos
instrumentos, en las que no faltaban guitarras, bandurrias,
timples, panderetas, triángulos y castañuelas,
recorría las calles cantando villancicos,
como anuncio de que las Navidades se aproximaban
a pasos agigantados.
Pero era sobre todo las noches de Navidad cuando
el rancho de La Divino salían por las calles
de las ciudades y los caminos de la Isla cantando
los villancicos típicos. Por lo general eran
todos hombres de campo -aunque, a veces, sus voces
fuertes se entremezclaban con las notas agudas de
alguna voz infantil- que tras la faena de la jornada
se reunían para entonar sus canciones gentiles
e ingenuas, entre las que no faltaba, en ocasiones,
la petición franca y cordial:
“Dame
una limosna
si la quieres dar,
que la noche es larga
y hay mucho que andar”
En La Laguna todavía hoy se recuerdan los cánticos de "Los
Divinos" apostados frente a determinadas casas de la “Villa de arriba” o
en la “Villa de abajo”. En el silencio de la noche su música
comenzaba a oírse desde lejos, entonces todo el mundo acudía a
las cristaleras de los balcones y ventanas. Llegaban en silencio, como una tropa
de fantasmas avanzaban hasta llegar debajo del balcón, dándose
las órdenes precisas en voz baja, para de pronto, en la quietud de la
noche, hacer vibrar las voces y resonar los instrumentos a un tiempo, en bulliciosa
algarabía. Cuando sonaba el acorde final, con estruendo rotundo de panderos
y prolongado repiquetear de chácaras y huesaras, las puertas de la casa
se abrían para ofrecer a al "Rancho" bandejas de rosquetes,
pasteles laguneros y truchas, así como que no faltaban las botellas de
vino nuevo y claro. Luego “echaban la despedida”, para reiniciar
su deambular por las calles laguneras y entonar en otra casa sus villancicos,
isas, folías y malagueñas. Y así hasta que, al filo de las
once, dos horas después del toque de ánimas, se retiraban. No en
vano, en la tarjeta de presentación, el poeta anónimo decía:
“Como trovadores de historia sentida
hoy vamos cantando de hogar en hogar...”
Emparentados con los “Ranchos de Ánimas” y
derivados de los “Ranchos de Pascuas”, la denominación
de Los Divinos ha generado alguna que otra controversia.
Rafael Hardisson -que firmaba como “Amaro Lefranc”-
sostuvo que debían denominarse “Lo Divino”,
pues sus integrantes no son “divinos”, sino que
es “divino” lo que cantan, en recuerdo y evocación
del “divino” Nacimiento. Sin embargo, Antonio
Marti discrepó de tales criterios, estimando que tanto
si se trataba de “cantos divinos”, como de señalar
a quienes los cantan con aquella designación que vulgarmente
se da a los que acudían al Portal de Belén
llamándolos “divinos pastores”, al buscar
la contracción del nombre en una sola palabra, ésta
debía ser “los divinos”. Una postura intermedia
defendió Tomás Montes de Oca, quien, en sus
propias palabras, prefería “la voz popular de “Los
Divinos” a la, indiscutiblemente, más correcta
de Lo Divino”.
Controversias al margen, no cabe duda de que Los Divinos
o Lo Divino forman parte de nuestro acerbo popular, trovadores
de una época, generaron una tradición que
valdría la pena recuperar con la pureza que se merece.