Francisco Molina Muñoz
Director de Padul Cofrade
Padul, Domingo de Resurrección 2025
I. El Alba del Tercer Día: Comienza la Historia Definitiva
“¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, ha resucitado.”
Evangelio según San Lucas, 24,5-6
En la historia de la salvación, ningún acontecimiento ha estremecido con más fuerza los cimientos del mundo como la Resurrección de Cristo. Ni la creación misma, ni el diluvio, ni el paso del mar Rojo, ni el terremoto del Sinaí ante la entrega de las Tablas; nada iguala el estallido de luz que supuso el tercer día, cuando la piedra fue retirada, no para dejar salir al Señor, sino para que nosotros pudiéramos entrar y ver el sepulcro vacío.
Los Evangelios canónicos —Mateo, Marcos, Lucas y Juan— no describen el momento exacto de la Resurrección. No hay testigos de ese instante glorioso, porque no fue un espectáculo, sino un misterio. El más grande de todos. “Resucitó, como lo había dicho” (Mateo 28,6): una promesa sellada con sangre en el Gólgota, ratificada con la fuerza de Dios en el sepulcro.
II. El Testimonio de los Evangelistas: Huellas en el Huerto
San Juan, el más íntimo del Señor, relata que fue María Magdalena la primera en descubrir el sepulcro vacío (Juan 20,1). La mujer que había sido liberada de siete demonios, la misma que estuvo de pie junto a la cruz cuando muchos huyeron, se convierte ahora en la “apóstol de los apóstoles”, según la expresión de San Hipólito de Roma (siglo III). Ella es la primera en recibir el anuncio de la victoria.
Pedro y Juan corren al sepulcro. Juan llega primero, pero espera; Pedro entra. Encuentran las vendas en el suelo y el sudario enrollado aparte (Juan 20,6-7). No hay señales de robo. Hay orden, hay significado. Hay un mensaje silencioso: “Ha vencido la muerte.”
III. No una Idea: Una Presencia Viva
La Resurrección de Cristo no es un símbolo, ni una metáfora piadosa, ni una ilusión de sus discípulos desesperados. Fue una experiencia transformadora que cambió radicalmente a quienes le habían seguido. Los apóstoles, temerosos y escondidos tras la crucifixión, se convirtieron en testigos valientes, dispuestos a morir por lo que habían visto y tocado.
San Pablo, escribiendo apenas veinte años después de la Pascua, afirma con rotundidad:
“Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación, vana también vuestra fe”
(1 Corintios 15,14).
Y aún más contundente:
“Se apareció a Cefas, y luego a los Doce. Después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez... Luego se me apareció también a mí”
(1 Corintios 15,5-8).
La fe pascual nace no de un deseo, sino de encuentros concretos: el Señor caminando con los de Emaús, mostrando las llagas a Tomás, comiendo pescado asado junto al lago, llamando por su nombre a María en el huerto.
IV. La Profecía Cumplida: Anuncios desde la Antigua Alianza
No fue una sorpresa. Desde los primeros albores de la Escritura, la Resurrección estaba anunciada, velada entre figuras y promesas. El mismo Jesús, en el camino de Emaús, reprende dulcemente a los discípulos con una pregunta que aún retumba en el alma de todo creyente:
“¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?”
(Lucas 24,26)
Les explicó, comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, lo que se refería a Él en todas las Escrituras. Desde la figura de Jonás —tres días en el vientre del gran pez— hasta el Siervo sufriente de Isaías, pasando por los salmos en los que el Justo no es abandonado en el sepulcro (Salmo 16,10), la Resurrección está escrita en clave de promesa. Una promesa que solo Dios puede cumplir.
San Agustín, en su Tratado sobre los Salmos, dice:
“El Nuevo Testamento está escondido en el Antiguo, y el Antiguo se hace manifiesto en el Nuevo.”
(Tractatus in Psalmos)
Cristo, como nuevo Adán, abre el Paraíso que el primer hombre había cerrado. Su triunfo no solo repara el pecado: inaugura un orden nuevo, donde la muerte ha sido vencida no con violencia, sino con entrega.
V. La Teología del Sepulcro Vacío
La Resurrección de Cristo no es solo una victoria personal, sino la garantía de nuestra propia resurrección. San Pablo lo proclama sin rodeos:
“Cristo resucitó de entre los muertos, como primicia de los que han muerto.”
(1 Corintios 15,20)
Lo que sucedió en aquel jardín de las afueras de Jerusalén no fue una excepción, sino el inicio de una corriente de vida que alcanzará a toda la humanidad. Como dice San Ireneo de Lyon en el siglo II:
“Donde entró la muerte por un hombre, ha entrado la vida por otro.”
(Adversus Haereses, V)
La teología católica afirma que Cristo resucitó con su mismo cuerpo, glorificado, libre ya de las leyes del tiempo y el espacio. Se apareció, sí; pero ya no era sujeto al dolor ni a la muerte. Ya no era solo Maestro, sino también Señor. Por eso Tomás cae de rodillas y exclama:
“¡Señor mío y Dios mío!”
(Juan 20,28)
VI. Luz para la Historia: El Eco en la Tradición
Los Padres de la Iglesia, testigos de la fe que brota de los Apóstoles, celebran la Resurrección no como un recuerdo, sino como una realidad viva que atraviesa los siglos. San Juan Damasceno, en el siglo VIII, escribe:
“El Señor resucitado no es una sombra ni un espíritu, sino el mismo que fue crucificado, con el cuerpo glorificado, causa de nuestra esperanza.”
(De fide orthodoxa, IV)
Y añade con poesía litúrgica:
“Hoy todo resplandece: el cielo, la tierra y los abismos. Toda la creación canta la Resurrección de Cristo.”
Los mártires murieron con una certeza: que no entregaban su vida a la oscuridad, sino a la gloria. Las catacumbas están llenas de signos pascuales: el pez, el ancla, el crismón... todos gritos silenciosos que dicen: ¡Él vive! ¡Y porque Él vive, yo también viviré!
VII. La Resurrección y Nosotros: El Milagro que nos Habita
La Resurrección no es solo un acontecimiento histórico o una promesa futura: es una realidad presente que transforma al creyente, día a día. En la Pascua, Cristo no volvió simplemente a la vida: entró en una vida nueva, y nos abrió a todos la puerta de ese mismo destino.
San Pablo lo expresa con claridad sobrenatural:
“Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios”
(Colosenses 3,1).
El cristiano no es un nostálgico del Calvario, sino un testigo del sepulcro vacío. La Cruz no es derrota, sino trono. El madero sangriento se ha convertido en estandarte de victoria. La Resurrección nos invita a vivir no como si todo terminara en la tumba, sino como quienes saben que la última palabra la tiene el Amor eterno.
VIII. La Liturgia: Escuela de Gloria
No hay lugar en la tierra donde la Resurrección se celebre con mayor esplendor que en la liturgia de la Iglesia. La Vigilia Pascual es madre de todas las vigilias, como enseñaba San Agustín. En ella, la noche se transforma en día, el cirio pascual quiebra las tinieblas, y la Iglesia entona el Exsultet como un canto de gozo cósmico:
“¡Alégrese la tierra, inundada de tanta claridad! Y que resuene este templo con las aclamaciones del pueblo.”
Todo, desde el fuego nuevo hasta el agua bautismal, desde las lecturas antiguas hasta el aleluya triunfal, grita que la muerte ha sido herida de muerte.
En nuestra tierra, Padul también canta la Resurrección, aunque el pueblo esté envuelto todavía en el eco del Viernes Santo. Cuando la luz del alba de Pascua asoma sobre el Valle de Lecrín, todo cofrade que ha cargado un trono, que ha bordado un palio, que ha tocado un tambor, sabe en su corazón que la historia no termina en el sepulcro.
IX. La Pascua en el Arte y en la Calle
La Resurrección ha sido inspiración de innumerables obras: desde el fresco de Piero della Francesca hasta el Cristo triunfante de Velázquez, desde los himnos antiguos como el Victimae paschali laudes hasta los cantos populares que inundan los altares el Domingo de Resurrección.
En nuestras procesiones, aunque la Pasión sea larga, siempre hay un trono que brilla al final, una imagen que se yergue gloriosa: el Cristo Resucitado, victorioso, con su bandera blanca y su mirada de eternidad. A su paso, no hay luto, sino flores. No hay sombras, sino júbilo. No hay muerte, sino vida sin ocaso.
Porque lo que ocurrió en Jerusalén no se ha cerrado. Sigue ocurriendo hoy. En cada Eucaristía. En cada confesión. En cada alma que vuelve a creer. En cada corazón que resucita.
La Vida Venció
“Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá.”
(Juan 11,25)
Estas palabras, dichas por Jesús antes de obrar el milagro de Lázaro, son el resumen de toda la fe cristiana. No seguimos a un líder muerto, ni veneramos un recuerdo. Seguimos a un Viviente, que ha atravesado el abismo y nos espera al otro lado.
La Resurrección no es solo doctrina. Es destino. Es identidad. Es la razón por la que el cristiano canta incluso en la noche más oscura. Por eso, cuando la cruz pesa y el silencio del sepulcro parece interminable, sabemos esperar. Sabemos mirar al cielo. Sabemos que la piedra será removida, y que siempre —siempre— llega el tercer día.
Nota editorial
El presente artículo ha sido redactado y revisado por el equipo de Padul Cofrade con motivo del Tiempo Pascual del año 2025, en el deseo profundo de seguir iluminando, desde nuestras raíces y convicciones, los misterios más altos de nuestra fe.
En estas líneas se entrelazan la Palabra de Dios, la voz de los Santos Padres, el arte sacro de siglos y el eco de nuestras procesiones paduleñas, que cada primavera gritan —a veces con tambores, a veces en silencio— que Cristo ha vencido a la muerte.
No se trata de un ensayo académico, ni de una crónica más. Es una proclamación pascual nacida del corazón creyente de un pueblo que, tras las lágrimas del Viernes Santo, siempre espera el alba del tercer día.
Desde Padul, tierra de bordados, incienso, fe y firme esperanza, ofrecemos estas líneas con humildad y con orgullo. Porque el sepulcro está vacío, y por eso nuestras calles están llenas de vida.