Crónica del tercer día del Triduo de Cuaresma de las Hermandades de PadulCrónica del tercer día del Triduo de Cuaresma de las Hermandades de Padul
Francisco Molina Muñoz
Director de Padul Cofrade
Padul, 6 de abril de 2025
"Y alzando la vista, no vio a nadie más que a la mujer..."
El pasado 5 de abril, en el corazón de la Cuaresma paduleña, se celebró con recogimiento y fervor el tercer día del Triduo de Cuaresma de las Hermandades y Cofradías de Padul, un acto que, año tras año, nos convoca a la oración compartida, al silencio compartido, y al testimonio compartido de nuestra fe.
Este año, presidieron el altar los Sagrados Titulares de la Hermandad de Nuestro Padre Jesús de la Victoria y Nuestra Señora del Valle, la querida Hermandad de La Borriquilla, cuyos orígenes modestos y arraigados han ido dando fruto hasta consolidar una de las imágenes más entrañables de nuestra Semana Santa: la entrada de Jesús en Jerusalén, entre palmas, mantos blancos y sonrisas de niños.
La Iglesia Parroquial de Santa María la Mayor, abarrotada de fieles, fue el escenario donde se volvió a manifestar que la devoción en Padul no solo se hereda: se vive, se transmite y se celebra.
La Santa Misa fue oficiada por nuestro párroco, D. Carlos Fernández Peñafiel, quien —una vez más— supo tocar las cuerdas más sensibles del alma cofrade, iluminando la Palabra con palabras de pastor cercano, de guía firme.
El Evangelio proclamado fue el pasaje según San Juan (7:53–8:11), conocido como la mujer adúltera, en el que Jesús, ante la acusación farisaica, se agacha y escribe en el suelo. Luego, se incorpora y pronuncia una de las frases más revolucionarias de toda la Escritura: “El que esté sin pecado, que tire la primera piedra.”
A partir de ahí, la homilía de Don Carlos nos llevó a una reflexión profunda. Con voz pausada, clara y vibrante, citó una frase que muchos hemos oído pero que tal vez pocos habíamos meditado con la hondura necesaria:
"Todo santo tiene su pasado y todo pecador tiene su futuro."
Una sentencia atribuida a San Agustín de Hipona, cuya vida es en sí misma una parábola de conversión, de búsqueda y de encuentro.
Don Carlos nos explicó que esa frase no se refiere simplemente a la posibilidad del perdón, sino a la realidad de la redención, a la certeza de que el cambio es posible, de que la gracia actúa cuando hay voluntad de transformar el corazón.
Nos recordó que San Mateo, recaudador de impuestos despreciado por su pueblo, fue llamado por Jesús sin reservas, confiando en su capacidad de cambiar.
Y que San Pablo, quien antes fuera Saulo de Tarso, feroz perseguidor de cristianos, llegó a ser el más apasionado de los apóstoles, sembrador incansable de la Palabra, viajero y mártir por Cristo.
El mensaje fue claro, directo, esperanzador: Dios no nos ama por lo que somos, sino por lo que podemos llegar a ser. Y para ello, solo nos pide que demos el primer paso, que depositemos nuestras piedras al suelo y miremos hacia el cielo.
Durante toda la celebración, la música jugó un papel esencial, envolviendo el templo en una atmósfera de belleza y recogimiento. La encargada de tal delicado ministerio fue la paduleña María del Pilar García Morillas, Profesora de Música, quien interpretó al órgano una cuidada selección de piezas sacras que dotaron al acto de una solemnidad digna de los mejores días del calendario litúrgico.
El órgano de tubos, que acompañó la liturgia con su voz profunda y majestuosa, es una joya del patrimonio parroquial, donado por el Conde de la Villa de Padul y construido por el organero alemán Pedro Ghys Guillemín a principios del siglo XX.
Su restauración, realizada hace pocos años, fue costeada con generosidad por el actual Conde de Padul, quien así prolongó la historia viva de este instrumento, cuyas notas siguen resonando entre las bóvedas y los siglos.
Al finalizar el acto, y tras la bendición impartida por Don Carlos, los presentes abandonamos el templo con una serena sensación de consuelo y esperanza.
En el rostro de muchos se adivinaba ese “algo” que solo la liturgia bien celebrada y la Palabra bien proclamada pueden dejar en el alma: la certeza de que Dios no nos juzga por lo que fuimos, sino por lo que anhelamos ser.
Como hermano cofundador de esta Hermandad que tantas alegrías y desvelos me ha dado, y como director de este humilde espacio cofrade que es Padul Cofrade, solo me queda dar gracias.
Gracias por el regalo de la fe compartida, por el calor de un pueblo que reza con el corazón abierto, y por una Semana Santa que no se improvisa ni se aprende: se vive desde dentro, con la mirada puesta en Cristo y los pies bien plantados en la tierra de nuestros mayores.
Porque en Padul, cada Triduo no es una cita más: es un reencuentro con lo esencial.