La vida entera a los pies del Señor, entre sudor, fe y herencia espiritual
Por Joaquín Carnero
Colaborador cultural – Padul Cofrade
Osuna (Sevilla), 6 de septiembre de 2025
A veces un trozo de arpillera puede guardar más historia que un libro. El costal de mi tío Juan, arrugado y con olor a sudor viejo, es para mí un relicario. Cada mancha de albero, cada desgarrón de aquel trapo, encierra una historia de fe sencilla, de esas que no aparecen en los libros, pero que han sostenido durante décadas el paso de Cristo por las calles de mi pueblo.
Bajo el paso, donde el mundo se calla
Mi tío Juan no fue hombre de letras ni de discursos. Su púlpito fue el trabajadero y su oración, el crujido de la madera sobre sus hombros. “Debajo del paso se reza más que en misa”, solía decirme con la voz ronca mientras, sentado en el poyete de su casa, aireaba el costal y le quitaba el polvo del último ensayo.
Había aprendido el oficio de costalero de su padre, y este del suyo. En el pueblo, los hombres no eran costaleros por moda, sino por promesa, por oficio de fe. Mi tío llevaba al Señor de la Columna desde que cumplió los dieciocho años, y nunca dejó un relevo vacío. Lo hacía lloviera o tronara, incluso el año en que le fallaban las rodillas y se apoyaba en un bastón hasta el mismo Jueves Santo.
El costal como bandera de vida
Decía mi abuela que el costal no se lavaba nunca, porque el olor del sudor era “olor a gloria”. En casa se guardaba colgado detrás de la puerta, como quien guarda una medalla. Para mi tío, aquel trozo de tela era su bandera: “Mientras me quepa el costal, me cabe el Señor en los hombros”, repetía.
Ese costal lo acompañó en bodas, en nacimientos, en entierros. Él mismo lo llevaba a bendecir cada Miércoles de Ceniza y lo besaba antes de metérselo en la cabeza. En los últimos años, cuando ya no podía salir, se sentaba en la plaza y lo ponía sobre las rodillas, como quien sostiene un hijo que crece en la memoria.
Herencia espiritual
Cuando mi tío Juan murió, el pueblo entero lo acompañó. El capataz pidió que el costal fuera en la parihuela, y así se hizo. Hoy lo conservo yo, doblado con mimo, y cada vez que lo saco me llega el olor de las noches de ensayo, del silencio de la madrugada y del crujido de las trabajaderas.
Mis sobrinos, que ya empiezan a ensayar, lo miran con respeto. Saben que no es un simple trapo: es un trozo de historia, de sudor compartido, de promesas cumplidas. Y cuando ellos mismos se fajen por primera vez, sentirán —como yo sentí— que no cargan solos: que mi tío Juan sigue ahí abajo, apretando los riñones, guiando los pasos.
Bibliografía
Santos, José María.Costaleros de Sevilla. Historias de Fe y Pasión. Sevilla: Editorial Castillejo, 2008.
VV.AA.El trabajo invisible: memoria oral de los costaleros de Andalucía. Diputación de Sevilla, 2015.
López, M.Liturgia y pueblo: las hermandades en la Andalucía rural. Córdoba: Almuzara, 2019.
Anexo visual
Costal de trabajo
Costaleros con sus costales de arpillera, como el que usaba mi tío Juan https://shre.ink/t1ry
Ensayo nocturno
Costaleros de Jerez ensayando por la noche tras su jornada laboral https://shre.ink/t1ri
Paso en la calle
El Cristo de la Misericordia durante su procesión por las calles de Osuna
Foto: Ignacio Govantes https://shre.ink/t1r3
El costalero
Este es mi tío Juan, el costalero al que admiro
Foto de mi colección personal
Nota del autor
Este artículo es un pequeño homenaje a todos los hombres anónimos que han llevado el peso de la fe sobre sus hombros. Escribir sobre mi tío Juan es escribir sobre tantos otros que siguen rezando, invisibles, bajo los pasos.
Apartado legal
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