El incienso que sube al cielo: historia, sentido litúrgico y simbolismo del humo sagrado
Francisco Molina Muñoz
Director de Padul Cofrade
Padul, 2 de junio de 2025
I. La estela de un aroma eterno
Pocos elementos despiertan tantos sentidos y memorias como el incienso. Basta con que un turíbulo balancee sus cadenas para que el aire se impregne de solemnidad y misterio. En el universo cofrade y litúrgico, el incienso no es un simple recurso olfativo: es símbolo, es plegaria, es presencia.
Desde la penumbra de las capillas hasta la majestad de los templos catedralicios, el humo que asciende representa mucho más que un elemento decorativo. Es una manifestación visible de lo invisible. En las procesiones de Semana Santa, se convierte en hilo conductor entre el cielo y la tierra, entre el pueblo fiel y la divinidad que camina entre ellos.
II. Raíces bíblicas y antiguas
El uso del incienso se remonta a los tiempos más antiguos de la historia sagrada. El Libro del Éxodo recoge con detalle cómo debía prepararse una mezcla aromática que, exclusivamente, se quemaría en el santuario:
“Toma especias aromáticas: estacte, uña aromática, gálbano y olíbano puro en partes iguales. Con ello harás un incienso compuesto según el arte del perfumista, bien mezclado, puro y santo” (Éx 30, 34-35).
Los templos judíos empleaban este incienso en los sacrificios y ofrendas, como acto de alabanza y purificación. En la tradición cristiana, el símbolo permanece y se profundiza. El humo que asciende se interpreta como la oración de los fieles que sube hasta Dios:
“Suba mi oración como incienso en tu presencia, el alzar de mis manos como ofrenda vespertina” (Salmo 141, 2).
Este versículo se repite en el rito de incensación de la misa, especialmente en las celebraciones solemnes, donde el humo que envuelve el altar es signo de respeto, bendición y alabanza.
III. El incienso en la liturgia
Durante la Santa Misa, el incienso se usa para honrar y santificar. Se incensa el altar –centro de la celebración eucarística–, el Evangeliario, el sacerdote, el pueblo fiel, las imágenes sagradas y los restos mortales en las exequias.
Su uso está reglado por el Misal Romano y acompañado de oraciones específicas. Por ejemplo, al echar el incienso en el incensario, el sacerdote dice en voz baja:
"Por intercesión del bienaventurado arcángel san Miguel, que está a la derecha del altar del incienso, y de todos sus elegidos, se digne el Señor bendecir este incienso y recibirlo como suave olor."
El incienso, así, no solo embellece el rito, sino que expresa visiblemente la dignidad del misterio que se celebra.
IV. El incienso en la Semana Santa: entre la calle y el templo
Durante la Semana Santa, el incienso abandona el espacio cerrado del templo para perfumar las calles. El nazareno que lo porta se convierte en portador de lo sagrado en mitad de lo cotidiano. Allí donde camina una cofradía, el incienso anticipa el paso, envuelve las imágenes, y acompaña los silencios.
El aroma que emana del turíbulo es muchas veces la primera señal de que una hermandad se aproxima. La nube de incienso precede al cortejo penitencial como si anunciara la llegada de lo santo, lo intocable, lo que va más allá del mundo. Es la presencia espiritual que, por medio de los sentidos, nos prepara para el encuentro con el Misterio.
En muchas ciudades y pueblos andaluces, el incienso se convierte en un elemento de identidad. Hay cofrades capaces de distinguir, con solo olerlo, si se trata de incienso de romero, de mirra, de incienso pontifical o de mezclas artesanales transmitidas durante generaciones.
V. Tipos de incienso y composición tradicional
Aunque popularmente se habla de “incienso” en general, lo cierto es que existen múltiples variedades. La materia base es la resina de olíbano, extraída del árbol Boswellia sacra, de África oriental y la península arábiga. A esa base se le añaden otras resinas (mirra, benjuí, gálbano) y aceites esenciales para lograr distintas fragancias.
Algunos tipos de incienso habituales en entornos cofrades son:
Pontifical: mezcla solemne, dulce y penetrante, muy usada en celebraciones de alto rango litúrgico.
Mirra: de aroma amargo y profundo, evocador de la Pasión de Cristo y el sufrimiento.
Romero eucaliptado: típicamente andaluz, con notas frescas que evocan el campo.
Nazareno: mezcla artesanal que cada hermandad elabora con esmero; suele incluir elementos de identidad como pétalos secos o esencias locales.
En algunos casos, las hermandades encargan a casas especializadas un “incienso propio”, cuyas fórmulas se guardan con celo. Su olor se convierte en parte de la memoria emocional de los fieles, y se asocia de forma inseparable a una imagen concreta.
VI. El turíbulo: historia y simbolismo del portador del humo
El turíbulo o incensario es el instrumento litúrgico donde se quema el incienso. Se compone de un recipiente metálico (normalmente de plata o latón), suspendido por cadenas, que se balancea durante la incensación.
Históricamente, su forma deriva de los pebeteros del mundo romano y bizantino. Con el paso de los siglos, el turíbulo fue adoptando diseños más elaborados, con motivos teológicos o artísticos. Algunos de los más antiguos conservados datan del siglo VI y proceden de Oriente.
En las procesiones, el turiferario –generalmente un acólito– no solo desempeña una función ceremonial: representa al oficiante, a la liturgia viva que se traslada al espacio público. Su caminar cadencioso, su gesto rítmico y la estela de humo son una coreografía sagrada. El turíbulo no solo quema incienso: marca el paso del tiempo, del silencio y del alma.
VII. Consideraciones estéticas y espirituales en las procesiones
Más allá de lo histórico y lo ritual, el incienso es también una experiencia estética profunda. Su humo blanco envuelve las imágenes, tamiza la luz de los cirios, difumina los contornos de los pasos y transforma la calle en una nave mística. El incienso no solo perfuma: viste de misterio, genera una atmósfera sobrenatural que transporta al fiel a un estado contemplativo.
En ese instante, cuando el olor embriaga, la música se desvanece y la imagen avanza entre nubes de resina ardiente, se produce una epifanía popular. La gente no está solo asistiendo a una procesión: está participando de un acto de fe que involucra todos los sentidos.
El humo se eleva y nos recuerda que nuestras oraciones, como aquel incienso bíblico, ascienden al cielo. Que el sacrificio, el silencio, el dolor o la gratitud que cada penitente lleva en su interior son ofrecidos como fragancia espiritual al Dios que habita en lo alto y camina entre nosotros.
VIII. Bibliografía y fuentes consultadas
Para la elaboración de este artículo se han consultado fuentes litúrgicas, patrísticas y estudios históricos, entre ellas:
Pontificale Romanum. Edición latina oficial del rito romano. Libreria Editrice Vaticana.
Catecismo de la Iglesia Católica (1992), nn. 1154–1162.
La Liturgia en la Historia. Juan José Gallego Salvadores, ed. San Pablo, 2008.
Historia del incienso en la Antigüedad. J. Navarro, Revista de Estudios Históricos, Universidad de Sevilla, 1997.
El sentido del incienso en la liturgia cristiana. Fernando Crovetto, Universidad Católica Argentina, 2005.
Testimonios orales y documentación de hermandades andaluzas, recopilados por el equipo de Padul Cofrade.
Nota del autor
El presente artículo ha sido redactado por Francisco Molina Muñoz, Director de Padul Cofrade, con el propósito de profundizar en los elementos litúrgicos y simbólicos que configuran el alma de nuestras estaciones de penitencia.
La investigación y redacción han sido elaboradas con el máximo rigor documental, cuidando la fidelidad a la tradición de la Iglesia y el sentir cofrade de nuestros pueblos.
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