La Cruz de Mayo: Flor y signo de nuestra redención
Francisco Molina Muñoz
Director de Padul Cofrade
Padul, 1 de mayo de 2025
I. Raíces de una devoción milenaria
La veneración de la Santa Cruz durante el mes de mayo no es un capricho estacional ni una costumbre superficial; es uno de los testimonios más antiguos y profundos de la piedad popular cristiana, una floración de fe que hunde sus raíces en los orígenes mismos del cristianismo.
Su origen se remonta al año 326 d.C., cuando, según la tradición cristiana recogida por autores como Rufino de Aquilea y Sozomeno, la emperatriz Santa Elena, madre del emperador Constantino el Grande, emprendió una peregrinación a Tierra Santa con la intención de hallar los vestigios de la Pasión de Cristo. Guiada por revelaciones piadosas y por la voluntad del emperador de dignificar los lugares santos tras la victoria sobre el paganismo en el Edicto de Milán (313), Santa Elena descubrió en el Gólgota tres cruces enterradas.
Cuenta la leyenda —recogida también por el historiador Eusebio de Cesarea en su Vita Constantini— que, para discernir cuál de las tres era la Vera Cruz, se acercaron a una mujer moribunda. Tras tocarla con las tres cruces sucesivamente, solo una de ellas obró el milagro de su curación: la Cruz de Cristo. Aquel hallazgo marcó un antes y un después. Se erigió en el lugar una basílica —el Santo Sepulcro— y la Cruz se convirtió en centro de culto, peregrinación y devoción.
Durante siglos, la Iglesia celebró esta efeméride el 3 de mayo bajo el nombre litúrgico de Inventio Sanctae Crucis, o Invención de la Santa Cruz. Esta celebración fue especialmente promovida por la liturgia hispánica y se mantuvo en vigor hasta la reforma del calendario litúrgico romano en 1960, cuando el Papa Juan XXIII la suprimió del calendario universal, quedando únicamente la festividad del 14 de septiembre, Exaltación de la Santa Cruz, que conmemora la recuperación de la reliquia tras haber sido robada por el rey persa Cosroes II en el siglo VII y devuelta a Jerusalén por el emperador bizantino Heraclio en el año 628.
Sin embargo, pese a los cambios litúrgicos, el pueblo cristiano no olvidó. Especialmente en España y América, el mes de mayo se siguió consagrando a la Cruz, símbolo del misterio pascual, del dolor redentor y de la victoria sobre la muerte. En muchos rincones, incluido nuestro querido Padul, mayo sigue siendo tiempo de cruz: de flores, de rezos, de cante, de belleza que brota desde la fe más honda.
II. España: Jardín de Cruces y Tradiciones
La Cruz de Mayo no ha germinado de igual forma en todos los rincones de España, pero sí ha mantenido un mismo tronco espiritual: la exaltación del madero santo como fuente de redención y germen de esperanza. Desde el sur florido hasta el norte montañoso, desde las islas volcánicas hasta los campos mesetarios, la cruz se levanta como altar de primavera, testigo de la fe popular.
Andalucía: Devoción entre flores y cantes
Si hay una región donde la Cruz de Mayo ha alcanzado cotas de arte, fervor y belleza sin igual, esa es Andalucía. En provincias como Córdoba, Granada, Jaén y Sevilla, la fiesta se vive con una mezcla singular de liturgia y folclore, catequesis y convivencia.
Córdoba: Altares en flor y arte popular
En Córdoba, la tradición de las Cruces de Mayo se documenta desde el siglo XVIII, pero es en el siglo XX cuando toma la forma con la que hoy se la conoce. Las plazas, patios y calles se transforman en auténticos escenarios de arte efímero donde la cruz —engalanada con mantones de Manila, cerámica vidriada, claveles rojos y blancos, y elementos típicos como el botijo o el perol— se convierte en el centro de una liturgia estética.
Las peñas y hermandades compiten en concursos organizados por el Ayuntamiento, buscando el equilibrio entre la ornamentación y la autenticidad. El poeta cordobés Ricardo Molina lo expresó así: “La cruz se alza en flor como si la primavera entera se hubiera arrodillado ante el Gólgota”. Y es que allí, entre cánticos y vino, bullicio y devoción, la cruz reina con majestad humilde.
Granada: La cruz en el corazón del Albaicín
En Granada, la fiesta hunde sus raíces en la tradición morisca reconvertida tras la Reconquista. Las plazas del Albaicín, el Realejo o el Zaidín acogen cruces adornadas con esmero, donde no falta la manzana con las tijeras, símbolo de la vigilancia del alma; los cántaros de barro, la cal y los farolillos, los mantones y las guitarras.
La ciudad se convierte en un tapiz devocional donde las cruces públicas conviven con las familiares, con procesiones infantiles como la del Realejo, donde los niños acompañan la cruz como si de un paso procesional se tratara. En palabras del historiador Ángel Ganivet, “en Granada, la cruz no se adora, se vive”.
Sevilla: Catequesis de barrio
Aunque en Sevilla la fiesta tuvo en siglos pasados mayor esplendor público, hoy pervive con fuerza en el ámbito de las hermandades, especialmente entre los más jóvenes. La popular "Cruz de los niños" del barrio del Cerro del Águila, organizada por la Hermandad del mismo nombre, se convierte cada año en una verdadera catequesis en movimiento, con cortejo, costaleros y música, enseñando a los pequeños el sentido profundo de la cruz.
III. Otras Regiones de España: Tradiciones Vivas
Extremadura: Cruces en flor entre encinas y dehesas
En Extremadura, la Cruz de Mayo se manifiesta con singular fuerza en localidades como Feria (Badajoz), donde el día 3 de mayo se celebran las Fiestas de la Santa Cruz, declaradas de Interés Turístico Nacional. Allí, la cruz no es solo ornamento, sino protagonista de una celebración ancestral que mezcla elementos religiosos con antiguos rituales agrícolas, simbolizando la fertilidad de la tierra y la protección divina frente a las inclemencias del tiempo.
Los vecinos del pueblo compiten por levantar la cruz más esplendorosa, entre petardos, músicas populares y danzas tradicionales. Es un ejemplo vivo de cómo la Cruz de Cristo se ha encarnado en las raíces de la vida rural.
Castilla-La Mancha: Cruces, romerías y ‘mayos’
En localidades manchegas como Pedro Muñoz (Ciudad Real) o Villanueva de los Infantes (Campo de Montiel), la celebración de las cruces se acompaña del canto de los mayos, coplas populares dedicadas a la Virgen y a la Cruz, entonadas por rondallas o grupos de jóvenes por las calles durante la madrugada del 30 de abril al 1 de mayo.
En estas tierras, la cruz se cubre de flores silvestres, espigas y lazos rojos, y se instala en casas, plazas o ermitas, acompañada de velas, guitarras y comida compartida. Es una fiesta de primavera que, sin renunciar a lo festivo, mantiene un fuerte sentido devocional.
Levante: Cruces marineras
En la costa levantina, especialmente en Alicante y Murcia, la Cruz de Mayo adopta también un cariz marinero. En la pedanía murciana de Los Ramos, por ejemplo, la cruz se engalana con redes, conchas, corales y anclas, como invocación protectora frente a las tormentas y símbolo de fe en la Resurrección.
En algunas localidades, como Callosa de Segura (Alicante), se celebran procesiones de la Cruz que recorren las calles con danzas y fuegos artificiales. La devoción se entremezcla con el colorido festivo, sin perder su hondura cristiana.
Norte peninsular: Simbología y discreción
Aunque con menor despliegue que en el sur, también en Galicia, Asturias o el País Vasco se encuentran celebraciones en torno a la Cruz, muchas veces ligadas a las romerías de mayo. En Galicia, la "Festa da Cruz" se celebra en lugares como Ribadavia (Ourense), donde se alzan cruces en procesión acompañadas por danzas ancestrales y gaitas.
Aquí, el simbolismo de la cruz suele asociarse a la protección de los campos y el ganado, en un lenguaje más rural y sobrio, pero igualmente profundo. La cruz es el signo que bendice los caminos, protege a los viajeros y fecunda los sembrados.
IV. Más Allá del Mar: La Cruz de Mayo en América y Asia
La expansión de la devoción a la Santa Cruz a tierras americanas fue uno de los frutos del mestizaje cultural y religioso que acompañó a la evangelización del Nuevo Mundo. Misioneros franciscanos, dominicos y jesuitas llevaron consigo la cruz como estandarte de redención y símbolo de unidad entre pueblos.
América Latina: La Cruz como puente de culturas
México: Las cruces floridas y el sincretismo
En México, la Cruz de Mayo ha adquirido una dimensión rica y sincrética, especialmente en los estados de Oaxaca, Puebla y Chiapas. En muchos casos, las cruces se visten con flores autóctonas como el cempasúchil, y se colocan en las casas, cerros y entradas de los pueblos, acompañadas de rezos y danzas indígenas.
En algunos pueblos, como en Santa Cruz Xoxocotlán (Oaxaca), las festividades incluyen altares, procesiones y bailes tradicionales como la danza de la pluma, en una clara fusión entre la espiritualidad cristiana y la cosmovisión mesoamericana. La cruz, en este contexto, es símbolo de la reconciliación entre culturas.
Perú y Bolivia: La cruz de los cerros
En los Andes peruanos y bolivianos, la Cruz de Mayo se celebra subiendo cruces a los cerros, donde se ofrecen ofrendas (llamadas apachetas) compuestas de flores, velas y alimentos. Estas cruces son consideradas guardianas de los pueblos y sus campos. A menudo, los cargadores de la cruz realizan promesas de fe, y las imágenes reciben danzas como la diablada o la tinku, en una explosión de color y espiritualidad.
Filipinas: La Santacruzan
En Asia, la Cruz de Mayo llegó a Filipinas, donde la tradición adquirió una forma única conocida como Santacruzan. Esta procesión, que se celebra en todo el archipiélago, especialmente en Manila y Quezon City, rememora la búsqueda de Santa Elena con un desfile de jóvenes vestidas como reinas bíblicas y santas, portando símbolos cristianos.
La Reyna Elena —representada por una joven con corona que lleva una cruz en las manos— cierra la procesión acompañada por un niño que representa al emperador Constantino. Es una representación catequética y estética que mantiene viva la historia de la cruz en el imaginario del pueblo filipino.
V. Padul: Flor de Cruz en el Valle
En Padul, tierra de olivares y cantares, la Cruz de Mayo ha sido, desde antiguo, una expresión sencilla pero sentida de devoción. No ha tenido quizás el despliegue ornamental de otras localidades, pero sí ha mantenido viva su llama entre las hermandades, los barrios y las familias.
Hasta hace pocas décadas, era común ver pequeñas cruces levantadas en patios, casas y solares. Niños y jóvenes confeccionaban sus propias cruces con maderas y flores del campo.
Hoy, aunque con menos frecuencia, la cruz sigue floreciendo en mayo en algunos hogares y colegios. La Cruz de los niños se ha recuperado en alguna ocasión gracias al impulso catequético, y aún resuena en la memoria de muchos mayores la estampa de aquellas cruces con claveles blancos, mantones y farolillos, donde la fe se tejía con la inocencia.
VI. Simbología de las Cruces: Un lenguaje de fe y tradición
Las Cruces de Mayo, más allá de su evidente hermosura estética, encierran un rico lenguaje simbólico donde cada elemento decorativo tiene un sentido profundo:
La cruz en sí misma es el árbol de la vida, signo de redención y de victoria sobre la muerte. En muchas celebraciones se erige como centro del mundo, tal como lo indica la liturgia: “Nosotros adoramos tu cruz, Señor”.
Las flores simbolizan la vida nueva que brota de la Resurrección. Los claveles, rosas, lilas, espigas o jazmines expresan la victoria de Cristo sobre el pecado, y son ofrenda de los fieles.
La manzana con tijeras clavadas representa el pecado original (la manzana) vencido por la cruz (las tijeras en forma de cruz). En muchos pueblos se coloca en la base del árbol sagrado como imagen catequética.
El mantón de Manila y otras telas finas evocan el respeto y la realeza de Cristo. Suelen usarse para cubrir o enmarcar la cruz, como se vela a una imagen sagrada.
La cerámica, el cobre y objetos tradicionales hablan de la cultura popular que se entrelaza con la devoción, recordando que la fe se encarna en los oficios, utensilios y vida diaria del pueblo.
Las velas encendidas representan la luz de Cristo resucitado, presente en medio de su pueblo. Es común verlas flanqueando la cruz como signo de oración viva.
Los frutos, el pan y el vino aluden a la Eucaristía, fuente y culmen de la vida cristiana, y a la bendición de los campos en este tiempo de siembra y brote.
VII. La Cruz en la Liturgia y la Sagrada Escritura
La Cruz no es un mero adorno estacional: es el centro del misterio cristiano. Ya lo dijo San Pablo: “Nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos y necedad para los gentiles” (1 Cor 1, 23).
En el tiempo pascual, la Cruz adquiere su más profundo significado: no es el final de una tragedia, sino el principio de la gloriosa Resurrección. El día 3 de mayo, antiguamente fiesta litúrgica de la Invención de la Santa Cruz (su hallazgo por Santa Elena en Jerusalén), era ocasión para bendecir cruces y caminos.
Aunque la reforma del calendario romano unificó esta festividad el 14 de septiembre (Exaltación de la Santa Cruz), en muchos pueblos se ha mantenido la costumbre popular de celebrarla en mayo, especialmente entre el 1 y el 3, como signo de la primavera espiritual que brota del misterio pascual.
Textos bíblicos como el del libro de los Números (21, 4-9), donde Moisés alza la serpiente en el desierto, o el evangelio de Juan (3, 14-15), donde Jesús anuncia que será “levantado” para atraer a todos hacia sí, fundamentan esta antigua veneración a la Cruz gloriosa.
VIII. Propuesta para Padul: Hacia una Cruz viva, compartida y catequética
Desde la dirección de Padul Cofrade animamos a las hermandades, parroquia, grupos escolares y vecinales a recuperar y revitalizar la tradición de las Cruces de Mayo con sentido cristiano, belleza y participación:
Hermandades y cofradías: montar pequeñas cruces en sus sedes o casas de hermandad, abiertas a la visita de los fieles durante el primer fin de semana de mayo.
Parroquia: organizar una bendición de cruces familiares el domingo anterior o posterior al 3 de mayo, acompañada de oraciones y cantos pascuales.
Colegios y catequesis: promover el concurso de cruces infantiles, elaboradas con materiales reciclados o flores del entorno, y acompañadas de una explicación simbólica.
Asociaciones culturales y vecinales: engalanar rincones del pueblo con cruces artísticas que combinen lo tradicional con lo contemporáneo, siempre respetando el carácter sagrado del símbolo.
Itinerarios devocionales: establecer una Ruta de las Cruces de Padul, al estilo de un vía lucis pascual, con paradas en cada cruz y textos bíblicos que conecten fe, cultura y paisaje.
IX. Conclusión: La Cruz florece donde hay fe
La Cruz de Mayo no es una simple reliquia del pasado ni una excusa para engalanar rincones. Es el signo eterno del amor de Dios, abierto como los brazos de Cristo para abrazar a todos. Donde hay una cruz, hay una promesa: “Yo estaré con vosotros todos los días” (Mt 28, 20). Por eso florece cada mayo, porque no está seca ni vencida, sino viva y fértil como la fe de nuestro pueblo.
El manuscrito original ha sido revisado, corregido y editado por Francisco Molina Muñoz para su publicación en la web de Padul Cofrade.
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