La infancia que entra en la Semana Santa con una palma en la mano
Francisco Molina Muñoz
Director de Padul Cofrade
Padul, 25 de julio de 2025
La palma no pesa, pero sostiene una herencia
No brilla como la plata ni suena como una marcha, pero en las manos de un niño abre, cada Domingo de Ramos, las puertas de una historia sagrada que se repite sin envejecer.
Hay escenas que forman parte del alma colectiva de un pueblo creyente. Una de ellas es la imagen de un niño vestido de hebreo, con la túnica aún grande, con el rostro encendido por la novedad, sujetando con fuerza una palma mientras avanza entre tramos que huelen a incienso y a ramos bendecidos. En esa escena, que se repite cada año en nuestras calles, se encierra mucho más que una costumbre: es un acto de transmisión. Es la fe que se hereda sin imposiciones, desde el amor y el ejemplo. Es el Evangelio que se encarna en un gesto, en un olor, en un color, en una mano pequeña que aprende a saludar al Señor que viene.
El Domingo de Ramos: la liturgia que habla con ternura
Decía Benedicto XVI en su Jesús de Nazaret que la entrada de Cristo en Jerusalén es una “declaración de humildad mesiánica”: un Rey que no conquista con armas, sino con mansedumbre. Y los primeros en reconocer esa realeza no fueron los sabios ni los doctos, sino los niños. Lo recuerda el Evangelio:
“Y viendo los principales sacerdotes y los escribas las maravillas que hacía, y a los niños aclamando en el templo y diciendo: ‘¡Hosanna al Hijo de David!’, se indignaron.” (Mateo 21,15)
Ellos, los pequeños, los puros, los que aún no han aprendido a disfrazar el corazón. Son ellos quienes —sin discursos ni razonamientos— comprenden con el alma que ese hombre sobre un pollino es portador de algo eterno.
Y quizá por eso el Domingo de Ramos es el día más luminoso de nuestra liturgia cofrade. Porque entra el Señor, sí. Pero también entra la infancia. No como espectadora, sino como protagonista.
Aprender el amor con una palma
En la Hermandad de Nuestro Padre Jesús de la Victoria y Nuestra Señora del Valle, La Borriquilla de Padul, este milagro cotidiano ocurre cada año con renovada belleza. Decenas de niños y niñas se visten de hebreos para abrir el cortejo, entre palmas trenzadas, ramos de olivo y túnicas color tierra. La hermandad cuida con esmero su participación: desde el reparto de hábitos hasta la organización del cortejo infantil, pasando por la formación litúrgica de los pequeños monaguillos y acólitos que caminan junto al paso.
Algunos apenas comprenden el significado profundo de lo que hacen. Pero no importa: están aprendiendo con el cuerpo lo que el alma irá entendiendo con los años. Aprenden el ritmo de la fe, la solemnidad de lo sagrado, el calor de una hermandad que les acoge como herederos del futuro.
Niños hebreos ataviados con túnicas y cordones, portando ramas de olivo y palmas, participan con devoción
en la procesión de La Borriquilla por las calles de Padul, encarnando la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Foto: Manuel Villena Santiago. Domingo de Ramos 2013.
Niños hebreos, acólitos y nazarenos
Cada niño encuentra su lugar en esta jornada especial. Los niños hebreos recuerdan al pueblo sencillo que salió a recibir a Cristo en Jerusalén. Su imagen, tan tierna como simbólica, nos conecta con la alegría primera de reconocer al Salvador que llega.
Los acólitos —a menudo iniciados como monaguillos en la parroquia— acompañan el paso con dalmáticas ajustadas, vinajeras, incensarios y navetas. Aprenden a servir, a esperar, a mirar al Señor desde cerca. En ellos se educa el respeto por el culto y la belleza del rito.
El papel de nos niños en el cortejo procesional.
Todos están al cuidado de la "pavera" .
También hay pequeños nazarenos, con túnicas que les rozan el suelo, con cirios más altos que sus hombros. Algunos caminan con la timidez de quien estrena vocación. Otros se emocionan cuando encuentran entre el público a su madre, su abuela, su catequista. Todos ellos están dando sus primeros pasos no solo en una estación de penitencia, sino en un modo de estar en la Iglesia: desde la entrega, desde la sencillez, desde la luz.
Los “paveros”: custodios del alma infantil
A menudo pasan desapercibidos, pero sin ellos nada sería posible. Son los llamados paveros o paveras —término que viene de la comparación con quienes guían un grupo de pavitos—, responsables de mantener el orden, proteger a los más pequeños y garantizar que todo fluya con seguridad y armonía. Su labor es discreta pero vital. Algunos son padres o madres voluntarios, otros hermanos veteranos con vocación de servicio.
Van atentos al cansancio, al frío, al llanto inesperado, a la necesidad de un caramelo o un gesto de consuelo. Son educadores de la ternura cofrade. Y su tarea no es solo logística: es profundamente espiritual. Porque están sosteniendo con cariño el comienzo de una historia que puede durar toda una vida.
La fe que se hereda por dentro
No es casual que muchos cofrades adultos recuerden con emoción su primer Domingo de Ramos. Esa palma que aún conservan seca en un rincón. Esa túnica que les cosió su abuela. Ese momento en que se sintieron parte de algo más grande. La infancia cofrade no se olvida porque toca lo sagrado desde lo más humano.
Lo decía José María Javierre:
“La infancia es el lugar donde Dios habla sin ruido. Donde la fe se siembra sin argumentos, con la música callada de lo eterno.”
Educar en la fe no es dar respuestas, sino provocar preguntas. Y en la procesión del Domingo de Ramos hay muchas preguntas encendidas en los ojos de los niños: ¿quién es ese que va sobre un burro? ¿Por qué todos lo aplauden? ¿Por qué lloran algunos al verlo pasar? Las respuestas no llegan siempre ese día. Pero sí llega algo más importante: la certeza de que allí hay algo sagrado. Algo que merece ser amado.
La mirada limpia que renueva la Semana Santa
Quienes tenemos el privilegio de mirar desde la responsabilidad institucional la vida de nuestras hermandades, sabemos que no hay inversión más fecunda que cuidar la infancia. No para garantizar relevos o asegurar números, sino porque en ellos habita la autenticidad. Ellos son los que aún no han aprendido a fingir. Los que cantan sin miedo. Los que rezan con la naturalidad del que confía.
En un mundo que a veces se burla de lo religioso o lo reduce a estética vacía, ver a un niño entrar en la Semana Santa con una palma en la mano es un signo de contradicción. Es un gesto de belleza y esperanza. Es un recordatorio de que la fe se hereda, sí, pero sobre todo se contagia. Y que una hermandad que sabe cuidar a sus niños está cuidando el alma de su propia historia.
Bibliografía
Benedicto XVI. La infancia de Jesús. Ed. Planeta, 2012.
Javierre, José María. La infancia de la fe. Madrid: Palabra, 1998.
Mateo 21,15. Biblia de Jerusalén.
Pablo d’Ors. Biografía del silencio. Ed. Siruela, 2012.
Entrevistas a responsables de la Hermandad de la Borriquilla de Padul (archivadas en Padul Cofrade, 2022–2024).
Nota del autor
Este artículo ha sido redactado desde el amor, la admiración y el respeto por el arte sacro que, durante siglos, ha iluminado la fe del pueblo andaluz. Cada pieza de orfebrería es un acto de fe transformado en materia, un Evangelio tallado en plata.
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