En nuestro querido Lanjarón, la tradición cofrade se vive con una intensidad particular, marcada por la singularidad de nuestras hermandades y cofradías. A pesar de la aparente escasez de actos y la reducida participación, el fervor late en cada uno de nosotros. A menudo, nos enfrascamos en debates sobre las diferencias entre nuestras hermandades, olvidando la esencia que nos une: nuestro amor compartido por Jesús y María. Cada día que pasa, crece mi gratitud hacia la educación que recibí en el seno de una familia fundadora de una hermandad. Me enseñaron a amar a Jesús y María por encima de cualquier advocación, a encontrar la unidad en nuestra fe compartida. En estos tiempos difíciles, donde la amistad a veces flaquea, valoro aún más esta herencia invaluable. Anhelo el día en que podamos dejar de lado las diferencias y celebrar nuestra fe en comunidad, unidos como hermanos en Cristo. Que la esencia de nuestra Semana Santa no se pierda en disputas vanas, sino que brille con la luz del amor fraterno.