Exaltación
a la Santísima Virgen
Hermandad de la Purísima Concepción y Santísimo
Cristo del Zapato
Iglesia Parroquial de la Purísima Concepción
de Talará
Don Carlos Feixas Cañizares
22 de abril de 2018
A ti que vences el mal
con el sí de tu obediencia,
te ofrezco mi corazón
que hoy convierte hace pregón
ante la grey talareña.
Mira con ojos
de madre
a este hijo que te busca.
Dame la palabra justa
y aliéntame a cada instante.
Pues tuya es
mi voz y mi ser.
Tuyas son estas palabras.
Tuyo este canto de amor,
que hoy, aquí, se hace clamor
al llamarte Inmaculada.
Señora
he aquí tu pueblo
que con flores viene a honrarte,
a implorarte tu consuelo,
a hacerte su baluarte.
No desoigas
hoy su voz
ni les quites tu mirada
a los que con fervor te llaman
De este valle, soberana.
Estimado D. Javier, querida Hermandad
de la Purísima, cofrades de otras corporaciones,
hermanos, amigos, querido pueblo de Talará.
Hoy me presento ante vosotros con el hondo
y comprometido honor de exaltar con mis pobres palabras
uno de los más grandes dogmas de nuestra fe. Y lo
hago con la enorme responsabilidad de hablar de la Inmaculada
Concepción ante el pueblo de Talará que tiene
por Madre y Maestra la bienaventurada Virgen María
en su advocación de la Purísima Concepción.
Si mis primeras palabras han sido para
poner esta humilde exaltación en las manos de María,
permitidme ahora que las segundas sean para dirigirme a
vosotros a quienes ruego un juicio magnánimo cuando
dejen de resonar estas palabras y llegue momento de hacer
balance de estas letras.
Corría el año 1854 cuando
el más dulce de los Romanos Pontífices, el
Papa Pio Nono, refrendaba mediante la bula “Ineffabilis
Deus” este sentir que el pueblo Cristiano había
manifestado desde antiguo y de muy variadas formas. Que
María fue concebida sin pecado original o como reza
el lema de la granadina Abadía del Sacromonte que
“A María No Toco el Pecado Primero”.
Un revestimiento de oficialidad que nosotros
los españoles y más concretamente los andaluces
no hemos necesitado nunca para venerar a María como
la Llena de Gracia. No en vano muchos siglos antes de que
la Iglesia reconociera el Dogma de la Inmaculada Concepción
el Rey Godo Wamba ya ponía su labor en las prodigiosas
manos de la niña de Nazaret. Fue el primero del que
se tiene constancia oficial pero no el único. Fernando
Tercero el Santo se encomendó a ella para conquistar
Sevilla. Jaime I el conquistador hizo lo propio para hacerse
con Valencia. El mismo Carlos V la tomó como patrona
y Felipe II continuó con esta devoción que
se extendió por medio mundo.
Tanto es así que hoy en día
la Inmaculada Concepción es patrona de España,
Portugal, Salvador, Filipinas, Panamá e incluso lugares
tan exóticos como Japón o Corea del Sur.
¿Qué
tiene esta doncella
que todo el mundo la mira?
¿ Qué guarda en esa mirada
que esconde en esa sonrisa?
Hasta los reyes
del mundo
hablan de ti maravillas
y te adjudican victorias
y se hincan de rodillas
para pedirte consejo
y para ofrecerte sus vidas.
Al rey que
llamaron Santo
tú le entregaste Sevilla
y conquistaste Valencia
Y Expulsaste a la morisma.
y te llevaste la Cruz
desde América a las Indias.
¿Qué
tiene esta doncella
Que todo el mundo la mira?
Aún recuerdo la primera vez que
te vi. Javier, al que como sabéis nos une una gran
amistad previa a su sacerdocio, acababa de ser ordenado
y había recibido el nombramiento como párroco
del seis pueblos en el Valle de Lecrín.
Tras su primera toma de contacto le pregunte
qué tal por sus pueblos. A lo que él, conocedor
de mis gustos y mi pasión por el arte sacro me respondió
haciéndome un recorrido imaginario por los diferentes
templos a su cargo. Un recorrido en el que mencionó
una bella imagen la Inmaculada Concepción que se
veneraba en Talará.
Tras aquella charla, llego el momento de
verla cara a cara. Fue una tarde, ya había oscurecido
y el interior de la iglesia estaba cubierto por la oscuridad
que en la que se dibujaban múltiples sombras y algunas
siluetas. A mucha gente le da miedo quedarse a oscuras en
el templo pero a mí en cambio me transmite una sensación
de paz.
Como digo la iglesia estaba a oscuras y
en el altar solo brillaba la lámpara roja que anuncia
la presencia de Cristo vivo y real en el Sagrario. Todo
estaba en silencio y en el aire se percibía ese aroma
tan particular que siempre tienen las iglesias. Una mezcla
de flores, incienso, cera…
Javier se acercó al presbiterio,
accedió a la Sacristía y al instante las luces
interiores de las hornacinas centellearon y mostraron los
preciados tesoros que custodiaban en su interior. Allí
estaba ella serena, radiante, llamándome la atención
con los gritos de su dulce silencio.
Me acerqué, porque los que me conocen
saben que no veo ni de cerca ni de lejos, y creo que fue
entonces cuando quede cautivo en la delicada prisión
que son sus manos entrelazadas. Mi mirada se perdía
en la suya buscando un rasgo un gesto que hablará
de la autoría de tan divina imagen. Y sin embargo
solo encontré silencio, dulzura y la serenidad que
transmite quien ha puesto su vida en las manos del padre.
Eres manantial
que brota
en el Valle de Lecrín.
La rosa de este Jardín
que a Muley Hacen conquistará
Novia, madre,
amiga, hermana.
Confidente y compañera.
Luz del sol
en la alborada.
Y me sobran la
autoría
los modos y las maneras.
Porque el que mira tu imagen
queda preso hasta que muera
de esa carita de niña
que florece en primavera
en la casa de Santa Ana
donde al Ángel siempre espera.
Vivimos tiempos convulsos. Convulsos en
los social, en lo económico. Tiempos difíciles
en los que todo es premura e inmediatez y en los que estamos
tan conectados con gente que puede estar a miles de kilómetros
que en muchas ocasiones nos olvidamos del que tenemos al
lado. De nuestro vecino, de nuestro hermano.
Vivimos tiempos en los que ser cristiano
no está de moda y en los que dar testimonio de nuestra
fe puede ser motivo de burlas cuando no de ataques aún
más desagradables.
Hace unos días, a través
de Facebook, para los más mayores en una página
de internet. Leía un acalorado debate en torno a
la fe. Una conversación en la que una de las partes
trataba de argumentar su fe mientras que la otra lanzaba
ataque furibundos contra Dios y la Iglesia.
Ante esto, apareció una tercera
persona que acabo con esa disputa de una manera sorprendentemente
pragmática y sencilla. Decía así: “Soy
creyente porque sé que Dios me ama. Algún
día todos moriremos y nos encontraremos cara a cara
con la verdad. Y ese día prefiero descubrir que creí
en un Dios inexistente y fui feliz, antes que lamentarme
por haber renegado de un Dios que me amaba”.
Nosotros, los que estamos aquí,
creemos que Dios nos ama, o al menos lo intuimos. Y estamos
llamados a ahondar en nuestra fe y a transmitirla. Cada
uno en su espacio, en su ambiente pero siempre valientes.
Los cofrades, y hablo ahora muy especialmente
para los miembros de la hermandad, estamos llamados a dar
testimonio de nuestra fe. Es la razón de ser de las
cofradías, dar testimonio público de nuestra
fe por las calles y plazas de nuestros pueblos y ciudades
y eso es un trabajo que dura todo el año y toda la
vida. No nos conformemos con ser horquilleros o hermanos
cofrades unos días al año. No reduzcamos nuestra
fe a mero folclore o tradición. No callemos ante
la desigualdad, la injusticia, la guerra, la miseria.
Esta medalla que muchos lleváis
o tenéis en casa es mucho más que un adorno.
Es el signo que visible y palpable de vuestro compromiso
con Ella y de Ella con vosotros. Un signo que tiene su origen
en la antigüedad y que fue adoptado por los primeros
cristianos dándole un nuevo sentido.
En la Roma antigua los esclavos carecían
de nombre y de derechos y en el escalafón social
no eran más que una propiedad que podía ser
vendida o regalada. Cada esclavo se identificaba con una
medalla en la que se incluían las señas de
su amo y su valor dependía en buena parte del nombre
de su propietario. Así nadie osaría a molestar
a un esclavo del Cesar pues sabía que tras su frágil
apariencia se encontraba un amo poderoso.
Los cristianos acogieron este simbolismo
y comenzaron a usar cruces y medallas como símbolo
de pertenencia a Cristo o a María con la firme confianza
de contar con el respaldo de un amo fiel y cumplidor.
Así esta medalla no es solo un símbolo
de pertenencia a la Hermandad. Es un símbolo de compromiso
con aquella en cuyas manos ponemos nuestra vida.
El amor a la Inmaculada Concepción
ha sido, posiblemente, una de las más bellas herencias
que los talareños y talareñas habéis
recibido de vuestros mayores. Quien ama a María nunca
se pierde ni se aparta de Jesús por eso os invito
a continuar con este bello legado de amor para que nuestros
nietos puedan seguir sintiendo en su piel el maternal beso
de la purísima.
Junto al árbol
de la Cruz
te entregó mi redentor
como mi Madre y Maestra
como mi espejo de amor
Yo te ruego
en este día
que tan celestial encargo
realices con maestría,
y que envuelvas con tu manto
a los que con alegría
bendicen tu nombre santo
Y cosen de Ave Marías
Un rosario celestial
Que te proclama bendita
Y sin mancha original.