Inmaculada Maldonado Castro
Centro Cultural Federico García Lorca
Padul, 22 de marzo de 2025
Aquella tarde, todo quedó cubierto en tinieblas, todo se llenó de oscuridad, el velo del templo se rasgó por la mitad, la tierra tembló y encomendando su Espíritu al Padre, expiró.
Aunque todo pudiera parecer el final, a pesar de haber sido vapuleado, golpeado y escarnecido, triunfó. Su muerte venció a la propia muerte.
Aquel que entró un Domingo en Jerusalén, siendo recibido entre palmas y olivos, trayendo la Victoria a su pueblo como el agua que recorre nuestro Valle.
Aquel que oraba en el huerto y terminó siendo traicionado y apresado. El que fue flagelado y castigado sin piedad. Con una corona de espinas ataviado, su cruz llegó a portar y después de tres caídas se pudo levantar.
Terminó siendo crucificado y con angustia y dolor, su Madre, María, lo asistió hasta el final de este tormento, de la mano del joven Juan, quien la acompañó y consoló en todo momento.
Por José de Arimatea y Nicodemo fue su cuerpo desclavado y de la cruz bajado. Y al tercer día de ser sepultado, resucitó. El que fue condenado por blasfemia, el que se hizo llamar El Mesías, el Hijo de Dios, triunfó.
Allí en el Calvario quedó el momento que lo convirtió en el Salvador.
Y esto fue solo el comienzo de su virtud. Porque allí en la Soledad de la Cruz, fue donde encontramos su luz.
Señor Párroco Don Carlos, Señora alcaldesa y representantes de nuestro ayuntamiento, Señor presidente y miembros de la Federación de cofradías, hermanos mayores, familiares, amigos y cofrades, bienvenidos.
Me gustaría dar las gracias por haber pensado en mí y por darme la oportunidad de exaltar la imagen del costalero en presencia de muchas compañeras y compañeros que comparten la misma pasión, esa que une a tantos en nuestro pueblo.
La Semana Santa es Padul y Padul es Semana Santa. Forma parte de la identidad de todos los paduleños, de grandes y pequeños. Desde fuera o desde dentro, cada persona vive esta semana tan especial. ¿Alguien ha visto un pueblo que lo sienta igual?
Me doy cuenta cuando trato de describir esta emoción fuera de aquí, de que la gente se queda asombrada al escuchar que doce son las hermandades que recorren nuestras calles. Hermandades que trabajan incansablemente para procesionar año tras año y contar tu historia, Señor, con todos los detalles.
Domingo de Ramos por la mañana,
no es un domingo cualquiera.
Suenan las campanas de la iglesia,
las calles se llenan de palmas y olivos.
Siento los nervios a flor de piel.
Reviso si lo tengo todo:
costal blanco, faja y zapatillas negras.
La fe siempre va conmigo
en cada cosa que vivo.
Ahí vemos al Señor
entrando en Jerusalén,
majestuoso e imponente.
Los costaleros traen su Victoria
bajo la mirada atenta e inocente
de esos pequeños hebreos
que en un futuro serán sus pies,
lo acompañarán en su caminar
y harán de este Valle
su hogar.
La tarde se tiñe de verde esperanza,
y no solo por las ramas de olivo,
sino por tu manto, Madre,
que inunda el camino.
Y me clavas tu hermosa mirada,
que con su calidez me abraza el alma.
Qué afortunada soy
de ser hoy tus pies.
Llevarte por mi pueblo
me llena de orgullo e ilusión,
como una niña el día de su Primera Comunión.
Y a pesar de que es mi primera vez,
siento el calor de mis compañeras
y la fuerza de la fe,
siento que tu amor me guía
y por eso,
no te fallaré.
Oído Valle,
a paso cortito, más “reposao”,
que nos dé tiempo a saborear
cada detalle.
Ya es Viernes Santo,
cuando todo el pueblo se congrega
pidiendo misericordia para el mundo.
Se llenan las calles de capirotes,
mantillas y costales,
el corazón encogido un año más.
Date prisa,
coge ya tu medalla,
aprieta la faja
y ponte el costal,
que ya están todos en la casa de hermandad
y el capataz está a punto de llamar.
El día grande ha llegado,
y el Señor y su Madre
nos esperan para contarle a su pueblo
por todo lo que han pasado.
Costalero,
que ese Ángel te preste sus alas
para aliviar el peso al Señor
y acercarlo un poquito más al cielo.
Que su cáliz sea vida y esperanza
y que cada rapa de tu olivo
encuentre el motivo
por el que el paso avanza.
Nunca olvides
que eres la columna que sostiene
el dolor de tu Cristo castigado.
Cubre las heridas de su cuerpo flagelado
por ese látigo ensangrentado
que Gabiarras sostiene.
Que cada costero aplaque ese azote
y cada izquierdo lo frene.
Te pido, Señor,
que alivies el peso
de todos los que cargan
con una cruz en su vida,
que los querubines que te llevaste contigo
nos ayuden a sujetarla.
Tú que conoces el dolor y la aflicción,
dales fortaleza para seguir adelante
y confiar siempre en tu palabra.
Y a aquel costalero
que en su vida caiga,
dale la fuerza para que se levante.
No una, ni dos, ni tres,
las veces que hagan falta.
Hermanos costaleros,
aprended del Señor,
que supo perdonar
a los que en su cruz lo clavaron,
envinagraron su sed
y su costado dañaron,
perdonemos nosotros
como él nos ha perdonado.
Y a ti,
mi Virgen de las Angustias,
tengo una deuda contigo,
por haber ayudado a mi Manuela
cuando necesitaba tu abrigo.
Costalera,
ten piedad
y acompaña a tu Madre en su angustia,
seamos los brazos
que cargan con su hijo derrotado,
así como la flor mustia
nos deja sus semillas como regalo.
Nicodemo,
mira el rostro del Cristo yacente
escoltado por sus soldados.
En los momentos difíciles,
mostremos arrojo y valentía,
que el buen hacer para los demás
sea siempre la guía.
Costalero,
allí se ve tumbado,
en el reflejo de su urna,
muy llena,
¡pero a la vez con gran vacío!
Porque tu alma ya no está,
porque ya se ha “ío”.
Señales de pasión
recorren tu cuerpo
y ahí te veo, solo y muerto.
La mirada de su discípulo hacia el cielo
nos indica
que allí hemos de llegar
para alcanzar la gloria,
empujemos fuerte hacia arriba,
y hagamos historia.
Arropada bajo su manto,
cada rezo tuyo
consuela a nuestra Madre amada.
Todo queda en su mirada.
El desgarro y el dolor
porque todo lo ha perdido.
Cinco son las lágrimas
que por su rostro han caído.
El sudario que recoge el último aliento
es testigo mudo de su sufrimiento.
Bien sabe mi cuadrilla
que en su esfuerzo
llevan el testimonio de la entrega,
del sacrificio hecho con ese amor
que redime nuestro dolor.
A mi Cruz,
quiero decirte algo,
hoy no te porto sobre mí,
pero esta noche,
permíteme que sea tu guía.
Cada Viernes Santo a tu vera,
creamos ese espacio tú y yo,
donde mi voz es el empuje
que mis costaleros necesitan,
déjame que pueda darte
todo lo que en mí habita.
Luz de luna,
la brisa ondea el sudario.
El silencio se rompe
por el racheo de aquellos
que te portan por primera vez.
No se siente nada más.
¿Cómo puede ser
que lo envuelvas todo con tu sencillez?
¿Cómo puede ser
que hables tanto
con esa solemnidad?
Llega el Domingo de Resurrección,
y cuando todo parece perdido,
cuando la piedra sella la tumba
y el luto cubre el lugar,
una ráfaga de luz
irrumpe en la “madrugá”.
Ya suenan las campanas de los niños
que traen la buena nueva.
Esto no ha terminado,
costalero,
porque Cristo ha vencido a la muerte,
¡Cristo ha resucitado!
20 años atrás, cada Viernes Santo, esperaba con ansia en la Calle Real a que empezara la procesión. Recuerdo ir corriendo a las Tres Cruces para ver qué paso era el siguiente en llegar, hasta que asomaba nuestro Santo Sudario y sentía que una de las noches más especiales para nuestro pueblo había terminado un año más. Mi recorrido cofrade empezó desde fuera. Durante mucho tiempo, fui espectadora y gran admiradora de la singularidad y belleza de la Semana Santa paduleña. Y ahora soy parte de ella. Ahora sé lo que hay detrás, la preparación, el esfuerzo, la dedicación, y el tiempo invertido. Esta forma de arte tiene incluso su propia lengua.
Empecé este viaje como se empieza algo por primera vez. Con nervios, ilusión y ganas de conocer más. Y me di cuenta de que la Semana Santa no entiende de edades, ya que nunca es tarde para formar parte de ella e involucrarte.
Siempre he tenido un cariño especial al Santo Sudario desde niña y me acerqué mucho más gracias a que parte de mi familia pertenece a esta Hermandad. Durante mucho tiempo acompañé a la Cruz de penitente junto a mi madre. Aún recuerdo la serenidad que sentía viéndola procesionar en el silencio de las calles donde ya no había nadie. El regreso era el momento de la procesión más especial para mí. Ahí decidí que siempre iba a acompañarla. Al tiempo empecé a implicarme más en tareas que realizaba la junta directiva. Hace ya dos años, la hermandad decidió intentar formar su propia cuadrilla de costaleros con jóvenes del pueblo. Y llegué a ser capataz sin darme apenas cuenta y sin haber sido antes costalera. Fue todo un reto para mí afrontar esa gran responsabilidad. Recuerdo el día en que me encontré delante de un grupo de jóvenes que aún no sabían ni lo que era ser costalero. Ni yo sabía lo que era ser capataz. Aprendimos juntos a hacer un costal, una buena “levantá”, a rachear, a sufrir, sentir cómo pesa el paso, a no quejarnos y seguir hacia adelante, a ser un equipo. Una auténtica cuadrilla. Ellos fueron mi inspiración. Lo que me empujó a vivir en primera persona ese sentimiento inexplicable de ser costalero. Algo que solo entiende quien lo es. Pienso que costalero no se nace, se hace.
Por eso, hoy me dirijo a mis costaleros, mi cuadrilla, mi gente, hoy mi voz no es de mando, es de gratitud. Quiero que sepáis que sois mi fuente de inspiración, que sois mi luz. Gracias por vuestro compromiso, porque no es solo esfuerzo, son vuestras ganas que empujan y ayudan a sacar esto adelante, porque los inicios siempre son difíciles, pero habéis demostrado tener la casta y el talante. Me habéis enseñado que sí, que es cierto, que si piensas que puedes, podrás.
También quiero agradecer a mi junta directiva por haber confiado en mí más que yo misma y por darme la oportunidad de ser los ojos del paso. Somos equipo, somos familia. Siempre trabajando para crecer y mejorar. Porque esto solo acaba de empezar.
Mamá, ¿quiénes son esas mujeres que caminan debajo del paso? Son mujeres que le rezan a la Virgen con los pies. Cada una de ellas es costalera. Estrella de luz infinita, raíz de la vida, fuerza bendita. Mujer valiente, con pasos firmes cambias el mundo, sigues de frente. Mujer luchadora que cargas el peso de tu devoción con sacrificio y con ilusión.
Rompes cadenas, cruzas fronteras, alzas tu voz en cada primavera.
Eres la madre que cuida, faro en la noche, esa llama siempre encendida. Eres la hija que alegra el día, cuya risa es pura armonía. Eres la hermana que siempre abraza, la amiga, la fiel compañera que tiende su mano en cada espera. Mujer que lucha, que no se rinde, que no se ausenta. La que sueña, la que con su talento conquista, mujer artista, mujer que inspira, que tejes el presente y bordas nuestra historia. Eres semilla, flor y esperanza, fuerza que nunca se apaga. Eres justicia, lucha y pasión.
Por cada batalla, por cada herida, por ser la que nos da la vida. Hoy te dedico estos versos desde la admiración, mujer eterna, mujer revolución.
Costalera, que avanzas con arte y compás, con la mirada fija, sin dar un paso atrás. Que acompañas a tu Madre con fuerza, acércate a tu hermana para su peso aliviar. Ayúdale a cargar con esos kilos de más. Bajo el costal no hay diferencias, no hay miedo ni dudas, solo promesas, solo hermandad. Costaleras de la vida, esto va por todas ellas, por todas nosotras, por las que se han ido, las que están y las que vendrán.
A mi padre y a mi madre, los “fijaores” de cada una de mis “chicotás”, gracias por darme la vida. Sois la brújula que me guía en mi caminar. De vosotros, recibí el mejor regalo: mi hermano, confidente y compañero de fatigas, gracias por estar siempre presente. Sois mi pilar fundamental, el lugar donde reír y el hombro donde llorar.
En cada “levantá”, mando al cielo una oración para los míos que ya no están. Al pasar por la Calle Real y llegar a la Plaza, me invade un sentimiento de nostalgia y añoranza.
Recuerdo de aquellos años de la infancia, tardes de juego y risas, que disfrutábamos sin prisa. Abuelo Diego, no sabes lo mucho que te anhelo, cuídame a mi Herminia desde el Cielo. Abuelito Manuel y mama Manuela, ejemplo de humildad y entrega, vuestro amor me dejó huella. Intentaré seguir siempre vuestra estela.
En forma de cruz os llevo siempre conmigo. Mi principio y fundamento, luz en mi vida, sustento y abrigo. Forjasteis mi historia y mi fe, vuestra voz es un eco que siempre tendré.
A mis tíos, Manuel y Antonio, no tuve la suerte de conoceros, pero estoy segura de que nos veremos en el Cielo. Os siento aquí en el alma. Gracias por ser mis ángeles de la guarda.
Padre Nuestro, hoy aquí debajo, en las trabajaderas, quiero hablarte y quiero que me escuches. Y aunque yo te pida, Señor, que se haga tu voluntad y no la mía.
Señor, que santificado es tu nombre.
Quiero pedirte por los abuelos, a Ti que estás en el reino de los cielos, cúralos de los dolores, no les des enfermedades y en la hora de su muerte, llévatelos sin sufrir.
Quiero pedirte por los padres, para que nunca dejen de educar a sus hijos y que lo hagan en el amor y en tu palabra.
Por los jóvenes, que alcancen sus metas, y por aquellos que han perdido la fe, para que vuelvan a encontrar el camino hacia ti.
Por los niños, los que han nacido y los que están por nacer, que puedan disfrutar de su infancia y no tengan prisa por crecer.
Quiero pedirte también por las personas que padecen una enfermedad, para que encuentren el alivio y la fuerza para continuar.
Por todas esas personas en situación de pobreza, dales el pan de cada día.
Por los que han dejado de luchar, dales la motivación que les falta y enséñales que la vida merece ser vivida.
Por los que se esfuerzan en sus estudios, en su trabajo y en su día a día.
Por los que intentan hacer del mundo un lugar mejor.
Por aquellos que incumplimos tus mandamientos, no nos dejes caer en la tentación, danos buenos hábitos, ayúdanos a cambiar y danos una razón.
También te pido, Señor, perdón porque somos muchos los que con nuestros actos te ofendemos.
Perdónanos por no seguir tu ejemplo y tu verdad.
Ayúdanos y danos siempre la fuerza en la procesión de nuestra vida, y líbranos de todo mal.
Quiero dirigirme a ese pequeño “pipotero”, al pequeño penitente y a la niña vestida de mantilla, los que recogen cera en cada esquina, al pequeño que ve la procesión desde los brazos de su abuela, los que llevan el incienso y reparten estampitas, a la pequeña monaguilla, al que no se despega de su padre en el costero, a la que imita los pasos de su madre en cada ensayo, cuidad nuestro legado. A ellos les dedico estos versos, a los que serán los futuros costaleros y seguirán por la senda del camino ya recorrido. Os toca a vosotros, compañeros, llegó vuestro momento. No importa la edad, el origen o el nombre. La Semana Santa crea hermandad. Una unión inexplicable que nace de la misma pasión, el mismo amor y la misma fe. Ser costalero es el reflejo de la propia vida.
Y cuando ese niño me diga que de mayor quiere ser costalero, le diré que costalero no es solo cargar un paso. Costalero es mucho más. Es cualquier persona que te ayuda en tu día a día, que cuida de su familia, que asiste a los necesitados y se preocupa por los demás. Es todo aquel que te hace la vida más fácil sin que te des cuenta. Son las personas que con sus actos te allanan el camino.
Y tú,
mi compañero,
nuestro maestro costalero.
Tú eres el ejemplo.
Que luchas por sacar adelante a tu hermandad
y que, de manera desinteresada,
siempre ayudas a los demás.
La persona que me guía
y me enseña algo nuevo cada día.
Quien me inculcó su pasión
y me inició en el mundo de la costalería.
Gracias por ser mi apoyo incondicional
y por enseñarme el arte de esta profesión.
Y no preguntes qué es ser costalero a quien no siente, porque aquí el que lo vive es quien lo entiende.
Siente el temblor en las manos, la fe apretada en los dientes, el susurro de los rezos escondidos bajo el costal. Siente que el mundo entero cabe en la penumbra de un faldón y que, por un instante eterno, todo lo demás deja de importar.
La voz del capataz rasga el silencio: “¡A esta es, valientes mías!”. El suelo tiembla bajo los pies, crujen las trabajaderas y el peso cae sobre el costal. Fuera, la calle se llena de suspiros. La costalera no ve, pero siente. Siente la brisa acariciando el manto y la devoción de la gente. Siente que en cada paso camina un poco hacia el Cielo.
Porque en ese momento sagrado, con el sudor cayendo y el corazón agitado, no hay cansancio ni fatiga, solo el privilegio de ser los pies de nuestro Señor, que por nosotros todo lo dio.
Ser costalera es oficio, tradición y herencia. Ser costalera es entrega. Es un nudo en la garganta, nervios y emoción “contenía”. Es cerrar los ojos y sentir que el tiempo se detiene en un instante. Es la calle estrecha y el murmullo de fuera, es el trabajo que en cada “revirá” hace la patera. Es compañerismo y hermandad. Es la saeta que rompe el silencio y la lágrima furtiva que se escapa sin quererlo. Es el latido de nuestro corazón, la piel erizada, la certeza de estar viviendo algo eterno.
Costalera, escucha esta “llamá”, porque esta “levantá” va por todos aquellos compañeros que nos enseñaron el valor de este oficio y que ya no están. Los que están junto al Señor y cada Viernes Santo nos acompañan en nuestra devoción.
Hoy nosotros estamos aquí, pero mañana serán otros los que tomen nuestro relevo. Así que te pido, compañero, que siempre muestres respeto por la tradición y por este oficio, que es un arte y un legado, es entrega y sacrificio. Que cada paso sea una ofrenda de fe y amor por tu Señor. Porque ser costalero es reflejo de hermandad y unión.
La gente debe ser consciente de que lo que es ser costalero, y llevar peso es una de las consecuencias de serlo. En la costalería no hay lugar para la queja, el costalero debe tener en su cabeza que hay que llevar kilos, sean cuales sean las circunstancias. Habrá momentos en los que la calle te haga apretar los dientes, habrá momentos donde sientas que no puedes más y otros en los que vayas más aliviado. Te dolerán las piernas, sentirás que los brazos te hormiguean y, a pesar de todo ese sufrimiento, a pesar de ese dolor fugaz, en ese esfuerzo, ahí, ahí está el motivo por el que eres costalera. Ahí es donde todo cobra sentido.
Y ahora te pregunto, costalero, ¿cuál es la verdadera razón? ¿Por qué te esfuerzas? ¿Por ser uno más en esto? ¿Por tus creencias? ¿Por tus promesas? ¿Por tus súplicas?
Costalero, ¿acaso has olvidado que lo más importante es lo que portas sobre ti?
¿Hemos olvidado que esto es pasión, devoción y compromiso? En un mundo donde la protagonista es la vanidad, demostrémosle al Señor nuestra fe con humildad. Porque la devoción y la fe también pesan. Aquí entregamos nuestro esfuerzo sin buscar gloria ni reconocimiento. Nuestra labor es callada. No se llora, no se queja, espalda recta y pecho “erguío” que un hombre bajo el paso, es un hombre “bendecío”. Que no sé tú, compañero, pero yo no salgo por postureo, yo salgo por lo que creo.
Porque ser costalero es mucho más que cargar un paso, es ser parte de la historia que nunca muere. ¡Esto va por vosotros, costaleros y costaleras! ¡Por la cuadrilla que, en cada “chicotá”, sostiene la fe de su gente! ¡Que suene el llamador y se alce el paso, valientes, vámonos, siempre de frente!