III
Exaltación a Nuestro Patrono San Sebastián
Hermandad Patronal de San Sebastián de Lanjarón
Pronunció la Exaltación Don Juan Antonio Ríos
Jiménez
Ermita de San Sebastián de Lanjarón
4 de enero de 2014
Salutatio
Reverendos D.
Francisco y D. Cayetano.
Excelentísimo Señor Alcalde, Miembros de la
Corporación Municipal, Señor Hermano Mayor
y Miembros de la Junta de gobierno.
Hermanos Mayores de las distintas Cofradías y Hermandades,
queridas familias; amigos y amigas, a todos, buenas noches.
Evocatio
Rebosa ya el almendro
de su flor, anunciando las alegrías de una pronta
redención pascual, y la luz del sol tiñe de
rojo el alto cielo, del rojo de la sangre de los santos
mártires, derramada para lavar sus vestiduras en
la sangre del Cordero y poderlo alabar eternamente.
¡Oh
glorioso San Sebastián!,
A ti dirigimos hoy nuestra exaltación,
A ti que no dudaste en beber por tu amor el cáliz
de la sangre de Cristo,
A ti, qué como insigne cirineo no dejaste a Jesús
solitario camino del Calvario, venimos a venerar.
Presentatio
Fuente de fe y
de luz es la memoria de San Sebastián para nuestra
Lanjarón, puesto que de él, y de otros, aprendimos
el valor del martirio, que es el dolor de cada día,
pero también es alegría porque el cristiano
encuentra su alivio y acepta su dolor en la alegría
de servir al Señor.
Agradatio
Me gustaría
comenzar mis palabras agradeciéndole a D. José
Luis, Hermano Mayor de San Sebastián y a la Junta
de gobierno el haber depositado en mí la responsabilidad
de exaltar este año la gloria de San Sebastián,
Patrono de nuestra villa de Lanjarón, por lo cual
también os agradezco a vosotros, hoy presentes, y
a aquellos que en el pasado recibieron la protección
de Nuestro Santo Patrono, vuestra presencia y dedicación,
y para ello, me gustaría hacerlo con la siguiente
oración:
Convocatio
Santo Sebastián:
Tú combatiste hasta la muerte por ser fiel a Jesucristo,
sin temer las amenazas de los enemigos, porque tu fe estaba
cimentada sobre roca firme, y es por esto, que la muerte
estupefacta, contempla vuestra victoria, sintiéndose
vencida.
A ti imploramos,
porque usaste de tu intrépido valor forjado en la
batalla para ejercer de profeta y fuiste justo perseguido;
permite que podamos seguir tus huellas para hacer la milicia
del buen anuncio del evangelio de NuestroSeñor Jesucristo.
Amén.
Aceptatio
Amigos de Lanjarón,
de mi Lanjarón. Para mí es un auténtico
placer y un honor, cantar esta proclama. No obstante, en
confesión os digo que ha supuesto un reto, a la vez
que un honor, y por eso, desde ya, quisiera pedir perdón
si es que me dejo llevar por el mensaje que mi corazón
ansía transmitir.
Annuntatio
Dejaremos en
breve el bello período de la Navidad, y en breve,
empezaremos a prepararnos para misterios más profundos,
que desde siempre se han asociado con el inicio de la primavera,
pues bien, entre Navidad y Pascua, todo se prepara, y el
20 de Enero, celebrando la fiesta de San Sebastián,
nos preparamos, y anunciamos –cómo el almendro
con su flor- el gran martirio del Salvador.
En mi proceder,
he visto conveniente ahondar en el sentido de porqué
estamos hoy reunidos Exaltando a San Sebastián, y
porqué es nuestro Patrón, puesto que conociendo
nuestras tradiciones, podremos interpretar el presente y
preservar el futuro de nuestro patrimonio heredado:
Exaltatio
No es de extrañar,
que gran parte de Andalucía, y en especial, el antiguo
Reino de Granada, presenten cómo más habitual
patrón a San Sebastián, el Santo guerrero.
Esto se debe a
la inquebrantable fe de los Reyes Católicos, que
encomendaron las nuevas conquistas bajo su protección,
cosa habitual en territorios fronterizos, y dónde
se ve de forma más especial es en la Comarca de la
Alpujarra, dónde se produjo la famosa rebelión
de los moriscos, que tuvo que ser sofocada por Don Juan
de Austria, excelente militar y muy devoto de San Sebastián,
el cual terminó de expandir la devoción del
perfecto soldado en nuestras tierras.
De hecho, según
queda registrado en los archivos de la Parroquia, antes
de que la talla que hoy nos preside llegase al pueblo, en
la segunda mitad del siglo XVII, ya se ofrecían misas
implorando la protección de San Sebastián.
Poco después, la devoción, que fue en aumento,
propició la constitución de la hermandad y
la construcción de esta ermita, que junto con su
gemela de San Roque delimitaron los márgenes de la
antigua villa, y sacralizaron su espacio y su devenir histórico.
De hecho, fue a San Sebastián y a San Roque, que
se les invocó cuando en noviembre de 1885 entró
el cólera en el pueblo, y esto debido a la asociación
que ya desde antiguo situaba a estos santos cómo
protectores contra las epidemias, y de esto pueden dar testimonio
nuestros mayores, ¡Benditos mayores! que todavía
recuerdan las numerosas procesiones en acción de
gracias por el cólera, los terremotos y otros desastres
naturales. Pero San Sebastián, quiso mimar más
al pueblo en otras ocasiones, cómo el milagro ocurrido
cuando a la espera de la invasión de las tropas napoleónicas,
éstas se retiraron por ver en los terrenos de la
ermita un ejército incontable de combatientes, o
aquella ocasión en que logró salvarse de su
destrucción durante la Guerra Civil, gracias a la
devoción de unos hermanos. ¡Bendito San Sebastián,
tampoco en aquella ocasión quisiste abandonarnos!
Y éstos
méritos le hicieron conseguir el Patronazgo de Lanjarón
en 1804 por bula de Pio VII.
Pero dejémonos
de historias, que de poco sirven si mueren los sentimientos
y con ellos los recuerdos, y hagamos experiencias profundas,
que quedarán para siempre en nuestros corazones.
Por ello os invito a conocer a Sebastián, aquel joven,
que supo fiarse de aquel que nunca falla:
Proclamatio
Nació
en Narbona en el año 256 d. C., era un «fidelísimo
cristiano» que, sin embargo, ostentaba el cargo de
jefe de la cohorte pretoriana de Roma. Su nombre: Sebastián,
y se encontraba al servicio de los emperadores romanos Diocleciano
y Maximiano, los mismos que mandaban ejecutar a todos aquellos
que difundían la doctrina de Cristo. Aun así,
el soldado Sebastián, que era un joven generoso y
bizarro en su conducta y tan abnegado respecto de sí
mismo como solícito cuando se trataba de sus semejantes,
reunía en su persona la nobleza hermanada con la
sencillez, y la prudencia con la grandeza de alma, se había
atraído la simpatía de cuantos le trataban,
de cualquiera condición que fuesen. Nadie podía
dudar de su lealtad al emperador, pero todo el mundo sabía
que era cristiano. Sebastián no lo disimulaba. Entraba
en los subterráneos de las Catacumbas, favorecía
a sus correligionarios en la corte aprovechando los beneficios
de su cargo para ayudar y confortar a los creyentes que
los romanos apresaban para dar muerte.
Era un apóstol,
un propagandista, cuya palabra ardiente sostenía
a los que vacilaban, llevaba la luz a los que caminaban
en la duda, llenaba de valor a los que se preparaban para
luchar. No había dejado de ver la tormenta que se
avecinaba; pero, lejos de infundirle temor, aquello le enardecía
más aún, y poco a poco sentía que la
gracia del martirio iba madurando en su pecho.
Nuestro patrono
intercedió varias veces por el bienestar espiritual
de los cristianos capturados, amén de convertir a
la 'religión verdadera' a un gran número de
centuriones. Ello le supuso una denuncia por traición
al considerarse que, aun siendo escolta de los emperadores
Diocleciano y Maximiano, trabajaba clandestinamente contra
éste y los dioses del Imperio. Diocleciano, a la
postre, tuvo que ordenar su ejecución: Le condenó
a «ser llevado al campo, atado a una estaca y muerto
a flechazos». Los verdugos le dispararon hasta dejarle
«tan lleno de flechas como un erizo de púas»
y, creyendo que ya había muerto, se marcharon».
Fue cosido a flechazos, que milagrosamente no llegaron a
causarle la muerte, y malherido, lo encontró Santa
Irene, viuda del mártir San Cástulo, quien
lo llevó a su casa, dónde curó sus
múltiples heridas de las que sanó con milagrosa
rapidez. Es curioso cómo tuvo que ser Santa Irene,
cuyo nombre significa Paz, la que curó a este guerrero
de la fe de sus heridas de guerra.
Tras no fenecer
en este tormento, Sebastián se convirtió en
Confesor, que era una distinción comprada con sangre,
los confesores eran mártires que habían sobrevivido,
y con su sufrimiento demostrado la valía de su fe,
de hecho ellos eran garantes de la fe. Pero Sebastián,
una vez restablecido, se presentó de nuevo ante el
emperador para pedirle que dejara de perseguir a los cristianos.
El César romano, que creía muerto a Sebastián,
ordenó que lo apalearan hasta que constase con toda
certeza que lo habían matado, y después arrojaran
su cuerpo a la cloaca máxima de manera que los cristianos
no pudieran recuperarlo ni tributar a sus restos el culto
con que honraban a los mártires». A pesar de
las medidas preventivas del emperador, Sebastián,
tras su muerte, se apareció a Santa Lucía
para indicarle el lugar exacto donde estaba su cadáver
para que éste pudiera recibir digna sepultura. Esto
sucedió en el año 290 de la era cristiana
muriendo con la misma edad de Cristo.
Pero no será
solamente por este motivo que San Sebastián nos recuerde
a Cristo, de hecho todos los Santos lo hacen, porque se
han configurado con él, y lo han hecho estandarte
de salvación. Veamos en qué medida San Sebastián
nos conduce a Cristo:
Ambos entregaron
su vida amarrados a un madero, despojados de sus vestiduras,
con el cuerpo cubierto tan sólo por un paño
y atravesados por objetos punzantes que les produjeron sangrantes
heridas, aunque murieron a causa de la pasión de
un brutal apaleamiento, y ambos fueron recogidos por una
Santa mujer que nos recuerda a nuestra Madre la Iglesia
al acoger en su seno a los difuntos en Cristo.
No en vano dice
San Agustín de Hipona en sus sermones, que «en
la cruz se realizó un excelso trueque; allí
se liquidó toda nuestra deuda, cuando del costado
de Cristo, traspasado por la lanza del soldado manó
sangre que fue el precio de todo el mundo, [...] y la fe
de los mártires es testimonio de ello, [...] el que
reina en el cielo regía la mente y la lengua de sus
mártires, y por medio de ellos, en la tierra, vencía
al diablo, y en el cielo, coronaba a sus mártires».
Fijémonos
en nuestro Santo Patrono: La figura aparece en un estado
puramente agónico, a punto de derrumbarse. La sangre
cae de sus heridas con un fúnebre rojo oscuro. Pero
todo se concentra en el rostro, el rictus de su boca abierta,
y los ojos vueltos hacia arriba. Fijémonos en su
mirada, en esa terrible mirada que busca la visión
directa de Dios, que se eleva más allá del
horizonte y se concentran en el rostro: dolor, martirio,
éxtasis místico y delectación celeste.
En suma, una agonía santa. San Sebastián experimenta
la muerte corporal inminente en favor de otra vida. Está
en suspenso entre el mundo del cuerpo que todavía
no ha abandonado enteramente, y el mundo del espíritu,
que aún no alcanza por completo. Está empezando
a conocer a Dios directamente, es lo que solemos llamar,
la visión beatífica. El mártir, busca
más arriba, con una mirada extática, casi
alucinada, la eternidad que anuncia el mensaje evangélico.
Está reconfortado,
su sufrimiento alguien lo ha aliviado, y le ha dado las
fuerzas para poder mirar hacia el cielo, implorando perdón
por sus agresores, los cuales fueron ya redimidos en otro
madero por Jesús.
Al revés
de San Sebastián, debemos imaginarnos a los ejecutores,
compañeros suyos de la cohorte, que mantienen la
vista adherida a su tarea terrestre; y solamente la levantan
para fijar el blanco y apuntar, o la bajan para volver a
cargar los arcos. ¡Qué tristeza tener qué
desempeñar esa función, ajusticiar a un inocente!
Pero ¡Qué alivio de ver al Santo reconfortado!
Dice San Pablo
en su segunda misiva a los Corintios:
«Nos
aprietan por todos los lados pero no nos aplastan; estamos
apurados pero no desesperados; acosados, pero no abandonados;
nos derriban, pero no nos rematan; en toda ocasión
y por todas partes, llevamos en el cuerpo la muerte de
Jesús, para que también la vida de Jesús
se manifieste en nuestro cuerpo. [...] Si se destruye
este nuestro tabernáculo terreno, tenemos un sólido
edificio construido por Dios, una casa que no ha sido
levantada por mano de hombre y que tiene una duración
eterna en los cielos. [...] [Porque] lo mortal quedará
absorbido por la vida. Dios mismo nos creó para
eso y como garantía nos dio el Espíritu».
Ahora, fijémonos
en sus heridas, mirad cómo por sus orificios asaeteados
se derrama la sangre comprada por Cristo, porque si Cristo
fue su comida, y su sangre fue su bebida, contemplándolo
recibimos las gracias de su intervención comprada
bajo el crisol de la pasión. No es en vano, qué
muchas veces se represente con 5 flechazos qué nos
recuerden las 5 yagas de Cristo, tal y cómo pasó
con San Francisco de Asís.
Nuestro Patrón
se muestra inmune a las saetas que penetran en su carne,
refleja esto la fuerza que le infundió el Altísimo
para vencer la tribulación. Por otra parte, no es
en vano qué de los dos martirios que tuvo, sé
represente con mayor frecuencia el primero: la asociación
de la idea de epidemia a la de las flechas, es antigua,
por no decir ancestral, y, en la tradición cristiana,
se suponía que San Sebastián, mártir
asaeteado, intercedía por la humanidad ante las flechas
divinas e invisibles de la enfermedad.
Durante la peste
de Roma del 680 d.C. fue invocada su protección particular
y desde entonces la Iglesia Universal lo ve cómo
abogado especial contra las epidemias, y en general se le
considera un gran defensor de la Iglesia, además
de protector de arqueros, atletas y soldados.
La peste, se asimiló
a los flechazos, por su rapidez en dar muerte, como por
su distribución ciega y aleatoria, que alcanza tanto
al señor como al villano.
Este fenómeno
protector se llama fervor taumatúrgico, del cual
también gozan otros santos recuperados milagrosamente
de llagas, martirios ó epidemias cómo San
Roque, que sobrevivió a la Peste Negra. Éste
Santo, junto con la Virgen de la Candelaria, la del Rosario
y San Vicente Ferrer protegieron a nuestro pueblo de la
tribulación en varias ocasiones, cómo en las
epidemias de Cólera de 1854, o los terremotos de
1884.
Fijémonos
por último en su faldellín, banda y banderola:
El Santo viste de rojo púrpura, éste color
es quizás el más significativo para la cultura
occidental, representa la pasión, la fuerza y el
poder, en la jerarquía eclesiástica lo revisten
los Cardenales, y en la liturgia se reserva para la conmemoración
del martirio, principalmente del martirio de Jesucristo,
el cual, vino al mundo para redimirnos, y es por esto que
en estas fechas tan señaladas lo hayamos visto usado
litúrgicamente. Pero el rojo también se usa
en la celebración de la memoria de un santo mártir,
porque los mártires, con su sangre compraron este
honor, ellos han lavado sus vestiduras en la sangre del
cordero y dan testimonio de la Salvación en Cristo.
Invitatio
Cerrando este punto, me gustaría invocar a San Sebastián
cómo Santo abogado de las epidemias y plagas, porque,
ya están vencidas las epidemias de la antigüedad,
ya no existe el cólera, la lepra o la peste. En nuestros
días estamos sufriendo nuevas formas de epidemias
y de persecuciones, y a San Sebastián le debemos
pedir hoy su protección:
Pidámosle
protección frente a las plagas del siglo XXI: La
plaga del hambre, que está asolando nuestro mundo
y obligando a familias enteras a salir a la calle en busca
de un pan, por aquellas abuelas que han dejado su bienestar
y reparten sus pagas en ayuda de todos sus hijos y nietos
que están en el paro, por aquellos padres que a pesar
de ser trabajadores, hoy se ven privados de un trabajo una
casa y un bienestar, por aquellos niños, que salen
con sus padres a pedir a la calle y rebuscar entre basuras
algo que llevarse a la boca.
Pidámosle
también su intercesión por los enfermos, por
nuestros enfermos, y en especial aquellos que no puedan
pagar sus medicinas, o que están solos o aquellos
que han sido desahuciados por los médicos al sufrir
el cáncer o el sida, epidemias también de
nuestra época.
Y pidámosle
fuerza ante el combate diario, puesto que en la época
de los césares romanos, se perseguía a sangre
y espada, pero ahora, la persecución es mucho más
sutil, y se realiza con ideas y palabras, pidámosle
no caer en la relatividad, en la crisis profunda de valores
éticos, morales y cristianos que sufre nuestra sociedad,
en el sinsentido de la indiferencia ante el padecimiento
ajeno, o en la falta de caridad entre hermanos.
Y hagámoslo
todo, aclamando directamente a Dios Padre, el Dios de todo
poder y misericordia, que infundió su fuerza a San
Sebastián para que pudiera soportar el dolor del
martirio, y pelear el combate de la fe hasta derramar su
sangre:
Invocatio
Te pedimos, Padre
Eterno, que concedas a los que hoy celebramos su victoria
vivir defendidos de los engaños del enemigo bajo
tu protección amorosa y que por su intercesión
nos ayudes a sobrellevar por tu amor la adversidad, y a
caminar con valentía hacia ti, fuente de toda vida.
Esto te lo pedimos por Jesucristo, Nuestro Señor.
Amén.
Manifestatio Identitatis
Para dar conclusión
a este acto, me gustaría agradeceros vuestra cariñosa
presencia, a vosotros que sois Lanjarón, que me habéis
ofrecido la oportunidad de devolver a este pueblo con estas
palabras una pequeña parte de lo que me ha dado,
del inmenso cariño con que siempre me he sentido
acogido, de las tradiciones y pasiones que he heredado de
vosotros, del amor a San Sebastián, que es la causa
de que estemos aquí ahora.
Porque verán
ustedes; sin vuestra dedicación constante, sin vuestro
día a día, no existiría pueblo alguno
que llamar casa. Debemos sentirnos orgullosos de ser lo
que somos, porque esta tierra de norte a sur y de este a
oeste, está sobrada de belleza, de ritos, de costumbres
y de artistas, porque desde la ermita de San Roque hasta
la de San Sebastián, desde la de San Isidro hasta
el Tajo de la Cruz, reboza sentimiento, reboza una manera
diferente de amar y de entender sus propios signos de identidad
cómo lo es nuestra fiesta de San Sebastián,
y sin más demora, cantemos todos juntos el Himno
de Nuestro Patrón:
Aclamatio
Himno de San Sebastián
A ti, Oh Sebastián
glorioso,
Siempre acudimos con fervor,
A ti, oh Santo victorioso,
Te bendecimos con amor.
Ante tu altar
fervientes suplicamos,
Con ansiedad, que nos venga la paz,
Y a este tu pueblo que tanto te ama,
Recíbelo amoroso y mira con piedad.
Escúchanos,
oh Santo incomparable,
Serás siempre nuestro Patrón,
Y Lanjarón promete siempre amarte
Y bendecirte
de todo corazón. (bis)
Manifestatio Plena
Muchas
gracias, por su atención, viva Lanjarón, vivan
sus Santos Patrones, y ¡Viva San Sebastián!