Pregón
pronunciado por Don Antonio Pérez Morales
Iglesia Parroquial de Santa María la Mayor
Año 1990
Tinieblas,
dolor, muerte, soledad.
Luz,
alegría, vida, comunidad.
Semana
trágica de ayer, semana santa de hoy.
Fue
necesario, era necesario que hubiera un ayer para tener
un hoy.
Fue
necesario, era necesario un Cristo muerto, para tener un
Cristo Resucitado y Cristo resucitó, porque si Cristo
no resucitó vana es nuestra fe y nuestra fe no es
vana; nuestra fe es firme, nuestra fe es piedra como piedra
es pedro, como piedra angular es Cristo.
Esta
es la gran verdad, la única verdad del cristianismo.
Cristo
murió y Cristo resucitó.
Aquel
suceso de hace casi dos mil años lo podemos sintetizar
en este poema del filósofo y poeta chileno Ibáñez
Langlois:
La
pasión, muerte y resurrección de Cristo,
Es lo único que ha ocurrido en
La historia de la humanidad
Lo único en la historia de la creación
¡Lo único!
Obviamente
no es lo único, pero si la clave de la historia cristiana.
La
historia de ayer y la historia de hoy.
La
luz triunfó sobre las tinieblas. La vida sobre la
muerte.
El
ser humano tiene vivencias de un pasado que rememora en
un presente.
Y
eso es la semana santa. Vivencias de un pasado que rememoramos
hoy.
Y
que pasado aquel del calvario en donde se encuentra un madero
y clavado a ese madero un Cristo.
Cuan
largo fue el camino para llegar a la cumbre, a la cima del
monte.
Cuan
larga fue aquella semana santa para llegar al domingo de
resurrección.
Nosotros
lo que hacemos es rememorar aquella semana santa, no vivida,
pero si sentida a través de la historia. Es un sentimiento
que los cristianos, los católicos, nos trasladamos
unos a otros como se traspasa la vida de padres a hijos.
Algo innato, algo esencial en el cristiano.
Semana
santa de ayer y semana santa de hoy.
Alguien
puede acusarnos de fanáticos. Pero la semana santa
no es fanatismo; es vivencia, vivencias fuertes, transcendentales.
El
pueblo sencillo del Padul, pueblo fuerte, trabajador, sabe
mucho de esto y yo que soy del Padul, de este noble pueblo
lo se también.
Semana
santa de ayer, allá en el fondo de esta iglesia se
encuentra un hombre de edad, patriarca venerable, con su
cabeza toda blanca, trabajador incansable, de manos callosas,
austero tal vez, pero en sus pupilas cansadas ya, brilla
una alegría inmensa.
Semana
santa de hoy.
Aquel
patriarca venerable no se sienta ya en el banco, marcho,
marcho al encuentro final con el padre. Y yo tengo una vivencia,
vivencia fuerte que permanecerá siempre en mi y vivencia
que se transmitirá a los míos, que ya se ha
transmitido. Es un algo que no se puede explicar con palabras,
pero que todos sentimos y vivimos porque todos tenemos y
hemos tenido seres queridos.
Pues
eso es la semana santa para el católico. Vivencia,
sentimiento de un Cristo que se marchó, se fue al
padre, pero al mismo tiempo, se quedo, permaneció
entre nosotros.
Semana
santa de ayer y semana santa de hoy.
Tiempos
pasados, de niños era un tiempo oscuro, de prohibiciones,
en el que no podías leer tebeos de guerra, ni levantar
la mano para zurrar a tu hermano. Y las coplas que ya empezabas
a tatarear en esa incipiente juventud de ilusiones, de sueños,
de puros amores, eran entonces un atrevimiento en este tiempo
de muertes y resurrecciones cíclicas.
Tiempos
pasados de matracas sustiturias del repique de campanas,
prohibido en todas las torres. Largas ceremonias de ritos
y liturgias incomprensibles muchas de ellas para nosotros,
eran el envoltorio de vivencias que llenaban una larga semana
de vacaciones.
Bares
cerrados en señal de luto, y el baile agarrado y
el otro eran Satanás y su cohorte de provocación.
Y
ahora es la estética, el folklore y la religiosidad
popular, el éxtasis ante lo inexplicable, el valor
de lo tradicional.
Pero
tanto ayer como hoy, son vivencias, vivencias vitales.
Vivencias
de un pasado siempre presente. Eso es la semana santa.
Eso
será siempre la semana santa.
Un
hombre-Dios, Cristo; un madero pesado, muy pesado, una cruz;
una mujer angustiosa, una virgen dolorosa, una madre sola,
una soledad inmensa.
Todos
estos pasos fueron realidad, existieron fueron presenciados
por los hombres de distintas maneras, con distintas reacciones.
Por
eso nuestros pasos procesionales, nuestros espléndidos
tronos, son vivencias de aquella otra realidad.
El
Nazareno abrazado al madero. Ahí esta. Miradle. Sucio,
sudoroso, sangrante, coronado de espinas que sin poder puede
con la cruz; sin andar, anda muy lentamente.
Se
cae una y otra vez. Claro que se cae, el peso sobre sus
hombros es inmenso.
Una
mirada de una mujer y el hombre, el Nazareno se fortalece
nuevamente y avanza, tiene que avanzar.
Mujeres
no lloréis por mi.
La
mujer junto al hombre.
La
verónica junto a Cristo.
El
hombre fuerte duro, el todopoderoso acepta el paño
tierno, limpio, perfumado de la mujer.
Cristo
fue magistral durante su vida, pero fue mas magistral durante
su muerte.
Por
eso caído, derrumbado, acepta el mimo, el cuidado
de la verónica y te dice a ti hombre trabajador,
curtido por el dolor, derrumbado que aceptes la mano frágil,
suave, tierna de tu compañera, de tu mujer.
Cristo
no puede hablar.
Solamente mira.
Es
suficiente.
La
mirada del Nazareno es... No se lo que es, pero miradle
a los ojos.
Miradle
a los ojos vosotros hombres y mujeres del Padul y comprenderéis
que es el mismo Nazareno hoy que ayer.
Vivencias
de ayer. Vivencias de hoy. El camino es largo, pesado, polvoriento,
pero ya se ve el final.
Se
llega al final.
Jesús
alcanzo el calvario.
El
madero, la cruz, esta tirada al suelo, esta todavía
en la tierra.
Golpes
duros, gruesos clavos y la cruz se transforma, se viste
de Dios.
El
Nazareno se convierte en crucificado.
Crucificado
entre el cielo y la tierra, pero con los brazos abiertos,
abrazando a todos.
Ahí
esta, ahí esta el crucificado. Contempladle. Ya no
es el Nazareno, sudoroso, polvoriento, abatido, vacilante
en su caminar.
No,
es el crucificado dueño y señor de cielos
y tierra que desde la altura de la cruz lo contempla todo,
lo mira todo.
Mira
a la tierra. Madre ahí tienes a tu hijo.
Mira
a un lado. Hijo ahí tienes a tu madre.
Mira
a otro lado. Hoy estarás conmigo en el paraíso.
Y
mira al cielo. Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu...
Y
entonces, en este mismo momento, todo se apaga, todo se
oscurece...
El
cielo se cubrió de tinieblas, porque se acaba de
matar a la vida, se acaba de callar la palabra, se acaba
de apagar la luz.
Porque
vida, palabra, luz, ha sido el mensaje de Cristo en la tierra
y los hombres lo han ignorado, los hombres no le conocieron.
Estaba junto a la cruz, María su madre.
Ella
la frágil, la sencilla, la aldeana esta ahí
de pie.
Firme.
Llorosa.
Angustiada,
pero la madre esta junto al hijo hasta el final, aunque
el final sea esto muerte y que muerte.
Virgen
de los dolores, virgen de las angustias, ahora si que comienza
tu dolor, tu soledad, porque ahora te encuentras sola, sola
con tu dolor, porque el hijo no esta, ha muerto, ha callado.
Mujeres
que me escucháis, mujeres del Padul, vosotras, solamente
vosotras podéis hablar de dolor, de angustia, de
soledad, porque mujeres Paduleñas que habéis
perdido un hijo, un hijo que llevasteis en vuestro seno,
que amamantasteis con vuestros pechos, que cuidasteis con
mimo, que cantasteis una nana para dormirle y que tal vez
cerrasteis sus ojos por ultima vez, vosotras sois las únicas
capaces de comprender el dolor, la angustias, la soledad
de esta madre.
Verdaderamente
este era hijo de Dios.
Tarde,
muy tarde, pero al menos se reconoce y a Dios esto le basta.
Se
reconoce su mensaje.
Se
reconoce su pasión.
Se
reconoce su muerte y se reconoce su resurrección.
Esto fue la semana santa de ayer y esto es la semana santa
de hoy.
Reconciliación
con los hombres. Reconciliación con Dios.
Amaos
los unos a los otros. Padre perdónales.
Y
si Cristo no resucito, vana es nuestra fe, pero Cristo resucitó.
La
vida venció a la muerte. Tras el viernes santo, viene
el domingo de resurrección. Amanecer glorioso de
la humanidad.
Jesucristo
muerto y resucitado es el se y el amen que Dios concedió
a las promesas hechas a los hombres.
En
él y por el, Dios nos acepto y perdono.
Jesús
es la palabra de garantía, de salvación que
Dios pronunció para cada uno.
Antes
de Cristo el hombre vivía de la esperanza del buen
fin de su vida y de su muerte. En la resurrección
se percato de hecho, de que Dios nos había aceptado
definitivamente.
En
él la victoria del amor y el triunfo de la gracia
se impusieron para siempre.
Dios
pronunció en Jesucristo la palabra que lo comprometió
totalmente.
Dios nos pronuncia su sí categórico.
Dios
nos amo primero, cuando aun éramos sus enemigos con
un amor gratuito y total en Jesucristo.
Todo
vive de un encuentro. En el encuentro del cielo y la tierra,
de lo masculino y de lo femenino, del hombre y de Dios florece
y crece la realidad entera de la creación.
No
podía suceder de forma diversa en la crucifixión.
Los brazos se abrieron y hubo reconciliación, reconciliación
entre Dios y el hombre.
Si alguien acoge el mensaje de otro habrá posibilidad
de encuentro; de encuentro y amistad; de la amistad surgirá
el amor, del amor todo cuanto hay de grande en la tierra.
Y
el mensaje fue acogido. El mensaje de Cristo fue acogido
por el hombre en el ultimo instante tal vez, pero fue acogido
"verdaderamente este es el hijo de Dios...
Vivir
es leer e interpretar.
El
hombre es el ser capaz de en lo temporal leer lo eterno,
en el mundo leer a Dios y así...
Un
pedazo de pan... Un vaso de vino... Un hombre-Dios llamado
Jesús... Una cena que el celebró... Un gesto
de perdón que realizó... Un pasado que sin
dejar de ser pasado es un presente actualizado con hombres
y mujeres de hoy que viven la semana santa de forma muy
distinta, pero con la misma vivencia de hace cerca de dos
mil años. El encuentro de Dios con el hombre a través
de Jesucristo.
Esta
es la semana santa de ayer y esto es la semana santa de
hoy.