Pregón
pronunciado por Don Salvador García Rodríguez
Centro Cultural Federico García Lorca
Año 1998
Buenas
noches a todos.
En
primer lugar agradecerles su presencia en este acto por
la deferencia personal que ésta supone para mi.
Acto
seguido, quiero agradecer a la Federación de Cofradías
el que haya pensado en mi persona para ser pregonero de
esta Semana Santa de 1.998.
Es
para mí un orgullo personal ser pregonero de este
magno acontecimiento y mucho más serlo en un pueblo
como Padul, de tanta tradición cofradiera y en el
que se da una de las mejores vivencias y tradiciones en
cuanto a la Semana Grande se refiere. Yo diría sin
miedo a equivocarme que en Padul se celebra uno de los desfiles
procesionales con más prestigio y más cargado
de contenido catequístico de los que en España
se celebran.
Decía
que es para mí un orgullo personal el pronunciar
este pregón, no solo por lo antes dicho, sino fundamentalmente,
porque esto supone una aceptación para mí
bautismo definitivo como un paduleño más.
Siempre me he sentido en mi casa y como un miembro más
de este maravilloso pueblo, pero hoy me siento más
paduleño que nunca, porque hoy me hago pueblo con
vosotros en una fusión de intereses y sentimientos
que a mí personalmente me llena de orgullo y satisfacción
personal.
He
de deciros, que a mi llegada a este pueblo, encontré
la posibilidad de seguir participando de una de mis pasiones
personales, es decir, poder participar del mundo cofradiero
del que ya desde mi juventud me gustó pertenecer,
gozar y participar.
No
es nueva mi presencia en este mundo, ya hace muchos años
que en él participo, en él me emociono, en
él sufro y en él disfruto. Esto es como una
dependencia vital que te hace sentir cuando llegan estas
fechas, que el torrente sanguíneo fluye más
rápido, el corazón se altera, el alma se predispone
a actuar y participar de algo tan sumamente trascendental
y maravilloso como es la renovación de la Pasión
y muerte de Jesús.
Pues
bien, desde esta perspectiva, de hombre comprometido con
la Semana Santa, de paduleño que vive su Semana Grande
y de persona que vive el día a día de su trabajo
y su vida, quiero enfocaros mi particular pregón.
Si me lo permitís, le voy a llamar a mi pregón:
LA PASION DE CADA DÍA
Y
quiero darle este título, porque quisiera hacer llegar
a vosotros el sentimiento que me embarga en este momento,
que juntos revivamos una vez más la cruda realidad
del quehacer diario, quiero que juntos veamos la pasión
del que sufre por la causa que sea. Quiero en definitiva,
plasmar en mis palabras mi pasión, tu pasión,
nuestra pasión, la de todos.
Me
gustaría que más que la exposición
y relato de unos hechos y unas circunstancias fuésemos
capaces de abstraemos de mis propias palabras de vuestros
propios pensamientos y que juntos convirtiéramos
este acto del pregón de Semana Santa en una oración
que todos hacemos aquí y ahora y que nos va a preparar
para la entrada en esta Semana Especial, en esta Semana
renovadora, en esta Semana vivificadora con el ánimo
predispuesto para tratar de dar un cambio en nuestras vidas,
aunque sea en solo un poco, que no pase esta Semana Santa
como otra más, sino que nos deje huella y que esta
dure para todo el año.
Bien,
hecha esta especie de directamente a pronunciaros mi pregón.
¡Qué
calle la música!
¡Que las luces no distraigan!
¡Qué se haga el silencio!
Silencio pido al silencio.
Jesús en la Cruz.
Agoniza.
El dolor es intenso.
Su
madre desecha por el dolor le que todos construimos.
Juan
a su lado, como fiel hijo, acompaña al pie de le
conforta con su presencia.
¡Cuánto
dolor hay en esta escena!
¡Cómo sufre esa madre viendo a su hijo morir!
¡Cuánta impotencia hay en ese corazón
dolorido!
Amigos
que hoy me escucháis, quiero que por un momento hagáis
realidad esta terrible escena que con tanta dureza se nos
describe. Pensar en el corazón de una madre que día
a día ve, con el corazón partido, como su
hijo va muriendo poco a poco por el poder devastador de
la droga y ella sin poder hacer nada, solo contemplar la
pasión de ese hijo que se le va. Impotente asiste
al más cruel de los castigos que la sociedad actual
nos ha traído.
Y
nosotros impasibles ante esta realidad. Como ese pueblo
que expectante contempla el camino al Gólgota de
Jesús. Como si este no fuera conmigo.
Quiero
ver a Jesús en esos pueblos que sufren el azote del
hambre, la tiranía la ausencia de los más
elementales derechos que le hacen vivir no como seres humanos
sino como el más degradado de los animales.
Quiero
ver en los pueblos, en las personas, en los gobernantes
que permiten que esto ocurra, a ese Pilato que lavándose
las manos, pasa por el problema, y lo llevando de mano en
mano sin sentir la más mínima de las compasiones
por esos pueblos que sufren y mueren en su pasión
diaria por el único pecado de haber nacido.
Que
dolor se encierra en esa madre, en esa esposa, en esos hijos,
que por la sinrazón de unos desalmados han perdido
a uno de sus seres queridos. A ellos no ha sido una lanza
en el pecho, no ha sido una cruz, ellos han expirado por
la acción cobarde de unos malhechores que no creen
en la vida y solo saben hablar con las armas.
Podíamos
imaginamos por unos momentos la pasión de esos seres
que pierden a lo más querido para ellos a manos de
una incomprensión y una barbarie.
Podíamos
revivir en nosotros el dolor intenso, duro, causado sin
justificación por esa chusma.
La
chusma que acompañaba a Jesús en su caminar
hacia el Calvario traspasada a nuestros días, al
momento actual.
¡Jesús!
¡Cuánta incomprensión! ¡Cuánta
sangre sin sentido!
Sin embargo... !Cuánto sentido tuvo la sangre derramada
por ti!
Me
siento en la necesidad de pedirle a vuestros corazones que
sientan con el corazón de esas personas que sufren
por causa de las guerras. Que mueren sin saber porque. Que
son víctimas de otros, que cómodamente viven
y que solo se preocupan de sus propios intereses.
Quiero
también hoy vivir esa pasión, la pasión
de los pueblos desvastados por causas injustas, absurdas,
intolerables, llenas de incongruencia y sinrazón.
Como si se tratase del pueblo judío que a coro grita:
¡Crucifícale!
¡Crucifícale! sin saber si ese pueblo merece
esa crucifixión.
Hay
otras pasiones, las pasiones cercanas, las que tú
sufres, las que yo sufro, las que todos sufrimos, esas con
las que convivimos a diario y que también día
a día nos van purificando nos van humanizando haciendo
comprender en cada momento esa tu Pasión que nos
redimió.
Como
el padre que por razones de falta de trabajo se ve en el
difícil trance de mantener a su familia. Imaginémonos
por un momento el sufrimiento, la tensión, la inquietud
que debe de padecer para hacer frente a su deber como padre
y sin embargo, se siente impotente de no poder hacer algo
tan importante y dignificante como es el trabajo. Esos temporeros
eventuales que venden su trabajo por temporadas y por lugares
dispersos según manden. Para la aceituna aquí,
para la uva en Francia o en la Mancha, para las hortalizas
en Murcia, El Ejido o la Rioja y cuando hasta la peregrinación
se acaba, se meten a albañiles o de camareros si
sale algún hueco, con el seguro del campo a todo
riesgo, nadando y guardando la ropa en la economía
sumergida para siempre reflotar a otros.
De
paso en todas partes, no los consideramos vecinos de ningún
sitio. Si a retazos se hacen una buena casa hasta los criticamos
los que disfrutamos de la nuestra durante todo el año.
Siempre arrastrados por la vida y muchos de pocas letras
y menos palabras ya recelan de todos y de todo.
Esa
es su pasión su lucha diaria su desesperación.
Las
mujeres junto con los varones formamos la misma humanidad.
Sin embargo, nuestra realidad diaria nos hace ver la abismales
diferencias que hay entre hombre y mujer. Basta con estar
al día de los últimos acontecimientos, que
día tras día nos traen a nuestra memoria los
diferentes medios de comunicación.
Vemos
como la mujer es considerada por algunos hombres como un
objeto más de su posesión, teniendo sobre
ella todos los derechos y tratándola como un ser
sin el más mínimo de los sentimientos y de
los derechos. A esta pasión, a la pasión de
la mujer maltratada también quiero hoy referirme
y tener un especial recuerdo, ya que el origen de nuestras
vidas está en ellas. No nos damos cuenta que cuando
el varón rebaja la dignidad de la mujer, merma la
suya propia imposibilitando el gozo del amor auténtico.
No solo servir para dar placer e hijos al varón,
criar niños y cuidar la casa, también estáis
para compartirlo todo, dar y recibir, opinar, dialogar y
participar en la vida cultural, social, política,
religiosa, valéis para enseñar ternura y fortaleza
y estimular al hombre en su entrega al bien de toda la comunidad
humana.
Pienso
en el enfermo que postrado lucha por su salud.
Aunque
enfermos siempre somos hombres y mujeres enteros en cuanto
a dignidad humana a pesar de que se nos quiebre la salud.
Debemos
resignarnos aceptando lo misterioso e inexplicable del dolor.
Pero nunca nos resignaremos a ser tratados como números
de colas interminables que esperan la consulta, la asistencia
o la operación.
El
sufrimiento acrecienta nuestra dignidad, nunca la rebaja.
En
la madre que lucha por sus hijos y trata de darles lo mejor
de ella misma sin tener medios.
En
los minusválidos que con tanta alegría llevan
su personal pasión.
En
la lucha diaria del profesional.
En
la incertidumbre diaria del mendigo que busca el sustento.
En
los marginados de esta sociedad tan cruel que solo se mueve
a impulsos de lo material, que permanece impasible ante
los problemas humanos, impasible ante la sensibilidad, impasible
ante el alma, impasible ante todo aquello que no sea la
productividad.
En
la falta de felicidad, de alegría que invade nuestro
diario existir.
En
todo ello pienso y pobre de mí. No encuentro respuesta
a tanta sinrazón, a tanta pena a tanta infelicidad
a tanto desamor.
Pero
Jesús hoy tú, en tu infinito sufrir, nos has
dado la luz, nos has enseñado el camino, has iluminado
nuestras tinieblas.
Solo
Tú, solo tu Pasión tuvo el sentido de entrega
que no veo en las demás pasiones. Solo Tú
estuviste dispuesto a entregar tu vida sin pedir nada a
cambio, sin buscar nada para ti, únicamente por nosotros,
para nosotros, buscando nuestra propia salvación,
tratando de conseguir que nuestras pasiones no sean tales,
enseñándonos el camino de la felicidad a través
de la entrega.
Hoy
todos los que aquí nos reunimos, queremos a modo
de oración pedirte una vez más que con tu
pasión que año tras año se renueva,
nos liberes de esas pasiones cotidianas que nos entristecen
y agobian, que nos preocupan y rechazamos porque no tenemos
la capacidad de entrega que tú tuviste.
Hoy,
como si se tratase de la oración en el Huerto de
los Olivos, queremos pedirte una vez más nuestra
propia liberación. Danos la fuerza y la voluntad
necesaria para poder luchar contra nuestras propias miserias
y limitaciones.
Jesús
libéranos de la pasión de la droga que tanto
esclaviza a nuestra juventud. Dales y danos la luz suficiente
que ilumine nuestra voluntad y sepamos huir de la destrucción
que ello supone.
Lleva
la luz a los corazones de los que con ello trafican, que
puedan llegar a la convicción de que con su actitud
están destrozando muchas vidas, muchas familias.
Libéranos
de la pasión del hambre. Haz que nuestros corazones,
los corazones de los que gobiernan, se invadan de tu justicia.
Que entiendan que todos tenemos derecho a lo más
elemental. Que con un simple gesto solidario por parte de
todos viviríamos mejor y acabaríamos con la
lacra del hambre en el mundo.
También
te vamos a pedir que nos liberes de esa pasión tan
cruel que desgraciadamente hunde a nuestro país en
la más profunda de las penas y la desesperación.
Haz que los corazones de los terroristas se iluminen de
tu verdad, de tu caridad y que llegue a sus mentes la cordura
y a sus corazones el amor y que de esta forma se acabe esa
lucha que tanto nos hace sufrir a todos.
Acalla
con tu infinita bondad el estruendo ensordecedor de las
armas. Acaba con las guerras. Lleva a los hombres el mensaje
de paz y amor por el que tú moriste. Acaba con esta
pasión que tantas vidas se cobra. Has llegar a todos
el mensaje que tú nos dejaste: "Amaros unos
a otros como yo os amé".
También
te vamos a pedir, con el corazón, que nos liberes
de nuestras pasiones diarias. Que acabes:
Con
la envidia.
Con la hipocresía.
Con el egoísmo.
Con el desamor.
Con la infelicidad.
Con la enfermedad.
Con la marginación.
Con el orgullo.
Con nuestra pobreza espiritual.
A
ti Madre de Jesús del que día a día
muere por nosotros, por nuestras miserias, por nuestras
debilidades, por nuestro egoísmo, a ti Madre de la
Angustias, de los Dolores, de la Esperanza de la Aurora
de la Vida, en cualquiera de tus múltiples acepciones
también queremos en estos mementos recurrir, conocedora
de tu infinita bondad y la de tu hijo, para que esta semana
Santa sean unos días llenos de auténtico espíritu
cristiano, que trasciendan mucho más allá
de las celebraciones y ritos externos, que lleguen a lo
más profundo de nuestro ser y que hagan que el espíritu
y la sensibilidad que estos días afloran a nuestros
corazones se transforme en un auténtico caudal de
fe que encauce nuestras vidas y nos hagan participar del
auténtico mensaje que tu Hijo nos dio.
Por
ello, en mi papel de pregonero y en cierto modo voz de esta
semana cargada de celebraciones, invito a todos los que
de una forma u otra participamos de estas, a vivir con profundo
sentido de fe estos días.
A
ti, cofrade que vives la Semana Santa de una forma más
intensa que los demás porque participas de todas
las actividades dando algo de ti en estas manifestaciones,
te pido que seas ejemplo y testigo fiel de todo lo que en
mis palabras vengo diciendo. Que seas como el motor que
dinamice y dé vida a los que te seguimos, observamos
y admiramos. Que tu ejemplo sea de respeto, de creencia
en lo que haces, de cauce que lleva el sentir de los que
viven estos días. No caigas en la apariencia, en
el boato, en manifestación puramente externa. Demuestra
que a margen de esto, que desde el punto de vista plástico
es maravilloso, también hay en ti un profundo amor
por lo que haces y lo que ello supone.
Al
costalero, al que movido de su fe es capaz de soportar la
carga física de la imagen que quieres, te pido que
también seas capaz de cargar de sentido religioso
lo que haces. Que tu trabajo físico se convierta
en entrega por aquello que más deseas y quieres.
Que esos momentos de tensión y emoción que
durante el desfile procesional sientes, sean fuente donde
beba tu vida durante todo el año. Que recuerdes en
los momentos de abatimiento, de pena, de desánimo,
de dolor, de desencuentro, esas horas que pasaste debajo
de una imagen y que te hicieron sentir algo que nunca sentiste.
Al
pueblo en general, os invito a participar de forma activa
en estos actos. Que nos seáis meros espectadores,
como si de un espectáculo se tratase, sino que seáis
partícipes activos de los acontecimientos que se
viven.
Tened
en cuenta, que los desfiles procesionales, no son más
que una manifestación plástica de la pasión
y muerte de Jesús y por todo ello, deberíamos
de ver una catequesis viviente de esta muerte de Jesús
y como tal vivirla. No os limitéis a ser sujetos
pasivos que ven pasar ante sus ojos un desfile y no trasciende
más allá de lo que este significa, de su carga
de contenido religioso.
En
definitiva a todos los que sentimos y vivimos estos días
os invito y me invito a vivirlos intensamente en todos los
aspectos. Que nuestros oídos se empapen de esa música
y esos cantos que nos ayudan a orar. Que nuestros ojos se
llenen de imágenes maravillosas y también
de lágrimas ante la emoción que supone ver
hecha realidad una lucha de todo el año y también
por el hecho de reconocer nuestras propias miserias. Que
nuestro olfato se invada de aromas de flores, de cera, de
incienso, de Semana Santa. Que nuestra piel se erice ante
la emoción de un misterio excelso hecho realidad,
transpire por cada uno de sus poros nuestros sentimientos,
nuestro amor a lo que estamos viviendo nuestra fe en Cristo
Jesús.
Como
al principio decía, vuelvo a repetir:
¡Qué
calle la música!
¡Qué las luces no distraigan!
¡Que se haga el silencio!
Porque
a modo de reflexión final, quisiera llegar a vuestros
corazones para deciros, que aunque durante esta oración
hemos pedido a Cristo Jesús muerto por nosotros que
nos libere de nuestras pasiones, de nuestras inmundicias,
de nuestras miserias, nosotros no podemos permanecer impasibles
ante las mismas.
Somos nosotros los que dispuestos a tornar estas pasiones
por momentos de paz, estas miserias en entrega, pongamos
cada uno de nuestra parte para conseguirlo.
No
seamos mezquinos en nuestra entrega, no aleguemos que yo
no puedo hacer nada. Esto son posturas cómodas y
cobardes. Si te lo propones lo vas a conseguir, lo vamos
a conseguir todos juntos, mano con mano, hombro con hombro,
corazón con corazón, alma con alma, juntos,
luchando, no cayendo en la abulia y el abatimiento, sacando
fuerza de nuestra fe.
Vamos
a acabar con la pasión del que sufre por la causa
que sea, ofreciéndole una mano, dándole nuestra
amistad, escuchándolo, apoyándolo.
Nunca
mires adelante, miremos para atrás y veremos como
hay otros que tienen menos que nosotros, que sufren, que
les falta lo más elemental, carecen de lo más
doloroso que a una persona le puede pasar: no tener amor.
Y
yo me pregunto: ¿No somos capaces de dar amor? ¡A
qué si! ¡A qué podemos!
Pero...
¿Queremos dar amor?
Vamos
a intentarlo, pues solo asi estaremos ayudando a aquellos
que sufren todas esas pasiones que al principio enumerábamos.
Por
fin y para finalizar con este mi pregón quiero llevaros
esta reflexión final
Que la rutina no nos haga insensibles.
Que
podamos disfrutar de los auténticos valores.
Que
nuestro trabajo y nuestras obras sirvan para no deshumanización.
Que
no hagamos oídos sordos a los problemas de los demás.
En
definitiva que estemos preparados para poder vivir la vida
de una forma bella, porque esta ¡La Vida!¡ es
el fiel reflejo de Aquel que la creó.