Pregón
pronunciado por Don Joaquín González del Castillo
Centro Cultural Federico García Lorca
27 de marzo del año 2004
Dignísimas
autoridades, Señor Presidente del Consejo de Cofradías,
Señoras y Señores
Paduleños
Amigos
Todos
AGRADECIMIENTO
Era
el Día de los Inocentes cuando me llegó el
primer rumor sobre mi elección como candidato a pronunciar
este pregón de la Semana Santa del Padul.
La
primera reacción fue de preocupación y agobio;
después, me pareció una broma ocurrente; ¡menuda
inocentada!. ¡Quién podía, en serio,
ponerse a pensar semejante dislate!. Perdonad pero nunca
me figuré desempeñando tal honor, pues jamás
he actuado en mítines políticos, en juegos
literarios o en fervorines religiosos.
Y
sin embargo, a base de atrevimiento y venciendo mi horror
al protagonismo, aquí estoy ante vosotros.
He
aceptado, en primer lugar, por considerarlo como un reencuentro
emocional con mi pueblo al que nunca abandoné del
todo: aún conservo con cariño y como símbolo
de mi ciudadanía, un corralón más o
menos en ruinas, una era y un pedazo en la laguna.
Y,
sobre todo, porque es muy de agradecer el que confíen
en mi para este acto tan señalado. Algunos que me
conocen bien y otros muchos que apenas me han tratado en
mis frecuentes y esporádicas visitas al Padul, saben
que me encanta tomarle el pulso a sus calles y a sus gentes.
Ni que decir tiene que una de estas visitas tenidas por
mi, como obligación, es siempre S. Sebastián
y ¿Como no? la de Semana Santa. ¡Gracias!
Y,
personalizando esta acción de gracias, creo que debo
mencionar entre otros muchos a mi padre, Joaquín
González Rejón quien a la par de médico,
fue una especie de pregonero periodístico del Padul
durante todo el año: a él, que me apuntó
en la Oración del Huerto la única Hermandad
de Semana Santa a la que he pertenecido en toda mi vida.
También,
a Margarita Martín... ¡qué arrojo el
tuyo al impulsar mi candidatura, Margarita! A base de aplomo
de experta pregonera, ha conseguido como por ensalmo ahuyentar
el miedo a mi falta de tiempo, a la improvisación
y a la precipitación. Me decía:
"Dios te puso aquí y El te sacará del
apuro"... Lo has logrado.
Y al Consejo de Cofradías, en su Secretario José
Alguacil quien, ante mis negativas iniciales, mantuvo su
propuesta con una firmeza y una paciencia que lograron convencerme.
Bien
es verdad que desde el primer momento no me encontré
solo sino que sabía que podía contar con la
ayuda del Padre Jesuita Leonardo Molina, párroco
actual en los aledaños de Sevilla, donde sale una
imagen muy popular de Jesús Cautivo: ha sido mi más
cercano consejero.
Y
lo más importante; con este motivo, me habéis
obligado a concentrarme y ahondar en la Pasión de
Cristo, lo que indujo a intentar ser mejor cristiano: es
decir, más útil a Cristo a base de ser útil
a los demás. En este sentido me conformaría
con transmitiros este benéfico contagio a través
de lo poco o lo mucho que os salpiquen mis palabras.
INTRODUCCIÓN
Llegué
al Padul desde las Albuñuelas cuando tenía
7 años, allí, en Semana Santa todo gira alrededor
de Nuestro Padre Jesús y la Virgen de las Angustias.
Al
pisar este pueblo con mis pocos años, de pronto me
encontré deslumbrado ante el despliegue fastuoso
de tantos santos, de pasos hasta con ruedas, de penitentes
cargando cruces, de misterios con varias figuras, de fulgurante
candelería... He de confesar, y no es presunción
que aquí en el Padul es donde únicamente participe
en el recorrido de una procesión aunque fuera simplemente
como acompañante, eso sí, con mucho orgullo,
con un palo hueco como cirio, un cable por pabilo y una
pila de linterna en el bolsillo.
Mi
acontecer, aunque más bien pasivo y expectante, en
modo alguno ha sido ajeno a la Semana Mayor. Por vivir en
Granada frente a la Iglesia de San Matías, podía
presenciar la mayoría de los desfiles procesionales
poco antes de su entrada en la carrera oficial. Guardo especial
recuerdo de la salida del Cristo del Sacromonte, tan silenciosa,
tan tenebrosa, toda la calle apagada y el triste son de
un único tambor por todo compás.
Mi
naciente inquietud cofradiera, ya en el colegio de los Hermanos
Maristas, se vio congelada al conocer, aunque no de cerca,
la célebre batalla campal, y nunca más bien
dicho, fratricida, que tuvo lugar en la entrada de la Cofradía
de los Estudiantes; allí, a las puertas de la vecina
iglesia de la Magdalena, Hermanos requetés y Hermanos
falangistas dirimían sus diferencia político-religiosas
blandiendo un hermoso cirio como arma contundente. Ahí
se paralizaron muchos fervores cofradieros... El espectáculo
no era precisamente edificante...
Pero,
años después, al llegar a Sevilla por motivos
laborales, me sorprende, por contraste, con una ciudad por
entero y de continuo ligada al incienso callejero, al palio
y a la cruz de guía; donde lo normal es salir de
nazareno en una o varias cofradías.
Mi
mujer, muy vinculada por su familia a la Soledad de San
Lorenzo, pronto me expresó su ilusión de que
me incorporase a dicha cofradía. Acepté, y
casi me tomaron por loco o por guasón. ¡Dios
me libre de caer en tamaña irreverencia!. Es que
puse como condición el llevar e( cirial y la pesada
indumentaria de dalmáticas, una verdadera penitencia.
Han
cambiado los tiempos, y por este puesto, que antes era de
menestrales contratados, hay en la actualidad auténtica
porfía entre el voluntariado figurante.
Al
fin he encontrado mi sitio al ingresar en una Hermandad
muy antigua: que no es "Real", ni "Ilustre",
ni "pontificia", ni "Fervorosa", aunque
está muy en el sentir del espíritu barroco,
al igual que la Semana Santa. Solo ostenta el título
de "Humilde" y no hace estación de penitencia
por las calles. Su recorrido, y durante todo el año,
se reduce a acompañar en su último viaje a
"nuestros dueños y señores", los
ancianos acogidos en el Hospital de la Santa Caridad, tan
carentes de sustento material como necesitados de calor
humano.
Esto
no es en modo alguno incompatible con la contemplación
gozosa de nuestras Vírgenes y la emoción que
despierta el Nazareno, túnica al Viento, basculando
tenuemente al contraluz de una farola lejana: o la voz bien
templada que se arranca por martinetes a la entrada de una
paso de madrugada...
Sin
participar desde dentro ni ser un experto entendido, desde
fuera me gusta estar informado sobre la Semana Santa y comprender
su ceremonial: en cierto modo, trasladado en el túnel
del tiempo, me convierto por momentos en un español
del siglo XVII, de aquellos que pensaban que: "es preciso
vivir la vida de tal suerte que quede vida en la muerte"-
Y
como también son Semana Santa, acudo con la misma
ilusión a los Oficios de Jueves y Viernes Santo.
Tanto disfruto de la solemne liturgia, del coro y del órgano,
que aunque sean largos no se me hacen nada pesados. Pese
a ello, os confieso que soy alérgico tanto a las
charlas como a los pregones de una hora; en este solemne
pregón, no os prometo brillantez, pero sí
brevedad. No sea que con la excusa de un empacho de retórica,
me hagáis sentirme culpable de vuestra ausencia en
el Sermón de las Siete Palabras....
Mis
vivencias humanas v cristianas
Y
ahora, pasemos a una exposición sencilla de mis vivencias
e ilusiones sobre la Semana Santa paduleña que, aunque
la reviva ahora en presente, mayormente se refiere más
o menos a las impresiones que sentí hace unos cincuenta
años.
No
creo que nadie dude que Padul es el referente de procesiones
de Semana Santa, por lo menos para el Valle de Lecrín
y para el Temple y desde hace muchos años; pero muy
especialmente desde que el arcipreste D. Adrián López
Iriarte tuvo a bien sacar a Ia calle en Viernes Santo, y
en una sola estación de penitencia, a casi todas
las imágenes que había en la iglesia. D. Adrián
no era un cura de pueblo al uso, sino que había aprendido
antes de San Ignacio aquello escrito en el libro de los
Ejercicios Espirituales de "alabar luces, velas y candelas"...
Por lo visto, le parecieron pocas las imágenes de
talla, porque introdujo, además, algunas figuras
vivientes.
Esta
representación en marcha de toda la Pasión
del Señor, año tras año, es un lujo
que los paduleños , quizás por la costumbre,
no somos conscientes de lo mucho que supone; baste con decir
que Sevilla, que marca la pauta del protocolo de la Semana
Santa andaluza, organiza su Santo Entierro grande, salvo
excepciones, una vez cada siete años. Parece complicado
que esta hermosa amalgama de tantas y tan distintas cofradías,
puedan avanzar, en deliciosa armonía, con un sincronismo
bastante bien conseguido; pero sin perder cada una su personalidad;
de tal forma que el contraste de estilos es evidente hasta
en la forma de llevar los pasos: aquí, una Oración
del Huerto en trono de andas, allá un nazareno sobre
costaleros...
Cómo
no echar de menos, por muy antiestéticos y pobres
que nos parezcan, aquellos pasos sobre ruedas, tan artesanales;
tan de campo que pasaban revisión en la Carretería
de los Pérez. tras una jornada de quejumbroso transitar
por cuestas de tierra Y baches, por ramblas con arena y
piedras y por los empinados escalones de la puerta de la
iglesia. Su desaparición corre pareja con la industrialización
de un pueblo de labradores: y bien que me alegro de este
cambio social. Pero no puedo menos que lamentarla: es tan
triste como si un día desposeyeran de su carreta
al simpecado rodeado a su paso por las arenas. No estaría
de más, y con motivo de algún aniversario
conmemorativo, rescatarlas para su uso, quitarles el polvo
y echarlas de nuevo a rodar, una sola vez, si es que quedan
algunos de aquellos carromatos. Que aprendan las nuevas
generaciones de paduleños que no tuvieron ocasión
de contemplarlos, de comprobar lo divertido y laborioso
que suponía empujarlos por las cuestas o frenarlos
a mano.
Mueve
a la confianza el pensar que estas imágenes que con
tanta devoción contemplamos, son casi coetáneas
nuestras y que tenemos referencias muy directas de sus artífices.
Y es que D. Adrián buscó en Granada lo mejor
que podía calar en los Sentimientos cristianos de
su pueblo. Los Navas Parejo debieron ser muy considerados
en vida; yo recuerdo su suntuosa casa al pasar por (a Carrera,
camino del tranvía en la parada del Humilladero...
Aquellos artistas eran personajes de otra época,
muy concienciados del sentido de su quehacer; escultores
con corbata de pajarita, pero, a su vez, de misa y comunión
diarias. Por eso fueron capaces de transmitir tan auténtica
verdad religiosa a través de sus artísticas
obras sagradas.
Y
si muchas de estas representaciones que avanzan sobre los
pasos nos son tan familiares ¡qué decir de
las figuras vivientes! Afortunada invención, la de
Jesús llevado en parihuelas por un Nicodemo, un José
de Arimatea y sus amigos, todos ellos de carne y hueso.
Esta feliz y coherente alternancia de artes escultóricas
y dramáticas que va pasando ante nuestros ojos, se
me figura que tiene pocos precedentes e imitadores en otros
lugares; diríase que aunque no es patrimonio exclusivo
del Entierro de Cristo en el Padul, merece la pena resaltarse.
La Verónica y las tres Marías -María
Cleofás, María Salomé y María
Magdalena -con su cáliz reflectante sobre el rostro,
se me aparecen en su humilde grandeza como las verdaderas
reinas de la fiesta, que queramos o no constituye nuestra
Semana Santa; de modo análogo como la Virgen Nuestra
Señora lo fue, dentro de su dolor, en la auténtica
pasión del Señor.
¡Y
qué me dicen, de la centuria romana! Obra sin par
de un artesano con mucho arte, Joseíco el Latero;
él, con cariño, construyó las corazas,
los yelmos y hasta las puntas de las picas a base de mucha
hojalata bien trabajada y unos papelillos rizados para los
plumeros. Y el pueblo puso, en entrañable anacronismo,
un toque casero, blanco, a la indumentaria militar en sus
camisas de puños y sus alpargatas de cáñamo
recién estrenadas. Conocí a Joseíco
ya casi octogenario y todavía andaba ocupado nada
menos que en construir un higrómetro. ¡Qué
habilidad portentosa al servicio de una imaginación
desbordante!
Aunque
hoy día nada de esto sorprenda ni cause sobresalto,
en aquellos tiempos machistas, llamaban algunos detalles
la atención de la chiquillería. Yo nunca entendí
por qué al cabo mandamás, que debía
por su rango aparecer como el más viril de la patrulla,
se le investía con la falda más larga, de
mayor vuelo y de colores más llamativos... Pero,
bromas aparte, lo cierto es que el recogimiento que envuelve
a) féretro del Cristo yacente es fruto en gran parte
de la seriedad que impone la latina escolta en su marcial
avanzar ejecutando el paso de la oca.
Y
ahora, para dar continuidad a la aventura didáctica
de D. Adrián, hagamos un esfuerzo y cerrando los
ojos, coloquemos las piezas de esta procesión para
reconstruir las escenas de la Pasión: las figuras
de un Belén imaginario nos pueden servir de modelo.
Empezamos
poniendo en un extremo la Oración del Huerto; la
del Padul no necesita de apóstoles dormidos porque
va centrada sobre un ángel majestuoso, como digno
portador del cáliz ; esta copa, que contiene a partes
iguales el elixir del sufrimiento y el remedio para sobreponerse
a la adversidad, premio a la oración confiada.
A
mitad de camino situaremos a los sayones. con su curioso
instrumento de tortura, un punzante espino ¡Que la
espalda no sea menos en dolor que la frente y las sienes!:
después, bien aprovechado puede que sirva este espino
para una buena corona. Con sangre y con vergüenza,
el Gran Inocente paga gustoso por todos los culpables, fiador
de culpas ajenas.
En
plena ascensión estará Nuestro Padre Jesús
Nazareno. que al abrazar la cruz con tanto amor, da un sentido
profundo al dolor.
Ya
casi arriba; Jesús de Las Tres Caídas; debilitado,
tembloroso, jadeante. Mirada desconcertada, metida en la
entrega a su misión. Tres caídas, siempre
el tres, como número cabalístico, presidiendo
la Pasión, símbolo de Dios en su Santísima
Trinidad.
Y
en la cima, allá lejos, donde -¿cómo
diré?- Cristo dio las tres voces, el Crucificado:
en gesto de Sacerdote eterno, con los brazos extendidos,
clavado, atado al Amor por nosotros. ¡Ay, Señor,
y cómo te ha puesto el amor! Y... "tanto amó
Dios al mundo que le entregó su Hijo para que nos
salvara..." A sus pies María Santísima
de los Dolores, con San Juan, recién nombrados como
madre e hijo, por divino decreto, "in articulo mortis".
Nos ofrecen el ejemplo de ternura, unión y fidelidad
en estos momentos trágicos de dolor. Madre Dolorosa.
¡Qué bien cumpliste la profecía de que
una espada te atravesaría el alma! Y María
Magdalena, la gran perdonada, abrazada desconsoladamente
al madero donde está clavado el Gran Perdonador.
A1 comienzo de la bajada, la Virgen de las Angustias, serena,
porque su Hijo ya ha dejado de sufrir; quisiera mantenerlo
para siempre en su regazo, pero en un acto supremo de generosidad,
lo entrega como primer presente y en un gesto de aliento
a esta naciente iglesia, débil y asustada.
Y
los cristianos comprometidos; José de Arimatea, Nicodemo
y los suyos, con morados ropajes, se aprestan a esas otras
manifestaciones de amor a Jesús, que exigen sus bienes,
su tiempo, su esfuerzo, dispuestos a las complicaciones
que traiga la mortaja de] amigo.
Abajo,
en el extremo opuesto, un entierro con todos los honores,
quizás para compensar las ocasiones en las que no
se atrevieron a aprobar su doctrina, esa que, por su honestidad,
tanto estorba al orden establecido, a nuestras modas y costumbres,
a nuestra ética interesada y conformista.
Y
finalmente una cruz desnuda cierra la profesión de
fe de nuestro desfile procesional. La recuerdo árida,
seca, llevada de cualquier forma por unos cuantos espontáneos.
Esta
es la Pasión que ha llenado el mundo de paz, perdón
y felicidad.
Nuestra
procesión realza el fasto, pero también el
amor por el dolor y el sufrimiento de Cristo. Por eso termina
con la sequedad de una cruz que nos espera, ya vacía
de este Dios-Hombre tan extraordinario que era Jesús.
Tengo
la impresión de que la población del Padul
siempre mantuvo un marcado inconsciente colectivo de sentir
religioso. Y éste, aflora particularmente en su Semana
Santa. Ahora gozamos de una época de oro, pero hace
unos años, en el periodo de hierro de las cofradías,
los Hermanos Mayores se veían forzados a contratar
gente para que se vistiera de penitente y para llevar los
pasos; en cambio, aquí siempre sobraban voluntarios.
Y también voluntarias, que nunca se planteó
como problema el que lo hicieran las mujeres; de igual modo
que ahora tampoco lo hubo con las costaleras. Unas veces
por promesa, o algo parecido, y otras por carecer de posibles
para lucir la mantilla y la "teja", el hecho es
que en Padul la condición femenina no fue nunca una
excepción engrosando las huestes de la túnica
y el capirote.
En
Padul, si a alguien se le ocurre la idea de montar un negocio
alquilando los balcones del recorrido de la procesión
del Viernes Santo, le auguro de antemano que está
abocado a la suspensión de pagos a una cierta bancarrota...
Yo presencié su paso en una ocasión, desde
el balcón de mis primos, que está frente a
la Posada; ese privilegiado balcón, ofrece una panorámica
envidiable, que abarca la plaza y gran parte de la calle
Real; pues, a pesar de ello, no os podéis imaginar
qué sensación te embarga de soledad y de alejamiento.
Y es que el público paduleño ha escogido,
en general, ser de "a pie de obra", de apoyo cercano;
unido a sus protagonistas, nos sentimos como en familia;
y nos permitimos examinara nuestras bellas camareras, que,
ataviadas con sus mejores enseres, portan farolillos de
cristal con vivos colores (otra vez aquí la mano
mágica de Joseíco el Latero).
En
tan larga travesía de esta solemne procesión
sólo quedaba un tramo apenas cubierto por espectadores:
abarcaba la huerta del Convento y la "erilla de la
herencia", hoy Mercado municipal. Una zona sin caserío,
en la más absoluta oscuridad, lo que aprovechaban
bien los del cortejo para relajarse momentáneamente
y charlar en voz alta antes de la última acometida
camino del pilar -abrevadero de los Cubos. Detengámonos
y cuando lleguemos aquí ¡qué perspectiva
tan grandiosa se ofrece bajo el adarve almenado de la Casa
Grande, poblado de cabecitas de piadosos centinelas!
La
Semana Santa reclama con derecho propio un espacio lírico:
no puedo por menos que rendir, aunque sea someramente, memoria
a dos saeteros muy queridos y admirados que rociaban su
buen cante por distintos puntos significativamente escogidos:
Margarita de Peseta, morena, de melena luenga y rizosa;
muy bien plantada, cantaba con el más hondo sentimiento.
Y Paco "el hojalatero". Paco asentaba sus reales
en el balcón de la Plaza de arriba, y el mismo pie
defectuoso que te prestaba un andar ondulante, marcaba graciosamente
el compás de sus seguiriyas. Omitiré más
elogiosos comentarios a las bellas imágenes de nuestras
Vírgenes, del Nazareno y del Señor Crucificado,
que bien se lo merecen, pero ya otros los han hecho, y de
seguro, con gran acierto.
Pero
por lo original, me gustaría en cambio centrarme
en la figura del San Juan paduleño. El Padul es de
los pocos lugares donde no siendo el patrón se saca
a San Juan por separado en Semana Santa; lo normal es que
acompañe a la Virgen en los pasos de palio. Este
San Juan es tan independiente que no necesitó de
familia alguna que tradicionalmente lo arreglase, pues no
lleva brocados ni pedrería; no luce más vestidura
que la que policromó el tallista. Quizás por
eso lo acogieron como suyo los mozuelos del pueblo y desde
entonces no deja de mostrarnos lo que puede el esfuerzo
de la colectividad; el apoyo generoso, aunque sea individualmente
escaso, de gran número de jóvenes cofrades,
que se sienten identificados en él. Ellos solos costean
su hermoso trono y hasta una banda de música. Pero
su verdadera fastuosidad, lo que le da realce es que su
enseña en el Domingo de Resurrección es una
palma bien rizada; pues la palma es símbolo de victoria.
San Juan de la Palma, señalando al cielo, es alegóricamente
como un portavoz que en plena Pasión paduleña
se adelanta para anunciar el inminente triunfo sobre la
muerte de Cristo resucitado.
Válgame
San Pío V . Santa Rita y Santa Clara. 1' válgame
también el Santo que con el dedo señala.
Es bueno que sea el joven San Juan y sus muchachos quienes
nos enseñen a respetar la vida; a considerar la muerte
como el comienzo en vez de como el fin de la vida. Un señalar
arriba, a los valores positivos que trae el Señor
resucitado: la paz, la armonía, la justicia, la honradez
y la solidaridad entre todos los hombres que son verdaderos
hijos de Dios. Hermosa tarea ésta de proclamar la
civilización de la vida, en estos tiempos en que
tantas veces se presenta con disfraz de lo "natural
" y lo "habitual" el aborto y la eutanasia.
Ya
se han recogido las figuras de la Pasión en el templo:
ahora el propio pueblo toma carta de naturaleza y se erige
en protagonista del festejo. Llegado a este punto no tengo
más remedio que rememorar con verdadera emoción
el momento clave de la Misa, de! entonces "Sábado
de Gloria", auténtica expectación en
los fieles que abarrotan la iglesia; todos pendientes de
que c! párroco entonara el "gloria in excelsis
Deo". No entendían nada. No sabían nada
en una liturgia realizada en latín... únicamente
la palabra "gloria" hacía estallar la emoción
contenida. Se descorre súbitamente la cortina morada
que cubre el tabernáculo desde el Jueves Santo. De
pronto, todos los presentes irrumpen al unísono en
una explosión de alegría; no estruendo. sino
percusión, acornpasada del batir de las palmas, del
tañer de la, campanas, de reclinatorios contra el
suelo y de la mano sobre los bancos; y hasta el corretear
por las calles de los chiquillos que esperaban impacientes
en el zaguán, enjaezados con sus colleras de cascabeles
y cencerros. Hubo quien, velando por sus nudillos golpeaba
con una piedra la vetusta madera de los escaños,
provocando la indignación de su párroco, celoso
conservador del patrimonio de la iglesia. (Así me
lo contaron, al menos).
Es
indescriptible el espectáculo de la Misa de Gloria
del Sábado Santo en el Padul. Diríase que
su jubilosa algarabía es el más fiel exponente
de la aceptación sin reservas con que se acoge el
Misterio de la Resurrección. Este Misterio es la
principal razón de ser de nuestra fe cristiana. Padul,
después de unos días de dolor contenido, estallaba
en alegría cristiana y, entonando un aleluya muy
particular, celebraba con alborozo el paso de la Muerte
a la Vida. Y en nuestra tierra, como en la tierra de Jesús,
la naturaleza la hace coincidir con el estallido de la primavera...
Y
llega, con el amanecer del Domingo de Resurrección
la procesión del Cristo Resucitado; ligero de adornos,
flanqueado por la Virgen del Carmen y S. Juan; y entre su
compaña están los "júas"
tambaleantes de los cables, que le saludan desde las esquinas
en un último escorzo antes de ser destrozados. Esta
tradición de colgar muñecos no es extraña
en la pascua andaluza. Pero sí lo es la celeridad
que se imprime a las imágenes de la procesión
en todo su trayecto... Puestos a humanizar los actos simbólicos
del Dios hecho hombre, cabría interpretar esta desenfrenada
carrera como la imperiosa necesidad del Señor resucitado
de desentumecer sus miembros tras tres días de total
inactividad...; de demostrar su exuberante vitalidad a quienes
lo creían muerto o desahuciado; y de llegar cuanto
antes a cada uno de nosotros, para hacernos caer en la cuenta
de lo que ya nos insinuó San Juan: que la vida no
se acaba después de la muerte... Y dada la corta
duración del cortejo, se me ha ocurrido -y que me
perdonen las personas más prudentes- que nos encontramos
ante la procesión ideal para ampliar su recorrido
a las calles altas del pueblo; bien que se lo tiene merecido
ese barrio Dílar, de tan rancia tradición
cristológica, empezando por el Señor de las
Cuevas y terminando en el Cristo sedente de Benito Prieto.
Pero
continuemos en nuestro apasionante ejercicio de sueños
realizables. La Semana Santa del Padul tiene -a mi humilde
entender- dos asignaturas pendientes de recuperar: primera,
una procesión del Silencio, como Dios manda, con
el recogimiento que ampara la madrugada del Jueves Santo.
La segunda, una hermosa víspera; se trata de realzar
el Santo Vía Crucis callejero: comenzando al anochecer,
bien ambientado con los cánticos del coro y, al llegar
a la duodécima estación, cuando muere el Señor,
el fúnebre doblar de la campana desde la torre iluminada.
Es
muy adecuado el itinerario desde la cruz abollonada de la
puerta de la iglesia hasta el impresionante Calvario del
Pilar de la Glorieta; pero, aunque sólo sea de vez
en cuando, está pidiendo a gritos encaramarse hasta
la cruz de la Misión, dando ocasión para volver
a lucir rincones tan olvidados y a su vez tan pintorescos
como la Plaza del Almendro y la Plaza de las Barberas. Un
auténtico esfuerzo, muy apropiado para hacerse idea
de lo que fue el sufrimiento de Jesús, ése
que conlleva y asume con entereza todo aquél que
mantiene una honesta norma de conducta...
Tiene
también nuestra Semana Santa su octava particular.
Una octava prolongada en que los niños imitan en
sus juegos alguna parte de lo que acabaron de representar
sus mayores. En ciertos sitios, como en Sevilla, existe
la costumbre de sacar pasos con las cruces de mayo por las
calles. En el Padul... yo no conozco otro referente, se
centran los juegos de los niños en los soldados romanos...
No hay pandilla infantil que se precie que no se constituya
en armada milicia y no se disponga a desfilar después
del Domingo de Pascua. Sorprende lo formales que los niños
se aprestan a este juego, simplemente provistos de un gorro
de papel doblado y una cañavera. ¡Qué
diría nuestro patrón San Sebastián
al verse al frente, no ya de una centuria, sino de toda
una cohorte tan juvenil, aguerrida y disciplinada!...
Y,
finalmente, paduleño, te voy a dar un consejo. Tú,
que contemplas al pasar la procesión del Viernes
Santo; si en algún momento te embarga el tedio por
su lenta solemnidad, no mires al suelo. Mejor, dirige tu
vista a las alturas y tropezarás con la majestuosa
efigie del Cerro del Caballo, que revestido de capirote
blanco y portando por enseña una pascual luna llena,
se asoma sigiloso y ataviado con sus mejores galas para
participar en nuestra función.
Entonces temblarás, y no de frío, al observar
cómo la nieve toma plateada y, reverberando la luz
de (a luna, brilla, haciendo cobrar vida a ese nuestro ecuestre
pico.
De
igual forma, bien podría suceder que, a la luz de
esta Pasión imaginera, renazca y se acreciente tu
vida interior, tu trato personal e íntimo con Jesucristo
y su Santísima Madre: será como dar un paso
firme y certero hacia la felicidad. Es lo que os deseo y
lo que espero.