Pregón
pronunciado por Don José Maldonado Ferrer
Centro Cultural Federico García Lorca
16 de marzo de 2013
I
Este pregón
es el anuncio solemne de la celebración pública
en Padul, dentro de unos días, del acontecimiento
más importante del mundo cristiano. Tiene, por tanto,
un carácter básicamente religioso.
Señor
Alcalde, usted lo es de todos los paduleños sean
o no creyentes.
Señor
Cura Párroco, usted, de la comunidad creyente de
Padul.
Presiden de pleno
derecho este acto, pero, ante la naturaleza del mismo, me
van a permitir que salude preferentemente:
Al Presidente de la Federación
de Asociaciones de Semana Santa.
A la Junta de Gobierno de la Federación
de Asociaciones.
A los Hermanos Mayores de las Cofradías
y Hermandades y
A
todas aquellas personas, cofrades o no, que, de una
u otra forma, trabajan para que la celebración
de los Días Santos sea un éxito, procurando,
además, que cada año se vaya superando.
Tengo presentes
a todos los paduleños, sin excepción, recordando
especialmente:
A los que,
residiendo fuera y deseando estar en su pueblo, no puedan
acompañarnos,
A los que,
por enfermedad u otras causas, tengan que conformarse
con seguir la celebración a través de
los medios,
A cuantos
familiares, amigos, conocidos, vecinos..., paduleños,
en definitiva, están padeciendo, a causa de la
crisis, su particular viacrucis.
También
es justo recordar a los forasteros que cada año nos
visitan en mayor número e invitarles a que sigan
acompañándonos. Ayudan a que nuestra procesión
del Viernes Santo y, con ella, el pueblo sean cada vez más
conocidos.
II
Estoy proclamando,
por encargo de la Federación de Asociaciones de Semana
Santa, la celebración pública en Padul del
aniversario de la muerte y resurrección de Cristo.
En un principio
estas conmemoraciones se celebraban, como se sigue haciendo,
en el interior de los templos, pero tal vez porque estos
se quedaran pequeños o, más bien, porque el
pueblo cristiano sintiera necesidad de hacer manifestación
pública de su fe, empezó a sacar a la calle
las imágenes más representativas relacionadas
con el acontecimiento.
Nacieron las
procesiones que, en toda España y concretamente en
Andalucía, alcanzaron el esplendor que hoy constatamos.
La de Padul, el Viernes Santo, es uno de sus mayores exponentes.
Nacieron las procesiones y, con ellas, un desarrollo espectacular
de la imaginería religiosa. Los escultores pretendían
dotar a las imágenes de gran expresividad y realismo.
Los pasos, cuyo nombre deriva precisamente de ser pasajes
de la pasión, necesitaban de las imágenes
porque la fe popular necesita de ellas: ver, e incluso tocar,
ayuda.
Nos vamos acercando
al primer centenario de la primera procesión del
Viernes Santo, y Padul viene demostrando que ha sabido mantener
el espíritu de la primera vez. En un mundo más
descristianizado que el de nuestros mayores, cuando para
muchos católicos estas fechas son no solo una ocasión
para el descanso sino también para la diversión,
las cofradías y hermandades han sido capaces de contar
entre sus hermanos con un sector importante de nuestra juventud.
Pero no hay que
olvidar que, en los desfiles procesionales, esa manifestación
pública de fe, impregnada de arte, música
y color, ha terminado siendo también una expresión
cultural de primer orden.
III
Las dos fiestas
conmemorativas más importantes del cristianismo tienen
el mismo protagonista.
En la primera
-la Navidad- se celebra el nacimiento de un Niño
que es Dios. Su aniversario se terminó convirtiendo
en la fiesta familiar por excelencia.
En la segunda
- la Gran Semana, como también se llamó la
Semana Santa - la muerte de ese mismo Niño treinta
y tres años después. Es una semana de ocho
días.
En la Navidad...
¡Cuánta ternura en torno al Niño!
En la Semana
Santa... ¡Cuánto dolor! Sobre todo para su
Madre, que no sabía - y aunque lo hubiera sabido
- que su Hijo pronto resucitaría.
Nacimiento y
muerte de Cristo no tendrían sentido sin la Resurrección.
IV
Cuando supe que
me habían propuesto para pronunciar este pregón
me hizo ilusión saber que alguien hubiera pensado
en mí. Que me propusieran y aceptaran ya fue motivo
más que suficiente de satisfacción, pues poder
anunciar solemnemente algo tan nuestro como la Semana Santa
es en cierto modo valorar, aunque no lo merezca suficientemente,
el gran cariño que siempre sentí por nuestro
pueblo y que creció cuando, al faltar mis padres,
heredé el que ellos sentían.
Es un honor para
mi haber sido elegido, habiendo tantos paduleños
con méritos suficientes para desempeñar dignamente
esta labor. Cuando el Presidente de la Federación
me comunicó que hoy tendría que estar ante
vosotros, me preocupó si sería capaz de dar
la talla porque, desde 1987, los pregoneros fueron poniendo
muy alto el listón.
Me propuse, al
menos, mantener vuestro interés durante un rato en
el que os contaré algo relacionado con el pueblo,
la Semana Santa, la Procesión y mis recuerdos, remontándome
a muchos años atrás.
V
No es la primera
vez que me encuentro en este Centro Cultural y, cuando estoy,
no puedo evitar que me venga a la imaginación la
antigua subestación y el ambiente de los jardines,
sobre todo por las tardes, cuando llegaba el tranvía
procedente de Granada. Siempre que estuve en esta sala fue
mezclado entre el público, que es como mejor me encuentro.
Hoy me ha tocado estar ante este atril y estoy bien. Veo
muchas caras conocidas. Me gustaría reconocerlas
todas. Hay otras que echo de menos. Es ley de vida.
Me alegra sobremanera
que estén entre vosotros mi mujer - paduleña
conmigo - y mis hijos con los suyos, que espero nunca se
sientan forasteros en este pueblo.
Al decir esto me viene a la memoria Miguel Delibes cuando
dijo que ser de pueblo es un privilegio. Si ese pueblo es
Padul -esto lo añado yo- un lujo.
Paduleño
auténtico, sobre todo cuando está fuera, siempre
ejerce de tal. Hace unos años, en Irún, dos
religiosas me abordaron en plena calle para decirme que
su fundador les hablaba de un granadino que se apellidaba
como yo. Era de Padul, añadieron. Resultó
ser un tío de mis abuelos. Ya hablaría de
su pueblo ese paduleño como para que muchos años
después y a casi mil km. de distancia esas monjas
lo recordaran.
VI
La Cruz, que
Cristo dignificó al aceptarla, celebra cada año
en Padul su aniversario de una forma solemne e incluso festiva.
La Cruz, con el tiempo, se terminó convirtiendo en
la señal del cristiano como los más mayores
aprendimos en aquel catecismo de preguntas y respuestas
que estudiábamos.
Padul está
sembrado de cruces dentro y fuera del casco urbano. No es
una casualidad. De las primeras destacan las que se corresponden
con el antiguo Viacrucis que recorría el pueblo y
terminaba en La Glorieta. De las segundas, la más
emblemática, la que desde lo más alto de El
Manar nos preside y terminó incorporada a nuestro
escudo. La más antigua, la que, desde el cerro de
El Agia, contempla como queriendo abrazarla una de las vistas
más hermosas, si no la que más, de La Vega
con el pueblo al fondo. Está ahí desde la
época de los visigodos.
En mi casa, ocupando
un lugar preferente, hay un cuadro pintado hace muchos años
por Don Andrés, el cura de La Fuente, que representa
una vista de La Glorieta como yo la recuerdo de hace setenta
años, y, presidiéndola, cómo no, Las
Cruces, que están sobre un poyo algo elevado sobre
el nivel de la calle Real. Detrás, hay una placeta,
lugar privilegiado donde los haya, desde la que presencié
mi primera procesión del Viernes Santo, aunque, hurgando
en mi memoria, que es la cartera de los viejos, tal vez
no fuera la primera sino los recuerdos superpuestos de las
primeras.
VII
La Glorieta,
hace setenta años, tenía un olor característico:
el del pan recién hecho en sus dos hornos.
También
tenía música de fondo propia: la que tocaba
el herrador de la posada con el martillo sobre el yunque
preparando las herraduras para calzar las bestias de labranza
y, al caer la tarde, la que producían esas bestias
con sus cencerros, campanillas y cascabeles cuando volvían
de La Laguna.
Una tarde, con
muy pocos años, desde la placeta observé cómo
algunos hombres, que también volvían del campo,
daban las buenas tardes a mi abuelo y se quitaban la gorra.
Otros no le decían nada pero todos se descubrían.
¿Tan importante era…? La respuesta me llegó
antes de que terminara de hacerme la pregunta: El importante
no era mi abuelo sino el Crucificado. Algún tiempo
después descubrí que también lo era
su Madre cuando, al sonar las campanadas del Ángelus
en La Laguna, vi como las yuntas se paraban y los hombres
también se descubrían.
Todo un símbolo
de la fe y religiosidad de un pueblo.
El Crucificado,
la Cruz del centro, cuando llegaba la noche, ni siquiera
tenía sombra porque su luz era mortecina. No era
raro ver una mujer, generalmente enlutada, acercarse en
silencio y dejar una lamparilla a los pies del Cristo .Otras
veces la mujer se acercaba y, a poco, se iba como había
llegado: santiguándose. Un día, de rodillas
ella, vi como abría los brazos pensando, digo yo,
que, estando los dos en igual postura, se entenderían
mejor.
Pero la noche
del Viernes Santo La Glorieta y Las Cruces, como todo el
pueblo, se trasfiguraba.
VIII
Desde la placeta
de Las Cruces, la esquina de la casa, entonces, de Don José
Garrido el Viernes Santo por la noche tenía, y sigue
teniendo, una magia especial. Parece como si fuera una puerta
por la que fueran saliendo, primero, la cruz parroquial
y, a continuación, los distintos pasos con sus imágenes.
Por esa puerta salen o, mejor, aparecen, porque son verdaderas
apariciones: antes de que terminen de asomar están
en el centro de la calle Real frente al Crucificado.
Recuerdo como
si fuera ayer la aparición de La Oración del
Huerto que, sobre ruedas, en una calle de tierra y con baches,
provocaban un bamboleo que hacía temer que el ángel
pudiera perder no un ala sino las dos. Cristo, en oración,
apoyado en la piedra, parecía como si quisiera cederle
el protagonismo al ángel. Soledad y tristeza al límite.
Pero, si La Oración
del Huerto apareció de una forma espectacular, Los
Sayones lo hicieron como una pesadilla: feos y con cara
de malos hasta más no poder. Valía la pena
fijarse en ellos para, por contraste, admirar mejor la cara
de Cristo. Seguro que Gabiarras y Pilón, cuando se
tropezaron con ella, dejaron de azotarle y se quedaron quietos
que fue como el artista los esculpió. ¡Cuánta
crueldad!
La flagelación
era un sufrimiento añadido previo a cargar con la
cruz camino del patíbulo.
De mi primera
procesión recuerdo con total nitidez estos dos primeros
pasos, los vivientes, los Soldados Romanos y La Cruz sencilla
casi pobre, diría, que cerraba el desfile. Los demás
no se en que momento se incorporaron a mi memoria. Pero
El Santo Sepulcro siempre me impresionó y me gustaba
verlo en la iglesia y desfilando aunque un sepulcro transparente
me producía angustia y ganas de sacar al Señor
para que respirara.
IX
Hace unos diez
años decía el pregonero que, de niño,
veía en un álbum familiar una foto de la Virgen
que está en el Cielo. No estaba equivocado, porque,
aunque un día descubrió de quien era la cara
retratada, en los Pasos vivientes, la Virgen, la Verónica
y las Tres Marías ¿Acaso no parece como si
las de verdad se encarnaran cada año en las que las
representan?
Los dos Ángeles no necesitan de nuestra imaginación
porque son ángeles de verdad.
Y ante Los Nicodemus
no hay que esforzarse para ver que no llevan en procesión
una imagen sino que llevan a enterrar a Cristo de verdad
muerto.
Los Pasos Vivientes
siempre fueron lo más humano y entrañable
de la Procesión.
X
Tengo que reconocer
que en mis primeras procesiones lo que más esperaba,
incluso con impaciencia, era la llegada de los Soldados
Romanos desfilando.
La primera vez,
recuerdo que oí decir que ya se acercaban y me fui
hacia el pilar para verlos pasar antes por la puerta del
horno. Y ocurrió lo que nunca podía haber
imaginado, pero que, pasado el tiempo, ocupó un lugar
privilegiado en mi memoria: Aprovechando un alto de la procesión,
algunos se acercaron, cortando por delante de la posada,
camino del caño de agua fresca, un instante, antes
de volver a la formación. Uno de los soldados me
reconoció y me saludó. ¡Que emoción
para aquel niño! Y que emoción también
cuando, treinta años después, ese soldado
pasó por mi casa y comprobé que los dos recordábamos
la escena. Es una de las caras que hoy echo de menos.
Los Soldados
Romanos eran y siguen siendo importantes el Viernes Santo
para los niños y también para los mayores
porque antes lo fuimos. Recuerdo que, pasado el Viernes
Santo, cuando se jugaba a procesiones, no podía faltar
la niña que hacía de Virgen ni los soldados
aunque las picas fueran cañas y los cascos y los
trajes, de papel de periódico.
XI
Aparentemente
me distraje con los soldados romanos, pero no. Ha sido una
pequeña concesión a recuerdos vivos de mi
infancia.
Después
de la flagelación empezaba el Viacrucis propiamente
dicho: ese kilómetro y medio que Cristo tuvo que
recorrer cargado con la cruz como era obligado para los
condenados a morir crucificados.
La procesión
no era tanto el desfile de las imágenes como el pueblo
acompañándolas o presenciando su paso con
devoción, emoción y respeto. Tampoco lo es
hoy, para los creyentes, admirar el valor artístico
y material de los pasos, que lo tienen, y cómo no
admirarlos en ese desfile que, en todos sus pormenores roza
la perfección, sino lo que para cada uno representan
las distintas imágenes que, siendo siempre las mismas,
cada año, en la calle, parece como si las viéramos
por primera vez.
La cara del Nazareno
es la aceptación serena de tanto sufrimiento y humillación.
La del Cristo
caído parece como si quisiera que alguien le explicara
lo que de sobra sabe porque voluntariamente lo aceptó.
Y los dos a cuestas
con la cruz a cuyo pié, en su paso, está la
imagen de nuestra patrona con cara de haber sufrido casi
tanto, o tanto por ser Madre, como su Hijo.
Ante la Virgen
de los Dolores solo se me ocurre decir lo que un día
de ella me dijeron: Es tan bonita que si, a pesar de su
cara de tristeza, fuéramos capaces de provocarle
una sonrisa, estaríamos en presencia de la Virgen
de verdad en carne y hueso.
La presencia
de San Juan tiene luz propia. Es una imagen distinta. Destaca
su colorido y elegancia. También la expresión
de su cara. Y no podemos olvidar que Cristo, al pie de la
Cruz, quiso que fuera el eslabón simbólico
necesario para que su Madre pasara a ser también
Madre nuestra.
La Cruz, de una
u otra forma, está presente a lo largo del desfile
pero hay dos pasos que son más suyos. El Cristo Crucificado
es una obra de arte que no pasa desapercibida. Hace tiempo
que cuando lo contemplo -y no solo en la procesión-
la cruz se empieza a difuminar hasta desaparecer para La
Cruz terminar siendo Cristo con los brazos abiertos.
XII
Al final, como
siempre, La Cruz de siempre, sencilla y casi solitaria,
aunque actualmente restaurada y luciendo un lujoso sudario.
Es el remate
perfecto para esa catequesis en movimiento -hago mía
la expresión- que es nuestra procesión del
Viernes Santo.
En los primeros
siglos los cristianos honraban a Cristo Crucificado pero
a escondidas por miedo a las persecuciones. La Cruz como
tal, por separado, no contaba. Como si no existiera. Cuando
en el siglo IV se abolió la crucifixión empezó
a ser símbolo de salvación y señal
del cristiano. Alguna vez se llegó a discutir si
procedía adorarla. No hace mucho leía que
la Cruz de La Semana Santa es el mismo Cristo. Recuerdo
con emoción que, desde niño, siempre de pareja
con mi padre, participaba en la ceremonia de la adoración
de la Cruz consciente de que hacía algo importante.
La fe tiene un
componente de duda porque si no sería ciencia, pero,
en Padul, la noche del Viernes Santo, ante La Cruz, ante
El Santo Sudario, la duda parece que es menos o, incluso,
desaparece.
XIII
A la Semana Santa
se llegaba después de una larga Cuaresma en la que
el espíritu se cumplía, al menos, con la observancia
de la ley del ayuno y la abstinencia y, llegado el Viernes
Santo, no se conmemoraba la muerte de Cristo sino que se
vivía como si el Señor estuviera muerto de
verdad.
La procesión
del Viernes Santo casi suponía un respiro en un ambiente
de luto y penitencia.
Los penitentes,
desde antes de la hora de la procesión, ya formaban
parte del paisaje urbano Parecían anunciar que pronto
saldría. Llamaban la atención con sus túnicas
y capirotes, pero no eran estos los que impresionaban, sino
sus ojos negros y profundos.
Sobrecogían
aquellos que, descalzos, a veces arrastrando una cadena,
seguían a la imagen de su devoción mientras
entre el público se oía algún cariñoso
comentario de quienes creían conocer su identidad
y hasta saber el motivo de su promesa.
Y, cuando un
paso se paraba y se producía el silencio total, estábamos
a punto de oír esa oración cantada que siempre
termina siendo un piropo a una imagen dolorosa o dolorida.
Guardo como una
reliquia dos faroles antiguos de aquellos que llevaron,
y siguen llevando, las mujeres de mantilla. Son artesanía
pura paduleña de hojalata estaño y cristal,
cuyas imperfecciones, si es que alguien las encuentra, son,
como los errores en las alfombras persas, una garantía
de su autenticidad. Son una reliquia, pero también
mi modesto homenaje a las paduleñas de todos los
tiempos.
XIV
Decía
al principio que la Semana Santa tenía ocho días:
de domingo a domingo ambos inclusive.
La procesión
del Viernes Santo ha terminado casi acaparando la atención,
pero la Gran Semana empieza el Domingo de Ramos que, desde
hace muchos años, se viene celebrando con la procesión
ceremonial de las Palmas que antiguamente portaban el sacerdote,
las autoridades y no muchas personas más y que, artísticamente
labradas, terminaban adornando rejas y balcones.
Desde hace algo
más de diez años procesiona el domingo por
la tarde Nuestro Padre Jesús de la Victoria, paso
conocido popularmente como La Borriquilla, que este año
incorpora la imagen de Nuestra Señora del Valle.
Con la Borriquilla
se conmemora la entrada triunfal de Jesús en Jerusalem.
Triunfal, porque realmente lo fue, pero con un trasfondo
de tristeza porque terminó con una traición.
No hay más que recordar las palabras de Judas a los
príncipes de los sacerdotes: “¿Que me
queréis dar y os lo entrego?”
El mismo pueblo
que le vitoreó, a los pocos días, no solo
le dio la espalda sino que pedía a gritos su muerte.
Menos mal que
el octavo día de la semana podemos celebrar el más
importante para los cristianos: La Resurrección.
Se lee en el evangelio de San Lucas: “¿Por
que buscáis entre los muertos al que vive? No está
aquí. Ha resucitado.”
En la calle Padul
celebra la Resurrección con la procesión de
los Juas precedida de la chiquillería que va localizando,
para destrozarlos, los monigotes que, recordando a Judas
ahorcado, encuentra colgados a lo largo del recorrido.
Pero mi experiencia
más fuerte de la Resurrección no fue la imagen
del Resucitado ni el destrozo de los Juas. Estaba en la
Iglesia, seguro que distraído, cuando, sin esperarlo,
sentí como si se viniera abajo a consecuencia de
un aplauso estruendoso mezclado con otros sonidos difícilmente
identificables acompañados de un repique de campanas
mientras que grupos de niños, de un cancel a otro,
hacían sonar cencerros y campanillas. Así
me enteré de que el Señor -qué palabra
más bonita para referirse a Cristo- había
resucitado.
Entre las paredes
de la Iglesia no cabía más alegría
como entre esas mismas paredes no cabe más emoción
cuando la víspera de San Sebastián el pueblo
que la abarrota canta su himno.
XV
Mis primeras
semanas santas que recuerdo se remontan a los primeros años
cuarenta del pasado siglo. Eran tiempos difíciles
y los niños nos dábamos más cuenta
de lo que los mayores tal vez pensaban. Tiempos agravados,
además, por una situación económica
y una sequía que hicieron que se les conociera como
de hambre. Tenían reflejo en el ambiente social y
en la escasez de muchas cosas.
Llegaba la Semana
Santa y... Fe, toda. Entusiasmo, casi más. Aquellos
pasos artesanales... era lo que había, pero recordarlos
casi pone la carne de gallina, y creo que muchos daríamos
cualquier cosa por volver a ver, aunque fuera solo un momento,
aquella procesión.
Los tiempos fueron
cambiando no sin esfuerzo y sacrificio. Y de aquellas andas
sobre ruedas se ha pasado a los pasos actuales, verdaderas
obras de arte de gran valor. Causan admiración a
propios y extraños porque son fruto de la devoción
y el entusiasmo, llegando a veces al sacrificio, del pueblo
creyente de Padul, encarnado en sus cofradías y hermandades
que, como la Magdalena, no solo no escatiman nada sino que
todo les parece poco.
XVI
Alguien se atrevió
a decir que la serpiente en el Paraíso tentó
a Eva no con una manzana sino con otra fruta, única
por su belleza y porque no hay en la naturaleza otra que
ni se le parezca. Hasta los israelitas soñaban con
encontrarla en la Tierra Prometida. Fue, al parecer, con
una granada que, casualmente, tiene el mismo nombre que
esta tierra, única también, en la que Padul
tiene la suerte de estar.
Cuando me preguntan
que cómo es Padul siempre respondo lo mismo: también
un lugar único, lo quiero y me gusta.
Hace setenta
años Padul empezaba en La Glorieta y terminaba en
la calle Sin Salida. Era donde vivían mis abuelos.
En sus casas enlazaba a mis padres con las generaciones
que me precedieron. A comienzos del siglo XVII ya había
un paduleño, que yo sepa, con mi nombre y apellido.
Pronto descubrí que Padul llegaba desde El Cruce
hasta La Ermita y desde La Estación hasta El Señor
de las Cuevas. También desde El Romeral a La Romera,
desde El Motrilejo hasta El Barcaile y desde la Cruz de
las Asomadillas hasta la de la de la Atalaya. Mis referencias:
El Ojo Oscuro, Las Madres, Los Molinos, La Glorieta, La
Fuente y ese tesoro nuestro que es La Ermita de San Sebastián.
Decía
al principio que no era una casualidad que Padul estuviera
sembrado de cruces. Es el reflejo de un pueblo en su mayoría
tradicionalmente cristiano en el que la cruz, como no puede
ser de otra forma, está profundamente arraigada.
Cuando estamos asistiendo a una progresiva desaparición
de la cruz de los pueblos, de sus calles y casas, en Padul
queremos mantenerla, y esperamos que permanezca sobre todo
en nuestros corazones. La cruz, como dijo Juan Pablo II
nos puede dar la respuesta última que todos los seres
humanos buscamos.
Actualmente
Padul tiene otra cruz: La crisis económica que llegó
como un zarpazo terrible. Todos, y especialmente los creyentes,
a la sombra de La Cruz que en Semana Santa nos reúne
debemos procurar que también nos una todas las semanas
del año para ayudar a conseguir una mejor situación
para todo el pueblo.
Me gustaría ser capaz de cerrar los ojos y ver que
cada uno de nosotros presenciaba la procesión del
Viernes Santo más hermosa que le apeteciera contemplar
y abrirlos el Domingo de Gloria para deciros.