Pregón
pronunciado por Don Fernando Ferrer Merlo
Centro Cultural Federico García Lorca
5 de abril de 2014
Quiero en primer
lugar invocar al Espíritu Santo para que me ilumine
en este momento tan importante como es el de pregonar esa
realidad trascendente que nos presenta una visión
del mundo desde la perspectiva del amor; cual es la pasión
muerte y resurrección de nuestro Sr. Jesucristo,
el encarnado, el Dios hecho hombre.
Respetable público,
Sr. cura párroco D. Cristóbal: guía
espiritual y religioso de este pueblo, Sr. Presidente y
Junta Directiva de la Federación de Cofradías,
representantes de todas ellas, queridos costaleros/as y
cofrades, Sr. Alcalde y demás miembros de nuestro
consistorio, familiares, amigos, y todos los aquí
presente que hoy me acompañáis. Sed Bienvenidos.
Agradezco a la
junta Directiva de la Federación de Cofradías
la confianza depositada en mí para ser el pregonero
de la Semana Santa 2014, propuesta de la que tuve conocimiento
por boca de su presidente Sr. Hidalgo, y que supuso en mí
cierta perplejidad.
También
agradezco de forma especial las generosas e inmerecidas
palabras que mi presentador Sr. Maldonado me ha dirigido.
Igualmente quiero daros las gracias a todos los que vais
a compartir estos momentos conmigo
Espero estar a
la altura de las circunstancias, y expreso mi recuerdo a
los pregoneros que me han precedido en tan grato como digno
cometido para un cristiano.
Permítanme
que mi intervención de esta tarde-noche la dedique
a todos aquellas personas de nuestro pueblo que por alguna
razón están en situación de necesidad
de cualquier índole. También quiero hacer
extensiva esta dedicatoria a mis nietos: Fernando, Pablo,
David, Álvaro y Paula.
Quiero recordar
que el verdadero motivo de que estemos hoy aquí;
el verdadero protagonista de este acto, más que ninguno
de nosotros, las cofradías, las bandas de música,
las autoridades o la tradición cultural; es Jesús
de Nazaret, el que nació en Belén, el que
padeció bajo el poder de Poncio Pilato, el que por
amor infinito entrego su vida, y la entregó voluntariamente,
no se la arrebataron.
El pregón que voy a desarrollar consta de dos partes:
La primera la dedicaré a la exaltación de
la Semana Santa de nuestro pueblo, la exaltación
de los actos procesionales, de todo eso que gira alrededor
del mensaje central.
La segunda a reflexionar
sobre los distintos pasos que representan la acción
salvadora del género humano realizada por Dios y
operada en Cristo por medio de su pasión muerte y
resurrección.
Primera parte
Las hornacinas
de la iglesia han quedado vacías, sus imágenes
trasladadas a sus respectivas casas de hermandad, Vírgenes
y Cristos ocupan un lugar predilecto, son los invitados
de honor, todas las atenciones van dirigidas hacia ellos.
Se les cambia de ropa, dejan la de diario para vestir la
de pasión, la de salir a la calle con dirección
al Gólgota.
Los tronos son
adornados con distintas variedades de flores; cofrades y
costaleros se afanan en ello con los cinco sentidos puestos
en su quehacer: “¡Que ese clavel sobresale un
poco, que allí hay un hueco que tapar, que el manto
pise bien, que la túnica no tenga una arruga, que
el pelo este bien cepillado, que esa vela guarde proporcionalidad
con la de al lado”!... Igualmente en sus respetivas
casas, las distintas personas que van a participar en el
desfile procesional: Verónica, mantillas, penitentes,
romanos, Nicodemus, preparan cuidadosamente sus ropas y
todos aquellos enseres con los que van a acompañar
a los distintos pasos en este cortejo fúnebre
No podemos olvidar al pueblo con su aportación económica,
ni la labor encomiable de la Federación de Cofradías
y Juntas Directivas de todas ellas para que nuestra Semana
Santa sea la más hermosa, la más cuidada y
la más lucida.
Durante esta semana
es cuando los paduleños nos preocupamos más
que nunca por la información meteorológica.
Todo el mundo está pendiente de si lloverá
o no. Es un problema de todo el pueblo, no solo de cofrades,
músicos y costaleros, sino de todo el pueblo en general,
porque todos llevamos la Semana Santa en el corazón,
y la llevamos porque así nos la inculcaron nuestros
antepasados, y así, con todo el respeto, admiración
y misterio que merece hemos de trasmitirla a las generaciones
venideras.
Nada congrega más gente en el pueblo, y no solamente
gente de aquí, sino de los pueblos aledaños,
e incluso de la capital, pues por todo el recorrido: carretera,
lavadero, tres cruces, calle real,… nos agolpamos
para contemplar una y otra vez nuestros pasos procesionales
y aplaudir a sus costaleros/as que portan sobre sus hombros
las imágenes de pasión.
Los pasos son
escenas que representan distintos momentos de la pasión,
muerte y resurrección de Jesús, es una forma
catequética de enseñarnos esa realidad, que
en Padul cobra una especial singularidad al procesional
todos los pasos juntos, excepto la borriquilla y el Resucitado,
no hay cortes en esta enseñanza, podemos contemplar
totalmente enlazadas todas las escenas. Toda la representación
plástica de la pasión se nos ofrece de forma
continuada, perfectamente entendible.
Recuerdo aquel
año de 1984 en que los costaleros aparecen por primera
vez en escena portando al Nazareno, fue una verdadera novedad,
aquello marcó el punto de inflexión del desfile
procesional en el Padul. A partir de ahí, cada año
eran más los pasos llevados a hombros. Fue un cambio
enorme, fue el sustituir aquellos carros fríos, sin
alma y sin sentimientos por esos costaleros y costaleras
jóvenes llenos de vida, de ilusión y de sentimientos
religiosos. Porque para ensayar día tras día
después de una jornada de trabajo y cargar con el
paso en procesión es porque algo bulle en su alma,
algo que les empuja a hacerlo, algo que les incita a gritar:¡
Al Cielo con El!, ese algo que les hace sumirse en el recogimiento
espiritual que se vive debajo del paso, ese algo inexplicable
que les dice que lo que portan sobre sus hombros es una
realidad transcendente que escapa a la razón humana
y que solamente es entendible desde la fe.
¡Gracias
costaleros y costaleras!, nuestra Semana Santa perdería
gran parte de su encanto humano si vosotros no estuvieseis
ahí
Quiero traer al
recuerdo a esos cofrades y costaleros ausentes, a los que
ya nos dejaron, a los que no volverán a vestir sus
ropas de penitentes, ni se ceñirán sus fajas
por sus compañeros ayudados, pues ya visten sus trajes
blanco de gloria celestial resplandecientes.
Segunda
Parte
Pocos días antes de su sufrimiento en la cruz, Jesús
entró en la ciudad de Jerusalén en medio de
las alabanzas y del clamor popular.
La entrada de Jesús montado en un asno había
sido profetizada en las Escrituras, aproximadamente quinientos
años antes de su nacimiento. El profeta Zacarías
escribió:
"He aquí tu rey vendrá a ti, justo
y salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno, sobre un
pollino hijo de asna."
El que haya entrado montado sobre un asno pone de manifiesto
su humildad. Pudo haberlo hecho acompañado de una
hueste de ángeles y con gran sonido de trompetas,
pero entró humilde; cabalgando sobre un asno.
Cuando Jesús entró en Jerusalén, una
gran multitud lo aclamó: "¡Hosanna
en las alturas! hosanna al hijo de David, bendito el que
viene en nombre del Señor”.
En ese tiempo, Israel estaba bajo el dominio del Imperio
Romano. Como Jesús se presentó y realizó
prodigios, los judíos pensaron que Él sería
el libertador que los salvaría de la opresión
a la que estaban sometidos. En otras palabras, los judíos
no comprendieron el propósito de la venida de Jesucristo
a la tierra. El vino para dar vida y libertad a toda la
humanidad.
Los israelitas sufrieron una gran decepción cuando
se dieron cuenta de que Jesús no sería su
libertador. Por esto, muy pronto las alabanzas de "hosanna"
desaparecerían y comenzarían a vociferar la
desgarradora sentencia: "¡crucifícale,
crucifícale!"
La gente le canta y vitorea, pero son los niños lo
que se hacen los primeros protagonistas de este domingo
de Ramos. Su pureza, su inocencia y sus cánticos
se elevan a los cielos sobre la Jerusalén de los
profetas.
Hoy no son los niños hebreos los que levantan sus
voces para vitorear a Jesús montado en la borriquilla.
Hoy son nuestros hijos, los niños del Padul los que
se enardecen por gritar y acompañar a Jesús
cabalgando entre palmas y ramas de olivo en un humilde burro.
Quiero pedirle al Cristo de la borriquilla que los poderes
de este mundo cruel y duro no apaguen los cánticos
jubilosos de los niños, que no rompa nadie la espontaneidad
que brota de su fe limpia y pura, que los dejen triunfar
siendo niños en libertad, que la explotación
de sus vidas desaparezca para siempre, que los dejen ejercitar
su derechos a la instrucción y a la formación,
que vivan en plenitud la grandeza de unos padres y de una
familia que les orienten en el camino hacia la figura de
Jesús.
Sale Jesús
del Cenáculo, situado en la parte alta de la ciudad,
y recorre el camino hacia el monte de los olivos, sus discípulos
le siguen en aquel camino iluminado por la luna.
"Entonces
llegó Jesús con ellos a una finca llamada
Getsemaní, y les dijo: Sentaos aquí mientras
voy a orar". Parecía como de costumbre, normal,
pero tiene el alma en tensión. Ocho de los discípulos
se quedan en una cueva, resguardados del relente de la noche.
El Señor se aleja de ellos llevándose sólo
a Pedro y a los hijos del Zebedeo: Juan y Santiago. Son
los mismos que estuvieron en la transfiguración del
Tabor contemplando su gloria. Ahora van a ser testigos de
algo mucho más difícil de entender: la agonía
de Cristo que quedará reducido a un hombre despojado
de gloria y esplendor, como si estuviese derrotado
Jesús se
retira como a un tiro de piedra a un lugar donde existe
una enorme roca. Y "empezó a entristecerse y
a sentir angustia. Entonces les dijo: Mi alma está
triste hasta la muerte, quedaos aquí y velad conmigo.
Y adelantándose un poco se postró rostro en
tierra mientras oraba diciendo: Padre mío, si es
posible, que pase de mí este cáliz; pero no
sea como yo quiero, sino como quieras Tú" (Mt).
Jesús va
a librar una gran batalla, no se trata de una batalla cualquiera,
sino la batalla del amor, y del sufrimiento por amor.
Entonces "Un
ángel del cielo se le apareció para confortarle.
Y entrando en agonía oraba con más fervor,
y su sudor vino a ser como gotas de sangre que caían
sobre la tierra" (Lc). Todo el cuerpo está empapado
en ese extraño sudor de sangre. La angustia del alma
llega a ser terror; pero no le vence, no desiste Jesús
de su empeño de entregarse. Quiere la voluntad del
Padre, que es la suya, no la del cuerpo que se resiste lleno
de pavor.
En este estado
busca consuelo en los suyos. "Volvió junto a
sus discípulos y los encontró dormidos; entonces
dijo a Pedro: ¿Ni siquiera habéis sido capaces
de velar una hora conmigo?" Es una queja para los que
no han sabido estar a la altura de las circunstancias. Se
excusan por el cansancio y por el sueño que les vence.
Hoy, ante los que buscan consuelo en nosotros, en la mayoría
de las ocasiones, tampoco sabemos estar a la altura de las
circunstancias, ¿y nosotros con que nos excusamos?:
¡Con que no tengo tiempo, con que estoy muy ocupado,
con que ya lo hará otro!. Por ello de nuevo Jesús
les dice: "Velad y orad para no caer en tentación:
pues el espíritu es decidido, pero la carne es débil"(Mt).
El sueño de los discípulos como nuestras excusas
tiene también como causa el pecado que envuelve en
su tiniebla las mentes y los espíritus de todos.
Por eso la oración será la fuerza para vencer
toda dificultad.
"Finalmente
va junto a sus discípulos y les dice: ¡Todavía
dormidos y descansando! Está próxima la hora
en que este Hombre será entregado en poder de los
pecadores. ¡Levantaos, vamos!; se acerca el traidor.
Jesús es
apresado y flagelado, la flagelación era un castigo
muy cruel. Los judíos lo limitaban a cuarenta azotes
menos uno. Para los romanos no había límite.
Los flagelos eran de cuero con huesos o bolas de hierro
en la punta. Las carnes se abrían, el dolor era muy
intenso, sangraba todo el cuerpo, solían perder el
conocimiento y podían morir.
Jesús es
flagelado en el pretorio romano como un “sin derechos”
a pesar de que Pilatos es consciente de su inocencia. Hoy
en día también hay muchos flagelos: como el
hambre, la falta de asistencia sanitaria, de prestaciones
sociales a los incapacitados y a la tercera edad, de educación
e instrucción para muchos niños y jóvenes.
Estos flagelos están en manos de poderosos sin escrúpulos,
con los que golpean a los más indefensos, a los más
necesitados, a los marginados, a pesar de que son conscientes
de la inocencia de sus victimas, como lo fue Pilatos de
la inocencia de Jesús.
El que sufría
la flagelación era atado a una columna para evitar,
en la medida de lo posible, que se desplomase. No sabemos
si los flageladores eran sádicos o no. Es muy posible,
sin embargo, que se diese en ellos esa extraña crueldad
que se introduce en el hombre cuando entra en la rueda de
la sangre, esa extraña crueldad que se da hoy en
el maltratador que entra en la rueda del maltrato de la
mujer, el que la tiene amarrada a la columna de su dominio
y de su explotación, golpeándola día
tras día, cayendo estos golpes sobre sus espalda
como caían los latigazos romanos sobre la espaldas
de Jesús. Muchas han muerto al pie de la columna,
y las que no han caído siguen el calvario con su
cruz acuestas no sabiendo donde acudir y huyendo constantemente
de sus maltratadores, en muchos casos, acompañadas
en este viacrucis por sus hijos, que también lo sufren.
Fluye sangre
de tus sienes
hasta cegarte los ojos.
Cubierto de hilillos rojos
morado el rostro tienes
Y al contemplar cómo vienes
una mujer se atraviesa,
te enjuga el rostro y te besa.
La llamaban la Verónica.
Y exacta tu faz agónica
en el lienzo queda impresa
Pero nadie la
pudo frenar: ni sus parientes, ni los soldados. Nadie.
Nosotros sabemos que para el amor, para lo que uno desea
de verdad, no hay dificultades que valgan, no hay nada imposible.
La tal Verónica se arrodilló delante de Jesús,
y con un paño blanco limpió su rostro, ese
rostro que atrae sin remedio a quien lo mira.
¡Fuera de aquí, mujer!, rugió uno de
los soldados mientras la apartaba de un golpe.
Verónica volvió con los demás mientras
apretaba el paño contra su pecho. La mujer desplegó
el paño. Ante sus asombrados ojos apareció
el mismo rostro de Jesús allí impreso, en
ese trozo de tela.
En nuestra vida, a veces hemos tenido ocasión de
enjugar lágrimas y sudor de personas que sufren.
Tal vez hemos atendido a un enfermo terminal, hemos ayudado
a un inmigrante o a un desocupado, hemos escuchado a un
olvidado o quizás hemos limpiado el rostro de un
anciano mirándolo con compasión.¡ Si
recordásemos con más frecuencia este gesto
de la Verónica para con nuestros hermanos necesitados,
poco a poco tomaríamos conciencia de la dignidad
de cada hombre, de toda persona, bonita o fea, capacitada
o incapacitada, desde el primer momento en el vientre de
su madre, o tal vez ya en la ancianidad!
Con la cruz a cuestas, este Cordero inocente, va camino
al degüello.
Llevaba el palo
transversal de la cruz atado por detrás sobre los
omóplatos. Este peso y esta posición, hacían
bascular terriblemente a Jesús cuando andaba. En
esta postura le resultaba difícil mantener el equilibrio,
por lo que caía con frecuencia, siempre de cara y
sin poder protegerse con las manos.
Algunos le miraban
con pena y desconcierto; para otros, el cortejo de aquel
condenado a muerte, tenía un cierto aire festivo.
A muchos los conocía.
Eran hombres y mujeres a quienes había hecho algún
milagro, algún favor, algún beneficio. ¡Qué
ingratos somos los hombres! ¡Qué rápidamente
nos olvidamos de quienes nos han hecho algún bien!
¡Qué
dolor para Jesús! Al peso de la cruz se une el peso
de la ingratitud, del desprecio, de la humillación.
Y todo esto le hace caer varias veces.
De nosotros esperaba
comprensión, solidaridad... y sólo recibió
desprecio, desinterés y ofensas.
Pero durante este
trayecto penoso y terrible, encontró el alivio y
el consuelo de su madre, de Simón de Cirene, y de
unas buenas mujeres.
La madre quedó
sobrecogida por el estado en que se encontraba su hijo.
Al principio casi no lo reconoció por las caídas,
los golpes, la falta de aliento y la sed que le invadía.
¿Qué
se dijeron María y Jesús? Se miraron. Quizá
intercambiaron alguna palabra. La madre posiblemente animó
a su Hijo para que siguiera adelante en el camino de la
cruz.
María contempla
la soledad de su Hijo. Casi todos le han abandonado. Esto
le hiere profundamente como a cualquier madre.
Jesús estaba
muy débil y se veía tropezar con frecuencia.
Parecía que no iba a llegar a la cima. Y quienes
le habían condenado querían un hombre para
crucificarlo, no un cadáver para enterrar.
Por eso, a uno
que pasaba le obligan a llevar el travesaño. Le obligan,
porque no hubo nadie con entrañas que se ofreciese.
¿Dónde
estaban los apóstoles para echarle una mano, donde
estaba tanta gente a la que dio de comer, a la que sanó,
a los que desinteresadamente ayudo? Nadie se presentó.
También nos ocurre esto con frecuencia: no acudimos
en ayuda del necesitado, no oímos su llamada y cerramos
nuestros ojos ante sus necesidades.
¡Señor,
haz que me sienta cireneo en cualquier momento ayudando
a quien lleva una cruz más grande que la mía!
Hoy se puede llevar la cruz de distintas formas. Hay una
cruz llevada con rabia, contra la que el hombre se revuelve
lleno de odio o, al menos, de un profundo malestar; es una
cruz sin sentido e inútil, que incluso aleja de Dios.
Es la cruz de los que en este mundo no soportan el dolor
ni el fracaso. Es la cruz que nace de la soberbia. Es una
cruz que no redime, es la que lleva uno de los dos ladrones.
Camino del Calvario
marcha otra cruz llevada con resignación, con dignidad
humana, aceptándola porque no hay más remedio.
Así la lleva el otro ladrón, quien poco a
poco se da cuenta de que muy cerca de él, que se
siente culpable, está crucificado un inocente, el
Cristo, a quien ha reconocido como hijo de Dios. Esta aceptación
y reconocimiento cambiará por completo tanto los
últimos instantes de su vida terrena como eternamente.
“Te aseguro que hoy estarás conmigo en
el paraíso”.
Los pecados de los hombres son tantos, el peso de la cruz
tan descomunal que Jesús cae una vez más.
El golpe es tremendo. La gente grita y le insulta. Los soldados,
sin piedad, le ayudan a levantarse arrastrándole.
Todo su cuerpo es una herida tan profunda que ya ni sangre
le queda. Sólo la cruz parece darle fuerzas. Se agarra
a ella como un náufrago en medio de las olas. Su
soledad ante un dolor tan grande es un martirio insoportable.
Esta es la tercera caída de Cristo que la tradición
nos relata. Cristo ha caído nuevamente, pero nunca
ha quedado en tierra. Siempre las caídas de Cristo
son seguidas por su incorporarse y continuar la senda trazada.
Igual debe suceder con nuestras propias vidas.
La lectura del apóstol Pablo es muy apropiada, ya
que él nos dice que nos incorporemos y que nos esforcemos
por revertir esos momentos de derrota en que el pecado nos
tiene sumidos. Tenemos que dejar nuestra forma anterior
de vida y buscar algo mejor, algo nuevo. Nos dice el apóstol.
Es importante dejar: la mentira, el odio, el acaparar tomando
a veces lo que no nos pertenece, la envidia, la indiferencia,
el orgullo, la vanidad, todo aquello que nos aparta de Dios
y que representa en nosotros una gran caída, una
gran derrota.
Hagamos el firme propósito de cambiar, de sacar a
la luz a la persona que, a imagen y semejanza de Dios, llevamos
dentro de nosotros y que muchas veces tiramos por el desagüe.
La crucifixión significa maldición, separación.
“Maldito aquel que cuelga de un madero”,
dice el libro del Deuteronomio.
Según el relato evangélico, los que pasaban
ante Jesús crucificado se burlaban de él y,
riéndose de su impotencia, le decían: «Si
eres Hijo de Dios, bájate de la cruz». Jesús
no responde a la provocación. Su respuesta es un
silencio cargado de misterio. Precisamente porque es Hijo
de Dios permanecerá en la cruz hasta su muerte.
Ante esto las preguntas son inevitables: ¿Cómo
es posible creer en un Dios crucificado por los hombres?
¿Qué hace Dios en una cruz? Un “Dios
crucificado” constituye una revolución y un
escándalo, revolución y escándalo que
nos obliga a cuestionar todas las ideas que los humanos
nos hacemos de un Dios, al que supuestamente conocemos.
El Crucificado no tiene el rostro ni los rasgos que atribuimos
al Ser Supremo.
El “Dios crucificado” no es un ser omnipotente
y majestuoso, inmutable y feliz, ajeno al sufrimiento de
los humanos, sino un Dios escarnecido y humillado por los
hombres, que sufre con nosotros el dolor, la angustia y
hasta la misma muerte. Con la cruz, nos abrimos a una comprensión
nueva y sorprendente de un Dios que, encarnado en nuestro
sufrimiento, nos ama de manera increíble.
Ante el Crucificado empezamos a intuir que Dios, en su misterio,
es alguien a quien nuestra miseria le afecta, nuestro sufrimiento
le salpica nuestra indiferencia le hiere, nuestro egoísmo
le corroe. No existe un Dios cuya vida transcurre, por decirlo
así, al margen de nuestras penas, lágrimas
y desgracias. Él está en todos los calvarios
de nuestro mundo.
Este “Dios crucificado” no permite una fe frívola
y egoísta en un Dios omnipotente al servicio de nuestros
caprichos y pretensiones. El Crucificado nos pone mirando
hacia el sufrimiento, el abandono y el desamparo de tantas
víctimas de la injusticia y de las desgracias. Con
este Dios nos encontramos cuando nos acercamos al sufrimiento
de cualquier crucificado social.
Los cristianos seguimos dando toda clase de rodeos para
no toparnos con el “Dios crucificado”. Hemos
aprendido, incluso, a dirigir nuestra mirada hacia la cruz
del Señor, desviándola de los crucificados
que están ante nuestros ojos.
Sin embargo, la manera más auténtica de celebrar
la pasión del Señor es reavivar nuestra compasión.
Sin esto, se diluye nuestra fe y abrimos la puerta a toda
clase de manipulaciones.
Los siete dolores de la Santísima Virgen que han
suscitado mayor devoción son: la profecía
de Simeón, la huida a Egipto, los tres días
que Jesús estuvo perdido, el encuentro con Jesús
llevando la cruz, su muerte en el calvario, el descendimiento
y la colocación en el sepulcro.
Simeón había anunciado previamente a la Madre
la oposición que iba a suscitar su hijo, el Redentor.
Cuando ella ofreció a su hijo a Dios en el templo,
dijo Simeón: "Este niño debe ser causa
tanto de caída como de resurrección para la
gente de Israel. Será puesto como una señal
que muchos rechazarán y a ti misma una espada te
atravesará el alma" (Lc 2,34).
Será el encuentro de Cristo con su madre camino del
calvario el que inicie el conjunto de escenas en las que
el dolor y el drama se desbordan
El dolor de María en el calvario hubo de ser inmenso,
pues sabemos que cualquier madre, sufre por el más
mínimo dolor de su hijo, el viento que le roce le
molesta. ¡Qué intensidad debe alcanzar el dolor
que siente una madre que ha enterrado a un hijo, o la que
lo ve a diario derrumbarse en su caminar por el calvario
de las drogas, sin encontrar a ningún “Simon
de Cirene” que le eche una mano!
La terrible soledad de la madre con el hijo muerto entre
sus brazos es la escena que constituye la síntesis
más perfecta de los sufrimientos de María.
Es la imagen por excelencia de la pasión de María.
Ante esta escena el contemplador, aún el más
distante, no puede quedar indiferente. Su propio desgarro
trágico atrapa y conmueve.
Será el dominico Fray Luis de Granada quien escriba:
“Pues cuando la Virgen lo tuvo en sus brazos ¿qué
lengua podría explicar lo que sintió? Ángeles
de la paz, llorad con esta Sagrada Virgen, llorad cielos,
llorad estrellas del cielo y todas las criaturas del mundo
acompañad el llanto de María.
Abrázase la madre con el cuerpo despedazado, apriétale
fuertemente en sus pechos, mete su cara entre las espinas
de la sagrada cabeza, júntanse rostro con rostro,
tiñese la cara de la madre con la sangre del hijo,
y riégase la del hijo con las lágrimas de
la madre.
Ante
el hórrido madero
del calvario lastimero,
junto al hijo de tu amor,
¡pobre madre entristecida!
traspasó tu alma abatida
una espada de dolor.
¡Cuan penoso, cuán doliente
ver en tosca cruz pendiente
al amado de tu ser!
Viendo a Cristo en el tormento,
tú sentías el sufrimiento
de su amargo padecer.
¡ Todo se
ha consumado, solo queda darte sepultura!
Está
pasando el santo entierro
hinquémonos todos de rodillas
y prestemos la mayor adoración
que dentro del sepulcro va
el Cristo de la salvación.
La iconografía
del Yacente es la de Cristo muerto y expuesto al público.
No nos aparece en los evangelios; pero es necesaria para
representar la muerte física del Hijo del Hombre,
de la misma manera que, por tradición heredada, lo
hacemos continuamente con todos los difuntos.
Cristo yacente es el despojo del templo humano, el cordero
sacrificado para la expiación de los pecados. Y esto,
con más o menos crudeza, es lo que representa la
iconografía apócrifa del Yacente, que Cristo
ha muerto, que estamos delante de un difunto, pero no de
un difunto cualquiera, sino delante del que ha de vivir
de nuevo para nunca más morir.
San Juan forma parte de un pequeño grupo integrado
por Pedro y Santiago, que vivieron de cerca los momentos
más relevantes en la vida de Jesús, pues estuvieron
presentes en la transfiguración, vieron la resurrección
de la hija de Jairo, fueron los encargados de prepararle
la última Cena, e incluso muestra su cercanía
San Juan cuando reclinó su cabeza sobre el pecho
de Jesús, y fue a él a quien reveló
el nombre del que habría de traicionarle.
Se le conoce como
el discípulo amado, fue el único apóstol
que estuvo al pie de la cruz acompañando a la Virgen
María y a otras piadosas mujeres. Jesús dice
a su madre: “Mujer ahí tienes a tu hijo”.
Después dice al discípulo:”Ahí
tienes a tu madre”. Él la tomó desde
aquel instante como suya propia, cuidándola y honrándola.
En Juan está
representado todo el género humano, y por eso podemos
cantar:
Alégrense
todas las criaturas del cielo porque tienen madre.
Alégrense los “hijo de nadie” porque
son hijos de alguien.
Alégrense por fin los desamparados porque tienen
madre que los ampare
Alegrémonos los pecadores porque tenemos madre común
con Dios.
Para San Pablo,
la cruz representa el punto central de su teología,
porque decir cruz quiere decir salvación como gracia
dada a toda criatura.
El que para los
judíos la cruz represente escándalo y para
los paganos necedad, radica en el hecho de que donde parece
haber solo fracaso y derrota está todo el poder del
amor ilimitado de Dios; porque la cruz es expresión
del amor; y el amor es el verdadero poder que se revela
precisamente en esta aparente debilidad de la cruz.
Jesús no
inventó la cruz: la encontró en su camino,
como todo hombre. La novedad que Él inventó
fue la de poner en la cruz un germen de amor. Así
la cruz se convirtió en el camino que lleva a la
vida, en mensaje de amor.
La cruz se presenta
en nuestra vida de muy diferentes maneras: enfermedad, pobreza,
cansancio, dolor, desprecio, soledad. Y como Jesús,
hay que poner en ella un germen de amor.
Al igual que la
cruz el santo sudario constituye una de las más preciosas
reliquias de la pasión, y en él podemos reconocer
todo el dolor y todo el sufrimiento de Cristo, y un medio
excelente para acercarnos al Jesús de carne y hueso
que voluntariamente entregó su vida por nosotros.
¿”Por
qué buscáis entre los muertos, al que está
vivo? No está aquí, ha resucitado”.
Este es el mensaje que los ángeles dan a las mujeres
a la entrada del sepulcro.
La resurrección
de Jesús es el hecho más importante de la
Historia de la Salvación. Es un asunto fundante,
en él esta cimentada nuestra fe
¿Qué sentimos los seguidores de Jesús
cuando nos atrevemos a creer de verdad que Dios ha resucitado
a Jesús? ¿Qué vivimos mientras seguimos
caminando tras sus pasos? ¿Cómo nos comunicamos
con él cuando lo experimentamos lleno de vida?
Tratemos de reflexionar estas preguntas junto con José
Antonio Pagola, quien nos asegura que Jesús tenía
razón.
Jesús resucitado, tenías razón. Es
verdad cuanto nos has dicho de Dios. Ahora sabemos que es
un Padre fiel, digno de toda confianza. Un Dios que nos
ama más allá de la muerte.
Jesús resucitado, tenías razón. Ahora
sabemos que Dios es amigo de la vida. Ahora empezamos a
entender mejor tu pasión por una vida más
sana, justa y dichosa para todos. Siguiendo tus pasos, viviremos
curando la vida y aliviando el sufrimiento. Pondremos siempre
la religión al servicio de las personas.
Jesús resucitado, tenías razón. Ahora
sabemos que Dios hace justicia a las víctimas inocentes:
hace triunfar la vida sobre la muerte, el bien sobre el
mal, la verdad sobre la mentira, el amor sobre el odio.
Jesús resucitado, tenías razón. Ahora
sabemos que Dios se identifica con los crucificados, nunca
con los verdugos.
Jesús resucitado, tenías razón. Ahora
empezamos a entender un poco tus palabras más duras
y extrañas. Comenzamos a intuir que el que pierda
su vida por ti y por tu evangelio, la va a salvar. Ahora
comprendemos por qué nos invitas a seguirte hasta
el final cargando cada día con la cruz.
Jesús resucitado, tenías razón. Ahora
estás vivo para siempre y te haces presente en medio
de nosotros cuando nos reunimos dos o tres en tu nombre.
Ahora sabemos que no estamos solos, que tú nos acompañas
mientras caminamos hacia el Padre. Escucharemos tu voz cuando
leamos tu evangelio. Nos alimentaremos de ti cuando celebremos
tu Cena. Estarás con nosotros hasta el final de los
tiempos.
¡ Semana Santa! ¿Qué es Semana Santa?
Semana Santa es el Jesús orante, es la flagelación,
es una corona de espinas, es una cruz acuestas, es un Cristo
caído, son unos hombros sangrantes, es un crucificado.
¡Es el Cristo del amor! Es la dolorosa, ¡es
la Madre de Dios!, es una saeta, es un sudario, es un silencio,
es una oración, son unos pies descalzos, unos niños
en brazos, es un cortejo fúnebre, un resucitado y
el redoble de un tambor.