Pregón
pronunciado por Don Antonio Manuel Santiago Berdugo
Centro Cultural Federico García Lorca
21 de marzo de 2015
Marta dijo a Jesús:
Señor si hubieras estado aquí, no hubiera
muerto mi hermano. Pero sé que lo que le pidieres
a Dios te lo concederá. Dijo Jesús: Tu hermano
resucitará. Marta repuso: sé que resucitará
en la resurrección, en el último día.
Jesús le dijo: YO
SOY LA RESURRECION Y LA VIDA; quien cree en
Mí aunque muriere vivirá y ninguno que viva
y crea en Mí, morirá para siempre. ¿Crees
esto? Ella le dijo: Si, Señor, yo creo que Tú
eres el Cristo, el Hijo de
Dios, el que ha de venir al mundo. (Jn 11, 21-27)
Buenas Noches:
Reverendo Sr.
Cura Párroco de la Villa de Padul.
Excelentísimo Sr. Alcalde.
Sr. Presidente de la Asociación de Cofradías.
Hermanos Mayores, juntas de Gobierno de las Cofradías
y Hermandades, familia, amigos, señoras y señores.
Quiero dar las
gracias a todos los que me acompañáis esta
noche aquí, a las personas que han confiado en mí
para realizar este pregón de Semana Santa, a Fernando
Ferrer por la presentación de mi persona, a mi familia,
amigos, y a mis mayores que ya no están aquí
presentes y son los que nos han transmitido el AMOR DE DIOS
y la FE, y en especial a mí padre.
El mes de marzo
nos trae una infinidad de olores, a tierra mojada por la
lluvia, a primavera que comienza hoy, a romero en flor y
a incienso, este olor que sale de la iglesia y de las casas
de hermandad, dice que estamos en cuaresma, que es un camino
de penitencia y ayuno, que nos prepara para el Triduo Pascual.
¿María
como viviste los últimos días de tu Hijo junto
a ti? Le pregunta un discípulo. Recuerdo que íbamos
todos a Jerusalén a celebrar la Pascua como otras
veces, pero algo en mi interior me decía que esta
vez iba a ser todo distinto.
Mi Hijo iba a
lomos de un pollino, en la entrada de Jerusalén lo
esperaba mucha gente, una multitud que lo aclamaba como
el Salvador del mundo, el Mesías prometido a nuestros
padres desde Adán y anunciado por los profetas al
pueblo para que mantuviera su fe. Pero ellos esperaban otra
clase de libertador y liberación, la del yugo de
los romanos que nos tenían sometidos. Pero la liberación
que traía mi Hijo era mayor, era la del pecado.
Jesús al
entrar en Jerusalén es aclamado por toda la ciudad,
grandes y pequeños tienden sus mantos en el suelo
para que pase, y con palmas y ramas de olivo gritan con
júbilo:
¡Hosanna
al Hijo de David!
¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
¡Hosanna en las alturas!
Jesús victorioso
entra en Jerusalén, pero en su interior sabe lo voluble
que es el corazón humano y piensa en el sufrimiento
que le espera esta Pascua.
Va acompañado
de sus discípulos y de las mujeres, éstas
siempre en un discreto segundo plano, pero no por ello menos
importante y con ellas va María, que recuerda las
veces que trajo a su Hijo al templo. La primera vez el viejo
Simeón le anuncia que una espada de dolor traspasara
su pecho. Cuando de niño lo vuelven a traer se les
pierde a ella y a José y cuando lo hallan Él
está sentado entre los doctores. Ese miedo de perder
a su Hijo vuelve a su pensamiento, es una predicción
de las espadas de dolor que traspasarán su corazón.
Todos estos sentimientos se agolpan en el corazón
de María al ver a su Hijo delante de ella entrando
en Jerusalén.
Pasados unos días,
mi Hijo les dice a sus discípulos que vayan a preparar
la cena de la Pascua, que celebrarán todos juntos.
Todo está preparado y juntos nos sentamos a la mesa,
pero mi Hijo no deja de sorprender a los suyos, se dispone
a lavarles los pies, como hacen los esclavos con sus señores,
pero ellos no quieren, se niegan. Pedro le dice: ¡Como
va a ser eso, Tú lavarme los pies a mí, jamás!
A lo cual mi Hijo le responde, entonces es que no quieres
formar parte de los míos, y Pedro le dice: ¡No
solo los pies Señor, sino hasta la cabeza!
Vemos a un Jesús,
el Hijo de Dios hecho hombre, convertido en el servidor
más humilde de todos, ante el barro que Dios creó.
Lava los pies a sus discípulos con dignidad, y lo
convierte en un acto de servicio. Reparte el pan y el vino,
instituyendo con este gesto la Eucaristía, el acto
de amor con el cual se entrega y se queda entre nosotros
para siempre. Siguen con sus ritos, celebran el paso de
la muerte entre los primogénitos de Egipto, la liberación
del faraón y el paso por el mar Rojo, la libertad
de la esclavitud a la que había estado sometido el
pueblo de Israel generaciones anteriores, beben, ríen,
y cantan.
Después
de celebrar la Cena, Jesús le pide que lo acompañen
un rato a rezar, van como tenían costumbre al huerto
de Getsemaní. El Huerto de los Olivos, es testigo
de una noche amarga. Atrás queda el huerto que Dios
plantó en Edén, para que el hombre viviera
feliz, a imagen y semejanza de su Creador. Dios paseaba
todas las tardes a la hora de la brisa para dialogar con
Adán y Eva, hasta que un día fatídico,
el pecado irrumpió en aquel lugar, para tentar y
hacer pecar al hombre que tanto amaba, pues le había
dado la supremacía de todo lo creado.
El Hijo de Dios
vuelve a ese Huerto a saldar la deuda contraída por
Adán. Ha cambiado el lugar, los personajes, pero
Satanás vuelve para frustrar los planes de Salvación
de Dios sobre los hombres. Donde abundó el pecado
sobreabunda ahora la Gracia.
Llegan allí,
les dice que recen, Jesús se va con Pedro, Santiago
y Juan a un lugar más apartado, los deja y le dice
que velen, se retira como a un tiro de piedra y empieza
a orar al Padre.
Tierra firme,
te siento en mis pies descalzos. Luna llena, testigo de
mi llanto amargo, Esta noche, reseca esta mi alma y pienso
Que este cáliz no puedo consumirlo entero.
Cómo
arrecia este viento, quiere empujarme a morir.
No seré como hoja seca, mi otoño será
vivir.
Siento que llega la hora, mis labios deben callar.
Solo hablaré con mi cuerpo, quien mire comprenderá.
En esta noche de olivos, desierto de soledad.
Solo una cosa te pido, se cumpla tu voluntad.
Jesús,
el hombre, sabe el sufrimiento que se le acerca, las horas
amargas y de soledad, reza a su Padre para que le aparte
ese cáliz, pero dice que se haga su voluntad. Y con
sudor de sangre, Jesús acepta el cáliz. Jesús
da el gran SI a Dios, su Padre. Lo mismo que María
su madre haría tiempo antes en Nazaret con el anuncio
del ángel, al aceptar ser la madre de Dios Hijo y
llevarlo en su vientre.
Jesús acepta
el cáliz que le ofrece el ángel, el sufrimiento
y la muerte, se niega a sí mismo y deja su vida en
las manos de su Padre, para lograr la salvación de
la humanidad del pecado. Es en ese momento, cuando Jesús
dice “HAGASÉ
TU VOLUNTAD Y NO LA MÍA”.
El mundo se salva
del pecado, pues acepta su muerte y la vencerá con
su Resurrección. Jesús busca ahora refugio
en los suyos, va a buscarlos, pero ellos no han podido velar,
se han dormido, como nosotros que siempre estamos ocupados
con las cosas del mundo y no estamos nunca acompañándole,
en cambio Él siempre está a nuestro lado.
La serpiente fue
la protagonista en el pasado, ahora son los jefes de los
Sacerdotes y del pueblo quienes a través de sus enviados,
los soldados, son los que irrumpen de nuevo en el Huerto
en esa noche trágica. Van guiados por un traidor,
alguien a quién Jesús amaba, pero su corazón
se cerró a ese amor, sólo por unas pocas monedas
de plata: Judas. Un beso traidor será la señal
de quién es. Que beso más distinto el de Dios
al hombre, para dar vida, y el
del hombre para con Dios, para quitarle la vida. En el Edén
Dios llamaba al hombre, y el hombre por vergüenza se
escondía de Él.
Despierta a sus
amigos del sueño, los soldados de los Sumos Sacerdotes
ya están ahí para prenderlo, es un momento
de desconcierto para los suyos, no saben lo que pasa.
Ahora sale a dar
la cara y pregunta: ¿A quién buscáis?
Los soldados confusos no saben a quién buscan, y
no lo saben porque en su corazón hay tinieblas, obedecen
más a la razón ilógica de las circunstancias
que al corazón.
Unos luchan, otros
se van corriendo por miedo a ser apresados. Jesús
sufre en silencio el abandono de los suyos, solo quedan
Pedro, Juan y Judas el traidor, acompañado de los
soldados.
Los discípulos
corren a decirle a María la detención de Jesús
por parte de la guardia de los sumos sacerdotes. Sus ojos
se llenan de lágrimas al escuchar el relato, y cuando
le dicen que Judas es el traidor, a ella le duele más
la traición de Judas a su Hijo, que la propia prisión
de su Hijo.
Recuerdo que el
alma de Judas siempre me dio miedo, y eso que yo lo quise
más que al resto, porque era el que más necesitaba
de mi cariño, recuerdo las veces que me asomaba al
fondo de sus ojos para explicarle mi ternura y la de mi
Hijo, pero él no entendía nuestro amor y confundió
los besos con la
muerte, por eso su ausencia también es un dolor para
mí, ¡Era como un hijo! ¡Era uno de vosotros!
Que noche más
larga fue para todos, que desconcierto, unos van, otros
vienen. Judas se arrepiente, pero ya no le aceptan las monedas
que le han dado, su orgullo es superior a él, el
saberse perdonado por Dios le puede, no lo soporta, porque
él no se perdona a sí mismo, y entonces piensa
en darse muerte y se ahorca.
Pedro, ese hombre
rudo, pescador, que hace unas horas daba la vida por Jesús,
diciéndole que no le lavara solo los pies sino la
cabeza también, que al momento de prender a Jesús
no le tiene miedo a nada y le corta la oreja a un criado
del sumo sacerdote, ahora cuando le preguntan que si es
uno de ellos, lo niega, y lo niega hasta tres veces. Pedro
oye el canto del gallo, se acuerda de lo que su Maestro
le había dicho en la cena, en ese momento pasa Jesús
por el patio, y sus miradas se cruzan, la mirada de Jesús
es todo bondad, amor y perdón. Pedro rompe a llorar,
llora amargamente su negación, y dejándose
abrazar por esa mirada de amor de su Maestro, sabe que lo
ha perdonado.
Jesús en
silencio el traslado a casa de Anás, los escupitajos,
las bofetadas, las patadas, las risas, las burlas, todo
por amor al hombre y por ser fiel a su Padre cumpliendo
su voluntad para que el barro de su creación sea
salvado. Se hace el juicio más falso de la historia
del hombre; el Sanedrín condena a Cristo a la pena
de muerte, pero tienen que pedir permiso a los invasores,
pues los romanos le habían quitado el poder de ejecutar
sentencias de muerte. Muy de mañana lo llevan ante
Pilatos.
Pilatos ante las
acusaciones que le presentan, ve que es un juicio falso,
los sumos sacerdotes lo increpan diciéndole que si
no le da muerte está contra el César, pues
Él se proclama Rey de los Judíos. Lo manda
a Herodes para ver lo que este dice, pero no hace ni dice
nada, no encuentra en Jesús culpa alguna devolviéndolo
a Pilatos cubierto con un manto púrpura.
Pilatos manda
a Jesús a ser flagelado probando así si los
corazones de los judíos se conmueven ante este terrible
acto. Lo llevan al patio, y en una columna preparada para
dicho tormento, Jesús es despojado de sus vestiduras,
atado y en silencio siente el sufrimiento y el dolor de
la flagelación, nadie le da consuelo. ¡Silencio!
Nada te turbe.
Nada te espante
Todo se pasa
Dios no se muda La paciencia
Todo lo alcanza
Quien a Dios tiene
Nada le falta
Solo Dios basta.
Estos versos que
Tú inspiraste a Santa Teresa, muestran el inmenso
amor de tu Padre, que te ayudará en esta hora de
soledad y dolor, en la que Tú divino cuerpo sufre
el suplicio de la flagelación. Azotes que desgarran
tu carne, y hacen brotar de tú cuerpo tú preciosísima
sangre, sangre derramada por el suelo para ser la salvación
de nuestros pecados.
Son unos salvajes
los que te flagelan, ven como tu carne se abre con sus latigazos,
y tienen más sed de sangre. Primero en la espalda
y luego por delante, no dejan en tu cuerpo un sitio en el
que no haya herida, el suelo del patio queda manchado con
la sangre del Hijo de Dios. Te dejan medio muerto, por nuestra
culpa, pero Tú como un Hijo obediente lo aceptas
por cumplir la voluntad del Padre, para que así seamos
salvados, y veamos tu amor infinito e inagotable, cuando
siempre estás dispuesto a darnos el perdón,
aunque nosotros caigamos en el pecado una y mil veces.
Los sayones que
te flagelan no se conforman con ver tu cuerpo hecho una
llaga, trenzan una corona de espinas que atravesara tus
sienes, te dan por cetro una caña y con un manto
purpura sobre tu cuerpo flagelado, te proclaman ¡Salve
Rey de los judíos!
Te llevan de nuevo
ante Pilatos, este se sorprende al ver lo que han hecho
contigo y los reprende, estás medio muerto, pero
tu cuerpo resiste. Pilatos piensa que al verte así,
el pueblo judío se conmoverá y ya no pedirán
tu muerte. Se equivoca, los sumos sacerdotes tienen comprada
la voluntad del pueblo y vuelven a pedir tu muerte. Pilatos
hace otro intento por salvarte proponiendo tu liberación
a cambio de la muerte de Barrabás. Pero los sumos
sacerdotes no cejan en su empeño de verte muerto,
y piden la liberación de Barrabás, Pilatos
cede, libera a Barrabás y a ti te condena a muerte.
Junto con Juan
y Magdalena me mezclo entre el gentío para no ser
reconocida. Estoy alerta a las palabras de Pilatos, cuando
escucho que lo van a flagelar, la sangre de mi cuerpo se
para, se hiela, no corre, el mundo se para a mi alrededor,
no es posible que vayan a hacerle eso a mi Hijo, que sufrimiento
iba a pasar, pues ya sabíamos cómo la gente
que lo había padecido moría en este tormento.
De mis ojos brotaban lágrimas imposibles de contener,
ese dolor solo lo sabe una madre, y una espada de dolor
vuelve a atravesar mi corazón.
Lo que Dios me
había dado para que lo cuidara, ahora los hombres
me lo quitan para crucificarlo. Cuando sale mi Hijo después
de ser flagelado, no sé cómo me mantuve en
pie, era un dolor indescriptible, y mis recuerdos me trasladan
a cuando era pequeño y lo curaba cuando se caía
o se hería en el taller de su padre. Ahora no sabría
que parte de su cuerpo curar, que sequedad invade mi alma
al ver así a mi Hijo. Al ver su sangre derramada
en el suelo y no poderla limpiar, no sé de donde
saque las fuerzas para ir con El hasta la cruz, que sufrimiento
invadió mi cuerpo, y una cálida amargura me
acompañó en todo ese día.
Que dolor el de
una madre con el dolor de su hijo; una madre nunca abandona
a sus hijos, vosotras que sois madres lo sabéis,
y estáis siempre con vuestros hijos, sufrís
con ellos en las enfermedades, en las desazones, en la desesperanza,
y los acompañáis siempre, siendo un apoyo
para ellos y dando fuerza cuando la necesitan.
Pilatos cede ante
la presión de los sumos sacerdotes, libera a Barrabás,
y manda dar muerte a Jesús, pero no una muerte cualquiera,
sino una muerte de cruz, destinada a las personas que no
debían permanecer en la memoria del pueblo. Es tratado
como el peor de los malhechores.
Jesús Nazareno
carga con la cruz, la acoges en tus brazos, con amor, por
ser la voluntad de Dios. Eso es lo más importante
para Ti, y tu cuerpo la acoge y la ama, pues sabes que son
nuestros pecados. Son los pecados del mundo y para salvarlo
tienes que cargar con ella y morir en ella. ¿Flaquearía
el hombre?
Seguro que sí, pero el amor a su padre le da las
fuerzas para cargar con ella, y llegar hasta el calvario.
Tú cuerpo
no puede más, y caes bajo su peso, te faltan las
fuerzas, te pegan, te insultan, te azotan, te humillan.
Tu amor infinito te da las fuerzas para levantarte y volver
a cargar con ella, y hasta tres veces cedes ante su peso,
te ayuda un hombre de Cirene, y entre los dos llegáis
al Calvario.
En el camino al
Calvario, una mujer se apiada de Ti, te da agua, enjuga
tu rostro en un lienzo, para así mitigar un poco
tu dolor, se apiada y se conmueve al ver tanto sufrimiento.
En esa calle de amargura encuentras a tu madre, vuestras
miradas se cruzan, y vuestros corazones son los que hablan.
¡Que se dirían esos corazones!
En la calle de
la amargura agolpada entre la gente, intento ver a mi hijo.
¡Qué dolor! Ver a mi hijo así, mis ojos
arrasados en lágrimas, miran a los suyos que están
envueltos en sangre y sudor. Es duro ver al Hijo de Dios
así, tratado de esa manera, es el salvador del mundo,
¿Qué es lo que estáis haciendo con
Él? Mi corazón está transido de dolor
y ya no puede más, como cualquier madre ante el dolor
de un hijo. Pero no puedo abandonarlo, es mi hijo, el hijo
de mis entrañas, el que nació en Belén
en un establo. En el rostro de mi hijo, en esos ojos, esos
labios y esas manos que a tantos curaron, hay compasión
para los que lo van a crucificar, pues El solo habla de
PERDÓN.
Yo recordaba las
palabras del ángel, y pensaba que donde estaría
ahora él que me llamaba bendita. Entonces los ojos
de mi hijo me respondieron:
Dios te salve
María, en esta hora terrible que vives. Llena eres
de gracia, y de dolor, pues el dolor es otra gracia que
nos hace más fuertes. Al confiar en tu hijo y ponerlo
todo en sus manos y ofrecérselo todo a Él.
El Señor está contigo, pues tu hijo no te
abandona. En esa mirada estamos más juntos que nunca,
pero también más solos, el uno con el otro.
Y otra vez bendita, porque ahora vas a ser madre, madre
de la humanidad. Pero esta maternidad tendrá dolores
de muerte, pero serás más fuerte, y serás
capaz de soportar siete calvarios, y todo por hacer la voluntad
de tu hijo.
Vuestra soy,
para vos nací.
¿Qué
mandas hacer de mí?
María acepta
la voluntad de Dios, con todo el sufrimiento de ese momento,
pero en el fondo es feliz sabe que se cumplirá la
sagrada escritura y su hijo resucitará.
Jesús se
encuentra con las mujeres de Jerusalén que lloran
al verle, él se apiada de ellas, y les dice que lloren
por sus hijos, que más les hubiera valido ser estériles,
pues si esto es lo que hacen con el Hijo de Dios, que no
harán con los hombres.
Llega al monte
de la carabela donde va a ser crucificado, después
del sufrimiento que lleva es despojado de nuevo de sus vestiduras,
lo dejan desnudo, se sortean la túnica, que estaba
tejida de una pieza y no quieren romperla.
Lo clavan en la
cruz. Que dolor sentiría su cuerpo al verse traspasado
por los clavos, sintiendo como se rompe su carne, y aún
más dolor cuando le alzan en la cruz y su cuerpo
cae sobre sus pies clavados. Lo alzan cual estandarte para
que lo vea todo el mundo, para que sepan lo que hacen con
los malhechores y con los que se proclaman Hijos de Dios.
Que sonido sordo produciría la cruz al caer en su
sitio, que grito de desgarro saldría de su boca,
su madre correría a intentar socorrerlo pero no la
dejarían.
Pero Tú,
que eres Dios, en esos momentos tienes el gesto de entregarnos
a tu madre, como madre nuestra. Ella estaba allí,
al pie de tu cruz, como todas las madres hacen en el dolor
de sus hijos.
Sufriendo cuando
se mofan de Ti, viendo tu cuerpo herido, queriendo cuidarlo
y limpiarlo sin que la dejen, y diciendo que más
le hubiera valido ser ella la que estuviese en esa cruz,
para evitarte ese dolor y padecerlo ella. Al lado esta Juan,
que la toma desde aquel momento como madre acogiéndola
en su casa, siendo desde ese momento la madre de toda la
cristiandad.
Hasta el último
momento demuestras tu amor, al pedir perdón por los
hombres, a tu padre.
“PADRE
PERDONALOS PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN”
¿Se puede
ser mejor hijo? No. Entregas la vida, pensando que tu Padre
te ha abandonado, pero en el fondo sabes que no, que Él
te acompaña. Entregas el espíritu, la vida
y todo tu ser a cambio de nuestra salvación, de una
humanidad injusta, pecadora e ingrata, que mira lo que te
ha hecho, y tú lo aceptas por cumplir lo que el Padre
te mandó. No cabe amor más grande que el AMOR
de Dios.
No me mueve.
Mi Dios, para quererte
El cielo que me tienes prometido.
Ni me mueve el infierno tan temido
Para dejar por ello de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte,
Clavado en esa cruz y escarnecido,
Muéveme ver tu cuerpo tan herido,
Muéveme tus afrentas y tu muerte.
Tú me llamas a tu amor de tal manera
Que aunque no hubiera cielo yo te amara
Y aunque no hubiera infierno te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera,
Porque en cuanto yo espero no esperara
Lo mismo que te quiero te quisiera.
Yo estaba allí,
al pie de la cruz de mi Hijo, acompañada de Juan,
Magdalena y las otras mujeres. Qué impotencia al
ver a mi Hijo entregar el espíritu.
Después de todo lo que llevaba pasado desde que lo
prendieron, recuerdo toda mi vida pasada junto a Él,
penas, fatigas, alegrías, incertidumbres, toda su
vida.
El centurión
para asegurarse de que estaba muerto traspasó su
costado, y manó sangre y agua. Sangre que es salvadora
del pecado, y esa agua, que son nuestros pecados, pero se
diluyen en la sangre, el amor de mi Hijo es tan grande que
los perdona por su sangre y nos da la salvación eterna.
Alma de Cristo,
santifícame.
Cuerpo de Cristo, sálvame.
Sangre de Cristo, embriágame.
Agua del costado de Cristo, lávame.
Pasión de Cristo, confórtame.
¡Oh, buen Jesús!, óyeme.
Dentro de tus
llagas, escóndeme. No permitas que me aparte de Ti.
Del maligno enemigo, defiéndeme. En la hora de mi
muerte, llámame. Y mándame ir a Ti.
Para que con tus
santos te alabe. Por los siglos de los siglos. Amén.
José de
Arimatea, discípulo de Jesús en la clandestinidad,
pide el cuerpo a Pilatos para que sea sepultado y no se
quede allí tres días. Los discípulos
descuelgan el cuerpo y se lo entregan a su madre.
María tiembla,
al recibir en sus brazos a su hijo muerto, tiembla de angustia,
de pena, de rabia, de desconsuelo, de la soledad que la
embarga toda, y de dolor. Su pensamiento vuela a cuando
ella lo cogía en sus brazos acunándolo para
que se quedara dormido y le besaba la frente. Ahora besa
esa frente fría, sucia, ensangrentada y traspasada
por la corona de espinas, esas manos y esos pies taladrados
por los clavos, ese cuerpo traspasado por la lanza del centurión,
esa espalda castigada con el tormento de la flagelación.
Qué lejos estaban los días de Belén,
Egipto y Nazaret.
Cuánto
dolor contiene esta escena la de una madre con su hijo muerto
en brazos, que sola se sentía María en esos
momentos, hasta parecía que el Padre los había
abandonado, pero ella tenía FE, y en ella estaba
la esperanza. La despojan de su Hijo pues sabe que tienen
que enterrarlo, ahora si está sola en su dolor, aunque
quieran consolarla se siente sola, y va recordando todos
los dolores que ha pasado en ese día, mientras el
cuerpo de su Hijo es depositado en un sepulcro nuevo excavado
en la roca.
“NUNCA
TUVO LA TIERRA AL SOL TAN ADENTRO”
Después
de dar sepultura al cuerpo de Jesús se van desconcertados,
desanimados, con miedo, pues su ideal se les ha ido, lo
han matado. El sábado día de fiesta para los
judíos, se convierte para los discípulos en
un día oscuro, pues no saben lo que van a hacer,
están derrumbados y abrumados. María siente
una soledad tremenda en su alma, confía en Dios,
sabe que su Hijo resucitará, y consuela a los discípulos
en esos momentos en los que hasta salir a la calle les da
miedo. El sábado, día de esperanza, recuerdan
todo lo que han vivido junto a Jesús, como les explicaba
las escrituras, mientras preparan las cosas para ir a embalsamar
su cuerpo.
Este día
es el paso de la muerte a la Vida.
El domingo muy
de mañana María Magdalena quiere ir a ungir
el cuerpo de su Maestro, como ya lo hizo antes con un frasco
de perfume de nardo y lo enjugó con sus cabellos.
Su pensamiento mientras iba de camino era quien les ayudaría
a mover la roca que tapaba la entrada al sepulcro, pues
no iba ningún hombre con ellas.
Su sorpresa su
grande al ver que la roca estaba movida, entran y ven que
el cuerpo de
Jesús no
estaba allí.
Un joven les dice:
¿Qué
buscáis mujeres aquí?
Él que
había muerto ya no está.
La Resurrección
como había dicho se cumplió. ANUNCIAD A TODOS
QUE ÉL RESUCITÓ.
La resurrección
es el culmen del AMOR de DIOS. Jesús resucita de
entre los muertos, cuando María conoce la noticia
su corazón estalla de alegría al saber que
su Hijo vive, su FE le ha dado la esperanza y le ha ayudado
a mantenerse fiel a Dios en el sufrimiento pasado, ella
siempre confía en Dios.
Ahora es a su
iglesia, que somos nosotros, a quien nos dice “SAL
FUERA” que proclamemos su resurrección a todo
el mundo, porque Él en la hora de su muerte nos proclamó
hermanos suyos, nos perdonó, nos constituyó
en Iglesia y nos manda su Espíritu, el Espíritu
Santo, para que anunciemos su mensaje de Vida y Amor.
La iglesia es
el cuerpo de Cristo que vive en la historia. De la iglesia
soy parte integrante y es mi mayor gloria. A la iglesia
entré por el bautismo que Cristo me dio.
Y por eso mi orgullo
se ensancha y digo en voz alta.