Pregón
pronunciado por Don Leonardo Molina García S.J.
14 de marzo de 2021
Iglesia Parroquial de Santa María la Mayor de Padul
Texto refundido y adaptado a la actualidad dictada por la
Pandemia generada por laCOVID-19
Buenas noches y muchísimas gracias
por vuestra asistencia.
Me pongo delante del Cristo de la Clemencia,
del Cristo de la Humildad, o de la Misericordia. o de la
Agonía. No tiene vistosidad especial, en su palidez
cárdena, pero es de una dulzura y una entrega especiales.
Paso luego al Señor Resucitado. Es una talla escueta.
Lleva en sus manos una corona de flores frescas de primavera.
La primera imagen marcha lenta, pausada, recreándose
en el dolor… y el amor, en el centro del desfile procesional.
La segunda esfinge vuela alegre en la mañana de Pascua,
anunciando tiempos nuevos, la culminación de un mensaje
que, si bien pasó por amargos dolores, acaba en la
apoteosis del triunfo del Bien. ¡Cuánto dolor
y cuánta esperanza! ¡Cuánto realismo
y cuánta alegría en seguirte, Señor!
Eso es Buena noticia, Evangelio, el triunfo del Bien sobre
el Mal.
Esas imágenes centrarán mi
pregón de nuestra Semana Mayor. Angustia, dolor,
sacrificio, entrega; y, al mismo tiempo, triunfo, liberación,
alegría. Amor. Y al final, en medio, una oración,
una plegaria. Me pongo ahora ante el Cristo crucificado
y siento sus palabras. Y me uno en la oración a cada
uno de vosotros, mis paisanos. Es la oración de mi
pueblo.
A un arbolé me subí,
por verte venir, hermano.
A un arbolé me subí.
Se me clavaron las manos…
y sigo esperando así.
Por verte venir, hermano.
Yo me recreaba al recordar el paso “de
los sayones”, calle arriba por la calle Real alejándose
de mi casa, con sus faroles y a Cristo agachado y golpeado
vilmente por unos desalmados de los que yo me quería
vengar.
Pero hoy, obligados por la pandemia, nos
vemos obligados a centrarnos en los misterios de la pasión
en nuestra oscura pero devota iglesia. Echaremos por delante
la imaginación…y la devoción. Las imágenes
de esta iglesia son una catequesis viviente del amor de
Dios en nuestro pueblo que ha ido acumulando su fe en ella
durante siglos. Sale a veces a la calle, otra se reconcentra
en ella Es la misma. Fuera y dentro. Dentro afuera. Son
dos movimientos de la fe que se forma y sale a la calle.
Sr. Cura párroco de la Parroquia
Santa María la Mayor, Don Carlos, Sr. presidente
de la Federación de Cofradías, Sr. Arias y
Junta Directiva, Sr. alcalde del Excmo. Ayuntamiento de
la villa del Padul, Don Manuel Villena, Hnos. Mayores de
las distintas Cofradías, familiares, amigos todos.
En primer lugar, quiero agradecer a Don
Antonio Arias Duarte, miembro comprometido con nuestra Semana
Santa y exaltador hace dos años de nuestra Semana
Mayor, las palabras que me ha dirigido como pregonero de
esta Semana Santa del 2021. Creo que te has pasado un kilo
en tus alabanzas, pero como sé que los has hecho
con todo el corazón de un amigo, te perdono. Gracias.
Mi más profundo agradecimiento también
a don José Arias Martín, como presidente de
la Federación de Cofradías de Padul y a la
Junta Directiva, por haber confiado en mí para una
tarea tan importante como ésta. De alguna manera
me siento muy cercano a su padre Gabriel, de cuya amistad
he disfrutado, desde pequeño y que, de alguna manera
contribuyó en la formación de mi fe por la
admiración que yo tenía de su compromiso cristiano.
Siempre lo asocio a su inseparable Pepe Ferrer y es un recuerdo
para mí muy grato.
Intentaré transmitiros lo que siento
de corazón. Decía Miguel de Cervantes que
“nunca segundas partes fueron buenas”, pero,
en fin, las circunstancias obligan. Espero sepáis
perdonarme los evidentes fallos que podréis comprobar
en mi intervención. Os invito a esta gran celebración.
Recibí en mi Residencia de Sevilla
una llamada desde Padul. Extrañeza al comprobar que
no era una llamada familiar. “Soy José Arias,
del Consejo de las Hermandades de Padul y le pedimos que
acepte usted ser el pregonero de nuestra Semana Santa el
año que viene”.
La primera respuesta que se me vino a la
mente: No, no soy capaz, no es mi estilo, nunca lo he hecho
y las pocas veces que me han invitado a tal evento, lo he
rechazado por instinto. No, de ninguna manera, no quiero
complicaciones.
En seguida, la respuesta automática:
Acepto. Si la invitación viene de mi pueblo, no tengo
más remedio que meterme en el lío. Estoy tan
agradecido a mis raíces, a mis tradiciones, a mis
amigos concretos, a mis paisanos, a haber vivido a tope,
como todos los chiquitos compañeros de mi niñez,
la Semana Santa de nuestro pueblo, que no me podía
negar. En absoluto; me consideraría ingrato, parece
como que traicionaría aquellos años felices.
Haré lo mejor que pueda, no lo dudéis.
Y así me quedé tranquilo.
Ha caído sobre nosotros una terrible
pandemia. No la esperábamos, ni la deseábamos.
Nos tiene acobardados y temerosos. Nadie sabe cómo
esquivarla. Nos dicen, nos animan, ponen delante de nosotros
miles de remedios que nunca solucionan, y sigue la terrible
realidad: nadie sabe por dónde tirar. La economía
se resquebraja, la sociedad ve cómo se nos van quitando
libertades. Los confinamientos más o menos severos,
se abren o cierran provisionalmente. Los políticos
tratan de calmarnos, abren la mano o la cierran para impedir
el desastre…y viene ola tras ola a levantar las inquietudes,
los miedos y, en muchas familias, el desastre, los aislamientos.
Parece que estamos ante una nueva época.
También el evangelio tiene una palabra
que decir. Nuestra Semana Mayor representa bien y a fondo
la calamidad de los sufrimientos representados por muchas
imágenes que salen a la calle, y también las
esperanzas. Estamos en invierno; pero llegará la
primavera. Esa es la fe.
El desfile procesional por nuestras calles,
ahora concentrado en nuestra hermosa parroquia, nos va certeramente
presentando el camino de la fe, de la esperanza, del amor.
Y ahora: ¿de qué hablo yo,
en un pregón, de manera de que sea agradable, ameno,
simpático pero que levante la fe de mis benévolos
oyentes; ¿y que, al mismo tiempo, sea cercano, concreto,
el de un paduleño al fin y al cabo? Vengo de Sevilla,
la tierra de los pregones. La verdad; el 75% son muy parecidos,
sólo aprovechable una pequeña parte. A ellos,
les gusta, les entusiasma. Los “granainos” somos
más parcos, con un estilo más sobrio. Nos
sobran las aclamaciones, las poesías que levantan
aplausos intermitentes. Somos en ese sentido, más
castellanos. Pero eso no quita el sabor de nuestro pueblo,
de nuestras costumbres, en definitiva, nuestra expresión
de fe. Vamos adelante.
Espero que os agrade; y os pido permiso
para hablar como cura. Cura paduleño sí. Hay
que tener en cuenta, como excusa, mis 54 años de
sacerdote y los 67 de jesuita. Pero nunca he olvidado que
soy, un paduleño cura. Mis intenciones, mi vocabulario,
mi formación (o deformación), me llevarán
a utilizar unos términos extraños al lenguaje
de la gente. Bueno; no os alarméis, porque yo, siguiendo
el ejemplo de Jesús, he tratado siempre de acercarme
con sencillez y cercanía al vocabulario del pueblo…Lo
intentaré. Pues eso, que se hará lo que se
pueda…Otro ruego: excusar mis ignorancias, las confusiones,
los olvidos. La lejanía espacial me ha hecho engrandecer
algunos recuerdos, pero al mismo tiempo, he acaparado imprecisiones
más grandes que nuestra misma laguna.
Pasan a mi memoria y a la vuestra, como
sombras benéficas: mis padres, los tuyos, los abuelos,
personajes paduleños que portaban las andas, los
capataces, los mayordomos, don Benjamín, las tres
Marías, los” santos varones” las largas
filas con farolillos parpadeando en la noche, las lindas
mujeres con mantillas… No pasaron…dejaron un
legado de fe y devoción que nosotros ahora estamos
disfrutando. Se lo debemos. Quizás ellos tuvieron
menos posibilidades económicas que nosotros. En circunstancias
difíciles, ellos mantuvieron la fe de sus mayores
y nos la trasmitieron. Fueron ellos maravillosos presentadores
de ella. Gracias.
Pero pasemos a nuestra Semana Santa. Como
es imposible abarcar todas las escenas de la pasión,
me detendré en cuatro figuras que a mis ojos de niño
me asombraron y me parecieron entonces las más expresivas.
Todas ellas desfilaron ante mis ojos atónitos de
niño. El cortejo procesional consta de más
de catorce tronos. Recuerdo el paño blanco de la
Virgen de los Dolores y la palidez de sus ojos absortos
¿Qué sabía entonces de los ojos tristes
de una madre? Ahora, bien que lo sé, pero entonces
sólo me producían asombro. ¿Y la Virgen
de las Angustias, con su Hijo abatido por el odio injusto
en sus brazos? El Santo Sepulcro, un cajón viejo
y destartalado, con un apostolado cobijado debajo en pequeñas
hornacinas. ¿Por qué? Yo no sabía…ahora
sí. San Juan, con el “deo señalando”
¿hacia dónde? ¿Por qué? Ese
joven, vestido de rojo, parecía figura necesaria
en la gran Semana. El único de los discípulos
que no desertó y fue premiado con encargarse de la
misma Madre del Señor…Su mirada era triste.
La Hermandad del Señor, el Santo
Sepulcro, estuvo en el origen de nuestra Semana Santa, como
constan los documentos desde 1579. Pero fue don Adrián,
párroco desde 1910, quien tomó las riendas
de la actual procesión. D. Adrián, quería
representar todos los pasos de la pasión. Había
sido jesuita hasta los estudios de filosofía. De
aquellos años había conservado una extraordinaria
devoción a las que san Ignacio llama “reglas
para sentir con la Iglesia y entre ellas alabar imágenes,
candelas”. Pobló nuestra iglesia con todo tipo
de santos. Quería hacer visible toda la fe de su
pueblo cristiano, que aceptó encantado esa constelación
de Cristos, Vírgenes y Santos que pasearon por nuestras
calles en la noche del Viernes Santo. Entonces, cuando yo
era niño, apenas había espectadores. Largas
filas alumbrando, en silencio; las luces eran tenues, los
farolillos de los más pudientes, parpadeaban en la
noche. Había que sortear los baches de los charcos
recientes, el barro en unas calles que pocos días
antes se habían medio arreglado a cargo del ayuntamiento
con capas de arena. La gente sacaba sus mejores trajes y
se abrigaba a su manera aguantando a pie firme los fríos
en las noches húmedas del mes de abril. La devoción
era intensa, el silencio espectacular. Era- y es - una de
las noches mágicas en nuestro pueblo. Nadie podía
faltar. Tampoco hoy,
Los niños mirábamos embobados
aquella larga procesión y nos fijábamos en
los detalles más pintorescos. Larga memoria para
los soldados romanos con sus penachos de papelines de colores,
sus falditas y sus picas golpeando secamente el suelo de
las calles. Luego repetiríamos mil veces sus movimientos
marciales, con faldas recortadas de periódicos y
modestas picas sacadas de las cañaveras de la vega.
Ingenio y creatividad. Y, ¿por qué no?, también
un toque de fervor religioso. Tiempos…
Si los medios después de la Guerra
eran desastrosos, pobres y un tanto tristes, el corazón
estaba preparado y la fe calentaba los espíritus.
La comprensión del dolor de Cristo iba acompañada
de las súplicas arrancadas de unos corazones llenos
de tantas angustias y necesidades. Los tiempos han cambiado,
por fuera. Por dentro, no. Siguen las plegarias al Señor
ante los problemas, la admiración por cada estación
de un Cristo que nos embelesa por su coherencia, ante tanto
derroche de amor. ¿A que sí?
Ahora, de entrada, admiramos el lujo de
los tronos. Vemos desfilar por nuestras calles los pasos
perfectamente equipados, los penitentes, los costaleros,
las bandas de música, las mujeres con mantilla. Sí,
pero eso es lo superficial. Por dentro, la fe que llora,
que suplica, tú, yo, que tanto necesitamos de compasión,
de educación, de soluciones ante los problemas con
los hijos, de inciertos porvenires. Y sale del corazón
una íntima invocación, que nadie oye, pero
que ahoga las emociones más profundas.
Déjame, Señor, poner sobre
tus huellas mis pies
porque en el camino ya me voy cansando
y hacerlo cantando alivia mi afán.
A tu mismo paso, con el mismo vaso,
de tu mismo vino, con el mismo pan.
Y si al fin, yo me canso, Señor y te nombro, me
acercas el hombro, me llevas sobre él,
Tú soportas mi carga ligera, mi cruz de madera,
mi vaso de hiel.
Déjame, Señor, poner sobre
tus huellas mis pies.
Aquellos paduleños sembraron semillas
santas con la confianza puesta en el Señor…y
aquí los tenemos. Su recorrido de fe nos ha llegado.
Sí. Los tiempos no daban para muchas alegrías.
La laguna sustentaba, los secanos estaban expuestos a frecuentes
sequías. Y, sin embargo, la fe permanecía.
Nuestra Semana Mayor nunca ha sido un espectáculo
divertido, ni una feria. Es un recuerdo de mucho amor, pero
lleno de esperanza, con enseñanzas. Confianza en
Dios Padre. Fidelidad. En el fondo, alegría profunda,
auténtica. ¡Cuántas veces oía
yo de niño en bocas moribundas invocaciones al Señor
de las Tres Caídas, o a la Virgen de los Dolores!
O la Pasión invocada como alivio en los sufrimientos
de la vida.
Hay que prepararse. Recorramos con nuestros
ojos de fe, los tronos. Yo escojo cuatro de ellos.
1ª.- La oración
del huerto
“Cristo, en los días de su
vida mortal, a gritos y con lágrimas… presentó
oraciones y súplicas al que podía salvarlo
de la muerte”. Y unidos a Cristo, aún sin saberlo,
tantos hombres y mujeres que sufren, que se hallan ante
problemas sin solución: Monte de los Olivos. Todos
hemos tenido en algún momento nuestro monte. Jesús
decía a sus acompañantes: “Mi alma está
triste hasta el punto de morir; quedaos aquí y velad.”
Repetía: “¡Abbá, Padre!; todo
es posible para ti; aparta de mí esta copa; pero
no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú.”
Tentación desastrosa. Vista atrás, Pavor ante
el futuro.
Blanca, radiante, la mirada concentrada
del ángel. La de Jesús, perdida. Con un cáliz
en la mano que ofrece a un Cristo angustiado. Dios asustado,
mirando hacia el cielo, suplicante. Humanidad angustiada.
Parece como que Jesús, ante tantas miserias humanas,
levanta los ojos, nos hace mirar hacia lo alto en los calamitosos
momentos de la vida. Y nos consuela… ¡Yo también
pasé por esto, nos dice!
Y yo me acuerdo entonces en esa muchacha
que recientemente había perdido a un hermano apuñalado
en una pelea de bar; y para que no le faltaran problemas
a su corta vida; su primo hermano de 17 años perdió
la vida en un accidente de moto y cuando acudió a
la bulla, lo encontró agonizando y en sus brazos
murió diciéndole “Rocío, que
no me quiero morir”… Soledad de Antonio que
sufrió de pequeño la separación de
sus padres y a sus doce años, encontró ahorcada
a su madre en el patio de su casa y se vio sólo y
en un colegio de acogida, ya con la vida destrozada y sin
querer soluciones…el miedo o la realidad de los contagios
en las familias, la soledad de las personas que pierden
a su pareja y quedan solas en su vejez y en desamparo con
mirada incierta ante el futuro….y tantas y tantas
angustias provocadas por el pasado, el presente y un futuro
…Desesperanza de un muchacho enfermo de Sida en un
hospital de Granada abandonado por su mujer, retirado del
trato de su hija pequeña, despreciado por las mismas
enfermeras…y mirado con recelo por todos. Desamparo
de los parados que no pueden llevar un sustento suficiente
para sus hijos, emigrantes…políticos condenados
injustamente. Porvenir incierto, pero de horizontes negros
de los hombres que suben a una patera sabiéndose
en principio rechazados…En esos huertos de metió
Jesús…Sabía lo que le esperaba, y. como
hombre perfecto, sufría. ¿Quién me
consolará? Mirad y ved soportó nuestras dolencias…
A pesar de todo, Jesús, que también
pasó por todo, nos envía consuelos. Él
mismo los tuvo. El ángel, entre asombrado y dulce,
le consuela. Le señala el camino de la resurrección,
de la victoria, a pesar de la muerte. Parece decirnos a
cada uno de nosotros:
“No te inquietes por las dificultades
de la vida, por sus altibajos, por sus decepciones, por
su porvenir más o menos sombrío. Quiere lo
que Dios quiere. Ofrécele en medio de inquietudes
y dificultades el sacrificio de tu alma sencilla que, pese
a todo, acepta los designios de su providencia. Piérdete
confiado ciegamente en ese Dios que te quiere para sí.
Y que llegará hasta ti, aunque jamás lo veas.
Piensa que estás en sus manos, tanto más fuertemente
cogido, cuanto más decaído y triste te encuentres.
Por eso, cuando te sientas apesadumbrado, triste, adora
y confía”.
Tú que ves pasar a Cristo en ese
trono conmovedor, sientes inevitablemente admiración,
sorpresa, agradecimiento infinito. Y detrás de cada
corazón se despierta ese amor, más que tradición,
hay algo más, hay amor… Este majestuoso trono
nos invita, en tiempos tormentosos, a vernos identificados
con este suplicante Jesús…y al mismo tiempo
aceptar con confianza los terremotos que, a veces, se abaten
sobre nosotros en la vida. Dios nunca abandona al hombre,
y a la mujer que sinceramente se acercan a Él. Eso
es tener sentimientos de solidaridad
2ª. Los imprescindibles
(e impresentables) sayones.
Personajes odiados por los niños
y mayores del pueblo. Ojos saltones, mano alzada, amenazadora.
Tipos feroces. Los dos. Sin embargo, esos dos personajes
estaban claramente delimitados para la gente. Estaban el
sayón malo, y el sayón bueno. Los dos golpeaban
a Jesús, pero uno me parecía más humilde
y, por tanto, perdonable. Cabezón, con un cordel
en la mano, parecía ajeno a las espaldas de Jesús.
No era tan malo…Pero el otro…eternamente amenazando,
descargando odio, personaje repulsivo.
Me imagino la llegada de los populares
sayones al pueblo y el grito de espanto y horror de la chiquillería.
El sayón “malo” nos parecía detestable
por lo que le hacía a Jesús y me recordaba
la rabia que pocos días después volcaríamos
en el arrastre de los populares “Júas”,
colgados desde los balcones por las divertidas muchachas.
Una anécdota personal: una tarde
de nuboso invierno, me dirigí a ajustar cuentas con
el malo de los sayones. Tendría 5 o 6 años.
Fui a la tienda de los Prenafeta, ”Las Niñas
de Paco”, en la plaza de arriba, tratando de comprar
unos clavos para crucificar ¡a los sayones! Afortunadamente,
me negaron la fechoría y me imagino la ternura de
sus ojos a ver el fervor de tan pequeñajo personaje…Imaginaos
el disgusto que hubiera dado yo a todos los niños
del Padul, si les quito de la vista a tan bestiajos enemigos
de Jesús…Y a los mayores…
Porque la escena en realidad fue terriblemente
violenta. Pilato, aunque está cierto de la inocencia
de Jesús, al saber su gran defensa de los pobres
y los inocentes, sin embargo, mandó azotar a Jesús…Después,
permitió que lo crucificaran ¡Cuánta
maldad, gratuita existe en el mundo! ¡Cuántos
Pilatos, cuantos esbirros que descargan sus palos por agradar
a sus amos, o por descargar su mala bilis sobre cualquiera
que sea débil! Este paso lo sacamos muy elegante,
muy venerado, pero encierra mucha maldad…pero también
mucho amor de Jesús. Brota una admiración,
una sorpresa… ¿Qué tengo yo que mi amistad
procuras…? si ves que nosotros de una manera u otra,
también somos Pilatos a veces, cobardes, injustos…sayones
otras…y ¿por qué no decirlo, también
actuamos como Jesús que ama y aguanta?
Jesús, parece reflexivo. Le dijo
a Pablo “Saulo,Saulo ¿por qué me persigues?”
Desde entonces, quedaron marcadas todas las crueldades y
maldades que cometemos contra los demás. Todo lo
que hacemos sufrir a nuestro prójimo, va dirigido
directamente contra el mismo Dios. El desfile de crueldades
gratuitas actuales hace patente la necesidad del perdón
de Dios. Jesús quita, arranca nuestras maldades…las
torturas sin sentido, las crueldades malsanas, el ensañamiento
cruel sobre el débil…la curvatura agachada
de Jesús aguanta todo. Estás atado por la
solidaridad. Yo, tu…Perdón, Señor, Dios
mío, perdón, Señor, piedad…si
grandes son mis culpas, mayor es tu bondad…
Silencio y recogimiento en la calle al
recordar vivamente tanta maldad.
3ª.- El Señor
de las tres caídas
¡Ay Señor, y cómo te
ha puesto el amor¡ Me recuerda el Mercadillo de Jerusalén.
Pasábamos emocionados los peregrinos, rezando el
Vía Crucis entre un mercadillo: vendedores, olor
a caramelo, a droga. Miraban distraídos nuestro meditativo
paso, Nunca parecía importarles nuestras lágrimas.
Si acaso, nos ofrecían estampas, rosarios, madera
del Huerto de los Olivos. Nosotros en la devoción,
en la conciencia de nuestras faltas, en el agradecimiento
a Dios. Ellos, a su negocio. Globalización de la
indiferencia. Lo mismo sucedió en el momento terrible
de camino del Calvario. Jesús caía, una y
otra vez. Única preocupación de los verdugos:
que llegara vivo, que no se les quedara en el camino, que
sufriera hondamente su castigo… Su paso me recordaban
esas multitudes agolpadas a las puertas de los juzgados
condenando a los que consideramos enemigos. Y Cristo iba
cargando la cruz, cayendo, levantándose y soportando
tanta injusticia. Si en el Huerto sudaba sangre presintiendo
su porvenir, ahora era una pura realidad… Yo era niño,
no comprendía…ahora sí. No sufría
concentrado en sí, en sus problemas, el Cristo mira
a su lado. Parece como me miraba a mí…
Jesús parece mirar alrededor ¿Los
lutos del hombre, el dolor inocente, la moderna esclavitud,
la manipulación de las conciencias? ¿El racismo,
el colonialismo? ¿La violencia doméstica,
los desprecios de la dignidad humana? ¿Aquellos sueños
proclamados en los anuncios, las opresiones del presente?
¿Los gritos de odio ante el enemigo (o el contrincante)
que deja de tener rostro humano y aún menos, de hijo
de Dios? Las grandes injusticias, que todos conocemos. Todo
lo llevó encima. Si nosotros ante Cristo –los
cristos- pasamos con indiferencia, merecemos el grito del
Papa en Lampedusa; ¡es una vergüenza!
Mirada asustada ¿Por qué?
¿Por qué? la soledad, el desprecio, la humillación,
la crueldad, la animosidad, el sufrimiento hasta la desesperación…
Nosotros hemos nacido rodeados de amor, pero algunas veces
nos aplasta el sufrimiento hasta la desesperación,
una y otra vez. Nadie lo ve, nadie echa una mano, nadie
nos defiende.
Al paso de Jesús salen, las mujeres:
Las compasivas hijas de Jerusalén, No podían
faltar, imprescindibles. Las mujeres hoy día andan
alborotadas, exigiendo justamente sus derechos. Los hombres
también andan asustados, la verdad, ante su empuje,
su valor y sus verdaderos derechos. Pero ellas nunca han
fallado, siempre han estado en primera línea. No
nos abandonéis, por favor. Que, aunque deseamos los
mejores derechos para vosotras, sabed que “Os queremos
y os necesitamos”. En medio de los insultos, la crueldad
de los sayones, nunca falta el corazón compasivo
de las mujeres. En los hospitales, en las calles, entre
los heridos, los maltratados, los fracasados, ayudando con
una pequeña limosna a los mendigos o proporcionándoles
un bocadillo.
Este trono es un canto- costoso, eso sí,
a la fidelidad. Cae Jesús abatido, pero se levanta
una y otra vez. Duele, pero le levanta el amor fiel. Hay
que seguir, en ese amor que nunca falla. Gracias, Señor.
“Vosotros, todos los que pasáis por el camino,
¿no os importa esto? Observad y ved si hay dolor
como mi dolor, con el que fui atormentado, con el que el
SEÑOR me afligió el día de su ardiente
ira (Lamentaciones 1,12).
Para que no todo sea exposición
del dolor hoy me encaja una anécdota. Cuando yo era
pequeño, acudíamos cada año a inspeccionar
las novedades, los arreglos, los progresos en el adorno
de los tronos. Aquel año fue llamativa una innovación.
El trono del “Señor de las tres caídas”,
siempre había sido llevado a hombros. Era una pesada
carga. Alguien sugirió adquirir un carro que aliviara
el peso de las horas que duraba la procesión. Al
paso solemne por la carretera, algunos durqueños
se burlaban de los pauleños que no eran capaces de
llevar a hombros al Cristo. Rápida solución:
levantaron al Cristo a hombros incluso con el carro. Salieron
dignamente de la apurada situación.
Volvemos a lo serio. ¡Oh Señor
de las Tres caídas. No nos cansamos de derrumbarte
con nuestros pecados, nuestras debilidades, nuestros problemas.
Pero nunca logramos desanimarte. Siempre te levantas. Has
echado por delante el perdón y el amor y siempre
te muestras dispuesto… Hasta la Cruz! Es una invitación
a recuperarnos de nuestras depresiones y caídas.
4ª.- La cruz
vacía
“Le conducen al lugar del Gólgota,
el Calvario. Pero Jesús lanzando un fuerte grito,
expiró. Y ya al atardecer vino José de Arimatea
pidió a Pilato el cuerpo de Jesús. Lo descolgaron
de la cruz, lo envolvieron en una sábana y lo pusieron
en un sepulcro”. Asunto liquidado Acabaron las bullas,
los gritos. Comenzó la soledad de María y
de los pocos fieles. Lo único que quedaba de todas
aquellas ilusiones era llorar y la amargura impotente de
los pobres, ahora desamparados de su líder. Y los
dos palos de la cruz, que una vez cumplida su misión,
quedaron abandonados, arrinconados en el suelo y posiblemente
esperando que otros desgraciados terroristas la gustaran.
Para los romanos, había sido la cruz del tormento
destinada a grandes rebeldes, para los más peligrosos
criminales. Jesús sí que lo había sido.
Había detectado la podredumbre que anida en el corazón
de los hombres, las costumbres corruptas, las crueles maneras
de la sociedad. Y eso nunca se soporta. Pero Jesús
fue limpio, sencillo, coherente y humilde. No lo soportamos.
Pero para nosotros no, precisamente. Detrás de la
cruz hay triunfo, premio, profunda alegría. Mirar
atrás… ¡Qué pena!¡Cuanto
sufrimiento! ¡Qué vergüenza! ¡Pero,
Dios nunca abandona a los cumplidores del Reino de Dios!
En aquellos tiempos, don Adrián,
había decidido que el último trono en desfilar
fuera la cruz vacía. Fea, sin adornos; quizás
con un trapo blanco en banderola, simulando el sudario con
el que envolvieron el cuerpo de Jesús. En mi tiempo,
nadie le seguía, ni siquiera la contemplaba; y la
gente corría para ver otros vistosos tronos. No tenía
importancia. Era difícil encontrar quien portara
las destartaladas andas. Pura madera, áspera madera.
Don Benjamín en una ocasión me invitó
a que yo me cargara un varal pues faltaban cargadores. Desagradable.
Molesta, poco vistosa. En cuanto pude, me zafé. Carecía
de la exhibición de los otros “santos”.
La cruz duele siempre…Pasó el tiempo y nuestro
popular Pechín consideró que también
ella merecía los mismos honores que las demás
Hermandades. Y lo consiguió. En el cielo estará
gozando del premio de aquellos que adoran la cruz.
“Sola y en Cruz. Con la lanza
cainita en el costado. Sola y desnuda”
¿Por qué tan sola, tan olvidada?
Yo nada entendía, la verdad, entonces. Reconozco
una vaga incomodidad. Me parecía como que la cruz
que remataba tan brillante procesión, merecía
más, algo más, mucho más.
Está la santa cruz tan vacía
para que clavemos en ella el sufrimiento y las soledades
del mundo. Y las nuestras. Esa cruz no estaba vacía,
sino llena de amor. León Felipe, gran poeta español,
intuyó su verdadero sentido. La historia de cómo
escribió esta poesía es la siguiente: estando
León Felipe, con gripe grave y muy desanimado, le
visitó su sobrino, el torero mexicano Carlos Arruza.
Cuando entró en su habitación y lo encontró
en una pequeña y mugrienta cama, con tan solo una
mesilla como compañía, se entristeció
mucho, y vio que no tenía, ni siquiera una cruz que
presidiera el lecho.
Ese mismo día, el torero le compró
una y se la hizo llevar a casa. Cuando el poeta la vio,
no le agradó. Sabía que se trataba de una
valiosa pieza de valor incalculable, pero no era la que
él quería. León Felipe, prefirió
devolvérsela y encargar al carpintero una cruz sencilla.
El carpintero comprendió en seguida y le hizo llegar
una cruz de madera, lisa y fuerte a la vez; una cruz capaz
de soportarlo todo. Él la puso en la cabecera de
la cama y allí estuvo hasta el día de su muerte
Y a su lado, compuso esta sencilla poesía que decía
así:
Hazme una cruz sencilla,
carpintero
sin añadidos
ni ornamentos
que se vean desnudos
los maderos,
desnudos
y decididamente rectos:
los brazos en abrazo hacia la tierra,
el astil disparándose a los cielos.
Que no haya un solo adorno
que distraiga este gesto:
este equilibrio humano
de los dos mandamientos
sencilla, sencilla
hazme una cruz sencilla, carpintero.
Y detrás de nuestra cruz, ¿Nada?
¿Nada más que sufrimiento y dolor? ¿Sin
gente…sin confianza? No, querido espectador de tan
espectacular cortejo. Esa cruz nos crea esperanza, alegría
y la firmeza de seguir cada día con nuestras cruces.
Sin cargarla a los demás, llevando la propia, aliviando
la ajena y en camino hacia Dios. Ahora que Cristo está
en el sepulcro, la cruz desnuda sigue siendo salvadora,
origen de vida para nosotros. Ante ella rezamos, suplicamos
y aceptamos el reto de la vida con sus alegrías,
proyectos e inconvenientes. Porque Jesús aceptó
la cruz, la predecía…pero siempre la unió
a la resurrección. Detrás de la fidelidad
a Dios, siempre el triunfo, la alegría de un premio
que Dios otorga a la fidelidad. Las buenas semillas que
se siembran, parecen morir, pero con el tiempo, producen
espléndidos frutos.
La cruz desnuda es también salvadora.
Pueblos, naciones la han contemplado y de ella ha salido
la solución de muchos males del espíritu y
aún de casos muy imposibles.
Contaré una historia verídica,
de la que yo personalmente formé parte con otras
muchas personas. Una tarde de verano vinieron desde Málaga
dos hombres de aspecto humilde, uno de ellos de más
edad. Buscaban al párroco para cumplir una promesa.
Don José Delgado me había dejado a mí
de suplente esos días. Al presentarme como encargado,
me suplicaron que les acompañara hasta la cruz que
remata el pueblo, la cruz de la Atalaya, para cumplir una
promesa. El mayor, José, me contó su historia
y el origen de su ofrenda.
José venía a cumplir una
promesa hecha a esa Cruz en los años de la Guerra.
No quería morirse sin cumplir su juramento. Debía,
para quedarse tranquilo, encender una taza de mariposas
de aceite. Y me decía: un litro de aceite.
Nos contó. El 7 de febrero 1937
las tropas nacionales ocuparon la ciudad de Málaga.
La gente entró en pánico, sobre todo las clases
más populares, que encontraron una salida para huir
por la carretera hacia Almería. José confesaba
que él no había hecho nada malo, pero el miedo
provocó una estampida y José se unió
a los escapados. En el camino hacia Motril, desconcertado,
se retiró de la penosa caravana, trepó montes
y, hambriento y herido, caminaba sin rumbo. Era el mes de
marzo. Cada subida era para él aumentar el miedo,
la angustia y el pánico, huyendo de todo habitante.
No sabe cómo, una tarde, ya desesperado, y a punto
de morir de hambre, descubrió brillante sobre horizonte
la silueta de una cruz. Temblando, se hincó de rodillas
y le suplicaba.
¡Dios, sálvame, sálvame!
¡Si lo consigo, te hago promesa de encender una lámpara
delante de ti!
Siguió su camino errante y pasó
por el pozo de los Gabinos, al pie de la Silleta. Un pastor
que le vio desesperado le dio agua para beber y le señaló
un sitio donde tenía enterradas unas papas. Las devoró
y se guardó unas cuantas en el seno. El caritativo
hombre le advertía. ¡Cuidado, que por ahí
andan los fachas…!
Pero así fue. En las cercanías
de Lanjarón fue hecho prisionero. Resumo: lo transportaron
a un campo de concentración en Asturias. Logró
escaparse y consiguió pasar la frontera de Francia.
Cuando parecía estar seguro, lo apresaron los nazis
y de nuevo lo internaron ¡en Argelia! La cruz seguía
en su mente y seguía pidiendo, suplicando. Y guardando
en su memoria la promesa.
Y cuando finalmente el 2 de septiembre
de 1945 acabó la segunda Guerra mundial, felizmente
volvió a Francia donde ejercitó el oficio
de carpintero. ¿Felizmente? No del todo: tenía
que cumplir su promesa y no veía el modo…No
se atrevía al volver, a pesar de sentirse inocente
y las promesas de amnistía.
Cuando murió Franco, nuestro José
volvió. Pero no quería morirse sin cumplir
su promesa. Y lo había conseguido.
Dado que estábamos a final de la
tarde, no pude acompañarle. Pero le prometí
hacerlo pronto. Me dio mil pesetas. Unos días más
tarde, acompañado de mucha gente subimos, hicimos
una ermita en un hueco con piedras y encendimos la promesa.
El que alguna mano intolerante destruyera aquella expresión
de fe, nos dolió. Escribimos a Málaga. Creo
que murió poco después. Feliz, Había
sufrido una gran pasión. Ahora venía la resurrección
en el cielo. ¡Oh cruz, santa, salvadora!
Nuestro pueblo está poblado de cruces.
Se han llegado a contar diecinueve. Sólo recuerdo
quince: las de la placeta de la iglesia, la de la calle
del Cura, la cruz de las Molinas, la de santa Helena en
el camino Real a la Costa, la de la calle Encrucijada, la
de la calle Escuelas, el gran Calvario de la Glorieta, como
remate del Vía Crucis y las dos grandes protectoras
del pueblo de Padul, la de la Misión y la de la Atalaya.
En el linde con Cozvíjar, la del Asomadillo. Todas
ellas vigilan, todas ellas nos recuerdan, todas ellas nos
salvan. Y nos invitan con dos grandes lecciones: que la
vida está protegida por el amor de Dios y que nos
enseñan para nuestra felicidad íntima que
el amor y el servicio a los demás, son salvadores.
Son una procesión estática, perenne: Dios
está con nosotros siempre. Jesús crucificado,
salva.
No tienes manos, Señor,
tienes sólo nuestras manos
para construir un mundo
donde habite la justicia.
No tienes pies, Señor,
tienes sólo nuestros pies
para poner en marcha
la libertad y el amor.
No tienes labios, Señor,
tienes sólo nuestros labios
para anunciar al mundo
la buena noticia de los pobres.
No tienes medios, Señor, o
tienes sólo nuestra acción
para lograr que todos seamos hermanos.
Bendita catequesis en nuestro secular pueblo.
Bendito don Adrián, bendito don Benjamín,
y don José, y don Manuel, y don Cristóbal
y ahora don Carlos…ellos serían nada sin un
Padul palpitante que con sus defectos y penas ha sabido
conservar y transmitir a las generaciones nuevas ESE ESPÍRITU.
Después de la fidelidad, hay triunfo. Esta es la
Semana Santa. En tiempos anteriores rematábamos el
triunfo vengándonos de una figura clave, Judas. Quizás
debamos mirar mejor ahora la resurrección como un
aliento de la Buena Noticia de Jesús: el amor, el
perdón, la compasión efectiva sobre los más
pobres y la solidaridad con todos los hijos de Dios.
¿Por qué estamos aquí?
Porque somos herederos de una gran fortuna y…sobre
todo porque Cristo EN EL PADUL, RESUCITA cada año.
Desde los años de la Reconquista ha sabido sacar
a la calle su mejor catequesis.
Dice Saint Exupery que ”lo esencial
es invisible a los ojos…” Pues no tiene siempre
razón. En Padul lo esencial, la celebración
de muerte y la resurrección del Señor, se
hace muy visible. Y nuestro pueblo ha sabido expresar su
fe de una manera bella. Y nunca han faltado a su vera, la
fe, más o menos culta, más o menos sencilla,
la fe y las plegarias de los paduleños. Tiene sus
defectos; evidente, Es mejorable, cierto. Hay mucho que
avanzar, indudable. Pero es la fe del “santo pueblo
de Dios”, que dice el Papa Francisco. Y en nuestro
pueblo, gracias a nuestros queridos antepasados, y la bondad
del Señor, aquí la tenemos, viva, palpitante.
A los pies de Jesús en su más destacado misterio.
En nuestra Semana Santa irradiamos una
profunda alegría y paz interior. Las cruces que llevamos,
los penitentes que caminan a veces descalzos, simbolizan
sus dificultades y sus luchas. También los triunfos
de la vida sobre la muerte manifiestan su sensación
de victoria y de triunfo. Por supuesto que hay tristeza,
pero también hay alegría. Por supuesto que
hay dolor, pero también hay gozo. Por supuesto que
hay miedo, pero también hay amor. Por supuesto que
hay trabajo, y muy duro, pero también hay fiesta
y celebración. Por supuesto, que hay muerte, pero
también hay resurrección.
Todo es diferente y todo es lo mismo, a
la vez, para quienes dicen «sí» a esa
noticia que es susurrada a través de los siglos de
un extremo a otro del mundo. Mientras vivamos con fe en
la resurrección, nuestra carga será ligera
y nuestro yugo suave, porque hemos encontrado el descanso
en el dulce y humilde corazón de Jesús, que
pertenece a Dios por toda la eternidad.
¡Pueblos de la tierra! No destruyáis
el valle, - ese de las palabras, no lo ataquéis con
el cuchillo, ese, de los odios. A la palabra, que junto
con el aire de respirar, está naciendo… Oh,
no pronunciéis “muerte”, cuando lo que
se está diciendo es “VIDA” ¡Oh
que no sea “sangre”, cuando lo que se dice es
Cuna, Cruz salvadora.
Vuelvo al inicio; ante la cruz, y ante
el Señor resucitado. Están unidos. Merece
la pena luchar por hacer un mundo nuevo, mejor, resucitado,
Con Jesús. Aunque duela al principio. ¡Hay
futuro para los creyentes! Así lo sentimos.
Esta es nuestra Semana Santa…
He dicho
Pregón que debía
haberse pronunciado por Don Leonardo Molina García
S.J.
26 de marzo de 2020
Centro Cultural Federico García Lorca
No pudo celebrarse en virtud del Decreto de Alarma vigente
en España por la Pandemia generada por la COVID-19
Buenas noches
y muchísimas gracias por vuestra asistencia.
Sr. cura párroco de Padul, Don Cristóbal,
Sr. presidente de la Federación de Cofradías,
Sr. Arias y Junta Directiva, Sr. alcalde de Padul, D. Manuel
Villena Santiago, Hnos. Mayores de las distintas Cofradías,
familiares, amigos todos. En primer lugar, quiero agradecer
a D. Antonio Arias Duarte, miembro comprometido con nuestra
Semana Santa y exaltador el pasado año de nuestra
Semana Mayor, las palabras que me ha dirigido como pregonero
de esta Semana Santa del 2020. Creo que te has excedido
en tus alabanzas hacia mi persona, pero de todas formas
gracias Antonio y que Dios te bendiga siempre a ti y a toda
tu familia. Mi más profundo agradecimiento también
a don José Arias Martín, como presidente de
la Federación de Cofradías de Padul y a la
Junta Directiva, por haber confiado en mí para una
tarea tan importante como ésta. De alguna manera
me siento muy cercano a su padre Gabriel, de cuya amistad
he disfrutado, desde pequeño y que, de alguna manera,
contribuyó en la formación de mi fe por la
admiración de su compromiso cristiano. Siempre lo
asocio a su inseparable Pepe Ferrer y es un recuerdo para
mí muy grato. Intentaré transmitiros lo que
siento de corazón. Espero sepáis perdonarme
los evidentes fallos que podréis comprobar en mi
intervención. Recibí en mi Residencia de Sevilla
una llamada desde Padul. Extrañeza al comprobar que
no era una llamada familiar. "Soy José Arias,
del Consejo de las Hermandades de Padul y le pedimos que
acepte usted ser el pregonero de nuestra Semana Santa el
año que viene".
La primera respuesta que se me vino a la mente: No, no soy
capaz, no es mi estilo, nunca lo he hecho y las pocas veces
que me han invitado a tal evento, lo he rechazado por instinto.
No, de ninguna manera, no quiero complicaciones. En seguida,
la respuesta automática: Acepto. Si la invitación
viene de mi pueblo, no tengo más remedio que meterme
en el lío. Estoy tan agradecido a mis raíces,
a mis tradiciones, a mis amigos concretos, a mis paisanos,
a haber vivido a tope, como todos los chiquitos compañeros
de mi niñez, la Semana Santa, que no me podía
negar. En absoluto; me consideraría ingrato, parece
como que traicionaría aquellos años felices.
Haré lo mejor que pueda, no lo dudéis. Y así
me quedé tranquilo. Y ahora: ¿de qué
hablo yo, en un pregón, de manera de que sea agradable,
ameno, simpático pero que levante la fe de mis benévolos
oyentes; y que, al mismo tiempo, sea cercano, concreto,
el de un paduleño al fin y al cabo? Espero que os
agrade; y os pido permiso para hablar como cura. Cura paduleño
sí. Hay que tener en cuenta, como excusa, mis 53
años de sacerdote y los casi 70 de jesuita. Pero
nunca he olvidado que soy, un paduleño cura. Mis
intenciones, mi vocabulario, mi formación (o deformación),
me llevarán a utilizar unos términos extraños
al lenguaje de la gente. Bueno; no os alarméis, porque
yo, siguiendo el ejemplo de Jesús, he trata-do siempre
de acercarme con sencillez y cercanía al vocabulario
del pueblo... Lo intentaré. Pues eso, se hará
lo que se pueda... Otro ruego: excusar mis ignorancias,
las confusiones, los olvidos. Os pido perdón y comprensión,
porque son muchos los años que han pasado desde que
me despedí definitivamente de mi familia... La lejanía
espacial me ha hecho engrandecer algunos recuerdos, pero
al mismo tiempo, he acaparado imprecisiones más grandes
que nuestra misma laguna.
Como ángeles de la guarda al preparar este solemne
anuncio que inaugura la gran Semana Religiosa de nuestro
pueblo, han acudido multitud de seres celestiales revoloteando
atropellados en mi memoria para aconsejar-me, y hacer que
a nosotros/as todos nos inspire recuerdos bonitos, memorias
del pasado, personajes que viven o vivieron en la presencia
de un Dios que sufre y sufrió por nosotros, que aguantó
y aguanta y nos ofrece caminos de felicidad. Cuando Jesús,
en la última cena decía conmovido "haced
esto en memoria mía" nos invitaba con una
continua actualidad a tenerlo presente.
Esos ángeles pasan a mi memoria y a la vuestra, como
sombras benéficas: mis padres, los tuyos, los abuelos,
personajes ilustres paduleños que portaban las andas,
los capataces, los mayordomos, don Benjamín, las
tres Marías, los "santos varones".
No pasaron... dejaron un legado de fe y devoción
que nosotros ahora estamos disfrutando. Se lo debemos. Quizás
ellos tuvieron menos posibilidades económicas que
nosotros. En circunstancias difíciles, ellos mantuvieron
la fe de sus mayores y nos la trasmitieron. La fe no ha
muerto en nuestro pueblo por la gracia de Dios. Fueron ellos
maravillosos presentadores de ella. Gradas. Pero pasemos
a nuestra Semana Santa. Como es imposible abarcar todas
las escenas de la pasión, me detendré en cuatro
figuras que a mis ojos de niño me asombraron y me
parecieron las más expresivas. Todas ellas desfilaron
ante mis ojos atónitos de niño.
El cortejo procesional consta de más de veinte pasos.
Recuerdo el paño blanco de la Virgen de los Dolores
y la palidez de sus ojos absortos ¿Qué sabía
entonces de los ojos tristes de una madre con el cadáver
de su hijo en sus brazos? Ahora, bien que lo sé,
pero entonces solo me producían asombro. El Santo
Sepulcro, un cajón viejo y destartalado con un apostolado
debajo en pequeñas hornacinas. ¿Por qué?
Yo no sabía...ahora sí. San Juan, con el "deo"
señalando ¿hacia dónde? ¿Por
qué? Ese joven, vestido de rojo, parecía figura
necesaria en la gran Semana. El único de los discípulos
que no desertó y fue premiado con encargarse de la
misma Madre del Señor... Estamos celebrando este
año un homenaje especial. La Hermandad del Señor,
el Santo sepulcro, estuvo en el origen de nuestra Semana
Santa, como constan los documentos desde 1579. Pero fue
don Adrián, párroco desde 1910, quien tomó
las riendas de la actual procesión. D. Adrián,
quería representar todos los pasos de la pasión.
Había sido jesuita hasta los estudios de teología.
De aquellos años había conservado una extraordinaria
devoción a las que san Ignacio llama "reglas
para sentir con la Iglesia" y entre ellas "alabar
imágenes, candelas". Pobló nuestra iglesia
con todo tipo de santos. Quería hacer visible toda
la fe de su pueblo cristiano, que aceptó encantado
esa constelación de Santos, Cristos y Vírgenes
que pasearon por nuestras calles en la noche del viernes
Santo. Entonces, cuando yo era niño, apenas había
espectadores. Largas filas alumbrando, en silencio; las
luces eran tenues, los farolillos para los más pudientes,
parpadeaban en la noche. Había que sortear los baches
de los charcos recientes, el barro en unas calles que pocos
días antes se habían medio arreglado a cargo
del ayuntamiento con capas de arena. La gente sacaba sus
mejores trajes y se abrigaba a su manera aguantando a pie
firme los fríos en las noches húmedas del
mes de abril. La devoción era intensa, el silencio
espectacular. Era - y es - una de las noches mágicas
en nuestro pueblo. Nadie podía faltar. Los niños
mirábamos embobados aquella larga procesión
y nos fijábamos en los detalles más pintorescos.
Larga memoria para los soldados romanos con sus penachos
de papelines de colores, sus falditas y sus picas.
Luego repetiríamos mil veces sus movimientos marciales,
con faldas recortadas de periódicos y modestas picas
sacadas de las cañaveras de la vega. Ingenio y creatividad.
Y, ¿por qué no?, también tocado de
fervor religioso. Tiempos... Si los medios después
de la Guerra eran desastrosos, pobres y un tanto tristes,
el corazón estaba preparado y la fe calentaba los
espíritus. La comprensión del dolor de Cristo
iba acompañada de las súplicas arranca-das
de unos corazones llenos de tantas angustias y necesidades.
Los tiempos han cambiado, por fuera. Por dentro, no. Siguen
las plegarias al Señor ante tantos problemas, la
admiración por cada estación de un Cristo
que nos embelesa por su coherencia, ante tanto derroche
de amor. ¿A que sí? Ahora, de entrada, admiramos
el lujo de los tronos. Vemos desfilar por nuestras calles
los pasos perfectamente equipados, los penitentes, los costaleros,
las bandas de música, mujeres con mantilla. Sí,
pero eso es lo superficial. Por dentro, la fe que llora,
que suplica, tú, yo, que tanto necesitamos de compasión,
de educación, de soluciones ante los problemas con
los hijos, de incierto porvenir. Y sale del corazón
una ínfima invocación, que nadie oye, pero
que ahoga las emociones más profundas. Aquellos paduleños
sembraron semillas santas con la confianza puesta en el
Señor... y aquí los tenemos. Su recorrido
de fe nos ha llegado. Sí. Los tiempos no daban para
muchas alegrías. La laguna sustentaba, los secanos
estaban expuestos a frecuentes sequías. Y, sin embargo,
la fe permanecía. Nuestra Semana Mayor, Nunca ha
sido un espectáculo divertido, ni una feria. Es un
recuerdo de mucho amor, pero lleno de esperanza, con enseñanza.
Confianza en Dios Padre. Fidelidad. En el fondo, alegría
profunda, auténtica. Cuenta el evangelio de un rey
que invitó a sus amigos al banquete de bodas de su
hijo. No quisieron, los preferidos y elegidos (Mateo
22,1-14) y entonces, indignado, mandó a sus
criados que invitaran a toda clase de gente, sin distinción.
Pero se fijó, cuando ya estaban todos reunidos, en
un comensal que no llevaba traje de fiesta...y lo expulsó...queda
uno sorprendido: ¿Por qué? ¿Cuál
es el traje de fiesta que quiere Jesús que se ponga
uno para asistir a sus banquetes? Yo creo que es el uniforme
del amor y por dentro, asistir con mucho espíritu
de fe.
Ese es el traje que para entender el recorrido
de nuestros tronos necesitamos: mucho amor y suficiente
fe. Hacemos el recorrido.
1º.- La Oración
del Huerto
"Cristo, en los días de
su vida mortal, a gritos y con lágrimas... presentó
oraciones y súplicas al que podía salvarlo
de la muerte"(1). Y unidos a Cristo, aún
sin saberlo, tantos hombres y mujeres que sufren, que se
hallan ante problemas sin solución: Monte de los
Olivos. Todos hemos tenido en algún momento nuestro
monte. Jesús les decía: «Mi alma está
triste hasta el punto de morir; quedaos aquí y velad.»
Repetía: «¡Abbá, Padre!; todo
es posible para ti; aparta de mí esta copa; pero
no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú.»
Tentación desastrosa. Vista atrás, Pavor ante
el futuro.
Blanca, radiante, la mirada concentrada
del ángel. La de Jesús, perdida. Con un cáliz
en la mano. Dios asustado, mirando hacia el cielo, suplicante.
Humanidad angustiada. Parece que como Jesús, ante
tantas miserias humanas, levanta los ojos, nos hace mirar
hacia lo alto en los calamitosos momentos de la vida. Y
nos consuela...
Agonía. Y yo me recuerdo a esa muchacha
que recientemente había perdido a un hermano apuñalado
en una pelea de bar; y para que no le faltaran problemas
a su corta vida, su primo hermano de 17 años perdió
la vida en un accidente de moto y cuando acudió a
la bulla, encontró agonizando a su primo y en sus
brazos murió diciéndole "Rocío,
que no me quiero morir"... Soledad de Antonio
que sufrió de pequeño la separación
de sus padres y a sus doce años encontró ahorcada
a su madre en el patio de su casa y se encontró solo
y en un colegio de acogida, ya con la vida destrozada y
sin querer soluciones...y tantas y tantas angustias provocadas
por el pasado, el presente y un futuro incierto...Desesperanza
de un muchacho enfermo de Sida en un hospital de Granada
abandonado por su mujer, retirado del trato de su hija pequeña,
despreciado por las mismas enfermeras...y mirado con recelo
por todos. Desamparo de los parados que no pueden llevar
un sustento suficiente para sus hijos, emigrantes, ancianos...políticos
condenados injustamente. Porvenir incierto, pero de horizontes
negros de los hombres que suben a una patera sabiéndose
en principio rechazados... En esos huertos se metió
Jesús...Sabía lo que le esperaba, y como hombre
perfecto, sufría.
Escándalo ante tanta injusticia con las personas.
A pesar de todo, Jesús, que también pasó
por todo, nos envía consuelos. Él mismo los
tuvo. El ángel, entre asombrado y dulce, le con-suela.
Le señala el camino de la resurrección, de
la victoria, pesar de la muerte. Parece decimos a cada uno
de nosotros: "No te inquietes por las dificultades
de la vida, por sus altibajos, por sus decepciones, por
su porvenir más o menos sombrío. Quiere lo
que Dios quiere. Ofrécele en medio de inquietudes
y dificultades el sacrificio de tu alma sencilla que, pese
a todo, acepta los designios de su providencia. Piérdete
confiado ciegamente en ese Dios que te quiere para sí.
Y que llegará hasta ti, aunque jamás lo veas.
Piensa que estás en sus manos, tanto más fuertemente
cogido, cuanto más decaído y triste te encuentres.
Por eso, cuando te sientas apesadumbrado, triste, adora
y confía". Tú que ves pasar a Cristo
en ese trono conmovedor, sientes inevitablemente admiración,
sorpresa, agradecimiento infinito. Y detrás de cada
corazón se despierta ese amor, más que tradición,
amor... Este majestuoso trono nos invita, en tiempos tormentosos,
a vemos identificados con este suplicante Jesús...y
al mismo tiempo aceptar con confianza los terremotos que,
a veces, se abaten sobre nosotros en la vida. Dios nunca
abandona al hombre o la mujer justos.
2º. Los imprescindibles
(e impresentables) Sayones.
Personajes odiados por los niños
y mayores del pueblo. Ojos saltones, mano alzada, amenazador.
Tipos feroces. Los dos. Sin embargo, esos dos personajes
estaban claramente delimitados para la gente. Estaban el
sayón malo, y el sayón bueno. Los dos golpeaban
a Jesús, pero uno me parecía más humilde
y, por tanto, perdonable. Con un cordel en la mano, ciertamente
cabezón, parecía ajeno a las espaldas de Jesús.
No era tan malo... Pero el otro...
Me imagino la llegada de los populares
sayones al pueblo y el grito de espanto y horror de la chiquillería.
El sayón "malo" nos parecía
detestable por lo que le hacía a Jesús y nos
recordaba la rabia que pocos días después
volcaríamos en el arrastre de los populares Juas"
colgados desde los balcones por las divertidas muchachas.
Una anécdota personal: una tarde de nuboso invierno
me dirigí decidido a mis 5 o 6 años, a la
tienda de los Prenafeta, "las niñas de Paco",
en la plaza de arriba, tratando de comprar unos clavos para
crucificar ¡a los sayones!. Afortunadamente, me negaron
la fechoría y me imagino la ternura de sus ojos al
ver el fervor de tan pequeñajo personaje... Imaginaos
el disgusto que hubiera dado yo a todos los niños
del Padul, si les quito de la vista a tan bestiajos enemigos
de Jesús...Y a los mayores... Porque la escena en
realidad fue terriblemente violenta. “Pilato,
entonces, queriendo complacer a la gente, les soltó
a Barrabás y entregó a Jesús, después
de azotarle, para que fuera crucificado". Allí
estaban nuestros sayones... Jesús, dulce Jesús,
aguantaba sus crueldades. Jesús, después de
la resurrección, aclaró a san Pablo nuestra
situación. Saulo, perseguía a los cristianos,
sencillos, pobres, y tuvo aquella gran iluminación;
"Saulo, ¿por qué me persigues?"
Desde entonces, quedaron marcadas todas las crueldades y
maldades que cometemos contra los demás. Todo lo
que hacemos sufrir a nuestro prójimo, va dirigido
directamente contra el mismo Dios. El desfile de crueldades
gratuitas actuales hace patente la necesidad del perdón
de Dios. Jesús quita, arranca nuestras maldades...
Silencio y recogimiento en la calle al recordar vivamente
tanta maldad.
3º.- El Señor
de las Tres Caídas
¡Ay Señor, y cómo te
ha puesto el amor! Me recuerda el Mercadillo de Jerusalén.
Pasábamos emocionados los peregrinos, rezando el
Vía Crucis entre un mercadillo: vendedores, olor
a caramelo, a droga. Miraban distraídos, nunca parecía
importarles nuestras lágrimas. Si acaso, nos ofrecían
estampas, rosarios, madera del Huerto de los Olivos. Nosotros
en la devoción, en la conciencia de nuestras faltas
en el agradecimiento a Dios. Ellos, a su negocio. Globalización
de la indiferencia. Lo mismo sucedió en el momento
terrible de camino del Calvario. Jesús caía,
una y otra vez. Única preocupación de los
verdugos: que llegara vivo, que no se quedara en el camino,
que sufriera hondamente su castigo... Su paso me recordaba
esas multitudes agolpadas a las puertas de los juzgados
condenando a los que consideramos enemigos... y Cristo iba
cargando la cruz, cayendo, levantándose y soportando
tanta injusticia. Si en el Huerto sudaba sangre presintiendo
su porvenir, ahora era una pura realidad...Yo era niño,
no comprendía...ahora sí. Jesús parece
mirar alrededor ¿Los lutos del hombre, el dolor inocente,
la moderna esclavitud, la manipulación de las conciencias?
¿El racismo, el colonialismo. la violencia doméstica,
los desprecios de la dignidad humana? ¿Aquellos sueños
proclamados en los anuncios, las opresiones del presente?
¿Los gritos de odio ante el enemigo (o el contrincante)
que deja de tener rostro humano y aún menos, de hijo
de Dios? Todo lo llevó encima. Si nosotros ante Cristo
—los cristos- pasamos con indiferencia, merecemos
el grito del Papa en Lampedusa; ¡es una vergüenza!...
Mirada asustada ¿Por qué? ¿Por qué?
la soledad, el desprecio, la humillación, la crueldad,
la animosidad, el sufrimiento hasta la desesperación...
Nosotros hemos nacido rodeados de amor, pero algunas veces
nos aplasta el sufrimiento hasta la desesperación,
una y otra vez. Al paso de Jesús salen, las mujeres:
La Verónica, La misma Virgen de los Dolores, de las
Angustias. Las compasivas hijas de Jerusalén, No
podían faltar, imprescindibles. Las mujeres hoy día
andan alborotadas, exigiendo justamente sus derechos. Los
hombres también andan asusta-dos, la verdad, ante
su empuje, su valor y sus verdaderos derechos. Pero ellas
nunca han fallado, siempre han estado en primera línea.
No nos abandonéis, por favor. Que aunque deseamos
los mejores derechos para vosotras, sabed que "Os
queremos y os necesitamos". En medio de los insultos,
la crueldad de los sayones, nunca el corazón compasivo
de las mujeres se rompió. En los hospitales, en las
calles, entre los heridos, los maltratados, los fracasados,
ayudando con una pequeña limosna a los mendigos o
proporcionándoles un bocadillo. Este trono es un
canto - costoso, eso sí - a la fidelidad. Cae Jesús
abatido, pero se levanta una y otra vez. Duele, pero le
levanta el amor fiel. Hay que seguir, en ese amor que nunca
falla. Gracias, Señor.
Para que no todo sea exposición
del dolor hoy me encaja una anécdota. Cuando yo era
pequeño, acudíamos cada año a inspeccionar
las novedades, los arreglos, los progresos en el adorno
de los tronos. Aquel año fue llamativa una innovación.
El trono del "Señor de las tres caídas",
siempre había sido llevado a hombros. Era una pesada
carga. Alguien sugirió adquirir un carro que aliviara
el peso de las horas que durara la procesión. Al
paso solemne por la carretera, algunos durqueños
(entonces era muy viva la rivalidad de los dos pueblos)
se burlaban de los paule-tíos que no eran capaces
de llevar a hombros al Cristo. Rápida solución:
levantaron al Cristo a hombros incluso con el carro. Salieron
dignamente de la apurada situación. Volvemos a lo
serio. Oh Señor de las tres caídas. No nos
cansamos de derrumbarte con nuestros pecados, nuestras debilidades,
nuestros problemas. Pero nunca logramos desanimarte. Siempre
te levantas. Has echado por delante el perdón y el
amor y siempre te muestras dispuesto... hasta la Cruz. Es
una invitación a recuperamos de nuestras depresiones
y caídas.
4º.- La Cruz
Vacía
"Le conducen al lugar del Gólgota,
el Calvario. Pero Jesús lanzan-do un fuerte grito,
expiró. Y ya al atardecer, vino José de Arimatea
pidió a Pilato el cuerpo de Jesús. Lo descolgaron
de la cruz, lo envolvieron en una sábana y lo pusieron
en un sepulcro". Asunto liquidado. Acabaron las
bullas, los gritos. Comenzó la soledad de María
y de los pocos fieles. Lo único que quedaba de todas
aquellas ilusiones era llorar y la amargura de los pobres,
ahora desamparados de su líder. Y los dos palos de
la cruz, que una vez cumplida su misión, quedaron
abandonados, arrinconados en el suelo y posiblemente esperando
otros desgraciados terroristas que la gustaran. Para los
judíos enemigos había sido la cruz del tormento
destinada a grandes rebeldes, a los más peligrosos
criminales. Jesús sí que lo había sido.
Pero para nosotros no, precisamente. Detrás de la
cruz hay triunfo, premio, profunda alegría. Mirar
atrás... ¡qué pena! ¡Cuánto
sufrimiento! ¡Pero, Dios nunca abandona a los cumplidores
del Reino de Dios! En aquellos tiempos, don Adrián,
había decidido que el último trono en desfilar
fuera la cruz vacía. Fea, sin adornos; quizás
con un trapo blanco en banderola, simulando el sudario con
el que envolvieron el cuerpo de Jesús. En mi tiempo,
nadie le seguía. Era difícil encontrar quien
portara las destartaladas andas. Pura madera, áspera
madera. Don Benjamín me invitó a que yo me
cargara en un varal. Desagradable. Molesta, poco vistosa.
En cuanto pude, me zafé. Carecía de la exhibición
de los otros santos. La cruz duele siempre... Pasó
el tiempo y nuestro popular Pechín consideró
que también ella merecía los mismos honores
que las demás Hermandades. Y lo consiguió.
En el cielo estará gozando del premio de aquellos
que adoran la cruz.
"Sola yen Cruz Con la lanza
cainita en el costado.
Sola y desnuda".
¿Por qué tan sola, tan olvidada?
Yo nada entendía, la verdad, entonces. Reconozco
una vaga incomodidad. Me parecía como que la cruz
que remataba tan brillante procesión, merecía
más, algo más, mucho más.
Está la santa cruz tan vacía
para que clavemos en ella el sufrimiento y las soledades
del mundo. Y las nuestras. Esa cruz no estaba vacía,
sino llena de amor. León Felipe, poeta español,
uno de grandes poetas en lengua castellana, intuyó
su verdadero sentido. La historia de cómo escribió
esta poesía es la siguiente: estando León
Felipe, con gripe grave y muy desanimado, le visitó
su sobrino, el torero mexicano Carlos Arruza. Cuando entró
en su habitación y lo encontró en una pequeña
y mugrienta cama, con tan solo una mesilla como compañía,
se entristeció mucho, y vio que no tenía,
ni siquiera una cruz que presidiera el lecho. Ese mismo
día, el torero le compró una y se la hizo
llevar a casa. Cuando el poeta la vio, no le agradó.
Sabía que se trataba de una valiosa pieza de valor
incalculable, pero no era la que él quería.
Entonces, León Felipe, prefirió devolvérsela
y encargar al carpintero una cruz sencilla. El carpintero
comprendió en seguida y le hizo llegar una cruz de
madera, lisa y fuerte a la vez; una cruz capaz de soportarlo
todo. Él la puso en la cabecera de la cama y allí
estuvo hasta el día de su muerte...Y a su lado, compuso
esta sencilla poesía que decía así:
Hazme una cruz sencilla, carpintero...
sin añadidos ni ornamentos... que se vean desnudos
los maderos, desnudos y decididamente rectos: los brazos
en abrazo hacia la tierra, el astil disparándose
a los cielos. Que no haya un solo adorno que distraiga este
gesto: este equilibrio humano de los dos mandamientos...
sencilla, sencilla... hazme una cruz sencilla, carpintero.
Y detrás de nuestra cruz, ¿Nada? ¿Nada
más que sufrimiento y dolor? ¿Sin gente...sin
confianza? No, querido espectador de tan espectacular cortejo.
Nos crea esperanza, alegría y la firmeza de seguir
cada día con nuestras cruces. Sin cargarla a los
demás, llevando la propia, aliviando la ajena y en
camino hacia Dios. Ahora que Cristo está en el sepulcro,
la cruz desnuda sigue siendo salvadora, origen de vida para
nosotros. Ante ella rezamos, suplicamos y aceptamos el reto
de la vida con sus alegrías, proyectos e inconvenientes.
Porque Jesús aceptó la cruz, la predecía...
pero siempre la unió a la resurrección. Detrás
de la fidelidad a Dios, siempre el triunfo, la alegría
de un premio que Dios otorga a la fidelidad. La cruz desnuda
es también salvadora. Pueblos, naciones la han contemplado
y de ella ha salido la solución de muchos males del
espíritu y aún de casos muy imposibles. Contaré
una historia verídica, de la que yo personalmente
formé parte con otras muchas personas. Una tarde
de verano vinieron desde Málaga dos hombres de aspecto
humilde, uno de ellos de más edad.
Buscaban al párroco para cumplir
una promesa. Don José Delgado me había dejado
a mí de suplente esos días. Al presentarme
como Párroco, me suplicaron les acompañara
hasta la cruz que remata el pueblo, la cruz de la Atalaya
para cumplir una promesa. El mayor, José, me contó
su historia y el origen de su ofrenda. José venía
a cumplir una promesa hecha a esa Cruz en los años
de la Guerra, No quería morirse sin cumplir su juramento.
Debía, para que-darse tranquilo, encender una taza
de mariposas de aceite. Y me decía: un litro de aceite.
Nos contó. El 7 de febrero 1937 las tropas nacionales
ocuparon sin apenas resistencia la ciudad de Málaga
en una pinza desde Marbella y desde Alhama. La dudad entró
en pánico, sobre todo las clases más populares
que encontraron una salida para huir por la carretera hacia
Almería. José confesaba que él no había
hecho nada malo, pero las amena-zas de Queipo de Llano y
la llegada de los temibles moros, provocaron una estampida
y se unió a los escapados. En el camino hacia Motril,
José desconcertado, se retiró de la penosa
caravana, trepó montes y, hambriento y herido, desconcertado,
caminaba sin rumbo. Era el mes de marzo. Cada subida era
para él aumentar el miedo, la angustia y el pánico,
huyendo de todo habitante. No sabe cómo, una tarde,
ya desesperado, y a punto de morir de hambre, descubrió
brillante sobre horizonte la silueta de una cruz. Temblando,
se hincó de rodillas y le suplicaba: ¡Dios,
sálvame, sálvame! ¡Si lo consigo, te
hago promesa de encender una lámpara delante de ti!
Siguió su camino errante y pasó por el pozo
de los Gabinos, al pie de la Silleta. Un pastor que le vio
desesperado le dio agua para beber y le señaló
un sitio donde tenía enterradas unas papas. Las devoró
y se guardó unas cuantas en el seno. El caritativo
hombre le advertía. ¡Cuidado, que por ahí
andan los fachas...! Pero así fue. En las cercanías
de Lanjarón fue hecho prisionero. Resumo: lo transportaron
a un campo de concentración en Asturias. Logró
escaparse y consiguió pasar la frontera de Francia.
Cuando parecía estar seguro, lo apresaron los nazis
y de nuevo lo internaron ¡en Argelia! La cruz seguía
en su mente y seguía pidiendo, suplicando. Y guardando
en su memoria la promesa.
Y cuando finalmente el 2 de septiembre
de 1945 acabó la segunda Guerra mundial, felizmente
volvió a Francia donde ejercitó el oficio
de carpintero. ¿Felizmente? No del todo: tenía
que cumplir su promesa y no veía el modo...El miedo
al Gobierno de Franco le atenazaba y no se atrevía
al volver, a pesar de sentirse inocente y las promesas de
amnistía.
Cuando al fin murió Franco, nuestro
José volvió. Pero no quería morirse
sin cumplir su promesa. Y lo había conseguido. Dado
que estábamos a final de la tarde, no pude acompañarle.
Pero le prometí hacerlo pronto. Me dio mil pesetas.
Unos días más tarde, acompañado de
mucha gente subimos, hicimos una ermita en un hueco y encendimos
la promesa. Escribimos a Málaga. Creo que murió
poco después. Feliz, Había sufrido una gran
pasión. Ahora venía la resurrección
en el cielo ¡Oh cruz, santa, salvadora!. Bendita catequesis
en nuestro secular pueblo, Bendito D. Adrián, bendito
D. Benjamín, y D. José, y D. Manuel y ahora
D. Cristóbal... ellos serían nada sin un Padul
palpitante que con sus defectos y penas ha sabido conservar
y transmitir a las generaciones nuevas ESE ESPÍRITU.
¿Por qué estamos aquí? Porque somos
herederos de una gran fortuna y... sobre todo porque Cristo
EN EL PADUL, RESUCITA cada año. Desde los años
de la reconquista ha sabido sacar a la calle su mejor catequesis.
La primitiva Hermandad del Señor (1579) fue ampliándose
con la Hermandad de san Juan (1684), con la compañía
inseparable de la Virgen de las Angustias (1783), de la
Virgen de los Dolores (1835)... hasta que D. Adrián
hizo explotar la fe de los paduleños en los años
30 del siglo pasado. Faltaba un paso, y se ha completado;
la entrada de Jesús en Jerusalén. Dios sea
bendito. Dice Saint Exupery que "lo esencial es invisible
a los ojos..." Pues no tiene siempre razón.
En Padul lo esencial, la celebración de muerte y
la resurrección del Señor, se hace muy visible.
Y nuestro pueblo ha sabido expresar su fe de una manera
bella. Y nunca han faltado a su vera, la fe, más
o menos culta, más o menos sencilla, la fe y las
plegarias de los paduleños. Tiene sus defectos; evidente,
Es mejorable, cierto.
Hay mucho que avanzar, indudable. Pero
es la fe del "Santo Pueblo de Dios",
que dice el Papa Francisco. Y en nuestro pueblo, gracias
a nuestros queridos antepasados, y la bondad del Señor,
aquí la tenemos, viva, palpitante. A los pies de
Jesús en su más destacado misterio. Veo que
se mantiene y muy viva. Que el Señor, nunca nos abandone.
¡Pueblos de la tierra!
No destruyáis el valle, - ese de las palabras -
No lo ataquéis con el cuchillo -ese de los odios-
A la palabra, que junto con el
aire de respirar, está naciendo.
Oh, no pronunciéis "muerte"
cuando lo que se está diciendo
es "VIDA" Oh que no sea "sangre",
cuando lo que se dice es:
CUNA, Cruz salvadora.
Me pongo ahora ante el Cristo crucificado y siento sus
palabras. Y me uno en la oración a cada uno de vosotros,
mis paisanos.
Aun arbolé me subí,
por verte venir, hermano.
A un arbolé me subí.
Se me clavaron las manos...
y sigo esperando así.
Por verte venir, hermano.