Pregón
de Semana Santa de Granada 2003
Pronunciado por: Don Jorge de la Chica Roldán
Señor,
ábreme los labios, y mi boca proclamará tu
alabanza.
Granada, por
los ínclitos Reyes Católicos, Doña
Isabel I de Castilla y Don Fernando V el de Aragón,
porque ellos te recristianizaron.
Granada, por
Mohamed V Sultán de tu Reino y por el Visir judío
Samuel Ibn Nagrela, que al promover el patio del Palacio
de los Leones, inspiraron el más grandioso trono
para que la Virgen de las Angustias recorriera tus calles
y plazas en Semana Santa.
Granada, por
San Juan de Dios, tu Copatrón y el padre de los pobres
y necesitados, los más bienaventurados porque de
ellos es el Reino de los Cielos.
Un vencejo ha
abandonado las ramas de un viejo olmo de la montaña
de la Sabika para posarse en los tilos de Bibarrambla, aquellos
que cantara Elena Martín Vivaldi, mientras muy cerca
Juan Alfonso García templa los grandes órganos
barrocos de la Catedral para el Domingo próximo,
que es el de Ramos, a base de las anotaciones pautadas de
Valentín Ruiz Aznar, y un ilustre abogado que viene
de una palacete de la calle Puentezuelas, va a la Real Chancillería,
cruzando la Plaza. Es José Gómez Sánchez
Reina. En su carpeta de piel gastada y negra se confunden
documentos timbrados de validez jurídica, con las
convocatorias de un triduo, varias papeletas de sitio y
otros papeles cofrades. Luego a la tarde, Domingo Sánchez
Mesa sigue tallando la madera, modelando barro y trazando
bocetos en su estudio de la calle Ánimas, muy cerca
de la Cuesta de los Gomérez donde los Moreno cincelan
la plata, mientras en el Albayzín, Nicolás
Prados López última alguna restauración
en sus elegantes pasos dorados y por la Plaza de los Campos,
donde hubo noviciado de dominicos, unos jóvenes ensayan
marchas de procesión a golpe destemplado de tambor
y tañer de chirimías en sus cornetas, todos
bajo las órdenes de Pepe Cantero, que no sabe todavía
que la vida le depara gloria en los escenarios del teatro,
el cine y la televisión, y entre los jóvenes,
uno muy niño que con el tiempo llegará a ser
de los más grandes cornetines de todos los tiempos,
José María Ripoll.
Podrán
variar los actores, incluso venir compañías
extranjeras, pero siempre será misma historia, la
de la Pasión, Muerte y Resurrección del Mesías,
cuya consumación cambió el rumbo de la vida,
según la cuenta Granada. La misma historia que contaban
severas cofradías de penitencia y sangre allá
por el siglo XVI, la misma que vino a contemplar a la capital
de este viejo Reino el monarca Felipe IV en el XVII. El
mismo relato que vestían los granadinos de centurias
romanas y chías lastimeras en el XVIII, y que no
pudieron desterrar de forma total en el XIX, ni la "francesada",
ni las desamortizaciones, ni tampoco la Gloriosa. La misma
historia en suma, que en el cercano siglo XX supo modernizarse
y no sucumbir a las tentaciones irreligiosas que con tanta
fuerza corroen a nuestra sociedad.
Podrán
variar los actores, pero siempre será la misma historia
contada en la Granada eterna. Unas veces Manuel Valdés
ensamblará la Urna Fúnebre para el Santo Entierro
y otras Risueño sorprenderá con sus dolorosas.
En ocasiones cantará por saetas María la Gazpacha
desde el cubo de la Alhambra al paso de las procesiones,
y otras veces bandas de músicos penitentes anunciarán
la llegada de un cortejo. Pero la historia siempre será
la misma.
Será la
Semana Santa según Granada, un acontecimiento único,
excepcional, que no resiste parangón alguno que pueda
comparársele; porque ni siquiera la ceremoniosa Roma
vaticana con su liturgia presidida por el Sumo Pontífice,
puede alcanzar la emoción que provoca el paso por
la Carrera del Darro del Cristo del Silencio o la emotividad
del Viernes Santo a la Hora Nona en el Campo del Príncipe.
Y es que Granada,
sería indefinible sin su Semana Santa, y permitidme
que os diga, que difícilmente podría comprender,
al menos este Pregonero, una Semana Santa sin su Granada.
Podrá haber emulaciones acertadas, deslumbrantes
exhibiciones, regias y áulicas representaciones.
Podrán también en otros lugares conjurarse
multitudinarias masas de espectadores y los mismos sentimientos
profundos, pero nunca será junto a la belleza inmensa
de esta heroica, grande, nombrada y celebérrima Granada,
piadosa y mariana, pasionista y eucarística, devota
y católica, imperial y cristiana, ciudad de mártires
y sabios, de filósofos y teólogos, de escultores,
tallistas, músicos, costaleros y capataces, penitentes
y albaceas, la patria de Federico, la morada fecunda de
Falla, la escuela de Fray Luis, el solar de los Mena, la
que adopta a los Mora y acoge a Siloé y Jacobo Florentino,
la preferida de Sor Cristina de la Cruz y Arteaga, el remanso
para la escritura de San Juan de la Cruz, la amada por Francisco
de Paula Valladar, la inspiración del Padre Manjón,
el estallido del genio final de Cano, la promotora inmaculista,
morada de intelectuales, novelistas románticos, científicos
del universo, la de los conventos y monasterios, la de las
dos Basílicas menores y los tres ríos, esa
Granada absolutamente ya indisoluble con su Semana Santa,
con sus cascadas de fuego por Valparaiso para un Cristo
de cuatro clavos, con su Salve Marinera de cada Miércoles
Santo en la Plaza de Santo Domingo o con su campanitas de
barro para anunciar la Resurrección en la mañana
del Domingo de los facundillos.
Ilustrísimo
Señor Administrador Apostólico,
Sr. Presidente de la Real Federación de Cofradías
de Semana Santa,
Excelentísima e Ilustrísimas Autoridades,
Cofrades,
Hermanos todos en la Fe en Cristo Resucitado:
Hoy 9 de marzo
de 2003 es el día más feliz de mi vida, junto
a aquel todavía cercano en el tiempo, en que me nació
mi hija Claudia. No habrá para mi más alta
distinción ni mayor reconocimiento, que el que ahora
se me otorga como Pregonero de la Semana Santa de Granada.
Es por tanto ocioso mi agradecimiento hacia la Real Federación
por haberme hecho tan feliz. Pero como el ocio entiendo
que forma parte de la justicia, recibid señores federativos
mi más considerada gratitud.
Cuando allá
por 1936 el primer Pregonero de la Semana Santa granadina,
nuestro inmortal Federico García Lorca se asomó
a los micrófonos de la Unión Radio de Madrid
con su pieza literaria de carácter oral, dijo que
el melancólico y contemplativo tenían aquí
en esta Ciudad de saetas eternas, el espacio idóneo
para recrear los Misterios que protagonizó Jesucristo
hace casi dos milenios. Y en efecto, Granada es el espacio
idóneo para ambientar de la mejor manera posible
la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo.
Todavía recuerdo con orgullo cuando durante la preparación
de mi viaje a Tierra Santa, el Rvdo. Padre D. Manuel Gómez
Gutiérrez me dijo, con más de un centenar
de peregrinaciones en sus anchas espaldas: " Para ti
será muy fácil imaginar como es Jerusalén,
ya que eres granadino. Es una ciudad antigua, amurallada
y sobre un leve montículo, como el Albayzín.
Junto a ella corre un arroyo, como el Darro, en cuyas márgenes
hay horadadas algunas cuevas de significado místico,
algo así como las del Sacromonte, y al otro lado
del torrente, en una montaña de verdes bosques como
los de la Alhambra, se alza una ciudadela monumental donde
están otros escenarios de la Pasión de Cristo".
Y en efecto,
cuando llegué por primera vez a Jerusalén,
me acordé de las palabras de D. Manuel y pude comprobar
que no había exagerado lo más mínimo.
Allí me convencí, si es que me hacía
falta, que en efecto, como decía Federico, el melancólico
y el contemplativo, debe venir a Granada, junto a los muros
de la Alhambra, a la sombra de la torre mocha y huérfana
de la inmensa Catedral renacentista, a admirar como nacieron
las escuelas escultóricas del barroco andaluz bajo
las bóvedas de San Jerónimo, a pasear por
la calle más bella de Europa, que es la Carrera del
Darro, a llorar amores imposibles en el más romántico
de los Jardines Españoles que es el de los Mártires,
pero sobre todo, el melancólico y el contemplativo
debe venir a Granada para ver su Semana Santa, un acontecimiento
único y excepcional que sin embargo, paradoja que
supera a todas las ciencias del lenguaje, cada año
se repite.
Y así,
apenas la Virgen de las Angustias ha recorrido las calles
de Granada en el último domingo de septiembre, las
cofradías comienzan a vivir con intensidad una Semana
Santa más. Hubo quienes ni en verano pararon, que
yo sé de cofradías que se convocan en un chiringuito
junto al mar para reunirse y tener junta informal, de músicos
que con el rigor del calor de julio afinan sus cornetas
y templan sus tambores con la ilusión renovada de
que llegue una nueva Cuaresma, o de cofrades que se llevan
el ordenador de vacaciones para preparar sus estudios del
año próximo. Nos tendrá por locos quienes
no comprendan este bendito mundo de las hermandades. ¡Bendita
locura!
Es la nuestra,
una ilusión contenida durante el resto del año,
con sus vísperas cuaresmales incluidas, para que
el Viernes de Dolores, un curioso hormigueo comience a susurrarnos
en el corazón. ¿Habéis visto que bonita
está Granada al anochecer del Viernes de Dolores?
En las calles, placetas, avenidas y plazas, por las cuestas
y carriles, se palpa ya su Semana Santa.
El Realejo es
un hervidero de Fe que late derramándose desde del
Campo de Príncipe hacia sus cuatro puntos cardinales.
Por el Albayzín un aroma a incienso entreabre los
portones de los templos por sus quicios. En Plaza Nueva,
el aire más fresco de Granada no se resiste a traernos
los últimos sones de una Banda que viene abriendo
calle por Elvira como heraldo de Pasión. Allá
en el Zaidín los niños juegan a pasos y tambores,
y por la Circunvalación cruzan Granada los sones
de los últimos ensayos de los sacrificados músicos
de la intemperie.
Casi es Semana
Santa en Granada y se contienen las primeras lágrimas
que se derramarán el Domingo de Ramos cuando salga
la Boriquilla y una atronadora salva de aplausos entusiastas
y nerviosos, saluden la aparición de la Cruz Guía
plateada de forman troncales y casi leñosas que abre
el cortejo antecediendo a los niños hebreos. Jesús
subido sobre el jumento, comienza a bendecir con su diestra
a todos, a los creyentes que rezan, a los escépticos
que sencillamente contemplan y al melancólico que
medita.
Y por aparente
casualidad, tras la Borriquilla, tras el principio definitivo
del comienzo de ocho días de fe, arte y devoción,
la Virgen de la Paz, todo un mensaje para que reflexionemos
sobre la maldad de un ser humano, que pese a su aparente
inteligencia, la misma que le lleva a poder descifrar los
grandes misterios de la biología y de la química,
no ha sido capaz todavía de vivir sin violencia.
Pero el Domingo
de Ramos de Granada, aún nos depara más sorpresas;
sorpresas incluso para los que lo vemos año tras
año, porque de Santo Domingo, va a partir el más
asombroso paso de misterio creado por un artista, el de
la Santa Cena, la sublime y magistral obra de Eduardo Espinosa
Cuadros.
El mismo imaginero,
ya lo saben mis queridos cofrades, talló a la titular
mariana que acompaña a la Santa Cena, la Virgen de
la Victoria, a la que desde este mismo atril del Pregón
de la Semana Santa, cantó de esta forma en 1953 D.
José Gómez Sánchez Reina:
"A la
Plaza del Realejo,
la plaza de los cantares,
cuando el Domingo de Ramos
la Virgen sale a la calle.
¡La Virgen de la Victoria,
blanca como los azahares
bajo su paso de palio
como una pluma en el aire!
¡Mira que cara la tuya!
¡Mira que manos de ángel!
¡Mira que novia más bonita
bajada de los altares!
¡Mira ese palio de seda
que bordaron cien dedales,
en la colmena de un claustro
con hilos de soledades!
José
Gómez Sánchez-Reina
Piropos para una
Virgen Reina y Madre, nuestra Reina y nuestra Madre. Hermosos
y valientes piropos los de aquellos versos de hace medio
siglo y que hoy pronunciados por la voz de este enamorado
que os habla, nos descubren que todavía tienen vigencia.
¿No es eso acaso un clásico?
El cofrade, el espectador, el turista, trata de acomodar
horarios y poder ver salir a la Santa Cena desde Santo Domingo
y llegar a tiempo para asistir a la conversión del
atrio de San Pedro, en el estrado del Palacio de Pilato,
pudiendo contemplar así la escena de la Sentencia
de Cristo, en la que no faltará ni un detalle. Allí
está el gesto adusto del patrocinado del Emperador,
el desconsuelo de su esposa Claudia Crópula, el escriba,
el sanedrita, los soldados, el esclavo con su palangana
para que Pilato se lave las manos y en el centro de la representación
Jesús maniatado, azotado, coronado de espinas y cubierto
de clámide púrpura. Pero faltaría algo
en la escena si nosotros no estuviéramos allí.
El paso de las Sentencia nos invita a ser figuras vivientes
de la pasión o acaso no somos nosotros aquel pueblo
encolerizado que gritaba al Procurador ¡Crucifícale,
Crucifícale! Nosotros somos la turba excitada por
los príncipes de los sacerdotes. Y permitidme que
os diga, que no sólo lo somos en esta representación
figurada, sino de forma real y verdadera, consciente y pecaminosa,
cada vez que no amamos al prójimo como a nosotros
mismos.
Creo que es casi
una barbaridad el que hoy mismo estemos aquí, auto
complaciéndonos de nosotros mismos, mientras la mayoría
de los seres humanos, de nuestros hermanos, lo pasan tan
mal que no tienen ni que comer. Mientras escribía
este Pregón en la pasada Navidad, no dejaba de retumbarme
en mis oídos la frase de Fray Carlos, un capuchino
del Triunfo que me dijo: "Sólo unos pocos privilegiados
comemos todos los días". Y si echamos cuentas
y números es verdad.
Pero ese sonido
que retumbaba en mi cabeza, me animó más a
estar aquí, porque yo proclamo que las obras asistenciales
de las cofradías de Granada, no son sólo muy
importantes, sino que cada día lo serán más.
La caridad, que como dijo otro pregonero es palabra más
cristiana que la solidaridad, se está convirtiendo
en una actividad primordial de nuestra hermandades, y yo,
como uno más de sus miembros me siento orgulloso
de ello, pero como vosotros, sigo sin manifestarme satisfecho,
hasta que no hayamos hecho todo lo posible por evitar que
en este mundo existan seres humanos que pasen necesidades.
Precisamente
el hábito capuchino de Fray Carlos, ese marrón
de blanco cíngulo, fue el que inspiró los
colores de los penitentes que acompañan a Nuestro
Padre Jesús Cautivo y a María Santísima
de la Encarnación, soberana Señora bajo cuya
advocación está la Metrópolis Católica
de Granada a través de su Iglesia Catedral. Y del
frontero Sagrario junto a la Catedral, ante la mirada inteligente
del gran Alonso Cano, el Teólogo del Arte, como lo
ha llamado el Profesor Martínez Medina, parte la
Cofradía que rinde cultos a estos dos titulares.
Conmueve el cadencioso
movimiento de las filigranas del palio de la Encarnación
avanzando por entre la marea humana que abre calle a su
caminar tras su hijo sólo y Cautivo, cubierto por
una sencilla túnica blanca a la que cada soplo de
viento hace aletear con una viveza real y barroca, de pliegues
siempre distintos a cada paso, a cada golpe de aire, a cada
rayo de luz.
El Cautivo y
la Encarnación, dos nombre que suenan rotundos, profundos,
granadinísimos y cofrades, cristianos y marianos,
capaces de levantar pasiones, desatar llamas de amor y despertarnos
los sentidos más íntimos, las sensaciones
más excitantes, los "quejíos" más
hirientes de una saeta por seguidillas, lanzados al fresco
aliento de la noche del Domingo de Ramos, al que todavía
le queda una Cofradía por contemplar, la de Jesús
Despojado de sus Vestiduras, la más joven de cuantas
conforman la Real Federación que nos convoca aquí
en este primer domingo de Cuaresma.
Fue el trece
de mayo de 1986, cuando un grupo de jóvenes se reunieron,
rezaron el Santo Rosario y fundaron una Cofradía,
a la que pusieron por nombre el de Jesús Despojado
de sus Vestiduras, María Santísima del Dulce
Nombre y San Juan Evangelista. Y buscándole trono
a su Señor, soñaron con inspirarse en la Cartuja
granadina para hacerle respiraderos y canasto. Pero no eran
más que un grupo de jóvenes, que por no tener,
carecían hasta de templo para guarecerse.
Aquellos jóvenes,
casi niños fueron de sitio en lugar para que alguien
les acogiera, hasta que un sacerdote llamado D. Jesús
Blanco, tan buen sacerdote como persona y periodista, les
dio albergue en la parroquial de San Emilio.
La celebración
de la Semana Santa en su concepción actual, en Granada
y en el resto del orbe cofrade, es relativamente reciente.
Antaño estas celebraciones se circunscribían
al Domingo de Ramos, Jueves Santo, Viernes Santo y Domingo
de Resurrección. Con el paso del tiempo se han ido
incorporando otras jornadas, siendo la de más reciente
aparición en la programación de horarios e
itinerarios, la del Lunes Santo que se inauguró en
1927 con la primera salida de la Cofradía del Rescate,
fundada dos años antes, y que por entonces se llamó
del Prendimiento. Setenta y seis años habrán
transcurrido esta Semana Santa desde aquel acontecimiento
que protagonizó la Cofradía de la Parroquia
de la Magdalena. Hermandad de acentuada personalidad, con
hábitos del terciopelo de rojo cardenal, antifaz
de raso escarlata, cinturón de muaré de color
oro viejo, a juego con las elegantes capas adamascadas y
doradas de los cargos, vistosa combinación de colores
de acertadas pátinas y texturas, galas para un Lunes
Santo, galas para el Nuestro Padre Jesús del Rescate,
devoto entre los devotos iconos que de Cristo tiene Granada,
soberbia escultura de un Mora, personalizada por el cabello
trazado por Navas Parejo y regalada de túnicas de
rancias evocaciones históricas, como la de los castillos
y los leones o la de los trazos persas que vino desde Valencia
en el más puro estilo "juanmanuelino";
túnicas de cola, túnicas rasas sin bordado,
y sobre ellas un escapulario decimonónico donado
por la Orden Trinitaria, impulsora del tipo iconográfico
representado por el Rescate y de las cofradías de
su advocación.
Pero no se agota
aquí el Lunes Santo granadino, un día joven
de vivencias cofrades, pero de los de mayor esplendor. Cuando
se quiere comenzar a anunciar la tarde por la serranía
de Parapanda, desde la Parroquial del Corpus Christi, la
más antigua del joven barrio del Zaidín, parte
la Hermandad del Trabajo y la Luz, Venerable corporación
cuyo primer titular se inspira en el granadinísimo
Cristo del Paño de Moclín.
El paradigma
del barrio cofrade se congrega en punto en cada lugar de
su itinerario zaidinero. Promesas de largo caminar y devotos
rezos con zapatillas costaleras que surca un recorrido que
acaso es el más dilatado del trazado federativo.
Y tras el Santísimo Cristo del Trabajo, bajo palio
de filigranas y brillantes destellos de plata, la Virgen
de la Luz, mecida en el regazo de la Fe de un barrio que
año tras año, durante todos los días
de cada mes del año, da lecciones de piedad y devoción
popular. Si no me creéis, contempladlo por vuestros
propios ojos. Escoged cualquier día, si queréis
el menos cofrade del calendario, y marchad hasta el templo
donde reside esta Cofradía. Elegid si lo deseáis,
la más inhóspita de la horas, si es verano
cuando más apriete el calor, si es otoño,
en el momento en que el viento y la lluvia azoten con más
inoportunidad la jornada, si es primavera, el instante en
que la tormenta invite a buscar refugio, y si es invierno,
cuando con mayor crudeza se marquen los contornos helados
del aire de Granada. Id cualquier día del año
a cualquier hora allí, acercaos a las capillas del
Cristo del Trabajo y de Nuestra Señora de la Luz,
y siempre encontraréis, sin necesidad de cita previa
ni anuncio de convocatoria, a unos vecinos granadinos del
Zaidín, rezándole a sus titulares. ¿No
es eso Semana Santa todo el año? ¿No merece
tamaña devoción ser distinguida alguna vez
con la imposición solemne de una regia filigrana
en la testa inmaculada de la Señora para distinguirla
como canónicamente coronada?
Pero el Lunes
Santo granadino, viste más dolorosas que esperan
algún día y con razón, el momento de
ser canónicamente coronadas. Los hermanos de la Cofradía
de la Oración en el Huerto, sueñan con que
llegue también ese día de la coronación
para su Madre de la Amargura. Un hermoso pedestal de barroquísimas
líneas grabadas en la madera, sustenta el misterio
moderno de la Oración en el Huerto de Nuestro Señor,
heredero de aquel otro que se procesionó hasta principios
del siglo pasado y que hoy reside en una capilla de la Iglesia
de San Antón. Pero es la misma escena, Jesús
cae de rodillas, en el doloroso trance, el hecho mas inimaginable
de todo el Nuevo Testamento como lo definió el Padre
Manuel Gómez, quien añadió que nos
espantaría adentrarnos en los horrores que atormentaron
su alma en aquella trágica hora. Merecería
la pena que los cofrades profundizáramos en el misterio
de la Oración en el Huerto con la ayuda de un orador
teológico. Pero a este pobre Pregonero, lo que siempre
le ha llamado la atención de la escena tallada por
Domingo Sánchez Mesa, no ha sido ni la belleza asexuada
del ángel que acude a confortar a Jesús, ni
el gesto dulcísimo del rostro del Señor del
Huerto, ni siquiera el realismo naturalista de ese olivo
que cada año, recién arrancado de la faz de
la tierra, se instala sobre el paso. A mi, y permitidme
que hable ahora en primera persona, siempre me han conmovido
los tres apóstoles dormidos, San Pedro, el primer
Papa de la historia, Santiago, el que con el tiempo sería
"Patrón de las Españas", y San Juan,
el discípulo predilecto de Jesús. Ellos tres,
no fueron capaces ni de velar una hora con Cristo. ¡Cuan
frágil es la naturaleza humana, que ni ellos pudieron
perseverar en una hora de Oración en el Huerto de
los Olivos!
Las Madres Comendadoras
se asoman por las celosías que desde el Convento
permiten contemplar el interior del angosto compás
del Real Monasterio donde tiene su sede canónica
la Cofradía del Huerto y la Amargura. La comitiva
se pone en movimiento del Realejo a Granada, de Granada
a su Catedral, y de su Catedral, de nuevo a su templo, donde
la voz de una saeta de los Morente, aguarda escondida y
oculta en un balcón asomado al siempre muy concurrido
camino de vuelta.
Noche de emociones
la del Lunes Santo granadino. Desde el Monasterio de contemplativas
del Santo Ángel, habrá también partido
una comitiva severa, asombrosa, austera, la del Cristo de
San Agustín, el Sagrado Protector de la Ciudad de
Granada. El agudo y cadenciosamente acompasado son de un
ritmo lento, muy lento, de un muñidor, anuncia la
llegada de penitentes enlutados, con la cruz de roja de
Jerusalén sobre el pecho bordada en su oscuro capillo.
El rezo hecho procesión desfila por las calles de
Granada al paso de esta antigua Cofradía a la que
no le faltaron devotos ni entre la realeza, ni entre las
altas dignidades eclesiástica. Isabel II se postró
a sus pies y el Arzobispo Salvador José de Reyes,
decidió ser su Hermano Mayor.
El Cristo de
San Agustín, representación imaginera de un
cuerpo dolorido y transido de sufrimiento, mortecino, cadavérico,
asombrosamente real, excepcionalmente conmovedor. El impresionante
gesto de su rostro, la crudeza de la yaga de su costado
derecho, la tirantez anatómica de su postura, la
policromía remarcada de sus latigazos, el deslumbrante
destello de su cruz de plata, la mortecina luz de sus hachones,
la espeluznante caída de su pelo, pero sobre todo
y por encima de todas las cosas, su mensaje: "ama al
prójimo como a ti mismo". Porque no estaríamos
asistiendo más que a un elocuente espectáculo
escenográfico y a una muestra museística de
primer orden, sino fuéramos capaces de saber qué
es lo que quiere decir todo esto.
Las cofradías,
todas, y San Agustín es un ejemplo de ello, no salen
a la calle sólo para recrear una historia que pasó
hace casi dos mil años, ni para cumplir con un rito
y una tradición centenaria; las cofradías
salen a la calle, para dar testimonio publico de su Fe en
el mensaje evangélico.
Las cofradías,
todas son, y San Agustín lo es, un regalo divino,
para que utilizando medios de expresión de un hondo
calado emocional y tremendamente eficaces, podamos pregonar
a las cuatro puntos cardinales de Granada nuestro Credo
y nuestro compromiso cristiano. Sólo así tienen
sentido.
Después
de que el Presidente de la Real Federación, D. Gerardo
Sabador Medina, me comunicara la buena nueva de mi nombramiento
como Pregonero, el primer acto cofrade al que asistí
fue precisamente un besamanos a la Virgen de la Consolación,
la titular mariana de la Cofradía del Cristo de San
Agustín, que espera desde 1991 a que la saquen en
procesión por las calles de Granada, para lo que
antes deben hacerle trono digno a tan soberana madre. Allí,
mientras departía con el Pregonero de la Semana Santa
de 2002, Miguel Luis López Guadalupe Muñoz,
aquel que dijo que la bolsa de caridad ya se le antojaba
pequeña y que posiblemente había llegado el
momento del voluntariado social, se me acercó otro
gran amigo cofrade, el profesor Jesús Juan Gómez,
nuestro experto en la ciencia heráldica, el que nos
explica los cuarteles, los campos de gules, las puntas y
las flechas, los abismos y las cruces radiantes, los acamados
en realce y la pica colocada en souter. Me vio, me saludó,
abrió su cartera, y cuando yo imaginaba que me iba
a dar algún apunte sobre su último estudio
de los escudos, las medallas y el arte, sacó una
pequeña estampa para que me ayudara en la redacción
de este Pregón. Era la Virgen de las Dolores, la
que sola se basta para dar nombre a la Cofradía granadina
con cuya cita, cierro el ciclo de las cinco del Lunes Santo.
El recuerdo del
Tercio del Requeté de la Reina Isabel la Católica,
es hoy esta corporación, ya sin adscripción
literal a aquel grupo de carlistas granadinos que decidieron
fundar una Cofradía, posiblemente sin saber que ello
les perpetuaría más allá de los libros
de historias bélicas. No queda ya ningún requeté
fundador vivo. El año pasado nos dejó el último,
Pedro Gómez Sierra, precisamente el padre de Jesús
Juan, quien me contó como murió cristianamente,
recibida la unción de enfermos, con el rosario en
su mano y una pequeña Inmaculada ante sus ojos.
Las cruces bermellonas
de San Andrés, con tres clavos negros, fijadas a
sus banderas blancas, el gran estandarte que casi parece
una henchida vela marinera de un bergantín que quiere
surcar el río que dio oro, el siempre profundo color
salmón que domina su palio, el nudo abacial que sujeta
sus hábitos en la cintura, la marcha que le escribiera
el Maestro Francisco Higuero, su crepuscular avance por
la Carrera del Darro, y volvedme a permitir una evocación
personal, la primera procesión que guardo en mis
recuerdos de niño, tal vez impresionado porque salía
entonces del mismo Convento donde pasó enclaustrada
casi toda su vida según la severa regla del Cister
mi tía abuela Antonia de la Chica García,
poeta tan enamorada de Cristo que primero lo tomó
por novio y luego se casó con Él, como se
matrimonian las religiosas de los conventos de clausura,
a las que tanto apreciamos nosotros los cofrades.
No sé
si por esta u otras circunstancias, siempre me ha producido
especial emoción la Virgen de los Dolores, tan granadina
en su gesto de manos entrelazadas, tan reverenciada por
sus cofrades, tan bella en sus facciones, tan recogida en
su expresión, tan aliñada en su ajuar, tan
primorosa y auténtica en sus rostrillos, con media
luna apocalíptica a sus pies y trío de clavos
plateados entre sus manos, tan modelo de entrega a Dios,
tan digna de veneración, que se me antojan escasas
las letanías lauretanas para poder piropearte y hasta
el mismo cielo de Granada me parecería pobre palio
con el que cubrirte. Para el Martes Santo Granada guarda
una Soledad en Santo Domingo, una Esperanza en Santa Ana,
una Caridad en el Zaidín y un Vía-Crucis en
el Bajo Albayzín. Para el Martes Santo guarda Granada,
la Humildad de Cristo, el Gran Poder soberano de Jesús,
el dibujo de la escena de la Sagrada Lanzada y la imponente
taracea con la que carga el Señor de la Amargura.
Cuatro cofradías, cuatro procesiones, ocho pasos,
un par por cortejo.
De la Parroquia
de los Dolores, mirando a la espacial arquitectura de futuro
que es el Parque de las Ciencias, símbolo de una
ciudad que no quiere esconderse del presente, parte la Cofradía
del Cristo de la Lanzada y la Virgen de la Caridad. Antonio
Barbero Gor entró definitivamente a formar parte
de los privilegiados por la mano de Dios en la imaginería
religiosa contemporánea, el día que por inspiración
del Altísimo, - no pudo ser de otra forma - , concibió
al crucificado de esta Hermandad, y Miguel Zúñiga
no pudo encontrar mejor destino para su dolorosa de finas
encarnaduras que es la Virgen de la Caridad.
El gesto adusto
de robusta barba apenas marcada de Longinos, se muestra
recio, mientras sostiene en su mano derecha la lanza hiriente
y ensangrentada que acaba de clavar en el costado de Cristo.
Por delante de la comitiva una pesada cruz de trabajos moriscos
cristianizados por cartujanos, marca el camino de las filas
de penitentes y mantillas, entremezclados de insignias,
mayordomos y diputados. Cuentan que Longinos acabó
sus días convertido al cristianismo, hay quien mantiene
que incluso murió sinceramente convertido, luego
de haber propagado la Fe en Aquel mismo cuya muerte en la
Cruz el quiso certificar, para que nadie dudara al rezar
la duodécima y antepenúltima estación
del Santo Vía-Crucis, piadosa oración que
allá por otros siglos llenó Granada de itinerarios
de cruces y que hoy da nombre a otra Hermandad del Martes
Santo, a una itinerante Cofradía nazarena y albaycinera,
repleta de tesoros espirituales y artísticos. O no
es un tesoro para la espiritualidad y el arte la única
pintura de tema religioso de Gabriel Morcillo, que fue de
los pocos enseres que se salvaron del atentando iconoclasta
que sufrió esta Hermandad del Vía-Crucis mientras
residía en el Salvador. O no es un tesoro para el
orante, el rostro penetrante de Jesús de la Amargura,
emparentado con lo más profundo del nuestro barroco,
o las anatomías delicadas y exactas de sus pies y
manos. O no son un tesoro de sencillez y buen gusto sus
farolillos acristalados de multiformes cruces y variados
tamaños. Y sobre todo, no es un tesoro del destino,
que la Cofradía se haya repuesto a tantas y tantas
vicisitudes, como la última: no tener sede habilitada
desde hace años, o casi lo mismo, tenerla en una
restauración interminable.
Llegará
el día, y yo quiero verlo, llegará porque
es de justicia, que la Cofradía del Vía-Crucis,
deje de estar sometida por un tiempo suficiente, a los continuos
zarandeos que los acontecimientos externos le han ido deparando,
rindiendo sus cultos en capilla generosamente prestada y
que le permite no abandonar su barrio cada vez menos cristianizado
y por tanto más necesitado de cofradías que
ningún otro. Pero mientras, la Hermandad se sigue
curtiendo, más sólida que una roca, más
"bien plantá" que un gastador en un desfile
y más bella que una rima de Bécquer.
Hoy como ayer, mañana como hoy
¡y siempre igual!
Y es que el tiempo aparece detenido por extraño arte
al ver pasar al Vía-Crucis, con su recompuesto paso
de madera en pan de oro para el Señor de la Amargura,
avanzando por entre el serpentear de San Juan de los Reyes,
de viejos adoquines gastados y escondiendo un mirador en
cada esquina, mientras en la revuelta, al compás
de una mecía para la Virgen de los Reyes, la primorosa
y jonda voz de Marina Heredia se desata entonando una saeta.
Hoy como ayer, mañana como hoy
¡y siempre igual!
Porque la esencia es siempre la misma.
Apenas pasa por
Plaza Nueva el Vía-Crucis, cuando los goznes centenarios
de Santa Ana, la parroquia rematada por el yamud de una
vieja mezquita que corona la esbelta silueta de la torre
mudéjar tantas veces retratada por fotógrafos
y pintores, abren el portalón del templo donde vive
la Esperanza, la que fuera Virgen de las Tres Necesidades
que hiciera para ser procesionada en Semana Santa aquel
cofrade de pro que se llamó José Risueño.
Los altos del Pilar del Toro, son improvisada tribuna de
privilegiados pacientes que tomaron con tiempo de antelación
su sitio.
El Gran Poder
Soberano de Cristo avanza con poderosa zancada por entre
la multitud expectante mientras una candelería reluce
en el interior del templo sobre el rostro de la Esperanza
de Granada.¿Habrá dolorosa más transida
de dolor? ¿Habrá algún artista en el
mundo que siquiera haya igualado la emocionada expresión
del rostro de la Esperanza de Granada?
De piropos laten
los corazones que en tu cara se fijen. Ya sueñan
los saeteros con coronarte. Huérfana se queda Santa
Ana cada vez que te procesionan. Reina de todos los santos,
Rosa escogida, Madre de la Esperanza.
La primera de
las tres salidas procesionales que durante la Semana Santa
realiza de la Cofradía de la Soledad de Santo Domingo,
culmina las estaciones de penitencia del Martes Santo en
Granada. En ella se muestran el Misterio de la Humildad
y la Soledad de María al pie de la Cruz, un repaso
antológico por la imaginería granadina desde
el barroco hipernaturalista de los Mora en el Cristo de
la Humildad al que el pueblo llama de la Cañilla,
hasta la última generación de maestros escultores
de la madera con Ángel Asenjo Fenoy terminando el
misterio que iniciara el gran Espinosa Cuadros en la primera
mitad del siglo pasado, sin olvidar el neoclasicismo procesionado
de Manuel González. Pocas cofradías podrán
presumir de disponer de un patrimonio de esta categoría
y pocas también podrán contar tanto trasiego
a lo largo de una Semana Santa. El Martes a la Carrera Oficial
con la Misterio y la Virgen, el Viernes al Campo del Príncipe
a la Hora Nona con María, la dicha sola en su Soledad,
y el Domingo de Resurrección de nuevo a la calle
para la exultante alegría de la Resurrección
en torno al Dulce Nombre y sus facundillos.
El agridulce
sabor que tiene el cofrade desde el mismo Domingo de Ramos,
cuando la evidencia comienza a poner de manifiesto con el
paso de ese elemento de incesante consumo que es el tiempo,
que lo que había esperado durante todo el año
está empezando a acabarse, se acentúa todavía
más al llegar el Miércoles Santo. Es uno más
de los tópicos reales de la vida; también
de la vida de un cofrade. Pero por otra parte habrá
sido de máxima expectación para los hermanos
de las cinco cofradías convocadas a su estación
penitencial, la Universitaria de la Iglesia de los Santos
Justo y Pastor, el Nazareno de las Descalzas, las Penas
imperiales de San Matías, el Rosario en sus Misterios
Dolorosos que este año 2003 conmemora el 75º
aniversario de su fundación como filial de la centenaria
Archicofradía de fundación Real, y la del
Cristo del Consuelo, el de los Gitanos.
De cuantas cofradías
configuran la nómina de las treinta y dos federadas,
esta última, la de los Gitanos, es sin ningún
género de dudas, la que ha dado una mayor proyección
internacional a la Semana Santa de Granada, sin menoscabo
del prestigio de las restantes. Baste con preguntar en cualquier
oficina de turismo, qué es lo que más provoca
interpelaciones de nuestros visitantes durante estos días,
para conocer que el interés por la Cofradía
del Consuelo y María Santísima del Sacromonte,
supera con mucho cualquier otra expectativa. Y ese es un
mérito irrenunciable que nadie puede negarle a la
corporación de la Abadía.
Un Cristo de
cuatro clavos, de compungido y a la vez apacible rostro,
moldeado con una suavidad exquisita por el gran Risueño,
y un palio de cobre para una Dolorosa capaz de haber truncado
el neoclasicismo de su autor Manuel González, con
una mirada implorante al universo celeste de Granada. Curro
Albayzín se sube a una azotea de la más pinturera
cueva, para cantarle a su Cristo, y de las zambras del mito
y la leyenda, surgen voces roncas varoniles y asaetados
quiebros agudos femeninos, para cantar por bulerías
y soleares. El humo de las fogatas, envuelve una escena
que bien mirada se acerca al surrealismo, pero que definitivamente
entendida, es una forma absolutamente genuina, única
y excepcional de hacer Semana Santa, que podrá sin
duda depurarse, como todo en la vida, pero siempre con el
cuidado preciso para que no se pierda un ápice siquiera
de su estampa castiza y embriagadoramente hermosa.
¿Pero
a donde irá ese día el melancólico
y el contemplativo? ¿No podría sentirse turbado
entre la muchedumbre que le pisa, el humo de las fogatas
que le asfixia y la deslealtad de los irreverentes que no
se puede erradicar de la masa? Pues al melancólico
y al contemplativo, Granada también pone ese día
un mirador para la procesión de los Gitanos, porque
justo enfrente del Sacromonte, está el Cerro de Santa
Elena, la pintoresca silla del Moro, y un poco más
abajo el Camino y la Fuente del Avellano, palcos todos privilegiados
para ver y oír la magia del Consuelo al que un ilustre
Pregonero cantara así:
Estás
mirando a Granada
desde ese Monte sagrado,
salvándonos con tu muerte,
y redimiendo los pecados.
Y Tú con tus cuatro clavos
que te han puestos unos bandidos
y te quitan los gitanos.
Están las sienes con sangre
y están desechas las manos,
rotas por el hierro sucio
que te hinca algún malvado.
Y Tu, con tus cuatro clavos
que te han puesto unos bandidos
y te quitan los gitanos.
¡Padre mío del Consuelo,
en la Cruz crucificado,
entre gritos y cantares
de un pueblo que te ha matado!
Y Tú, con tus cuatro clavos
que te han puesto unos bandidos
y te quitan los gitanos,
que te arrancan tus cofrades
y te alivian los hermanos
de una Hermandad agradecida
a un Cristo desconsolado.
José
Luis Pérez Serrabona
Y hay al menos dos
"granadas" el Miércoles Santo: la aquel
que desde bien temprano se marchó al Sacromonte a
tomar sitio entre la blanca cal de las cuevas para ver al
Consuelo, y la del que prefiere el centro histórico
por donde discurren el resto de las cofradías, aunque
también alguno habrá quien por su ilusión
y confianza en la fortaleza física, sea capaz de
no entender los itinerarios como excluyentes.
Así, antes
que ninguna otra, fue la Cofradía del Rosario. Granada
con un pasado medieval donde los islámico cegó
a lo románico, pasó directamente a la modernidad
desde las refinadas cortes palaciegas, agotadas de tanto
esplendor que protagonizaron los últimos nazaritas.
Porque aquí en Granada, nació para el mundo
el concepto moderno del Estado gracias al impulso de Fernando
y sobre todo de la Reina Isabel, probablemente la mujer
más importante del pasado milenio y a cuyo cuarto
centenario el año que viene, espero que no llegue
tarde Granada. Ellos, Isabel y Fernando, fueron allá
por 1492 los primeros en inscribirse entre los hermanos
de una Archicofradía del Rosario, que hace setenta
y cinco años dio uno de sus frutos más fecundos
con la creación de su Hermandad de Semana Santa.
Jesús
en su Tercera Caída, al que antaño rindieron
culto los cocheros, es hoy titular de esta Cofradía,
que lo porta con garbo, gracia y costalería. José
Carranza los manda. ¡Olé ahí ese arte,
que si Dios buscara un trono, sobre él se subiría!
Una corneta pica una marcha lenta, y un tambor marca el
principio de la pieza. Las armonías sonoras se suceden
y la cuadrilla no pierde el compás, lo recrea, lo
reinventa, lo elevaba a la categoría suprema del
arte costalero.
Y los doce varales
del palio del rosario, tintinean cuentan a cuenta de cada
uno de sus rosarios, mientras una banda marinera entona
la Salve. Instante mágico, emocionante, intenso,
vibrante. Fray Luis de Granada asiste con férreo
gesto conmovido, desde su pedestal de piedra, y allá
a muchos kilómetros ese cofrade que se nos fue en
busca de otras tierras, mi querido amigo Rafael Castillo,
no dejará de recordar aquella saeta que el mismo
le escribiera.
Del Realejo
eres la flor
de la Armada Capitana
y de Granada eres Reina
del Rosario Coronada.
Rafael Castillo
Ruiz
Un altar de ángeles
y querubines, iluminados por cuatro esbeltos faroles de
plata, lleva a Jesús Nazareno por las calles de Granada
la noche del Miércoles Santo. El desconchado y viejo
arco moruno del Corral del Carbón te presta su contorno,
para fundir en un solo fotograma el hoy y el ayer de esta
tierra. Tus pies ensangrentados parecen regar el calvario
rojo de claveles de primavera.
La Virgen de
la Merced, sigue los pasos de su hijo camino del Gólgota.
Palio inmaculado, trono plata y manto "coloaro".
Las Carmelitas Descalzas velan la noche de tu regreso y
un ramo de saetas alentadas por la garganta inquebrantable
de Curro Andrés, se postra a tus pies soberanos.
¿Dónde tengo los piropos, dónde puedo
escribir mi sentimiento? Ni los carteles de Juan Diaz Losada
me servirían para declararte mi amor. ¡Bendita
tu eres, Madre de la Merced, Madre del Salvador, Reina de
los Profetas!
Unos metros más
abajo, por San Matías, la espalda escarnecida que
figurara Pablo de Rojas, ilustra la Paciencia de Cristo,
mientras un acaudalado manto de hilos de oro, envuelve las
Penas de María. La Cofradía Sacramental del
Apóstol, con sus dos titulares de penitencia, acude
fiel a su cita de cada Miércoles Santo, con el Cristo
de la mirada llena de dulzura y los labios mudos y la Reina
de las Reinas que dijera Francisco Gómez Montalvo.
No sería
justo este Pregonero, si faltara al detalle de vanagloriarse
de que el primer capataz de costaleros devocionales, que
allá por 1978 se paseó por las calles de Granada,
Eduardo García Román, sigue siendo el mismo
que toca el martillo en el paso de la Paciencia, al que
le cupo aquel alto honor de inaugurar una nueva era. Extraño
pero plausible caso de fidelidad, tenacidad y devoción,
que bien merece, cuanto menos el reconocimiento desde este
atril.
Y como colofón
a este Miércoles Santo, la Cofradía Universitaria.
Tan extraña es Granada para sus cosas, que hubo de
esperar a 1979 para que se fundara esta corporación,
después de un intento casi baldío en la década
de los cincuenta del siglo pasado. Cuatro instantes sobre
trono para un cortejo. Cristo sobre paso de taracea, aguarda
en el Monte de la Calavera el momento de ser clavado en
la Cruz, es el Cristo de la Meditación. Un nazareno
con la cruz invertida, es el Cristo del Encuentro. Un calvario
con María, San Juan y la Magdalena, arropa al Cristo
de la Sangre. Y una dolorosa de vestir, la póstuma
obra de Aurelio López Azaustre, es la Virgen de los
Remedios.
La centenaria
institución académica, que lejos de perder
atractivo, año tras año nos trae a más
miles de alumnos desde cualquier lugar del mundo para estudiar
en Granada, tiene en su Cofradía posiblemente el
elemento más popular para el pueblo, y la Iglesia
de esta diócesis, que por naturaleza propia debe
evangelizar también entre la comunidad docente, administrativa
y lectiva de la fundación carolina, tiene aquí
un útil instrumento pastoral de gran relieve para
lograr su objetivo.
Y así,
derramando en inevitable agotamiento cada uno de los ocho
días de esta Semana Santa, llega una de sus jornadas
culminantes, el Jueves Santo, irremediablemente el gran
día del Albayzín, el de los Salesianos y al
surcar la barrera de las doce de la noche, el del Silencio.
¡Ahí es nada!
Desde muy temprano
una Cofradía de capillos azules parte de la Capilla
que los Padres Salesianos instalaron en 1977 en el barrio
del Zaidín, treinta y un años después
de su llegada a Granada, con la ayuda, de diversas familias
granadinas, entre las que con orgullo puedo contar la mía.
Durante la redacción
de este Pregón , me ha acompañado una vieja
y extraordinaria foto, de aquellos primeros Salesianos,
en la que no faltan mis tíos entre los primeros alumnos,
y entre ellos un niño rubio de ojos claros que es
hoy el gran ausente en esta sala: mi padre, al que Dios
llamó demasiado pronto a su lado, en un acto de aparente
crueldad que sólo él puede comprender y contra
el que yo no tengo otro consuelo que el de revelarme, esperanzado,
eso sí, en que me estará escuchando allá
desde lo más alto; porque si este Pregonero se ha
declarado para pronunciar esta alocución esencialmente
como un enamorado de Granada, ese fue un legado de amor
y de orgullo que yo le debo a mi padre y no podía
pasar un momento más de mi intervención sin
acordarme de él, en este mismo escenario al que por
primera vez subí siendo muy niño de su mano,
para conocer a mis ídolos de la música, cuyos
festivales el mismo organizaba en inolvidables citas de
literatura y música.
Corre el Pregonero
el riesgo de ser excesivamente autobiográfico en
su intervención y yo lo acabó de hacer siendo
absolutamente consciente de ello, porque al referirme a
la Cofradía de los Salesianos, ha venido inexcusablemente
a mi recuerdo la imagen de quien hoy hubiera sido sin duda,
el más severo y acertado crítico de mi intervención.
Pocas cofradías
pueden haber reunido con tanto acierto dos advocaciones
como esta de los Salesianos. La de la Redención,
es decir la posibilidad de salvarnos de nuestros pecados,
la misión de Cristo en la tierra, y la de la Salud.
Encierra el término salud, dos aspectos consustanciales
para la felicidad humana: salud de cuerpo y salud de espíritu.
Son dos tareas que por extensión corresponden a toda
la sociedad, más esta, consciente de su importancia,
pone a cuerpos completos de profesionales dedicados a ello.
Para la salud
del cuerpo están los sanitarios, a los que desde
aquí me atrevo a reclamarles el máximo celo
y la máxima diligencia para con su labor. No quiero
abstraerme, porque lo he tenido demasiado cerca, de las
circunstancias de nuestros enfermos, que padecen una situación
manifiestamente mejorable en cuanto a las atenciones que
reciben. Es labor de todos, sin duda, el mejorar la asistencia
a los que tienen quebrada su salud del cuerpo, pero esencialmente
debe ser objeto de celo de quienes han hecho de ello su
profesión, su bendita profesión. Si dudan
por no tener modelo, que piensen en el ejemplo del Copatrón
de Granada, de San Juan de Dios, aquel loco de amor.
Y para la salud
del alma, los religiosos profesos. No quiero dejar de ser
consciente del papel, que especialmente el Concilio Vaticano
II nos reclama a los laicos en el amejoramiento de la salud
del alma, pero ello no me impide saber, que en esta labor,
ocupan lugar esencial quienes consagrados en cuerpo y alma,
han hecho de la religión no ya una profesión,
si no algo más que eso, una vocación que se
entiende absoluta. Ahora, más que nunca, en un occidente
cada vez más descritianizado y en peligro de pervertir
por ello los valores que han fundamentado nuestra vanguardia
social, hacen falta más religiosos y mejor preparados,
más vocaciones de personas dispuestas a darlo todo
por su Fe en Cristo, para ser de más utilidad a la
sociedad.
Y con esto no
me he olvidado de ese Crucificado salesiano, que quiso el
Padre Rafael Soldevilla que se inspirara en el de la Noche
Oscura, ni de esa imagen de María de la Salud, de
vivos ojos que se nos muestran como viveros de vida, ni
tampoco de ese fervor de los vecinos, ni del ingente esfuerzo
de los costaleros salesianos, ni de esas promesas de pies
descalzos que no faltan en su procesión; sólo
he querido remarcar el impresionante mensaje que guarda
bajo si título Real esta corporación penitente.
Dije que el Jueves
Santo en Granada era también, el día del Albayzín,
el de las tres vírgenes de la colina de los alcohoneros
como la llamaron al bautizarla los árabes: la Concha,
la Estrella y la Aurora. Sólo con pronunciar sus
nombres, ya se musita el más bello Pregón
a María. ¡Que tres nombres tan castizos!. Ya
las viejas advocaciones marianas del Albayzín rendían
culto a la Virgen de la Aurora, tal y como han alumbrado
los estudios siempre tan eruditos como atractivos de Antonio
Padial Bailón. Ya al pronunciar Estrella, evocamos
nombres de mocitas y mujeres hechas, que lo tomaron prestado
de una letanía, para lucirlo en la solapa de su identidad,
con el gracia y hermosura de la mujer granadina. Y ya era
extraño, que antes no hubiera surgido en Granada
una Concha para su Semana Santa, en esta tierra, pionera
en el orbe cristiano del gran dogma de la Inmaculada, algo
que nadie con letras me lo puede rebatir. Porque María
Inmaculada, mucho antes que en ningún lugar fue reconocida
en Granada; antes que en la Roma de los Pontífices,
antes que por la ciencia de los teólogos, antes que
la infalibilidad papal lo proclamara.
Por los Grifos
de San José, por la Cuesta del Chapiz, la de la Alhacaba,
por Concepción de Zafra, entre las tapias de los
cármenes verdes de la antigua Ilíberis, surcando
los muros de cal de los conventos de la clausura, encendiendo
con el rigor de la vida el telón de fondo de la Alhambra,
para el asombro de turistas y la contemplación de
los atentos, unidas al Perdón de Cristo, a su Amor
y Entrega, a la Pasión según Granada.
Al Pregonero
le duele el alma, de no acertar a definirte, Concha, Estrella
o Aurora, palio blanco, manto celeste, carita de pena. Y
no es sólo que sean la misma, sino que cada una es
lo mismo de bella. ¡Vírgenes del Albayzín,
quinta esencia de la feminidad más pura, más
perfecta! Para ti Concepción de María, mi
llanto amargo de una noche de expiación de mis pecados.
Para ti, Aurora de mis amores, el grito desgarrado de un
alma cofrade que quisiera arrancarse con una saeta. Y para
ti, Estrella de mi ilusión, unos pendientes, una
sortija, y un collar de oro del río Darro, con el
nombre grabado en fuego de esta Granada que te adora.
Y a las doce
en punto de la noche, Granada se hace oscuras tinieblas.
¡Qué se paren las musas! ¡Que se detenga
los surtidores! ¡Que se quiebren los muros hoscos
y ciegos de los corazones sin piedad y que se abran los
primeros rosales del Generalife para acoger los desprendidos
regalos del rocío! Fluyen por el pretil de la Carrera
extraños unicornios lorquianos y el cuerpo hercúleo
de aquel que va a vencer la muerte, se mueve colgado en
el entretejido de marfil, maderas nobles y plata que hacen
su cruz bendita.
El Cristo de
la Misericordia, el del Silencio, la más imponente
obra de la imaginería barroca, cumbre de la escultura
española, cruza la penumbra de Granada. Ronco tambor
por marcha, rumor de celosías por compaña
y toda la rotundidad de los más profundo del sentimiento
cofrade granadino por heraldo.
Silueta entrecortada
en los palaciegos caserones, sinfonías de cadenas
arrastrándose por centenarias vías y una pena
muy honda por el mejor de los "nacios". Ahora,
ahora sí, Granada eterna con saetas que son piropos
"pa" Cristos muertos.
No hace falta
que el luto oficial engalane las banderas a media hasta
de los mástiles erguidos de la Ciudad burocrática.
Ni siquiera es preciso que se cieguen los ritmos sórdidos
de la última superflua melodía. Ni en los
bares y restaurantes es necesario que cese el trajín
de la vida. Cristo va a morir, y el corazón creyente
de Granada lo sabe. Por eso es ocioso cualquier reclamo
para que a las tres de la tarde, de nuevo a las tres en
punto de la tarde, un cornetín emita agua nota prolongada
al aire triste del Viernes Santo en el Campo del Príncipe,
ante el monumento pétreo y popular del Cristo de
los Favores, con cinco yagas por trono. Una en el pie izquierdo
para conservar la inocencia bautismal de los niños,
otra en el pie derecho para rogar por la generosidad y la
pureza de los jóvenes, otra en la mano izquierda
para que las mujeres y los hombres, en su vida conyugal
o en su virginidad, sean eficaces auxiliares en el apostolado
de la Iglesia, otra en la mano derecha, para que los gobernantes
sepan regir en justicia, y por fin la quinta en su costado,
para que todos seamos la luz del mundo y la sal de la tierra.
En el cercano
Monte Sedeño, retumban los ecos del badajo incesante
de la campana de San Cecilio, mientras la Soledad de Santo
Domingo, en su segunda salida procesional, no ha querido
tampoco faltar a este instante supremo.
El conmovedor
suceso con el que Granada conmemora la muerte de Cristo,
deja tiempo y espacio todavía para las procesiones
vespertinas del Viernes Santo. En el Monasterio de San Jerónimo
aparecen cuatro chías inquisitoriales de rojo, blanco,
negro y morado, de sangre, pureza, luto y pasión.
Resuenan con insistencia sus tambores destemplados y sus
trompetas lastimeras, al ritmo incesante de una multitud
de infantes que grita : ¡Chía, Toca!. De repente
un romántico cortejo nos devuelve a la Semana Santa
de otros siglos. Hábitos de terciopelo negro y capirotes
de raso amarillo con el escapulario de las jerónimas.
Farolillos de luz tintineante y cegada por vidrios morados,
y un largo repertorio de insignias y personajes vivientes:
la cohorte romana, la tres marías, San Juan, José
de Arimatea, Nidocemus. Sor Cristina de la Cruz, se asoma
al cielo del compás de su Monasterio para contemplar
la escena mientras trasladan a Jesús a su Sepulcro
y el bordón fúnebre de una banda, marca una
marcha de procesión para la Soledad de Granada. El
primer verdor de la primavera, apenas colorea ya la hiedra,
y la Madre de la Divina Gracia, pasea su honor de los pueblos,
entre el gentío que absorto es llevado por unos instantes,
desde la magia desbordante del barroco hasta el oficialismo
decimonónico que inspiró la restauración
borbónica. Casi cuatro siglos y medio de historia
cofrade viva.
También
es antigua devoción de Granada la del Cristo de los
Favores. Primero en 1680 los vecinos de la antigua judería
erigieron en el Realejo el monumento ante el que rezó
Granada a las tres de la tarde. Luego, cuarenta años
más tarde constituyeron su piadosa Asociación,
y por último, hace setenta y cinco conmemorados años
la convirtieron en Cofradía, con tanto poderío
que hasta le alzaron capilla propia.
Por la Cuesta
de San Cecilio, cuando el día declina por entre los
tejados a cuatro aguas del barrio del Realejo y comienzan
a resplandecer los cristales opacos de las farolas de bronce
fundido que cuelgan de los muros de argamasa y paredones
de ladrillos morunos de la ciudad vieja, baja el Cristo
de los Favores. Unos dicen que es de Arce, otros que de
Rojas, más nadie pondrá en duda, que sólo
la inspiración divina pudo permitir al artista que
fuera, una traza tan perfecta del Señor en alta y
esbelta cruz clavado, de cera roja escoltado y sobre un
tupido paño del rojo intenso de los claveles al estallar
la primera luna llena de la Primavera.
A la Virgen de
la Misericordia, Greñúa la llama el pueblo
y Coronada quiere verla Granada. Salazar te bordó
cincelando plata tu trono, y Trinidad Morcillo talló
tu manto hila a hilo, dedal de oro, cordeles de seda y aguja
de plata. Desde su recoleto Carmen de la Alta Antequeruela,
el espectro de Manuel de Falla, reza silente las cuentas
de su Rosario y marca con su pie derecho el compás
de los tambores, para luego bajar por el Carril de San Cecilio
y entremezclarse anónimo con la multitud para oír
el viejo cante del Tío Tenazas que rejuvenece Antonio
González desde el estrecho mirador de un balcón
"abarrotao", iniciando una batalla de saetas que
ciegas como el amor, derrumben las lejanas lamentaciones
de lo judíos que antaño poblaron este barrio.
Y a lo lejos,
por el que fue Camino Real de Santa Fe, los Ferroviarios
iluminan de verde y rojo traspasado por el fulgor de los
cirios, la peregrina estación del Cristo de la Buena
Muerte y María del Amor y el Trabajo. Medio siglo
se cumple de la recapitulación de una centenaria
devoción del barrio de San Lázaro, para hacer
Cofradía de Semana Santa.
El cruel realismo
de los trazos de la imaginería moderna granadina,
ejecutó sin fallar un golpe de gubia, al Cristo de
los Ferroviarios, tipo iconográfico excepcional,
herido por los clavos en la muñecas y cadavérica
de muerte serena en su cara, concebido por Antonio Díaz.
¿Habrá
dolor más hondo y más humano que el de Nuestra
Señora del Amor y del Trabajo? El crepitar cristalino
de tus bambalinas no consigue alterar tu duelo, ni tampoco
las cinco lágrimas que se derraman por carita de
pena, desde tus ojos brutalmente enrojecidos. ¡Cuánto
el sufrimiento de María! ¡Cuánto tuvieron
que desgarrar su amor maternal cada uno de los azotes, de
las espinas de la corona que se clavaron en las sienes de
su Hijo, cada una de sus tres caídas, el desgarro
lacerante de arrancarle la túnica agarrada a sus
carnes ensangrentadas, cada uno de los tres clavos que le
hincaron y la lanzada con la que le certificaron su muerte!.
A menudo, por
sabido de memoria, olvidamos el dolor de Cristo en la Cruz.
Justo antes de expirar, Jesús llamando al Padre quiso
hablar con Él. Los evangelistas San Mateo y San Marcos
atestiguan que le dijo: "¿por qué me
has abandonado?". ¡Cuanto hubo de sufrir Jesús
para recriminarle esto a su padre!. San Lucas, relata que
voz en grito pronunció, "Padre, en tus manos
entrego mi espíritu", y que diciendo esto expiró.
Ese es el instante
que suavemente modeló Domingo Sánchez Mesa
en el Cristo de la Expiración, el de los Escolapios,
esbelto y apolíneo, todo humanidad. El terroso ocre
de su sudario, se agita al fresco aire de la Sierra Nevada
cuando sobre el puente árabe al que los cristianos
llaman romano, cruzas el río grande de Granada. En
las bóvedas del enterramiento de los Duques de Gor,
que con su patronazgo fundaron las Escuelas Pías
de Granada, vaga el alma de un místico monje Basilio
y retumba el cuerpo de tambores que marca el paso de tu
costaleros.
El cincel de
Palma Burgos sostiene el techo de la Virgen que un día
fue a Roma, y esté donde se halle, el Padre Iniesta
musita unos versos andalusíes para la Madre de Cristo.
Capas negras, blancas túnicas, fajines de muerte
y puntiagudo verdugo oscuro con forma de capirote. Treinta
kilos de oro lleva el manto de la Madonna, mientras el pecho
inmenso del Compadre se abre en canal para echarle piropos
hechos cante.
Incompleto estaría
el día si Granada no tuviera su procesión
oficial de Santo Entierro. La corporación municipal
forma temprano en la plaza del Carmen bajo mazas, con porteros
porteadores de varas de taracea, y el heraldo rojo y verde
de Granada que lleva un histriónico figurante vestido
a la federica, para subiendo la calle de los Reyes Católicos
llegar a Santa Ana pasando por Plaza Nueva. Desde allí
parte una comitiva escrupulosamente ceremoniosa, presidida
por el enviado de Su Majestad, un Teniente General de rojo
fajín y reluciente espada. Las autoridades del pueblo,
la milicia y el clero, cortejan la urna de Cristo yacente,
a la que escoltan los soldados con sus armas a la funerala
y los nobles caballeros del Santo Sepulcro, abolengo del
universo cofrade de Granada.
Una Virgen de
la Soledad en el Calvario, arrodillada al pie de una cruz
viuda y solitaria, ora el llanto del difunto fruto de su
vientre. El estremecedor espectáculo de solemne oficialismo
que caracteriza a la comitiva, será capaz de conmover
y asombrar hasta al más incrédulo de los espectadores,
con su cortejo fúnebre de plumas blancas, capillos
rojos y marcial marcha lenta.
Llora la Torre
de la Vela, llora porque Cristo ha muerto y porque este
Sábado Santo, no tendrá ni tan siquiera el
consuelo de tocar su campana para anunciar que Nuestra Señora
de la Alhambra baja a Granada. Las obras de restauración
del tempo de Santa María, justifican esta ausencia
que ojalá pronto se repare sin merma alguna.
¡Que
pensarán este Sábado Santo Fray Pedro Dueños
y Fray Juan de Cetina, los franciscanos muertos mártires
en la puerta de la mezquita sobre la que hoy se eleva el
templo de Santa María, cuando no acudas este año
a tu cita! ¡Por quien lloraran esta noche las fuentes
de la Alhambra en la noche callada! Los bosques de la Sabika
estarán más tristes que nunca, por no servir
de cúpulas sus hojas verdes, ni de goticistas nervaduras
góticas sus ramas .
Pero Granada
no podía quedarse sin el misterio de las Angustias
en su Semana Santa, y por eso la hospitalidad de la Iglesia
Parroquial del Sagrario, será este año el
punto del que emane tu comitiva adamascada y las relucientes
peinetas de nácar. El señorío imponente
y simpar de la Cofradía de Santa María Coronada,
seguirá paseándola sobre su trono de las mil
setecientas treinta y cuatro piezas y ciento treinta columnas,
mientras su regazo virginal, acoge el cuerpo inerte de un
Cristo desvalido y muerto, según la concepción
desbordante y a la vez equilibrada que tuviera Torcuato
Ruiz del Penal.
La historia de
la Pasión de Cristo según Granada, toca a
su fin cuando el Domingo de Resurrección se desata
la alegría del principio de la Pascua. Un niño,
con el Dulce Nombre de Jesús, inunda de inocencia
gozosa las primeras horas del medio día en la tercera
y última comitiva de la Cofradía de la Soledad
de Santo Domingo. El barro hecho música de unas campanillas
agitadas por manos infantiles, es la inconfundible banda
sonora del gran día de todo el Calendario Cristiano.
Quitad la Resurrección y no quedará nada.
Y no contenta
Granada con celebrarlo una vez, se prepara para hacerlo
otras dos más este mismo domingo; que le pareció
poco tanta Alegría, que quiso llevar el Triunfo de
la Resurrección hasta los confines de los vergeles,
donde hoy sólo crece el cemento y el ladrillo que
da cobijo a los vecinos del Zaidín y el distrito
de Ronda
Santa María
del Triunfo, - ¿habrá nombre más "granaino"?
-, mece su palio de plata por San Miguel Arcángel
con escolta de peinetas desenlutadas, y Nuestra Señor
de la Alegría, que es la misma María, exultante
recorre las bóvedas catedralicias de clara cal y
vieja piedra.
Es tarea complicada
la representación iconográfica de la Resurrección
del Señor, más con acierto la han practicado
los imagineros contemporáneos granadinos; Barbero
con un realista estudio anatómico de un ser triunfal
y Zúñiga componiendo en acertada escenografía
la escena del Sepulcro, rematada para el ensueño
con cuatro angelotes trompeteros de cuyas bocinas penden
paños decorados con las insignias de las otras cofradías
del Zaidín.
No podía
ser de otra manera terminada la Semana Santa que con estos
desfiles victoriosos que proclaman el gran Misterio de nuestra
Fe, la Gloriosa Resurrección, con el que este Pregonero
debe ir poniendo el fin a sus palabras, aún a fuerza
de saber que no he agotado las alabanzas que se merecen
los días grandes de Granada. Ocho días ilustrados
de silencio, pero también de sonidos, como los de
las armoniosas composiciones de los autores que con tanto
acierto e impulsados en su mayoría por Miguel Sánchez
Ruzafa, han escrito y siguen componiendo, bellas melodías
no sólo para las procesiones, sino para la Cuaresma
y los múltiples acto cofrades que se derraman en
el calendario de los doce meses del año, porque ya
la música cofrade, no es obra de temporada. Los ingenios
de los maestro Francisco Higuero, Aniceto Giner, Melchor
Perelló, Barros Jódar, las dos generaciones
de Megías, Ángel López, Luis Castelló,
el propio Sánchez Ruzafa o el mismísimo Abel
Moreno, son los pentagramas de nuestros sentimientos.
También
sería para mi absolutamente irresponsable el pasar
por alto el esfuerzo titánico, no es una exageración,
¡titánico!, de los artistas de las bandas y
agrupaciones musicales cofrades de Granada. Ni el más
atareado albacea, ni tan siquiera el más abrumado
de los secretarios, pueden presumir de tanta dedicación
como estos intérpretes, que han de laborar en tan
adversas condiciones, que son motivo de sonrojo para toda
la sociedad por permitir que estos centenares de artistas,
tengan en la mayoría de los casos que tocar debajo
de los puentes, al frío de diciembre y a la lluvia
de octubre.
Absolutamente
intolerable que nuestra sociedad consienta eso y por ello,
al menos este Pregonero no quiere terminar el Pregón
sin ponerse en su boca a los renovados sonidos del Consuelo,
la veteranía magistral de la Estrella, la elegancia
y atenta afinación del Despojado, al germen cofrade
para la Chana que es la Victoria, la labor social de los
de Luz Casanova, o los ricos sonidos del Mayor Dolor, las
nacientes formaciones de Tres Caídas y Favores, por
muchas de cuyas cornetas soplan labios curtidos por la sabiduría
del tiempo, y el deseo de que resurjan pronto el Triunfo
de Ripoll y el impulso juvenil de la Lanzada.
Ya al Pregonero
se le agota la voz y el tiempo que con tanto cariño
y generosidad ustedes me han otorgado. Ha llegado el momento
de terminar y quiero hacerlo con el aliento en mis palabras,
para todos y cada uno de vosotros, cofrades de Granada,
herederos ancestrales de ricas tradiciones marcadas por
el sello pasional de los siglos que avalan nuestra condición,
artífices de la más hermosa representación
que en el mundo puede darse de la Pasión, Muerte
y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.
El orgullo que nos debe causar nuestro que hacer, no debe
ocultar el deseo y afán permanente de superación;
ese orgullo de ser cofrades, de alzad alto pero sin vanidad,
todas y cada una de nuestras miradas, de quienes aquí
estamos en directo, y de todos aquellos a los que llegue
este Pregón por cualquier otra de las vías
de comunicación de las que hoy disfrutamos, concientes
de la alta responsabilidad que tenemos por nuestra condición
en el seno de la Iglesia Católica.
Sabed, que con
ese mismo orgullo de sentirme cofrade y granadino he ido
poniendo una a una detrás de todas las otras, las
palabras de este Pregón, pronunciado por alguien
que entiende muy bien aquellos versos que escribió
Machado y que podrían ser resumen de todo cuanto
he querido deciros: Quien habla, sólo espera hablar
a Dios un día.
Que la Virgen
de las Angustias, Patrona Soberana de Granada, la más
hermosa tierra que acertó a crear la mano divina
de Dios, nos ampare, y que por su intercesión, se
nos concedan las alegrías de ese cielo, que creo
yo no debe de ser muy distinto a cualquiera de los jornadas
de la Semana Santa según Granada, que en su año
2003 de la Era Cristiana, esta voz de un contemplativo locamente
enamorado de Granada acaba de pregonar.