I
Pregón de Semana Santa de Jayena
Don Francisco Molina Muñoz
Iglesia Parroquial del Santísimo Sacramento
26 de marzo de 2010
INTRODUCCIÓN
Yo quiero ser
el testigo
de tu amor y tu tormento,
sufrir con tu sufrimiento
y resucitar contigo.
Medicina de Dios
tan necesaria
en este mundo dolorido y roto,
aquí me tienes ante ti devoto
queriendo hacer de mi pregón plegaria.
SALUDOS
Reverendo
Señor Consiliario de las Cofradías Jayeneras;
Señor Alcalde, Ilmas. Autoridades; Hermanos Mayores
y representantes de Cofradías y Hermandades, medios
de comunicación, cofrades, señoras, señores…:
AGRADECIMIENTOS
Sean mis primeras palabras de agradecimiento a las Hermandades
y Cofradías de Jayena por acordase de mí,
jayenero de adopción y ciudadano de a pie de esta
bendita tierra, al concederme el honor, dignidad y responsabilidad
de ser el encargado pregonar, por primera vez, su Semana
Santa.
Tampoco me olvido de aquellos que hoy han querido arroparme
con su presencia, cariño y amistad, en un día
tan señalado, para el que hoy les habla.
A todos mi sincero y eterno agradecimiento.
Llegó
el momento Señor,
y ante tu imagen serena
hoy vengo a dar el Pregón
del Misterio de tu Amor.
No me sueltes por favor,
que se disipen mis miedos,
y si acaso ves que no puedo
y que las fuerzas me fallan,
cuando agarre mi medalla
dale templanza a mis dedos.
Dale templanza a mis dedos,
pon en mi voz tu energía;
revísteme de alegría
con la firmeza del credo.
Aquí estoy y aquí me quedo,
a tu bondad me confío
pues tengo los cinco “sentíos”
escritos en este pregón.
Jayena…
Tierra de mujeres y hombres recios y cabales. Celosos
de sus tradiciones y fieles a sus creencias, que permanecen
profundamente arraigadas en el corazón.
Jayena… Huerto de olivos, como aquel que enmarcó
la mayor traición que la humanidad ha podido contemplar
jamás. Aquella que hizo reo de muerte a nuestro Salvador.
Jayena… Pueblo andaluz. De esta tierra, no
en vano llamada de María Santísima, que recibe
con júbilo, cada Domingo de Ramos, al que entra a
salvarnos a lomos de un humilde jumento, cruzando las murallas
alzadas a su paso por la ignorancia y el desencanto; por
la soberbia y la envidia; por la intolerancia y la falta
de caridad.
Jesús entra
en Jayena entre palmas y olivo, como un Rey, como el Salvador
que es. Recorriendo calles angostas, llenas de olores, sonidos
y colores que nos recuerdan desde siempre la época
del año en que estamos, trayendo a nuestra memoria
imágenes entrañables, repetidas una y otra
vez desde nuestra niñez.
¿Quien no recuerda con nostalgia haber ido de la
mano de su padre o su abuelo recorriendo los lugares en
los que se preparan los tronos para la procesión,
mientras hacía mil y una preguntas que, en ocasiones,
ponían en aprietos a sus mayores?
¿Quien
no asocia la Semana Santa con el aroma de incienso y cera;
clavel y rosa; lirio, arrayán o humilde romero?
¿Quien no siente un nudo en la garganta cuando escucha
los sones de la banda,… el quejio de una saeta que
rompe el aire de la noche… o contempla la suave mecida
con la que procesionan nuestras imágenes?
Jayena… Como cada rincón de nuestra
bendita tierra, llegando el mes de abril, sintiéndose
próxima la primavera, es Semana Santa a flor de piel,
en todas y cada una de sus calles y plazas, en el corazón
de cada jayenero de bien.
Pasión... Viernes Santo según Jayena.
Mecida suave y cadenciosa.
Promesas que se cumplen y… promesas que se hacen.
¡Silencio! ¡Que todos callen! ¡Que no
se rompa el momento! Que en el mismísimo cielo se
pueda oír el crepitar del fuego cofrade que arde
en vuestros corazones.
Pasión… Viernes Santo según Jayena.
Mantillas y penitentes.
Voz desgarrada que sale de un mudo corazón saetero
y oración que apenas puede brotar de la garganta…
Semana Santa en Jayena es el trabajo cotidiano, callado
y casi nunca reconocido, durante todo un año.
Es el ir y venir de hombres y mujeres que trabajan sin descanso
por dar a su hermandad el mayor esplendor.
Es la bulla en la calle… Son esos minutos de espera
y ese ¡…Ya viene!
Semana Santa en Jayena es ese no parar de la gente menuda
que, sin dar ni tomar un momento de reposo, asimilan el
sentir cofrade y se hacen mayores por dentro, sintiéndose
parte de algo grande que, no por repetido, deja de ser irrepetible.
La Semana Santa es, en definitiva, una piadosa tradición
cuya historia se remonta en el tiempo a más de cuatro
siglos, que la recibimos transmitida por nuestros antepasados
y que nosotros… Sí, todos nosotros; tenemos
la obligación de dejar como legado a nuestros hijos…
y a los hijos de nuestros hijos.
No quiero entrar
a valorar, como creo que hacen quienes ignoran las más
de la veces de lo que hablan, si la Semana Santa de Jayena
es mejor o peor que otras. No… La Semana Santa y la
forma como se celebra en cada lugar, no debe ser motivo
de discusión o competencia. No vale la pena, ni tiene
sentido…
La Semana Santa es y debe ser la conmemoración de
aquella, en la que Jesús, el Hijo del Hombre, entró
triunfante en Jerusalén, fue apresado, enjuiciado
en la más cruel y burlesca farsa judicial jamás
vista, torturado y muerto en la cruz… y todo para
que el Domingo de Pascua se cumpliese la profecía
y venciese a la muerte, dándonos una nueva esperanza,
dándonos una segunda oportunidad.
Sí… la auténtica Semana Santa fue aquella
en que Dios hecho hombre, Cordero Divino, se sacrificó
por todos nosotros, incluso por aquellos a los que exculpó
diciendo:
“…
Perdónales Padre, pues no saben lo que hacen.”
Pero…
ciertamente la Semana Santa de Jayena debe tener algo, algo
distintivo, algo que vaya acorde con la forma de entender
la vida y la muerte, la pasión y resurrección
de Jesucristo en esta tierra.
Algo que os distingue
y os hace únicos. Algo que os impulsa año
tras año a superaos en la representación de
la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús,
convirtiendo vuestras nuevas y viejas calles en el Jerusalén
jayenero.
La Semana Santa de Jayena es una catequesis, en la que debemos
ver más allá de la representación plástica
que se percibe a través de los sentidos, sirviendo
de hilo conductor a la historia que cuenta.
Una historia que se repite periódicamente desde hace
casi dos mil años, sabiéndose de antemano
su glorioso final. Por ello pido a este notable auditorio,
licencia para hacer un esbozo de vuestra Semana Santa, de
mí Semana Santa, estableciendo el paralelismo entre
las escrituras y lo que veremos en vuestras calles y plazas.
Palmas y olivo
al viento,… aromas de incienso y cera en el aire,…
para recibir al Rey de Reyes.
Procesión que al grito de Hosanna, da la bienvenida
al Jerusalén jayenero al que viene a salvarnos.
Niños y mayores dan escolta a Jesús que, aún
no estando visible en el séquito, está dentro
del corazón de cada uno de vosotros que le dais la
bienvenida.
Jayena Miércoles
Santo…
Niños, jóvenes y mayores inician un largo
camino, una larga vía,… una vía jalonada
por catorce Cruces.
Catorce estaciones que nos enseñan, poco a poco;
paso a paso, la Pasión de Nuestro Señor, desde
su prendimiento hasta que fue depositado en el Sepulcro.
A mí, como a muchos otros, me complace añadir
una decimoquinta estación… Una estación
en la que Jesús resucita y nos redime.
Los niños, portando sus pequeños pasos se
suman a la oración de los mayores haciendo, con su
inocencia, que Jesús se apiade de nosotros y nos
perdone, incluso antes de hacerle lo que Él ya sabe
que le haremos.
Viernes Santo
jayenero…
El gallo, puntual, ya ha anunciado el alba. Se diría
el mismo gallo que en la próxima madrugada anunciará
la negación del Maestro por un hombre, por un discípulo,
por la piedra sobre la que se habría de fundar nuestra
iglesia.
Comienza el ajetreo de cada hermandad… El ir y venir...
Los nervios…
No es nada extraño,… es la misma sensación
vivida una y otra vez, año tras año, Semana
Santa tras Semana Santa.
No faltará quien con un sano espíritu competitivo,
carente de malicia, visite a otras hermandades para ver
que puede ser mejorado o valorar, según él,
en que supera la suya a las demás.
Eso forma parte de nuestra tradición, como la broma
gastada una y otra vez a los niños, a los que se
envía, cuando se ponen pesados, a buscar la máquina
de abrir claveles.
Bromas aparte lo cierto es que la forma de ver, entender
y celebrar la Semana Santa en Jayena ha adquirido nuevo
brío desde que jóvenes y no tan jóvenes,
llenos de ilusión, fe y ganas de trabajar, están
tomando las riendas;… desplazando de sus corazones
la pereza y aportando sabia nueva al viejo mundo cofrade
jayenero.
Sangre nueva para una tradición vieja…
Siempre ha sido así… y siempre lo será,
mientras el péndulo de la historia siga oscilando.
Pasado un tiempo, Dios así lo quiera, otros vendrán
a tomar, como ahora hacéis vosotros, el testigo de
vuestras tradiciones, añadiendo en cada ciclo nuevas
ideas y proyectos, sin que por ello se desvirtúe
el fondo de la historia que se quiere transmitir.
Los azotes
desgarran su figura
con la mano brutal de la injusticia,
del desprecio, del odio y la malicia
de un mundo anonadado en su hermosura.
Amarrado a una
columna te aprestas a iniciar tu pasión, la pasión
que, por nuestras culpas, a nosotros nos correspondía
afrontar.
Los verdugos de Roma no sienten piedad ni remordimiento
por el sufrimiento que te infligen, prestos a descargar
sus certeros golpes una y otra vez,… mientras Tú
mantienes la cabeza erguida y diriges tu mirada al Padre
y, sometiéndote a su voluntad, aceptas el destino
que te aguarda.
Ver a Jesús cruelmente azotado no puede dejar indiferente
a nadie.
La escena conmueve conciencias y llena de zozobra los corazones.
Te vemos en tu trono, repartiendo amor y compasión,
esperando solo una mirada suplicante o una plegaria salida
del corazón a la que corresponder.
El aire de la noche se hace denso y frío. Los hombros
de los portadores, hombres de trono, se resienten al pasar
por la calle 13 de junio. La dificultad se evidencia, haciendo
que se aprieten los dientes y se siga andando con brío
contenido y mecida elegante, mientras el varal, como cruel
látigo, se va clavando en el hombro.
Pero a pesar de todo, no hay miedo de desfallecer. Horas
quedan por delante y otros tramos complicados irán
llegando. Jesús de la Columna, con su inefable ejemplo,
soportando el dolor del castigo recibido y el de saber,
por ser Dios, lo que aún ha de venir, hace elevar
el espíritu y alivia el peso que cada hombre soporta.
Tiempo habrá para descansar, pero hoy toca compartir
con Jesús parte de su dolor y redimirse con Él.
Silencio, ¡por
Dios, silencio!
Que pasa el Nazareno.
Que lleva la cruz a cuestas
pidiendo clemencia al cielo.
Que se detenga la noche
y las estrellas se apaguen,
que todo el mundo le rece
cuando el Nazareno pase.
Y una saeta se oye
que rasga nuestro silencio.
Es porque Dios llora sangre
por boca del saetero.
Las estrellas
del firmamento salen para verte Jesús Nazareno. Y
nuestros hermanos, los que ya no están aquí,
se asoman a ellas para contemplarte en tu trono. Esos hermanos
que año tras año te acompañaron en
tu caminar por la Vía Dolorosa de Jayena, ayudándote
a cargar con tu cruz, camino del Gólgota.
Nuestros hermanos, los que nos dejaron, gozan de tu gloria
en el cielo, junto a Ti... junto a los elegidos. A nosotros,
que aún caminamos por este Valle de Lágrimas,
nos consuela el saber que nos estáis viendo, junto
a Él, en la platea celestial.
Silencio en la multitud que espera.
Jesús Nazareno, cargado con la cruz, sale a la calle
en olor de multitud. Rodeado de sus hijos. Acompañado
por aquellos que, como Él son nazarenos. Nazarenos
de nuestro tiempo, cargando abnegadamente con la cruz que
les ha tocado llevar.
Jesús Nazareno ¡Mirame!, deja que mis ojos
se encuentren con los tuyos, que mi alma llegue a comprender
el sacrificio que por todos nosotros hiciste y sigues haciendo
cada día.
Sobre un calvario de rojo clavel y lirio morado, por nuevas
calles de pasión, paso a paso, chicotá a chicotá,
te acercas a tu destino,… Padre Nazareno.
Deja que mi hombro cargue con tu cruz y, como Cirineo, alivie
tu pesar.
Deja que, como aquella Santa Mujer, hoy enjugue tu Divino
Rostro.
Deja por fin que llegue algún día a ser digno
de Ti.
No me mueve,
mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor; muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido;
muéveme ver tu cuerpo tan herido;
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, al fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
Llegada es ya
la hora y has exhalado tu último aliento en la cruz,
Jesús de la Buena Muerte.
Tu costado, traspasado por la lanza de Longinos, ha sido
manantial divino de sangre y agua.
Jerusalén se ha visto envuelta en tinieblas y la
tierra ha temblado cuando, dando un gran grito, entregaste
tu espíritu al Padre.
Y, rasgándose el velo del templo,… ¡La
profecía se ha cumplido!
Ahora inerte en la cruz te muestras a los que creen en ti.
A los que ahora saben el por qué de tu nombre: “Buena
Muerte”... Aparente contrasentido y verdad indiscutible.
Si tú, siendo Dios hubieses pasado del cáliz,
los hombres estaríamos perdidos sin remisión.
Si Tú,
siendo Dios, no hubieses aceptado la muerte, transmutando
con tu gesto un acto tan cruel como la crucifixión
en redención y amor a los hombres, hoy vagaríamos
sin rumbo y carentes de esperanza.
Jóvenes deseosos de portarte sobre sus hombros, se
aprestan a llevarte por el empinado barrio… “El
Tesoro”.
Como hecho a medida.
El nombre de tan cofradiero barrio, evoca cuanto Tú
representas en la Cruz. Tesoro de amor, entrega y salvación.
¿Quién, viéndote pasar no ha sentido
el impulso irrefrenable de persignarse, inclinar la cabeza
humildemente y musitar una oración pidiendo por sí
mismo y por los demás?
Cuando, coronando un calvario de iris y claveles te contemple
la multitud, como cada Viernes Santo, entrando de nuevo
a tu casa, volveremos sentir emoción, a oír
aplausos y vítores, porque Tú, Jesús
de la Buena Muerte, eres la promesa cierta de la resurrección
que está próxima.
¡Ay,
ay, ay!, que...
la Virgen de los Dolores
lleva el corazón partío
de ver a su Hijo amado
por negra muerte vencío.
Oscuro sepulcro…
Luz divina…
Piadosos jóvenes jayeneros te han tomado de los brazos
de tu Madre, al pie de la cruz, y te llevan suavemente sobre
sus hombros, descubierto, para que todos sean testigos del
espantoso castigo y muerte que te han infligido.
Esos hombres piadosos te depositarán, como aquel
de Arimatéa, en una sepultura intacta, que aún
no ha recibido la muerte en su seno. Y, para que se cumplan
las escrituras, la sellarán con una gran roca.
Jesús yace como dormido en su última morada
terrenal.
Cuatro ángeles vigilarán y custodiarán
tu sueño, que no muerte, para que nada perturbe aquello
que ha de ser.
Pronta está la hora en que triunfes sobre las tinieblas
y te apartes del abrazo gélido de la muerte.
Mientras, los que no creen en tu pronta resurrección
acechan cual aves de rapiña. Motando guardia y permaneciendo
alerta,… no sea que los discípulos roben el
cuerpo y digan que Jesús ha resucitado.
¡Que infelices…!
¡Qué
bella se ve la imagen
cerrando la procesión,
la Virgen de los Dolores
tan serena en su aflicción!
Su silencio, es misterioso,
y dulce es su expresión,
delicado su semblante
y en él hay resignación.
Ella es la Madre buena,
la que siembra siempre amor,
la que a todos nos ayuda
y la que nos lleva a Dios.
Delante, paso por paso,
de su Hijo la Pasión
le han traspasado el alma,
le han partido el corazón.
Detrás, ya no vemos nada,
ya todo se consumó
pero queda una esperanza
llamada "Resurrección".
¡Qué bella se ve la imagen
cerrando la procesión
de la Virgen Dolorosa
tan serena en su aflicción!
María,
con el corazón traspasado por la pena, como si de
puñales se tratase haya consuelo entre aquellos que
han conocido y amado al hijo que acaba de perder.
Un dosel de luto cubre de negrura la noche. Solo nos alumbra
la luz que irradia de su rostro virginal. Rostro tachonado
de lágrimas que brillan como los luceros del firmamento.
Que dulzura en tu rostro en tan amargo trance, Madre mía.
Tus ojos enrasados de lágrimas, nos siguen allá
donde estemos.
Señora de los Dolores, Madre nuestra. Seca tus lágrimas.
No sufras. Alégrate con nosotros. El gran día
está cerca y el alba del Domingo, cuando apenas raye
el día, volverá a traernos la esperanza.
No dudes, Señora, que tus celadoras, camareras o
mantillas como las llamamos en nuestra tierra, mujeres jayeneras,
madres, hijas y hermanas tuyas en las alegrías y
en el sufrimiento, estarán siempre contigo, dándote
consuelo, orando contigo, rogando ante tu hijo bien amado
por toda la humanidad.
Madre dolorosa, con tus milagrosas manos, tan llenas de
gracia, que ni el mismísimo fuego del infierno ha
osado tocar, reparte tu bendición sobre los jayeneros
y los que sin dudarlo ni un instante creemos en ti.
La noche avanza
y el alba está cerca. La muchedumbre se va diluyendo
en la oscuridad como la sal en el agua.
Lejano, aún parece retumbar el eco de los tambores
y el sonido que ha acompañado a Jesús y su
Santa Madre por las calles de Jayena, convertidas por unas
horas en Sagrada Vía Dolorosa.
Los jayeneros. Los que sienten dentro de sí, como
los Discípulos de Emaús, una llama que les
inflama el corazón al hablar del maestro y rememorar
sus enseñanzas, atesorarán los momentos vividos
y los transmitirán a sus hijos y nietos, para que
la tradición y las creencias tan arraigadas entre
vosotros no se pierdan como las aguas del río del
olvido, y sigan vivas por siempre.
Es la madrugada
del Domingo de Pascua. El día comienza a despuntar
y San Lucas, en su evangelio, nos relata como las mujeres:
“…
muy de mañana, fueron al sepulcro llevando los
aromas que habían preparado.”
“Pero encontraron que la piedra había sido
retirada del sepulcro, y entraron, pero no hallaron el
cuerpo del Señor Jesús.”
“No sabían que pensar de esto, cuando se
presentaron ante ellas dos hombres con vestidos resplandecientes.”
“Como ellas temiesen e inclinasen el rostro a tierra,
les dijeron:”
“¿Por qué buscáis entre los
muertos al que está vivo?”
“No está aquí, ha resucitado. Recordad
cómo os habló cuando estaba todavía
en Galilea, diciendo:”
“Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado
en manos de los pecadores y sea crucificado, y al tercer
día resucite ".
Y ellas, como nosotros,
recordaron sus palabras.
Jesús ha resucitado de entre los muertos y está
entre nosotros.
¡ALELUYA!,
¡ALELUYA!
Señoras…
señores, no he venido a este estrado a anunciar nada
que no os resulte ya conocido; al contrario vengo a poner
letra a la música cofrade de vuestros labios, al
ritmo de marcha de vuestros pies.
A sacar de la más fina veta de vuestro interior,
esa forma de sentir y de creer tan propia de quien ama a
sus titulares.
A modelar con unas cuantas ideas y unas torpes palabras
-ligeras plumas que se lleva el viento- la sinfonía
de sentimientos y sensaciones con que os aprestáis
a agasajar a Jesús y María en las próximas
fechas.
Otros vendrán que anunciarán días de
dolor y alegría con prosa y verso más floridos
que el que os habla.
Que usen cultos recursos literarios que os llenen el corazón
de congoja o hagan brotar en él la alegría.
Que pronuncien un pregón que deje relegado al baúl
de los recuerdos el que hoy habéis oído.
Lo que no podrá cambiar nadie es el cariño,
dedicación y respeto que he puesto en cada una de
las líneas que en mi voz el aire os ha llevado, y
la emoción que me embarga al sentir el calor y cariño
con que he sido acogido en esta que ha sido y es…
mi tierra.