II
Pregón de Semana Santa de Jayena Don Francisco Peregrina
Espadas
Iglesia Parroquial del Santísimo Sacramento
16 de abril de 2011
INTRODUCCIÓN
Señor,
te quiero cantar,
dulce Jesús, Nazareno.
Yo, por tu Pasión, me apeno,
y mi canción es rezar.
Señor, te quiero cantar,
inmolado en el madero
redimiste al mundo entero
y nos enseñaste a amar.
Tú, que anduviste en el mar,
resucitaste a los muertos,
tienes los brazos abiertos
clavados por perdonar.
SALUDOS
Reverendo Señor
Consiliario de las Cofradías Jayenuscas; Señor
Alcalde, Ilustrísimas Autoridades; Hermanos Mayores
y representantes de Cofradías y Hermandades, señoras,
señores y cofrades todos
AGRADECIMIENTOS
Mis primeras palabras
esta noche son de agradecimiento a las Hermandades de Jayena
por brindarme la oportunidad de ser pregonero de la que
considero mi Semana Santa, siendo éste el mejor regalo
que podría recibir de mi pueblo.
También
quiero acordarme de los míos y de todos y cada uno
de aquellos que me han apoyado en cada momento de mi vida.
Gracias por vuestro cariño, amistad y porque no,
también paciencia.
Ha caído
la noche en los olivos,
un rumor de crepúsculo preludia
la agresión por la ruta ensangrentada.
Viene a apagar la luz radiante de la Altura
cuando el día amanece para el Sol,
Luz de Luz en el mundo, que a eternidad alumbra.
La iniquidad
pregunta a la Inocencia
cual ha sido el delito.
Ser camino y Verdad, ser la Vida en la muerte,
es móvil de la envidia que pide el sacrificio
y se escuda a la sombra del poder
para efectuar sin culpa el magnicidio.
El reo es Rey
sagrado,
se oculta en las tinieblas su valido,
su triple negación
es llanto suplicante del laurel del martirio.
La hipocresía
muestra la humana cobardía.
La rama verde es pasto de las llamas
bajo el injusto fuego del odio y la calumnia.
El mundo elige, incrédulo, el poder que le allana,
el malvado recibe el aplauso cautivo
de manos profanadas.
Se cumplió la ordalía del heraldo
y la aurora despliega las esplendentes alas.
Ya se anuncia
en el aire la Semana santa: azahar, jazmín, claveles,
nardos, violetas o lirios morados dicen de la huida del
invierno y nos hablan de primavera: pasión, devoción,
cantes y rezos. El fervor religioso llena las calles de
nuestra Andalucía. Tambores, cornetas y palmas anuncian
la llegada de Nuestro Señor a lomos de una burra
y su pollino, el pueblo entero reboza de felicidad al tener
entre ellos al hijo de Dios.
Al proponerme
anunciar la semana santa mi primer pensamiento fue: rememorarla
desde mi niñez, cuando empezó mi fervor cofrade.
Son recuerdos
de carracas que anunciaban los oficios, de, (no pongas la
radio que murió el señor). Recuerdos de aquellos
jóvenes portando unas sencillas andas de madera.
Y pensamientos
de cuando sea mayor yo también lo llevaré.
Y como no el recuerdo de la primera vez que entró
la imagen de Jesús en mi casa, que impresionante
y que grato a la vez para un niño de siete años.
Viernes santo
Procesión,
mantillas, velas y silencio acompañando a Jesús
amarrado a una columna, azotado con la vista al padre, Jesús
cargando con la cruz de la pasión, Jesús muerto
en la cruz a la cual tuvo sus manos y pies clavados, Jesús
en la urna de cristal y madera custodiado por 4 Ángeles…y
su madre, nuestra madre, con la expresión de dolor
contenido, mientras lagrimas de dolor, resbalan por sus
mejillas marfileñas. ¡Oh madre dolorosa!
Corrían
finales de los ochenta y, el declive de la Semana Santa
Jayenusca era latente. Este año no sale tal o cual
imagen se decía aquellas tardes de Viernes Santo.
No hay quien lo lleve se rumoreaba. Así un grupo
de jóvenes firmamos un compromiso con la tradición,
la cultura, la fe… y nos pusimos manos a la obra y
con toda la ilusión por no perder una de nuestras
tradiciones más arraigadas. En un mes estábamos
en la calle con nuestro cristo y la grata sorpresa de que
otros grupos de jóvenes corrieron la misma suerte.
Y es así ahora cofrades, vecinos, foráneos
que doy gracias al Señor por cruzarnos en su camino.
¡Gracias
señor!
No moverlo,
despacito.
¿No veis que esta sangrando
y es un cuerpo bendito?
Paso firme costalero.
Que no te falten fuerzas.
Que no decaiga tu esmero.
Alíviale la picazón
de su espalda fustigada.
Conviértete en el paño
que seque su frente cansada,
para que descanse su mano,
esa mano ilusionada,
en la promesa divina,
de la resurrección anunciada.
Se acerca el
viernes de dolores y Jayena comienza a destilar pasión
a los cuatro vientos. Nuestra virgen dolorosa atraviesa
tímidamente la puerta de su iglesia a hombros de
sus portadoras, mujeres Jayeneras que desde que vienen al
mundo, ven en su virgen a su madre celestial. Comienza la
procesión preludio de todas las emociones q nos aguardan
durante esta semana de pasión y resurrección.
Un recorrido por el casco antiguo, lleno de silencio, oración,
cánticos, velas e incienso, adornando todo esto la
profundidad del sentir.
Tras esta demostración de fe, amanece el domingo
de ramos, y Jayena comienza a transformarse en aquella Jerusalén,
mientras el gentío recorre la distancia entre la
ermita y la iglesia, en una procesión llena de palmas
y ramas de olivos llenando las calles y dejando que al menos
por un día los sentimientos se aplaquen y el corazón
disfrute.
Quien diría
que cualquier rincón de nuestro pueblo no podría
ser ese huerto de los olivos donde apresaron a Jesús,
una Jerusalén que se hace grande para acoger por
sus calles, al dios hecho hombre. En ese miércoles
santo el ocaso del sol es el mejor escenario para dar paso
al vía crucis, hecho por los mas jóvenes,
jóvenes q serán los futuros costaleros y costaleras,
pequeños costaleros que portan a su Jesús
Nazareno y a su virgen. Los miro y me reconforta saber que
la sabia nueva hará que nuestra semana santa perdure
a lo lago de los años como máximo exponente
de la fe cristiana.
Y por fin, el
día grande de Jayena, ha llegado. Ese día
el cual todos esperamos, ese día en el que nuestro
pueblo se prepara para adorar al que dio la vida por todos
nosotros.
“Amanece
el viernes santo”.desde muy temprano. Las hermandades
bullen de gente. Hay que preparar los tronos, planchar los
trajes, hay que tenerlo todo a punto para que cuando llegue
las diez de la noche, ese gran momento esperado durante
todo el año se haga realidad y comience esa gran
muestra de fe sobre el maestro y su santa madre, esa que
siempre estará ahí como la nuestra misma.
Los azotes
desgarran su figura
con la mano brutal de la injusticia,
del desprecio, del odio y la malicia
de un mundo anonadado en su hermosura.
Atado a la
columna del dolor,
el cuerpo malherido, lacerado,
es oblación de excepcional amigo.
Le fustigan
con fuertes latigazos,
le flagelan con pesos en la cuerda.
Cesan de cuando en cuando, que no pierda
la vida por continuos cimbronazos.
Le arrancan
piel y carne en mil pedazos
los sádicos soldados, y así muerda
su humillación, el barro le remuerda
y afirme que Satán le ató en sus lazos.
Suenan los primeros
sones del ronco tambor y las cornetas, y Nuestro Padre Jesús
atado a una fría columna hace su aparición
en la puerta de su templo. Al mirar su cara de dolor y resignación
se me vienen a la memoria recuerdos de cuando mi padre me
contaba como aquella fría noche de invierno en la
que adquirió la talla llovía, gotas de agua
comparables a las lágrimas de dolor de una madre
al ver a su hijo sufriendo por la humanidad. Tras esos momentos
de reflexión como quien ve su vida reflejada en un
espejo, vuelvo al momento, y veo con orgullo a esa bella
talla, mecida por los costaleros, como se adentra con paso
firme en las calles de Jayena acompañada por el color
blanco y morado de los penitentes que con sus cirios alumbran
el largo camino que aún queda por recorrer hasta
bien entrada la madrugada.
Sobrelleva la Cruz de su agonía
descarnando sus pies en la andadura.
Sube por el sendero, con dulzura,
a cumplir la sagrada profecía.
Es la soberbia
humana, deicida,
la insoportable cruz de su interior
que causa la caída y el desgarro.
Cargado con
la cruz de salvación
camina el redentor, desamparado,
es el justo, por odio condenado
a morir, acusado de traición.
Lleva a cuestas
la cruz del desamor,
su peso es superior al del madero,
símbolo de su Reino universal.
Jesús Nazareno,
Señor de las Paquitas, siempre te recuerdo saliendo
de la Iglesia, llevando sobre tu divino hombro la pesada
carga de la cruz, vistiendo morada túnica, el cuerpo
encorvado, triste, dulce y serena la mirada y mostrando
en tu rostro la sublime expresión del dolor deificado
y como cirineo tu hermanos, esos que nunca te abandonaran
por muy pesado quesea el madero. Un redoble de tambor señala
el comienzo del camino y un capataz, con voz firme y vigorosa,
grita a tus santeros:
¡Arriba!
¡Con fuerza! Convertíos en el Cirineo que ayude
a nuestro Señor a caminar. Abrid vuestras almas,
que la gota de sangre del que arriba lleváis se mezcle
con la vuestra y os fundáis en un perfecto matrimonio
de lo divino y humano. Que sus pies, que caso descansan
en vuestros hombros, sean los que verdaderamente anden,
el áspero calvario se convierta en limpia senda de
esta bendita tierra ¡Arriba con El!
Pies y manos
le clavan sin luchar.
Sus brazos en la cruz, escarnecido,
son un abrazo abierto a quien le ha herido,
consagración de amor sobre el altar.
La ingrata
humanidad le ha ajusticiado.
Su queja, su clamor, su amante celo
extraña de su Padre el fiel consuelo:
¡ Dios mío!, ¿por qué me has
abandonado?
La voluntad
de Dios está cumplida,
deposita el espíritu en su mano,
y muere por amor al deicida.
Entre las sombras
de la noche todos miran a Cristo, rezan ante la dramática
expresión de su agonía. Agonía de hombre
que padece la angustia de todas las muertes, todos al mirarle
sufren con él, adivinando la fiebre que le hunde
en el cuerpo las uñas de la fe, el vibrante escozor
de la garra ardiente de las manos, el dolor de las arterias
que ayer llevaban las dulzuras de la vida y hoy se convierten
en dogales aprisionantes, ante trance supremo se pasar la
soledad humana de la muerte. Al contemplarlo parece que
nos habla queriéndonos decir que sólo saber
vivir quien bien se muere. Entre una larga fila de enlutados
penitentes, altos capirotes, hachones encendidos en la noche,
el Cristo de la Buena Muerte camina, doblada la cabeza,
lleno el rostro de paz, la desazón partida, vencedor
por amor de la muerte, dulce muerte que ya no tiene el signo
trágico de una guadaña ensangrentada por emblema,
sino expresión de paz y reposo infinito.
Tembló
la tierra, el cielo ennegreció,
un centurión y muchos comprendieron
realmente era Dios al que prendieron
y para ellos la Vida comenzó.
El velo del
Santuario se rajó,
el signo de la Antigua Ley perdieron,
con una lanza al Bien acometieron
y una fuente de gracias le brotó.
Como el gusano
de las profecías
se revela ante el mundo el nuevo Abel,
el Ser que descendió de las alturas.
El hijo de
María es el Mesías,
es el Rey que unifica esta Babel
y destierra las lápidas oscuras.
El color negro, confundiéndose con la noche, hace
su aparición el Viernes Santo. Es el dolor y el sentir
por el ser querido, es la tristeza por el funeral de Cristo.
Los penitentes,
capiruchos de siempre, van formando las alas que harán
levantar el vuelo a la Venerable Cofradía del Santo
Entierro. Su paso, portado por anónimos costaleros
que se unen al golpe del mazo, es siempre acompañado
de un delicado silencio y de una clarificadora penumbra
que viene a reflejar, en su puesta en escena, el sufrimiento
y la consternación de un tránsito.
Se va y se
vuelve a Cristo por María,
la Virgen Dolorosa y Madre nuestra,
que en el ritual de la Pasión se muestra
sufriendo ante la Cruz lenta agonía.
Tus dolores
sintamos noche y día,
ya que tu amor de Madre nos demuestra
que no hay pena en el mundo como vuestra
triste aflicción y dolorosa vía.
Por ti vamos
a Cristo. Tus dolores
se asocian en la cumbre del Calvario
al valor de su sangre generosa.
Muriendo por
nosotros, pecadores,
nos da Dios en legado hereditario
a su Madre, la Virgen Dolorosa.
Su Virgen, que
ya está preparada. Ha sido vestida cuidadosamente,
se ha decorado su paso con elegancia, se han colocado las
flores que despedirán un olor peculiar mezclado con
el humo de las numerosas velas que la alumbran y que espera
paciente como cualquier Madre sumisa, a que llegue la hora
de acompañar a su hijo por las calles del pueblo.
Permíteme
Señora que, con estremecida emoción, me prodigue
esta noche en alabanzas hacia Ti.
Madre de Dios
y Madre nuestra, que nos socorres en los momentos más
difíciles, que con esos ojos luminoso y misericordioso,
me haces pensar que una de las más bellas ocupaciones
de tu amor maternal es mirar y guiar nuestros pasos, a veces
equivocados o perdidos, y Tu, como Madre bondadosa, atenta,
vigilante, nos corriges y nos señalas la senda recta
para llegar a tu hijo, Dios Nuestro Señor. Qué
contenta te sentirás, aunque no mitigue del todo
tu dolor, cuando tus fieles, año tras año,
abrazan tu trono para procesionarte hasta mil veces si hiciera
falta.
Infatigables Marianos
que el brillo de sus ojos dice claramente que lo hacen por
penitencia y amor hacia Ti ¡a su Virgen de Los Dolores!
Y Tú, de alegría, tus penas alivias y bajo
Tu manto a todos acoges.
El final de mi
pregón será parecido al principio. Voy a terminar
también dando las gracias.
Gracias a todos
los que ya no estáis entre nosotros, y que hicisteis
por mantener, mejorar y transmitir nuestras tradiciones
de Semana Santa.
Gracias a todos
los que hoy hacen nuestra Semana Santa: hermandades y cofradías,
a los anónimos capiruchos, a las elegantes damas
de mantilla, a los esforzados costaleros, a los monaguillos
a los que forman parte de las distintas bandas de música
y a todos los que contemplan el paso de las procesiones
desde los balcones de sus casas o desde las aceras de nuestras
calles.
Gracias a los
mayores que organizan, y a los niños que hacen el
Via Crucis el miércoles, porque ahí está
nuestro futuro.
Y finalmente voy
a terminar con un deseo. El deseo de que, cuando los que
estamos aquí reunidos ya no estemos en este mundo,
más allá de nosotros, más allá
de nuestros hijos, mas allá de los hijos de nuestros
hijos, por siempre y para siempre....