V
Pregón de Semana Santa de Jayena
Don José Yeray Socorro Santana
Iglesia Parroquial del Santísimo Sacramento
6 de abril de 2014
Dijo una voz popular
¿quién me presta una escalera
para subir al madero
para quitarle los clavos
a Jesús el Nazareno?
¡La saeta,
el cantar
al Cristo de los gitanos,
siempre con sangre en las manos,
siempre por desenclavar!
¡Cantar
del pueblo andaluz,
que todas las primaveras
anda pidiendo escaleras
para subir a la cruz!
¡Cantar
de la tierra mía,
que echa flores
al Jesús de la agonía,
y
es la fe de mis mayores!
¡No eres
tú mi cantar!
¡No puedo cantar, ni quiero
a ese Jesús del madero,
sino al que anduvo en la mar!
Señor Párroco
de la Parroquia del Santísimo Sacramento de Jayena;
Señor Alcalde e Ilustrísimas Autoridades;
Hermanos Mayores y Representantes de cuantas cofradías
se den cita esta tarde en este lugar; señoras y señores
todos.
He de confesarles
que cuando hace algunas semanas se me propuso la labor de
pregonar la semana santa de este pueblo el primer sentimiento
que recorrió mi cuerpo fue el de miedo, al tener
la responsabilidad de dirigirme a un pueblo que considero
mi segundo hogar. Pero finalmente aquí me tienen
lleno de ilusión y con las ansias de hacerles llegar
mis experiencias y sentimientos más profundos. No
obstante considero que son ustedes, habitantes de Jayena,
los que deberían de estar hoy en este atril, siendo
yo el que aprendiera de sus experiencias y su gran hacer,
ya que sin muchos de ustedes estos actos de fe no se podrían
hacer realidad. Antes de nada quiero agradecer a la Junta
de Cofradías de Jayena por haber confiado en mí
para esta tarea, sin olvidarme también de todas esas
personas, que estando o no presentes esta tarde, me han
animado y apoyado en este camino.
Tras días
de frio y duro invierno, con los primeros días de
la primavera el fervor de los fieles comienza a florecer
en sus corazones como lo hacen los almendros en flor. Las
cererías agilizan su trabajo; los músicos
sacan brillo a sus instrumentos; las floristerías
comienzan a llenarse de fragancias y colores de la naturaleza;
orfebres, carpinteros, doradores, bordadores y demás
artesanos trabajan a destajo para tener a punto pasos y
tronos que ensalcen la pasión, muerte y resurrección
de nuestro Señor Jesucristo. Las hermandades se esmeran
en dar lustre a sus enseres y comienzan a llenarse las calles
de movimiento cofrade.
Como el resto
de localidades, el pueblo de Jayena no es ajeno a estos
acontecimientos. Tras asistir al nacimiento del Mesías,
comienzan los preparativos para rendir homenaje como se
merece al que ha de salvar al mundo. Las distintas hermandades
empiezan a pulir detalles para tenerlo todo a punto y hacer
de esta Semana Santa un acontecimiento digno de reconocimiento
y admiración por todos aquellos que la viven y sienten.
Aún se
vienen a mi mente recuerdos del primer año en el
que este pueblo compartió conmigo su Semana Santa.
Con antecedentes en la Semana Santa de mi ciudad, Las Palmas
de Gran Canaria, llegué a este lugar con ganas de
descubrir los entresijos de una realidad que se me presentaba
como desconocida, pero a la que llegaba con ganas de conocer
y sobre todo vivir. Desde un primer momento se me abrieron
las puertas y me sentí como uno más en este
pueblo, demostrándome muchas personas su afecto y
valía. En este momento, y si los presentes me lo
permiten, quería hacer una especial mención
a una mujer que si por algo se caracterizó fue por
su amabilidad, cariño, predisposición y sobre
todo afecto hacia mí. Gracias María del Carmen
López Sánchez, para mí vecina Mari,
por haberme dado la oportunidad de conocerte.
Te acompaño
en la calle de la amargura
Virgen de los Dolores, bendita y pura.
¿No ves mi llanto?
Mi corazón te llama, te necesita
no me abandones nunca, Virgen bendita
para vivir, tu amparo me es necesario
y quiero seguir tus huellas hasta el Calvario,
y cuando allí a tus plantas, llore y me aflija
piensa que eres mi madre y desde mi trabajadera
te ofreceré mi vida entera.
Cae la tarde del
Viernes de Dolores. El sol anuncia su retirada y las puertas
del templo se abren para presentar al pueblo a su Virgen
Dolorosa. Portada a hombros, las mujeres jayeneras dejan
a un lado sus quehaceres para entregarse en cuerpo y alma
a su Madre María. Hileras de velas alumbran su camino
mientras que las oraciones y los cantos la acompañan
por la zona antigua del pueblo, preludio de lo que se vivirá
en los siguientes días, ya que llegando el Domingo
de Ramos desde la Ermita de San Antonio hasta las puertas
de este templo las palmas y olivos darán la bienvenida
a nuestro Señor Jesús a lomos de una burra.
El corazón de jóvenes y mayores reboza alegría
al encontrarse con el Mesías, su Salvador.
Desde este día
hasta el Miércoles Santo, en los hogares de Jayena
se notan los preparativos del día grande de su Semana
Santa, en los que preparar las mantillas, los trajes, los
guantes blanquecinos y las medallas de cada Hermandad, se
mezclan con olores y sabores propios de estos días,
en los que las tan esperadas tortitas hacen su aparición.
En el ecuador
de esta semana de pasión, Miércoles Santo,
tendrá lugar un acontecimiento importante en el que
los protagonistas serán los más jóvenes
costaleros y costaleras de este pueblo, los cuales portarán
a Jesús Nazareno y la Virgen en unas sencillas y
pequeñas andas, no comparables en tamaño al
sentimiento de amor que se palpa en sus pequeños
corazones. Al mirarlos me siento orgulloso de saber que
gracias a ellos esta Semana Santa perdurará en el
tiempo, pasando de generación en generación
como máximo exponente de la fe cristiana.
Tras asistir a
la última cena de nuestro Señor Jesús,
amanece el día grande de la Semana Santa de este
pueblo. Desde primera hora, las calles comienzan a destilar
fervor y devoción. Las distintas cocheras se llenan
de flores, velas y hermanos que primorosamente preparan
cada uno de los pasos que horas más tarde representarán
la pasión y muerte de nuestro señor.
SILENCIO, Jesús
ha muerto. Con las primeras horas de la noche, el sonido
de las primeras cornetas sirve como preludio para saber
que nuestro Señor Jesús desea entregarse a
su pueblo y ser venerado por él. Comienzan a llegar
los fieles portando velas, luz que alumbra el camino de
una larga noche y las primeras saetas dan sonido a un largo
camino de pasión y dolor.
Atado a esa
columna
testigos te vieron sufrir,
muchos fueron los azotes,
muchos, casi mil.
Si de tu lado
me fui
no por eso te he olvidado
pues aún te quiero más
cuando estoy más alejado.
Santo Cristo
de la Columna
de rodilla me postro a tus pies,
te pedimos tu protección
te pedimos, de tu merced.
Jayena en ti
tiene
puesto su amor y su fe.
Danos tus bendiciones,
concédenos este bien.
Se abren las puertas
del templo y se ve a lo lejos la imagen de nuestro Señor
Jesús atado a una fría columna. Los primeros
sones de una marcha lenta y triste sirven de base a los
pasos de una cuadrilla de costaleros, que dejando de lado
el peso que sobre sus hombros llevan, muestran, orgullosos
ante su pueblo a su venerada imagen. Junto a ellos, toda
una hilera de nazarenos acompañan con su luz y devoción
el triste y doloroso cortejo.
Caminando con
su cruz,
va el señor ensangrentado,
y María no comprende,
el porqué es maltratado.
Burlones por los caminos,
a escupitajos le claman,
¡ eres rey de los judíos!
y con espinos proclaman...
Tras el Señor
atado a la Columna, lentamente con las rodillas flexionadas
e inclinado hacia adelante por el peso de la cruz, sale
el Nazareno entre lirios y claveles. ¿De qué
te acusan Nazareno? ¿Cuál es tu pecado? Pero
sus ojos sólo aciertan a decir “amaos unos
a otros como yo os he amado”.
Señor
de la buena muerte,
Rey de reyes crucificado,
hasta el calvario te han llevado,
entre todos, maltratado.
Ahí quedaste enclavado,
nunca solo, siempre acompañado,
por un pueblo
que su amor siempre te ha demostrado.
Tras el peso de
la cruz, sale nuestro señor de la Buena Muerte, colgado
de un madero, desnudo y maltratado. Su rostro denota dolor.
La madera se convierte ahora en signo de muerte, viendo
al hombre colgado en la cruz, sintiendo así el dolor
de sus manos y pies clavados, convirtiéndose su dolor
en sentir de un pueblo abandonado.
Frío
sepulcro… Cavado en la roca
Lúgubre morada
Reposo ultimo… De la materia humana… De Jesús
Silente… Testigo
En el milagro de su resurrección
Descansa… Jesús
El corazón
de los jayeneros se encoge al contemplar a su señor
inerte y sin vida custodiado por cuatro ángeles que
le preparan su camino al cielo. Lento avanza por Calle Tesoro
el pálido cuerpo de Jesús fallecido. Ahora
sí que la profecía se cumplió y nuestro
Señor Jesús la vida dio.
¡Qué
espada de dolor, Virgen María,
mirar a Dios, tu hijo, maltratado,
el verlo con la cruz desamparado!
¡Qué luz de sufrimiento en negro día!
Cerrando el triste
cortejo, se haya la imagen de una madre triste y rota de
dolor. En su corazón palpitan aún las vivencias
junto a su hijo y su rostro desencajado es signo del dolor
de una madre que acaba de perder al fruto de su vientre.
Sus manos claman una explicación, pero no existe
consuelo a tan injusto sufrimiento. Su pueblo la consuela
y su manto de luto se confunde con la fría noche
jayenera… es la Virgen de los Dolores.
Tras una noche
de pasión y muerte la mañana del sábado
se muestra como un espacio de reflexión y asimilación
de todo lo vivido horas atrás. El señor Jesús
ya no se encuentra entre nosotros pero la esperanza de que
en unas horas resucitará y volverá a guiar
nuestras vidas, constituye un aliciente al que los cristianos
nos agarramos con fuerza y fe.
Llegan las doce
de la noche y las campanas pierden su mordaza para dar paso
a un repique que nos anuncia que Jesús ha resucitado
y vuelve a estar a nuestro lado. Los fieles, con cirios
en sus manos, cantan jubilosos al sentir que su Dios ya
no se encuentra entre sábanas blancas sino que por
el contrario ha ascendido al cielo desde donde los amparará
y cuidará.
Con la llegada
del domingo se pone fin a una intensa semana de encuentros,
preparativos y sobre todo muestras de fe, en las que un
pueblo entero clama sin cesar…. Aleluya, Aleya, ha
resucitado.
Para dar punto
y final a éste, mi pregón, quiero volver a
dar las gracias. Gracias a las distintas Cofradías
y Hermandades, a sus hermanos, a todas aquellas personas
que forman parte de los cortejos penitenciales (nazarenos,
mantillas, costaleros, monaguillos y componentes de las
bandas de música, entre otros); a las personas que
alumbran nuestro camino cada Viernes Santo y a las que desde
sus balcones hacen que nuestra penitencia sea menos pesada.
Quiero hacer mención especial a la Cofradía
de Nuestro Señor Amarrado a la Columna de Jayena,
por ser la cofradía a la que pertenezco la cual me
ha brindado desde siempre la oportunidad de sentirme como
un jayenero más.
Acabo estas líneas
deseando que cuando ya no estemos aquí otras personas
sigan nuestro camino y que las tradiciones, historia viva
de un pueblo, no se olviden jamás. Por todo ello
sólo me resta decir ¡Viva Nuestra Semana Santa!