VI
Pregón de Semana Santa de Jayena
Doña María Auxiliadora Castillo Correa
Iglesia Parroquial del Santísimo Sacramento
7 de marzo de 2015
Hermanos Mayores
y Representantes de cuantas cofradías se den cita
esta tarde en este lugar; vecinos de Jayena y demás
villas aquí presentes, señoras y señores
todos.
Deseo manifestarles mi agradecimiento por la confianza que
me prestan la Hermandad de cofradías de Jayena, empezando
por Nuestro Padre Jesús Nazareno que han pensado
en mí para participar en este evento, Cristo de la
Buena Muerte, Santo Sepulcro, Nuestra Señora de los
Dolores y me informan que Nuestro Señor de la Columna
no sale este año, desde aquí les deseo que
solventados sus problemas, se llenen de ánimo para
acudir nuevamente al próximo. Honrar y exaltar el
trabajo de cada hermandad, imprescindible, callado y poco
agradecido, que permite a Jayena sentir su Semana Santa.
A todos ellos, a los presentes y ausentes que no he mencionado,
me reitero en mostrarles mi eterna gratitud por la oportunidad
que me brindan. Para mi es un honor y un privilegio estar
hoy aquí.
He de confesarles que ante la propuesta que se me hizo,
pensé: “¡que temeridad por su parte ofrecerme
este encargo!”, ¡y qué osadía
la mía aceptarlo!, pero recordé los tiempos
vividos en esta tierra donde he reído y he llorado,
perdí a mi padre, he visto crecer a mis hijos por
sus calles y he cosechado el tesoro más grande que
se pueda tener, la amistad y el cariño de sus gentes.
¡Como negarme si llevo a Jayena en mi corazón!
Me he planteado que tema puedo tratar en este pregón,
ya que carezco de veteranía cofrade ni soy una erudita
de las letras. Desde mi humilde posición de ama de
casa y madre, pensé en transmitirles de forma sencilla
mi sentir de cristiana y creyente, a continuación
quise saber la opinión de la calle sobre el significado
de la Semana Santa:
-Que
es la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús
de Nazaret.
-Una tradición que se remonta cuatro siglos atrás,
en el Barroco, y que nos recuerda que somos cristianos.
-Muchos, una excusa para tener vacaciones y ver la idiosincrasia
y folklore de nuestros pueblos.
-Incluso la ven como algo lejano que ocurrió hace
II milenios y que se irá perdiendo al igual que
la fe, porque es trasnochado, anticuado y caduco.
Caduco… ¿Pero somos conscientes quizás
de lo cercano que es este tiempo litúrgico
para nosotros? ¿De las similitudes que tiene la Semana
Santa con el devenir de nuestra vida? No, no apreciamos
el paralelismo de los acontecimientos con nuestras propias
vivencias. Vamos pues, hagamos un recorrido para percibir
la semejanza con ellas.
El Domingo de
Ramos celebramos la entrada triunfal de Jesús en
Jerusalén donde todo el pueblo lo alaba como rey.
Es tiempo de alegría, nos reunimos en la ermita de
San Antonio y saliendo en procesión llegamos a la
iglesia del Santísimo Sacramento con palmas y ramitas
de olivo para su bendición. Las celebraciones religiosas
están entremezcladas con la vida de los pueblos y
de sus gentes ¿Quien no acude a la iglesia cuando
se la necesita?: en bautismos, comuniones, casamientos y
sobre todo en fallecimientos…y ¿qué
me decís de la romería? donde San Antonio
entre vítores y cantos rocieros es llevado al Bacal
y gentes nativas y foráneas comparten tiempo de asueto
entre comida, bebida y baile. ¿No os recuerda a la
algarabía y júbilo del Domingo de Ramos?
Terminado el disfrute, sigue la vida con su rutina incansable,
trabajo, familia, amigos. Pero un día trae acontecimientos
inesperados…De repente, nos damos cuenta de un hecho
que no acabamos de entender. La traición salta como
chispa en el crepitar de la lumbre. Traición de un
amigo del que hemos aprendido duramente a no fiarnos, de
la pareja que cayó sucumbida ante el susurro de un
“te quiero” y tira por la ventana años
de amor, dedicación y respeto en medio de disputas
y malos tratos, nuestro vecino que nos mete en un pleito
por medianerías, o del compañero de trabajo,
asociación o partido que nos engaña y que
es capaz de vender su honradez por dinero.
¡ Ay, Dios mío! ¡Cuantas cosas suceden
por la envidia, el poder o la codicia!, ¡Cuanto Judas
hay por el mundo, cuanto maldito descerebrado de egoísmo
extremo! ¿Quién no ha sentido la traición
rondando a su alrededor como viento helado de frío
invierno? Dura lección que no sabemos ver.
En cambio, no nos paramos a reflexionar el sentido del Jueves
Santo, la celebración de la Última Cena de
Jesús con sus apóstoles en la que les lavó
los pies dándonos un ejemplo de servicialidad. Es
un gesto del que todos deberíamos aprender, ahí
no hay egoísmo, Jesús se queda con nosotros
en el pan y el vino, con amor, sin reservas.
El Viernes Santo es el día que recordamos la Pasión
de Nuestro Señor: Su prisión, los interrogatorios
de Herodes y Pilato; la flagelación, la coronación
de espinas y la crucifixión. ¡Nosotros lo vemos
tan lejano!, eso, hoy en día, no nos pasa.
Y una mañana, percibimos rumores en el aire, dimes
y diretes, que envenenan el ambiente permitiendo a nuestros
“prejuicios” salir como el genio de la lámpara
para nublar la verdad. Brotan de nuestras bocas palabras
hirientes que sin reparos escupen:
-“Ese
es un desgraciado, aquella una mala mujer, es un crío,
un viejo, un negro, un gitano, un moro o un cristiano”
Sin saber ni conocer las circunstancias o las razones
que llevan a las personas a actuar de determinada manera,
a igual que los sumos sacerdotes en el sanedrín
nos convertimos en jueces y verdugos, voceamos:
-¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!...
Injurias en un arrebato, sin pensar en nuestros principios
cristianos que nos exigen amarnos unos a otros como Él
nos amó.
O viceversa, somos diana de lenguas viperinas que rápidamente
nos cuelgan etiquetas, nos enjuician, nos calumnian,
nos atan las manos y nos llenan de rabia al contemplar la
injusticia de los hombres. Juicios sin fundamento que nos
dejan huella de por vida ¡Qué dados somos los
seres humanos a dejarnos llevar por las masas! A prejuzgar,
a criticar y a condenar. ¡Y que poco perdonamos!
Después del juicio, vino la flagelación y
la corona de espinas, con terribles latigazos… como
los que nos da la vida. ¡Cuántos latigazos
nos vuelven del revés ese futuro ingenuo y predecible
que teníamos!
Castillos en el aire derrumbados cuando nuestro jefe nos
deja sin trabajo, una carta del banco nos anuncia que después
de tanto esfuerzo nos quedamos sin casa; cuando notamos
un bultito, algo raro en alguna zona de nuestro cuerpo,
sufrimos el deterioro mental de un ser querido que día
tras día se vuelve irreconocible por drogas o demencias
de la senectud, o un inesperado accidente, que te deja sin
familia, destrozándote por fuera y por dentro…
Y tantos sucesos impredecibles, vidas que se quiebran y
se hacen añicos… latigazos que nos hacen saltar
la carne, sangrar el alma.
¡ Qué hacer ante un golpe que te noquea de
esa manera, ante la impotencia, el sufrimiento y dolor!
Afortunados los creyentes, porque en la dicha y en la desgracia
miramos a Dios dándole muestras de gratitud o implorando
su clemencia. Unos simplemente hablando, otros cantándole
canciones, villancicos o saetas, rezando rosarios y plegarias,
pero siempre encontramos paz y consuelo. Hay una sencilla
oración de San Francisco de Asís, además
del padrenuestro y el avemaría, que desde pequeña
me llamó la atención, resume todo lo que le
pido al Señor:
“Dios,
concédeme Serenidad
para aceptar las cosas
que no puedo cambiar,
Valor para cambiar
las que sí puedo,
y Sabiduría para conocer
la diferencia.
Que se cumpla
Tu Voluntad, no la mía…”
Sigamos, a semejanza
del nazareno, camino del calvario, cargando cada uno con
nuestra cruz. Unos la llevarán más soportable,
por la avenida del Mediterráneo, a veces ligera y
levadera, a veces dura y pesada, otros por la calle Tesoro,
insostenible, agotadora, cuesta arriba, tanto que nos falta
el aliento y nos exige una parada para recuperarlo.
Es allí, en plena procesión, cada uno con
su particular cruz a cuestas, donde os insto a que centréis
vuestra atención en los penitentes, mantillas, músicos,
monaguillos y en el esfuerzo de los costaleros que en unión
y a golpe de mazo llevan los pasos.
Fijaos en las divinas tallas que con esmero y primor cuidan
los hermanos cofrades, con tesón año tras
año. Fijaos en la expresión de las imágenes,
en el sufrimiento de Jesús. Su agonía es el
reflejo de la agonía de todos los hombres y fruto
de su maldad. En la de su Madre, resignada, rota de dolor
y desesperación, y acordaos de vuestra madre, si,
la de cada uno, la que tiene paciencia con nuestros malos
modos, la que no duerme con nuestros problemas y no come
para darnos su alimento, que espera con los brazos abiertos,
que a pesar de todo siempre nos quiere. Mirad a la Virgen,
ella representa a nuestras madres, su angustia, su aflicción
es la de todas.
Hombres y mujeres, pobres seres que periódicamente
olvidamos nuestros principios cristianos y le clavamos a
Cristo los clavos, ¡lo crucificamos!… Si, lo
hacemos cada vez que miramos a otro lado cuando el hambre
mata a niños en brazos de sus desesperadas madres,
cuando la pelea lleva al litigio, al enfrentamiento, o la
muerte de una mujer consumada por un marido cegado que no
respeta la vida de su esposa, de vecinos odiados, pueblos
que cargados con cañones de guerra no resuelven sus
miserias, naciones bajo el yugo de la opresión por
políticas, religiones y sin derechos humanos. Si,
nosotros le clavamos los clavos, lo matamos, con nuestros
pecados.
Y sin embargo, resucita. Al igual que la quemada planta
que creemos perdida por las heladas y vemos resurgir brotes
llenos de vida como ave fénix, llega la Pascua. Pascua:
palabra que proviene del hebreo, significa terminación
del ayuno, paso de la muerte a la vida. Es en la Vigilia
Pascual donde surge el milagro.
En el Domingo de Resurrección, cuando celebramos
la resurrección de Cristo, estamos celebrando también
nuestra propia liberación. Es la derrota del pecado
y de la muerte. En la resurrección encontramos la
clave de la esperanza cristiana: si Jesús está
vivo y está junto a nosotros, ¿qué
podemos temer?, ¿qué nos puede preocupar?
También obra el milagro en nosotros, nos llena de
alegría, de luz, de verdad y de vida.
El tiempo pasa, todo se transforma con los descubrimientos
y avances, pero las pasiones humanas no cambian, tendemos
a olvidar los hechos y repetir la historia. Por eso necesitamos
recordar todos los años, porque no podemos perder
ni la fe ni la esperanza, tampoco la Semana Santa.
Caduca y antigua… ¿Quién no ha visto
un reflejo de su vida en este recorrido?¿No os parece
ya familiar? El tiempo pasa pero el corazón de las
personas no cambia. La Semana Santa es como la vida, nuestra
vida.
Hermanos cofrades, autoridades y vecinos, os pido que no
perdáis vuestras tradiciones, vosotros que entendéis
y vivid con tanta naturaleza alrededor, sabéis que
un árbol sin raíces se muere, al igual que
un pueblo que pierde sus costumbres. Mantenedlas y mejoradlas,
abrid los brazos a nuevas generaciones y contagiadlos de
esa divina devoción.
Jóvenes, futuro vivo, incomprendidos y a veces perdidos
en oscuros mundos, abrid los ojos y daos cuenta que el anhelo
de ese mundo sin injusticias, con igualdad para todos, trabajo
y dignidad, ese mundo por el que lucháis, es el mismo
por el que murió Cristo, todos esos ideales ya los
predicó él. Vosotros tenéis la llave
para que no se pierda. Tenéis el brío de la
juventud, las ganas y la fuerza, además, sois maestros
de esa tecnología que os permite capturar la belleza
de vuestro pueblo y su hermosa Semana Santa, vosotros lográis
como nunca que sea tan conocido ¡que navegue por la
red!, ¡que llegue a todos los confines del mundo!,
¡ánimo! Y ¡Seguid!
Cofradías, limpiad el polvo de todo un año,
dad esplendor y adornad los pasos con flores recién
cortadas de suave perfume, el trajín ya empieza.
Penitentes, buscad trajes y capirotes que la procesión
os espera.
Músicos, afinad los instrumentos y ensayad sus acordes
para regocijo de estas gentes.
Mujeres, sacad las velas, vuestras mantillas, acicalaos
y arreglaos que la ocasión lo merece.
Vecinos, honrad con vuestra presencia los actos litúrgicos
en esta iglesia, que se enriquece con el fruto de vuestro
esfuerzo.
Jayeneros, engalanad los balcones, embelleced las calles
y plazas, enalteced vuestro pueblo, enorgulleceros de él,
porque vive, siente y grita: