Pregón
del Recibimiento de Ntra. Sra. de la Caridad
Pronunciado por Don Joseba Rodríguez Iglesia de la Residencia de los Padres Jesuitas
(Bilbao)
17 de enero del año 2004
Sr.
Director de la Residencia de los Padres Jesuitas, Padre
Iñaki Aya;
Señor
Hermano Abad de la Hermandad Penitencial de Nuestra Señora
de Begoña, D. Javier Diago;
Padre
José María Valverde
Quiero
manifestarles mi agradecimiento por haberme dado la oportunidad
de tener unos minutos para pronunciar este Pregón
que sirve de bienvenida a la imagen de nuestra Señora
de la Caridad que podrá ser venerada en este templo
junto con la otra titular de nuestra Hermandad de Begoña
el Santo Cristo de la Humildad.
Sincera
gratitud que hago extensiva a esta Comunidad de los padres
Jesuitas, a los miembros de la Junta Directiva de la Hermandad
de Begoña, Cofrades de la Hermandad de Begoña
y de las demás cofradías bilbaínas,
benefactores de Nuestra Señora de la Caridad, coralistas
del Orfeón San Antón, fieles habituales de
esta iglesia y en general todos aquellos que han acudido
a este acto.
Dios te salve Maria
Llena eres de gracia
Bendita tú eres entre las mujeres
Bendito es el fruto de tu vientre: Jesús
Qué
bien recuerdo aquel estudio del imaginero que te hizo: Enrique
Ruiz Flores, estabas ahí. Al principio había
visto una fotografía donde simplemente eras barro,…
modelado… pero barro; meses después te vi cuando
eras madera,… tallada... pero simple y llanamente
madera. Pero aquél día pude ver trabajar al
artista, al cofrade,... mejor al artista cofrade, teñía
tu cara de aquél tinte marrón que ennegrecía
la aún pobre policromía, y luego la limpiaba.
Veía
cómo te hablaba,... ¡qué mirada! Veía
cómo pedía tu aprobación mientras acababa
la labor. Sus manos mimaban cada esquina de tu rostro y
de tus manos, hasta quedar cubierta de una nueva capa de
patina, que aunque no era la definitiva hacía que
cada vez fueras aún más bella.
Así
nos pasa a los humanos, cuanto más hablamos contigo,
cuanto más te miramos, nos pareces más admirable,
más bonita, más pura. En aquél taller
el artista rezaba, yo rezaba,... en el silencio parecía
oír cómo los ángeles cuchicheaban sobre
tu belleza y, como aquella mujer que se maquilla, al cabo
de unas pinceladas tu rostro era aún más hermoso.
En
la letanía del Rosario te decimos: Casa de Oro, Torre
de Marfil, Arca de la Alianza, Estrella de la mañana,...
Qué merecidos son esos elogios.
Pero
es rigurosamente cierto que tu belleza exterior se corresponde
con tu belleza interior, eres sin duda la criatura más
hermosa, la más excelsa de la creación, no
sólo porque eres tan guapa sino sobre todo por ser
tú misma lo más perfecto que ha pisado la
tierra después de Jesús.
¡Ay
Maria!, cuando veo tu imagen, cuando veo tu cara... veo
algo puro, algo transparente, sin esquinas oscuras, sin
escondrijos impenetrables, algo que realmente se deshace
en Amor, en Sinceridad, en el colmo de las virtudes: Espejo
de Justicia, Asiento de la Sabiduría, Causa de nuestra
Alegría,… Justicia, Sabiduría, Alegría.
“He
aquí la esclava del Señor”. ¿Esclava?
Sí, esclava. Tú nos demuestras que la mayor
pureza está en la esclavitud, en la entrega incondicional,...
en el darlo todo, en el darse del todo. En ella sólo
hay darse. Por eso cuando rezamos el Rosario llegamos a
otra colección de halagos merecidos, y exclamamos:
Virgen Purísima, Virgen fiel, Virgen Clemente,...
Virgen de las vírgenes.
Cada
vez que salgas a la calle, cada vez que te asomes a tu barrio,
el de Begoña, cada vez que lo recorras nos mirarás
a cada uno de los que ahí estemos, Iñaki,
Maria, Ramón; Elena, Iker,.. Y recogerás esas
peticiones, todas y cada una, y las llevarás en tus
manos purísimas para mostrarlas al Altísimo.
Desde
lo más hondo de nuestro corazón te diremos
con aquella oración repetida millones de veces por
miles y miles de cristianos: ¡Acordaos OH Piadosísima
Madre, porque jamás se ha oído decir que ninguno
de los que ha acudido a tu presencia ha sido despreciado
por Vos!
Madre,
eres Madre de Jesús, también eres Madre nuestra
por un afortunado encargo divino. Madre que nunca falla;
mano cariñosa que está en los momentos más
difíciles.
Cuántos
días vendremos a esta Iglesia a mirarte, cuántos
días vendremos a esta Iglesia a hablarte, cuántos
días vendremos a esta Iglesia a pedirte que hagas
de mediadora, y empezaremos por decirte simplemente ¡Madre!,
y volveremos a la letanía: Madre de Cristo, Madre
del Creador, Madre de la Iglesia, Madre de la Divina Gracia,
Madre Purísima, Madre Inmaculada, Madre Amable, Madre
Admirable,… Madre del Buen Consejo.
Y
cuando llegue nuestro último día, nuestro
fin del mundo, el día de la Misericordia, Madre mía
Tú sabrás disculparnos cada una de nuestras
miserias, y engrandecer hasta lo ilimitado cada una de nuestras
pequeñas obras. Madre, te miramos a los ojos, como
desde ahora te mirarán miles y miles de personas,
hombres y mujeres, niños y ancianos, cofrades y no
cofrades, todos aquellos que se agolparán ante el
trono que es tu paso procesional, y te diremos antes que
Maria, Madre.
Y
así volveremos a la letanía: Madre de Cristo,
Madre del Salvador,… Madre del Redentor.
Pero
Maria llora. Algunos dicen: “por qué siempre
ponéis a Maria triste”. No, nunca lo hubiéramos
pensado, nunca hemos dicho que Maria estaba triste. Pero
Maria llora, llora porque el dolor le abate, y las lágrimas
asoman en su rostro. Profundo dolor de Maria.
Ni
en el Cielo ni en la tierra hay sitio para la tristeza en
los hijos de Dios. Pero sí, sí sentimos el
dolor profundo por las cosas más cotidianas, tremendas
… pero cotidianas, por el día a día
de aquellos que han perdido el trabajo, de aquellos que
se han quedado sin sus seres más preciados, de aquellos
que se encuentran postrados ante una enfermedad irremisible,
de aquellos que se encuentran solos. Dolor, en la tierra
hay dolor,… mucho dolor.
También
el dolor extraordinario de la mujer maltratada, de aquél
que siente hambre, de aquél que es explotado, de
aquél y de aquél y de aquél. Dolor
que Maria sintió cuando vio a su Hijo, al Hijo de
Dios, desnudo, humillado, burlado, pero dolor intenso que
también Maria siente con cada uno de nosotros, y
a Maria se le saltan las lágrimas, y a nosotros también.
Pero
Maria no deja que llegue el desconsuelo y cuando nos ve
abatidos, vencidos, atormentados o apesadumbrados se asoma
desde alguna esquina: un día como hoy que nos mira
a cada uno o en una romería festiva y multitudinaria,
o quizá en una peregrinación o en una procesión,
desde un pequeño cuadro de nuestra habitación
o desde un gran retablo de un Santuario, desde un azulejo
en un balcón o desde una hornacina en un edificio,
y sin querer continuamos con la letanía: Refugio
de los pecadores, Consoladora de los afligidos, Auxilio
de los cristianos, Salud de los enfermos…Refugio,
Consoladora, Salud y Auxilio.
Pero
oigo un murmullo, la gente se enerva, se agolpa nerviosa
cerrando la calle. ¡Si ya viene!, ya viene. Es Maria
que viene, después de Jesús siempre está
Maria. Señora quiero morir así, quiero morir
viendo en la oscuridad de la noche, de esa noche en que
seré parido a la vida eterna, viendo ese camino de
luz que se acerca a Ti: Puerta del Cielo. Sí, en
ese reflejo que cada Semana Santa, cada tarde de Domingo
de Ramos puedo vivir, veo ese camino que un puñado
de cofrades señalan con sus cirios de la vida. Madre,
allá en la penumbra de ese incienso humeante que
purifica el camino y que dice que esta es la Madre de Dios,
que es la Madre mía, un reguero de luz deja entrever
entre los candeleros del paso tu cara, a tus pies ese jardín
de flores que Julio a preparado con mimo.
Madre
tus ojos relucen mientras te mueves mecida por los portadores
del paso, esos que lejos de quejarse del dolor por el peso,
se aúnan en levantarte “todos a una”
cada vez más alto: ¡Al Cielo con Ella! Y se
sienten privilegiados por llevar sobre su hombro a Maria,
el Dulce peso de Maria. Sí, también se oye
el murmullo de los corazones encendidos que dicen:
Dios
te Salve
Reina y Madre de Misericordia.
Dios te Salve
A ti clamamos los desterrados hijos de Eva
A ti suspiramos
Gimiendo y llorando en este valle de Lágrimas
Dios te Salve
Y
ya suenan las cornetas, ya truenan los tambores, como un
ejército de ángeles que anuncian “He
aquí a vuestra Madre, he aquí vuestra abogada,
he aquí la más hermosa criatura que Dios eligió
para ser la Madre de su Hijo, he aquí la Inmaculada
Concepción”.
Y
yo como todos salgo de mi incertidumbre, sé que he
llegado al Cielo, y susurrando, como sin aire, ahogado por
la grandeza que me rodea veo a la Reina, la Reina de la
letanía: Reina del Cielo, Reina de Todos los Santos,
Reina de los Confesores, Reina de los Patriarcas, Reina
de los Apóstoles, Reina Asunta al Cielo, Reina de
la Familia, Reina de la Paz.
Madre
mía cógeme de la mano, no me sueltes, guárdame
en tu regazo. ¡Que bien se está a tu lado!
Madre mía no dejes que vuelva la cara ante el que
sufre, ante el que ofende a Dios, ante aquél que
se sirve de los demás o ante aquél que no
ve solución a sus problemas, Madre mía acompáñame
por el sendero luminoso que Dios me ha puesto para llegar
a El sin pérdida.
Sí
Madre mía, cógeme de la mano, y cuando me
una a esos cientos de cofrades fallecidos, presididos por
los tres Hermanos Abades que se fueron a ver a Cristo, Boado,
Urtiaga e Iñaki Goiri, ese que lideró la reinstauración
de la Hermandad hace poco más de ocho años,
y que en el Cielo, viéndote cara a cara, han permanecido
incansables a la espera de que vengas, seguiré implorando
con ellos para que en esta cofradía, la nuestra,
siempre cuentes con muchos que al igual que los enamorados
que nunca cesan de decirse te quiero, y nunca se cansan,
también nosotros lo hagamos ahora en la tierra y
luego en el Cielo.
Por
eso Madre llena de amor, Señora de la Caridad, qué
pocas veces me parecen cincuenta, tantas como las cuentas
de este rosario, que nos dona la esposa de Chuchi Cibrián,
uno de esos cofrades fundadores que se comprometieron aquél
1947 tener dos imágenes procesionales, una de ellas
la tuya, para que te digamos todos los días:
Santa
Maria,
Madre de Dios
Ruega por nosotros pecadores
Ahora yen la hora de nuestra muerte