Presentación
del Cartel de la Semana Santa Padul 2012
Presentó Don José Antonio Hidalgo Ramos
Centro Cultural Federico García Lorca
3 de marzo del año 2012
Buenas Noches a todos:
Antes de empezar mi presentación del Cartel, quisiera
hacer llegar mi más sincero agradecimiento, a todos
aquellos que han confiado en mí para llevar a cabo
este acto, lo que supone un gran honor.
Junto a ellos quiero felicitar a Elizabeth Romero García
por su buen hacer fotográfico, plasmando este magnífico
grupo escultórico de Nuestro Padre Jesús en
Oración en el Huerto de los Olivos, del autor Navas
Parejo, en un entorno incomparable teniendo como fondo la
torre de nuestra iglesia.
Espero, no defraudaros en el cometido que me habéis
encomendado, lo que si os puedo decir, que lo haré
desde lo más profundo de mi corazón y que
en el quedarán plasmados mis sentimientos, recuerdos
y sensaciones que en mí producen el pertenecer a
una cofradía a la que quiero, porque supo acogerme
en su seno y hacerme uno de ellos.
Para mí, hablar de "La Oración del Huerto"
como popularmente la conocemos, es hablar de un espíritu
cofradiero que recorre mis venas y que me da fuerza para
crecer en la fe ya que ser cofrade de esta cofradía,
imprime carácter y te hace vivir la Semana Santa
con un fervor y una disposición especial para materializar
en la calle la catequesis plástica de la Pasión
de Nuestro Redentor, con la firme creencia de que con la
aportación de cada uno de nosotros, renovamos año
tras año esta realidad.
Gracias a todos, a los cofrades y al pueblo entero por hacerme
vuestro, para poder disfrutar de lo mucho y bueno que cada
año reproducimos. Hoy me siento orgulloso de estar
en este escenario, pero lo más importante es tener
vuestro apoyo y amor de hermanos cofrades.
Señor Alcalde, querido amigo Andrés, Autoridades,
Junta de Gobierno de la Federación de Asociaciones
Hermanos Mayores de las Cofradías y Hermandades,
Cofrades, Señoras y Señores.
Hermanos
en Cristo:
Jesús ora en el Huerto de los Olivos porque su vida
toda, es una continua relación con el Padre del Cielo.
El "hágase tu voluntad y no la mía",
marca la vida obediente del Hijo hacia su Padre amado. Es
la confianza plena del que siente que se le escapa la vida,
del que está sujeto al sufrimiento de este mundo,
del que conociendo su debilidad humana se deja llenar por
la fortaleza divina.
Cristo agarrado a la tierra de los huertos de Jerusalén,
que suda la sangre del que está entregando su vida,
se deja acompañar del único que siempre es
fiel. Los discípulos que lo acompañan se han
dejado vencer. El cansancio, la tristeza, la desesperanza,
han cargado sus ojos de sueño. Han flaqueado los
que tenían que velar con Él al menos una hora
y lo han dejado sólo. ¿Sólo?
Un ángel lo conforta. La muerte está próxima
pero no es el final. La Cruz da comienzo a un nuevo día,
lleno de vida y de Resurrección. Pero en este momento
el dolor es insoportable. Queda por delante toda la Pasión.
¿Pero no ha sido ya una Pasión toda la vida
vivida ... ?
Quedan lejanos los días de Nazaret, cuando La Madre
enseñaba aquellas primeras oraciones al Niño
pequeño: "Escucha Israel, el Señor tu
Dios es solamente uno". Y aquellas oraciones son las
que luego ayudaron a poder enseñar a sus discípulos
que hay que "amar al Señor tu Dios con todo
tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente"
y que desde ese amor "amarás a tu prójimo
como a ti mismo" (Mt. 22, 37-39).
Aquellas pequeñas oraciones fueron creciendo y prepararon
el oído para escuchar la Palabra de Dios. Como el
niño Samuel o el profeta Isaías; al igual
que nuestro padre Abrahán o que Moisés con
las Tablas de la Ley. Jesús dialoga continuamente
con el Padre y oye con júbilo la frase más
cariñosa que nunca se ha proclamado: "Tú
eres mi Hijo amado, en Ti me complazco" (Mc.1, 11).
Y en ángel que está delante se sigue haciendo
verdad ese amor. El Padre no abandona al Hijo, lo sigue
amando en medio de tanto sufrimiento.
El Hijo amado sabe la misión que tiene por delante,
difícil y dolorosa, pero llena de esperanza y de
compromiso por el que sufre, por el pobre, por el derribado
por el mal. Misión de perdón y de reconciliación,
misión para hacer hombres nuevos que se dejen quitar
el corazón de piedra y se dejen poner corazones de
carne iguales al suyo. y por eso su llamada es una urgente
conversión a encontrarse con el Padre a través
del Hijo: "El que quiera venir en pos de mí,
que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz
y me siga. Porque, quien quiera salvar su vida la perderá;
pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio,
la salvará"(Mc. 8, 35-35).
Los caminos de Galilea están por delante, llenos
de personas que buscan sentido a sus vidas, que buscan a
Dios y a veces sin saberlo. Comienza la predicación
y los signos que el Reino está cerca. Hay tanta gente
y tanto que hacer que no dejan tiempo ni para comer. Es
necesario sacar fuerzas para la tarea, para la vida, y Jesús
sabe que sólo hay manera de hacerlo; por eso "se
levantó de madrugada, cuando todo estaba muy oscuro,
se marchó a un lugar solitario y allí se puso
a orar" (Mc. 1, 35). 'La oración, el encuentro
con el Padre, hace que se vea mejor la misión, que
se tomen fuerzas para llevarla a cabo. La oración
sigue siendo el momento de sentirse profundamente amado
por Dios, y de poder decirle te amo. La oración,
y sin ese momento de encuentro todo pierde el sentido.
Es oración cuando en Nazaret lees al profeta Isaías"
el Espíritu del Señor está sobre mí,
porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar
a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y
a los ciegos la vista; a poner en libertad a los oprimidos;
a proclamar el año de gracia del Señor"
(Lc. 4, 18-19). Es oración cuando afirmas "hoy
se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír"
(Lc. 4, 21), porque ha empezado un tiempo nuevo, donde por
ti Dios reconcilia a la humanidad y así podemos hablarnos
en diálogo permanente, en oración continua.
Oración en la que nos enseñas "pedid
y se os dará" porque ¡cuánto más
vuestro Padre que está en los Cielos dará
cosas buenas a los que le piden! (Mt.7,7.11), demostrándonos
que la oración no queda en el olvido, que nuestro
Padre bueno está atento a nuestras necesidades, que
está deseando que nos dirijamos a Él de manera
confiada, que siendo nuestro Abbá, nuestro papá,
quiere siempre lo mejor para nosotros.
La oración es vida y nos hace vivirla desde el Padre.
Lo que hacemos, lo que hablamos, lo que sentimos debe de
salir de la oración. Bello es el ejemplo de la multiplicación
de los panes, donde Jesús "alzando la mirada
al Cielo, pronunció la bendición, partió
los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos
se los dieron a la gente" (Mt. 14, 19). Es en la vida
cotidiana donde se refleja lo que se vive en la oración.
De lo poco puede salir mucho si hay oración de por
medio. Jesús sabe de esa fuerza que brota de la oración,
por eso su alzar la mirada al cielo es fiarse plenamente
del Padre, al igual que en el Huerto, al igual que en la
Cruz.
Cruz de sufrimiento y agonía, de dolor y muerte.
Cruz de redención y salvación, donde el grito
desgarrado" Elí, Elí, lemá sabactaní
(Dios mío, Dios mío, ¿porqué
me has abandonado?)" (Mt. 27, 46), es solo el comienzo
del salmo 22. El despreciado por hacer el bien, el Mesías
sufriente rechazado por sus hermanos, sólo encuentra
la acogida de Dios.
"Me cerca
una banda de malhechores;
me taladran las manos y los pies,
puedo contar mis huesos.
Ellos me miran triunfantes,
se reparten mi ropa,
echan a suertes mi túnica.
Pero tú, Señor, no te quedes lejos;
fuerza mía, ven corriendo a ayudarme." (Salmo
22, 17-20)
Y Dios corre a
ayudar a su Hijo, dando vida y vida para siempre, dando
Resurrección gloriosa y gloriosa oración:
"Contaré
tu fama a mis hermanos,
en medio de la asamblea te alabaré.
Los que respetáis al Señor, alabadlo;
linaje de Jacob, glorificadlo;
temedlo, linaje de Israel;
porque no ha sentido desprecio ni repugnancia
hacia el pobre desgraciado;
no le ha escondido su rostro;
cuando pidió auxilio, lo escuchó" (Salmo
22, 23-25)
La oración
de Jesús también es acción de gracias,
cuando ve que el Evangelio es acogido: "Te doy gracias,
Padre, Señor del cielo y tierra, porque has escondido
estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado
a los pequeños. Sí, Padre, así te ha
parecido mejor" (Mt. 11, 25-26). Los pequeños
de este mundo, los que no cuentan, los últimos que
serán los primeros en el Reino de los Cielos. Los
sabios y entendidos están muy satisfechos con su
dinero, su poder o su fama, con sus intereses o sus ocupaciones,
y no tienen tiempo para el Dios de la vida. Los pequeños
siguen abiertos a la experiencia de Dios. Es la viejecita
que reza ante el sagrario pidiendo trabajo para sus hijos;
es el niñito que pide que el abuelito se ponga bueno;
es la esposa que ora para llegar a fin de mes con pan en
la mesa familiar; es el que mira a la humanidad sufriente
y pide paz, libertad y justicia para todos. ¡Cuantos
pequeños necesita este mundo para construir el hombre
nuevo iguales al Nazareno de Getsemaní!
Y en la oración es donde el hombre se desnuda ante
Dios. Por eso Jesús entiende de corazones y no le
valen palabrerías vacías. ''No todo el que
me dice Señor, Señor, entrará en el
Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi
Padre que está en los Cielos" (Mt. 7, 21). Pero
Señor, ¿no te vale que esté bautizado,
o que vaya de vez en cuando a misa, o que pertenezca a una
cofradía?, ¿no te vale que no robe y no mate?,
¿no te sirve que no me meta con nadie o que una vez
ayudara en algo?
Esa no es la voluntad del Padre. ¿Y donde descubrimos
su voluntad? Jesús enseña la clave. En la
Oración. La que brota desde el Evangelio leído
y reflexionado, la que nace en la Iglesia que celebra los
sacramentos como oración comunitaria. La voluntad
del Padre está en hacernos como su Hijo para dar
nuestra vida toda en amor y servicio, en entrega y perdón,
en paz y libertad. La voluntad del Padre es ser cristianos
con toda la grandeza de lo que significa esa palabra: ser
Cristos en esta vida y en este mundo, para llegar a la vida
y al mundo eterno.
¿ Difícil? Sí. Pero no estamos solos.
Es el mismo Cristo quien sigue rezando en su particular
Huerto, en el Sagrario y desde la derecha del Padre. Es
Jesús quien ora al igual que en la última
Cena por cada uno de sus discípulos. "N o solo
por ellos ruego, sino también por los que crean en
mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno,
como Tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos
también sean uno en nosotros, para que el mundo crea
que Tú me has enviado" (Jn. 17, 20-21).
Y es Cristo quien intercede por nuestra oración.
"Y lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré,
para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si pedía
algo en mi nombre, yo lo haré" (Jn. 14, 13-14).
Oración de la comunidad cristiana que pone toda su
oración en Jesús orante, que se las presenta
al Padre.
La experiencia de oración en Jesús es tan
intensa que llena toda su vida. Los discípulos lo
ven claramente y por eso preguntan al Maestro; han visto
rezar a los fariseos y a los discípulos de Juan Bautista.
Peto Señor, tú como rezas, qué dices,
que sientes.
Y Jesús enseña su oración. La que libera
y consuela, la que enseña y acompaña, la que
suena dulce en los labios y en el corazón.
Padre Nuestro, mío, tuyo y de toda la humanidad.
Padre que quiere reunir a sus hijos en una familia, donde
la palabra familia no sea una realidad falsa, de dolor,
de opresión y de abusos. Familia donde al niño
se le deje nacer y crecer hasta los límites máximos
de su humanidad. Familia donde los esposos se miren con
los mismos ojos enamorados del primer día y su convivencia
sea lugar de crecimiento interior. Familia donde los hermanos
se ayudan, se sirven y se aman.
Que estás en el Cielo, porque es tu Reino y Casa
del Banquete eterno. Pero que también estás
en esta tierra, creada por ti para que sea nuestra morada
y donde Tú habitas en cada corazón paduleño.
Santificado sea tu Nombre, que sólo al oírlo
llena de gozo el espíritu humano, y que sólo
al pronunciarlo hace nuestro labios más puros para
anunciar la verdad del Evangelio.
Venga a nosotros tu Reino, que venga a nosotros tu Hijo,
Rey coronado de espinas, Rey de vida y de resurrección.
Que venga y no sea sólo futuro, si no también
presente, que yo pueda abrirle mi vida y pueda entrar hasta
cambiar todo lo que soy y así ser el mejor hijo posible.
Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Porque si la voluntad que rige el mundo es la economía,
los intereses egoístas, la mentira, la opresión,
¿entonces dónde queda la Justicia y el Derecho?,
¿dónde la dignidad humana y la aspiración
de libertad?, ¿dónde la búsqueda de
la verdad y de la felicidad? Hágase tu voluntad en
nosotros para que seamos capaces de vivir el bien y llevarlo
a todos 10s que nos rodean.
Danos nuestro pan de cada día. El alimento básico
para que no nos falten las fuerzas y sepamos compartir lo
que tenemos. El alimento Eucarístico para que sea
el manantial de agua viva y sepamos compartir lo que somos.
Pan para que cada día nos encontremos contigo, Padre
Nuestro, al encontrarnos con el hermano. Pan que nos dé
vida y nosotros sepamos dar la nuestra.
Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden. Porque sin perdón el corazón
está dañado y muerto. Y el tuyo rebosa vida.
y esa vida es la que queremos tener. Perdónanos y
no te canses de perdonar a este pueblo, Señor, así
nosotros sabremos hacerlo. Perdonar para rehacer nuestra
relación de hermanos y construir el mundo que Tú
quieres.
No nos dejes caer en la tentación, porque es fácil
dejarse vencer por la riqueza, el poder, la fama o el placer.
Es sencillo despreocuparse del sufrimiento, del hambre o
de las injusticia. Es cómodo encerrarse en los cuatro
muros del egoísmo interior y no querer salir al encuentro
del hermano. No nos dejes caer en la tentación, para
que nuestra vida sea como el modelo que queremos seguir,
tu Hijo Jesucristo.
Y líbranos del mal. De la guerra, la pobreza y la
enfermedad. De la mentira, el odio y la indiferencia. Líbranos
del pecado y de la muerte. Y danos vida eterna amén.