Presentación
del Cartel de la Semana Santa Padul 2014
Presentó Doña Melania Molina Fernández
Centro Cultural Federico García Lorca
15 de marzo de 2014
No me preguntes Nazareno.
No me preguntes el por qué.
Sabes que no quería, no quería… y porque
te quiero, quieres que esté aquí.
Sólo sé, que por TÍ estoy aquí,
a tu disposición.
Sólo por TÍ.
Porque te quiero.
Quién dijo que el camino fuese fácil, o que
el permanecer a tu lado no estuviese lleno de obstáculos,
pese a que me negaba, el quererte está por encima
de todo, y aquí me tienes.
Porque te quiero.
Porque soy nazarena.
Porque así nací.
Nazarena gracias a mis padres, porque ellos me guiaron en
mis primeros pasos en busca de TU encuentro.
Sólo sé, que por TÍ estoy aquí,
porque no se vivir de otra forma que no sea siendo nazarena.
Por TÍ estoy aquí, porque me diste la oportunidad
de conocer a la persona con la que compartiré el
resto de mi vida. Por ello, nunca podre agradecerte el hecho
de otro modo que no sea el de permanecer a tu lado hasta
que las fuerzas me falten.
Sólo sé, que por TÍ estoy aquí.
Porque te quiero.
Y, aquí me tienes desnudando mi alma.
Señor Cura
Párroco,
Presidente y miembros de la Junta de la Asociación
de Cofradías,
Señor Alcalde y autoridades locales,
Hermanos de todas y cada una de las Cofradías de
Padul,
y a todos los que hoy estáis aquí por una
u otra razón
Buenas noches
Agradezco a la
Junta de Gobierno la responsabilidad y confianza depositada
en mí para esta labor, que coincidiendo con el trigésimo
aniversario de la cofradía lo hace aún más
especial, y por ello espero no defraudar a nadie en el cometido
de esta tarea.
Cuaresma
Un periodo de
reflexión, de anticipación ante lo que está
por llegar y que tendrá su punto álgido en
la Semana de Pasión. Una nueva cuaresma se nos presenta
por delante, nos da la oportunidad de ser mejores cristianos,
empezamos a recordar olores, sonidos, compases…. sensaciones
que señalan que pronto, probablemente sin darnos
cuenta estaremos luciendo nuestras capas blancas y túnicas
moradas.
Semana de Pasión
Hay que saber disfrutar del encanto de la espera de los
ocho días más bonitos de todo el año.
Ocho días que están íntimamente ligados
al tiempo personal, pues es el tiempo exacto que para los
que nos llaman locos estamos esperando y deseando el resto
del año, porque para el que realmente se siente cofrade
de corazón, la espera de una nueva Semana Santa no
acaba nunca, sino que se renueva una vez pasado el Domingo
de Resurrección, sabiendo que a cada mes que pase,
a cada semana, a cada día, a cada hora, a cada minuto,
a cada segundo…. estaremos un poquito menos lejos
de poder tocar el cielo con las manos en la tarde del Domingo
de Ramos.
Domingo de Ramos es el día en que esa acumulación
del tiempo de espera, provoca la inquietud, el bullicio
y la emoción que se palpa en el ambiente de la Calle
Vergel por ver a Nuestro Padre Jesús de la Victoria
y a Mi virgen del Valle por las calles de Padul, porque
esta liturgia o se comparte en la calle o no es nada.
Semana Santa
Regresan recuerdos de infancia, vuelve la juventud, aparecen
aquellos que se fueron, la memoria evoca el pasado y lo
hace presente.
Hay muchos que no entienden este estilo de vida, ni el por
qué este rito religioso pueda llegar a condicionarnos
el día a día, algunos simplemente permanecen
indiferentes, otros no son consientes de lo que realmente
representa para ellos o no quieren serlo…, pero a
todos y cada uno de los que en algún momento hemos
sido partícipes, al fin y al cabo, de una manera
u otra, compartimos el mismo sentimiento:
¿Quién
no siente al vestirse de nazareno o al ponerse la ropa de
salida que repite un rito casi iniciático que contempla
treinta años de historia?
¿Quién
sin querer tiene su ritual de ordenar y preparar meticulosamente
la ropa de salida el día de antes?
¿Quién no recuerda la ilusión del
mismo momento de hace muchos años?
¿Quién no se reencuentra de corazón
con aquellos que no están a nuestro lado porque
ya no viven?
¿Quién no se acuerda de los ausentes por
cualquier causa?
¿Quién no reza un Padrenuestro o un Ave
María encontrándose, quizás por única
vez al año, con quienes son nuestra luz y guía?
¿Quién no hace un mínimo examen de
conciencia de su vida, aunque se casi efímero,
cuando se siente solo entre la multitud o cuando está
frente al Hijo del Dios?
¿Quién no se plantea nuevos retos de futuro
más cercanos a Dios o a los hombres?
¿Quién no se ha dicho a sí mismo
que cumplirá una promesa olvidada?
¿Quién ….?
Sí que
merece la pena sentirse persona anónima entre tanta
gente formando parte del cortejo de nazarenos, o formando
parte del cuerpo del cuerpo de acólitos o siendo
costalero, todos de manera diferente compartimos el mismo
hecho, ir sintiendo cómo la ilusión inicial
se va troncando en cansancio y agotamiento, cómo
empiezas a preguntarte para qué estás allí,
y cómo tú mismo, desde lo más profundo
de tu corazón empiezas a hacerte preguntas y darte
respuestas de vida, de tu vida. Sí que merece la
pena, claro que merece la pena.
Porque en un abrir y cerrar de ojos, pasa el día
soñado durante las tardes crecidas de la cuaresma.
Por delante, un nuevo año de espera, porque todo
ha de morir para que todo vuelva a empezar.
Esta noche, voy a tratar de que cada una de mis palabras
sea una pincelada que vaya dibujando dentro de cada uno
el cartel que este año representa a la Semana Santa
paduleña, solamente me propongo que cuando observen
el cartel sean capaces de sentir el significado de las palabras
que les voy a relatar.
Aquí y
ahora, hemos sido testigos de cuál será la
imagen que nos representará allá donde haya
un paduleño, una magnifica instantánea con
la que Padul presenta su Semana Santa. Este acto encarna
no sólo el sentir cofrade que emana por cada poro
de mi piel, sino que abre los brazos al visitante, a todo
aquel que desee vivir una estampa única compuesta
por nuestras cofradías y la hospitalidad de nuestra
gente.
Parece una obviedad
referirse a una imagen. Sin embargo, ¡son tantos y
tantos los sentimientos que evoca para los que vivimos con
intensidad la Semana Mayor! Mi intención no es otra,
que hacerles partícipes de la profunda emoción
que me embarga y hoy nos congrega.
El término
“instantánea” describe fielmente la fotografía
elegida como cartel de este año. Se congela el tiempo
en un instante que queda grabado en nuestra retina y que
aglutina no sólo elementos visuales sino que también
rememora momentos ya vividos…
En este momento,
situada en este lugar, mi imaginación vuela a cualquier
tarde/noche de Viernes Santo, ese lugar en el que he vivido
desde muy pequeña todo aquello que soñé,
el aroma a incienso, el perfume embriagador del clavel,
fragancia a taracea y el cielo más limpio, con la
luna más blanca que deje ver el balcón del
firmamento donde asomados y expectantes están todos
aquellos que se fueron con Él.
Viernes Santo
Día de
la ausencia. Día de dolor, de sufrimiento, de reposo,
de esperanza, de soledad… y, junto al dolor, la penumbra,
la tiniebla, el negro, oscuridad que trasmite este cartel,
y que no muestra otra cosa que lo vivido por Jesús
desde la hora sexta a la nona, horas en las que la noche
del Viernes Santo cayó sobre toda la tierra, que
al oír el fuerte grito de Cristo al expirar, hizo
que el velo del templo se rasgara en dos y que temblara
la tierra, oscuridad que hizo que los centuriones sintieran
que verdaderamente el que estaba en la cruz era el hijo
de Dios. Demasiado tarde… Él, que es el Verbo,
la Palabra, está callado, la hora nona ha llegado
dejándonos en las tinieblas, en la oscuridad, negro…y
negro es el color del cielo bajo el cual, por las calles
más recónditas de nuestro pueblo, recorre
su Estación de Penitencia, su Viacrucis, Nuestro
Padre Jesús Nazareno.
Un Cristo agotado y abatido…. sin más señales
de tortura, que la sangre que por su cara y cuello ha navegado
como un río que nace de una corona de espinas, corona
colocada para aumentarle el dolor y el sufrimiento y proclamarlo
bufándose de Él, rey de los judíos,
pero la verdad puede a la ofensa y verdaderamente, Él
era y es “Jesús Nazareno rey de los Judíos”.
Un rostro de sufrimiento y extenuación que descansa
del lado izquierdo sobre la cruz, y que a pesar de todo
lo padecido transmite esperanza, tranquilidad, serenidad…
Jesús Nazareno, con túnica terciopelo morado,
que portando el peso de su cruz, avanza con paso firme,
porque a pesar de todo lo pasado y todo lo vivido, aun tiene
fuerzas para caminar erguido.
Mirad a Jesús
el Mesías, que llegada la hora y montado a lomos
de un pollino se acerca humilde y victorioso al pueblo de
Padul, extendiendo su mano, sabedor del sufrimiento y muerte
que le aguarda para resucitar por nosotros.
Y siempre cerca,
caminando tras tus pasos, la encontraremos a ella, con tres
lágrimas en las mejillas que prenden de sus ojos
verdes, siempre te acompañará…. tu madre,
Mi Virgen del Valle, que fue, es y será tu fiel y
leal compañera y permanecerá a tu lado hasta
el final, pero el final del principio:
- Serenidad, orando
en Monte-Sión aceptó su destino tras haber
suplicado al padre que apartase de Él ese cáliz
pero que siempre se cumpliese su voluntad.
- Injusticia de
una sentencia a muerte, sentencia a muerte despiadada, le
arrastraron con cuerdas, a pesar de que se dejaba conducir
sin resistencia, y lo ataron brutalmente a una columna azotándolo
hasta perder casi el sentido.
Sentencia que además lo hizo cargar con su propia
cruz, vencido iba Jesús camino del Calvario.
Ayuda que le presta la verónica,
empapando su sudor en un paño, aliviando un poco
así el camino.
Firmeza ante una segunda
y tercera caía.
Humildad, al verse despojado
de su única posesión: sus vestiduras,
que se repartieron los soldados echando a suertes su
túnica.
Sacrificio, al ser clavado
en un madero como un malhechor, junto a Dimas y Gestas
en el Gólgota.
Ternura, ante el último
abrazo que le otorga su madre, al tener a su hijo inerte
entre sus brazos antes de ser sepultado.
Fuerza, para consolar a las
hijas de Jerusalén.
Paz y tranquilidad en tu
sepulcro, pues no representa una muerte cualquiera,
es una muerte que se convertirá en resurrección
porque él dijo de sí mismo: “Destruid
este templo y en tres días lo levantaré”
Consuelo, de tu fiel y amado
discípulo, acompañará y alentará
a tu madre rota de dolor por la pérdida del hijo
amado.
Tormento, al encontrarse
con el rostro de su madre, una madre abatida por el
dolor y el sufrimiento, porque la maldad de los hombres
lo han llevado al madero.
Y Espera…, después
de haberlo hecho todo bien, descansa hasta que se cumpla
todo lo previsto por el Padre.
El camino fue
duro, pero tenemos la certeza de que todo acabará
con la luz, su luz, Él es y será nuestra luz.
Llama de dos de
los cuatro cirios que acompañan a Nuestro Padre Jesús
Nazareno en su Estación de Penitencia, su Viacrucis,
en la fría y oscura noche del Viernes Santo. Una
llama que se intuye pero que no se deja ver, porque lo realmente
importante no es dónde, sino el porqué.
Llama que quiere
indicarnos RESURRECCIÓN porque la luz es símbolo
de vida y está presente desde la creación.
Llama que sobre el Cirio Pascual nos grita sin palabras
que Cristo ha resucitado tal y como lo había prometido.
Madrugá del
Viernes Santo
Noche de preparativos,
pocos somos los afortunados de disfrutar de Él teniéndolo
tan cerca, ese momento en el que te encuentras con Él,
te sientes la persona más pequeña e insignificante
del mundo y le dices todo lo que llevas escondido en ese
rincón donde se conserva intacto el sentimiento.
Noche de priostía en los que por unas solas horas
se reza con la mirada, las manos y el corazón.
Viernes Santo.
Cae la tarde.
Una actividad frenética nos arrastra, se aúnan
la impaciencia, nerviosismo e ilusión de nuestros
hermanos, capataces, miembros de la junta, mantillas, monaguillos,
costaleros por doquier y un ejército de túnicas
moradas con capa blanca lo ocupan todo… Son momentos
de hermandad y por unos instantes un desorden perfecto preside
nuestro encuentro.
Los ecos de las
melodías de nuestra banda anuncian su llegada, a
lo lejos se oyen sus sones y un escalofrío recorre
mi espalda a la par que la emoción del momento se
apodera de mí.
Tengo que darme
prisa, preparar los últimos detalles, cíngulos,
antifaces, guantes, incienso, carbón, navetas, incensarios,
cruz guía, faroles…y por último, vestir
mi hábito. No puedo fallarle este año y bajo
el anonimato de mi antifaz me siento protagonista porque
voy junto a ÉL renovando mi compromiso como cofrade
y hermana en Cristo.
Interior de la Casa
de Hermandad
El desorden perfecto
se convierte en un magnifico orden, cada hermano toma su
posición en el cortejo, ambiente de escrupuloso silencio,
se palpa perfectamente la tensión del momento, el
corazón se acelera a cada segundo que pasa aguardando
la espera, nerviosismo… nervios que se redimen apretando
la mano del hermano de al lado o simplemente asentando la
cabeza al hermano que te mira con los ojos envueltos en
lágrimas, todo va a ir bien… se aprecia el
sonido del vaivén del incensario, olor a cera quemada,
una nube de humo lo envuelve todo…y de repente, las
palabras que todo el mundo espera ¡nos vamos!
Calle Horno.
Siete de la tarde.
Una multitud de fieles y hermanos lo esperan.
Cruz Guía
y faroles forman al borde del Pórtico de Salida,
al ritmo que marcan los tambores, que en silencio, se colocan
esperando a Nuestro Padre para acompañarlo en su
caminar hacia el madero.
Qué gran
contraste el que se produce entre el recogimiento y la soledad
del nazareno (penitente) con la algarabía que se
cierne entorno a la puerta.
Impacientes minutos
de espera, en los que un séquito de costales morados
descienden por las escaleras del pretil de la iglesia. Aquí
llegan los que aliviarán tu agónico camino,
como hermanos, como una única alma, racheando el
corazón en cada paso y empujando con su sudor y su
aliento al bendito yugo del madero, para que todo el mundo
sepa que su Cristo afronta su muerte llevándolo ellos
valientes de costero a costero.
Comienza a desfilar
la Cruz Guía seguida por el cortejo de nazarenos
de capa blanca, de repente, los monaguillos no han hecho
más que comenzar a encender velas… cuando se
percibe el palilleo de la caja china… bendito sonido,
bendito redoble de madera hueca… Para un nazareno,
sea cual sea la época del año este compás
lo evoca a justamente este momento, instante en el que el
tiempo se detiene: nube de incienso que produce que sólo
se respire aroma de hermandad, ambiente de nervios, impaciencia,
inquietud… todo ello rodeado de un piadoso silencio
y recogimiento interior.
Suena el llamador,
tres toques, se atisba la voz del capataz dando indicaciones,
el corazón se me contrae, la respiración se
me acelera, la tensión del momento puede conmigo…
y de repente ahí aparece, con paso firme Nuestro
Padre Jesús Nazareno, un año más, MI
Nazareno ya está en la calle.
La multitud arranca
en una lluvia de aplausos que le dan la bienvenida y lo
reciben como han soñado a lo largo de todo un año
junto a los sones de la banda, elevando sus plegarias al
cielo como si de un salmo se tratase, no con palabras sino
con sentimientos que afloran de sus corazones.
Y en este instante,
es cuando me derrumbo, florecen en mí toda la tensión
y las emociones contenidas. Un año más MI
Nazareno está en la calle, calle Horno, calle cofrade
por antonomasia, calle donde Nuestro Padre Jesús
Nazareno avanza con rachear costalero al son de trompetas,
cornetas, tambores… sones que son canticos celestiales,
paso a paso los últimos rayos de sol no quieren irse,
no quieren irse por no dejar de verte, no quieren irse por
no dejar de rozar tu cara.
Amada calle Horno,
en pocas horas estaremos de regreso, calle que se convertirá
de nuevo en júbilo y fervor para recibir al redentor
en su barrio, barrio que lo despide paso a paso, chicotá
tras chicotá, marcha tras marcha hasta acompañarlo
a su casa, donde con lagrimas en mis ojos el paso se arriará
con un golpe seco de llamaor. ¡Y Ahí queó!
¡Ahí
queó!
Hasta aquí, mi particular chicotá
Ya es tiempo de cuaresma,
y el invierno toca a su fin,
para florecer en una estación nueva.
Porque como cada primavera,
ya se repite la historia,
toca prepararnos,
para a llenar las calles de gloria.
¡ Padul, despierta!
¡ Padul sueña y levanta!
¡ Al cielo con este cielo,
llamado Semana Santa!.