No
se puede pasar por alto que la Semana Santa debe muy
mucho al costalero y a la costalera, que con fe inquebrantable
se ponen la faja y el costal para cargar con ese trocito
de cielo que es el Paso de Misterio.
Paso a paso se
va andando camino. Paso a paso se va ganando
el cielo. Pasa a paso ora en silencio.
Paso a paso se abre el alma por la mitad para
regalársela a Jesús y a María.
No hay dolor,
no importa que te duele el cuerpo, que estés extenuado, que sientas la fatiga
o el calor; da igual todas las horas que pases
en la calle o ensayando. Lo único que
importa es poder cargar a Jesús en su
paso o sacar a María con su dolor.
Lo que importa es la
unión que bajo las trabajaderas se realiza.
Esa armonía de pasos sin fin y silencio
tranquilo y sereno que conduce al cielo.
No importa salir a
rodilla, a gatas o de cualquier forma. Lo importante
es la levantá, al cielo con ella, dirá el
capataz, es lo único que verdaderamente
cobra sentido y da sentido a una vida sencilla
y oculta.
En la fotografía, del autor, se ve al capataz
delante del trono y
llevando
el control del tiempo
donde los portadores deben parar.
Son sus órdenes
quienes guían y ayudan a que
los
portadores
no se
agoten en exceso.
El costalero y la costalera no buscan protagonismo sino
ofrecer su trabajo, su sudor, su ardor, su entusiasmo y
su amor por sacar ese trono que reclama salir a la calle
para que todo el mundo lo vea.
El paso llama al costalero
desde la cuna y lo guía
por el sendero oculto que lo lleva a la tumba de la tranquilidad.
Una persona nunca se jubila cuando es costalero/a, en su
sangre hay una marca especial que le impulsa a poner el
costal al servicio del Rey del Cielo y de su Divina Madre.
En aquellos lugares donde
no hay tradición o suficiente
gente para tener un hermoso Paso de Misterio los portadores
son quienes se encargan de echarse al hombro la fe en Jesucristo
y su amada Madre. Salen año tras año, generación
tras generación a llevar de mil amores el misterio
vivo, que el cielo les dice al oído cuando van paso
a paso recorriendo el camino.
Hay ansia y amor porque
cuando un padre y un hijo coincide portando a Jesucristo
y a su Divina Madre es el momento
más perfecto que existe en el mundo. Es un regalo
de Dios, es un deseo cumplido. Es un orgullo propio y ajeno
bendecido por el trabajo que se ofrece de corazón.
El costalero ofrece su
esfuerzo en una oración
sencilla y plena. Lo ofrece en silencio, con el corazón
abierto y el alma llena de amor. No hay misterio más
grande en el mundo que ponerse al servicio de Dios en lo
escondido.
Dice la Biblia “Dios ve en lo escondido”,
es ahí donde se encuentra el corazón del
costalero, oculto en cada paso que da, en cada paso que
no pide relevo, en cada paso que el incienso riega, en
cada paso animado por las marchas que son manto sobre el
que caminar y energía soterrada.
Es unidad fraterna entre
palos gruesos, sudor y amistad. Son pasos cortos cuando
debes girar. Es la voz del capataz
que anuncia la subida, es la voz del contraguía
que indica que se roza la esquina. Son suspiros y lamentos
elevados al cielo, son lágrimas de alegría
y de impotencia por no salir, son sentimientos encontrados,
son amores regalados.
Sin los portadores
la Semana Santa no luciría tan preciosa pues son
su pasión, su fuerza y constancia quien consigue
que la sagrada imagen se reencuentre con su pueblo en la
calle, en la calle del encuentro.