Padul Cofrade
Investigación. Leyendas
Padul, 12 de julio de 2020
Leyenda
de San Jorge (1)
Cuenta
la historia que en otro tiempo, un tiempo que
se oculta entre nuestro pasado y nuestra imaginación,
existió una vez un magnifico reino donde
todo era paz, alegría y prosperidad.
Gobernaba en este maravilloso
lugar un Rey del cual, si aún guardásemos
su recuerdo podríamos tacharlo de legendario,
no tan solo por su bondad, justicia y honradez,
sino también por su sabiduría
y humildad.
En el reino al cual nos referimos,
de alguna manera u otra el paso del tiempo había
establecido un armonioso equilibrio en el bienestar
social de sus habitantes. Prácticamente
la mendicidad, los crímenes e incluso
atrevería a pronunciar la tristeza habían
sido erradicados. Eran auténticos días
de Gloria los que se vivían en aquel
entonces.
Pero en la fatídica
obra de la vida, la tragedia un día hizo
presencia.
Nadie supo jamás como,
ni de donde, ni el por qué, pero una
triste noche de verano en la que el cielo mostraba
su lado más gris, apareció por
primera vez la bestia.
"La reencarnación
del mal". Así la llamaron después.
En una aldea colindante a la
ciudad principal, la muerte a través
de su vil siervo, robó más de
cuarenta almas en una sola noche.
San Jorge y el dragón.
No describiré como de atroz resulto
la masacre, tan solo añadiré que no hubo
distinción entre hombres, mujeres y niños.
Pues fue tan solo la casualidad lo que permitió
a quien se hizo portador de la mala nueva salvar la vida,
para enloquecer después de dar cuentas al rey de
lo ocurrido. Sus últimas palabras fueron.
- Era un Dragón majestad,
la mayor y más cruel de las criaturas que un
dios loco pudo imaginar.
San Jorge y el dragón.
Foto: AGEfotostock
Esa no fue ni mucho menos la última
vez.
Los meses que siguieron al fatídico
día, rebosaron en desgracias. Una de cada tres
noches, algún lugar del reino era atacado por el
Dragón. Los ataques nunca duraban más que
el tiempo que tarda una fuente en hacer rebosar un jarro,
pero la crueldad y la furia sanguinaria de los mismos,
los convertían en auténticas catástrofes
mortales. Cuando los soldados del Rey llegaban al lugar,
tan solo encontraban cenizas y sangre.
Fue el vigésimo segundo día
del cuarto mes, cuando el Rey, tomó una cruda decisión.
Invirtió la mitad del tesoro de su opulento reino,
en mandar traer a los mejores caballeros y guerreros de
cada uno de los imperios conocidos, y ni tan solo lo dudó
un instante, pues era tanta la desgracia que habitaba
en su corazón, que no quedaba lugar para la ambición.
Pasaron los días, y como aparecidos
de la nada comenzaron a llegar de todas partes extranjeros
armados hasta los dientes, había de todo, Caballeros
de blanca armadura, bárbaros de las lejanas tierras
del norte, mercenarios, monjes, e incluso, guerreros del
lejano oriente.
Pero todos los esfuerzos fueron en vano,
ni las afiladas armas de los interesados héroes,
ni los planes de los generales, ni los conjuros de los
monjes de oriente, lograron superar a la bestia. Los muertos
ya se contaban por miles.
De esta orgía de desgracia, solo
se obtuvo un ligero triunfo, pues un caballero cristiano
que logró escapar del ataque del Dragón
muy a pesar de sus graves heridas, vivió el tiempo
suficiente para dar la localización de la guarida
de la bestia.
En el séptimo día del séptimo
mes, el Rey desesperado, tras contemplar como el miedo
y la desgracia habían castigado a su pueblo, tomó
otra importante decisión, y gastó hasta
el último doblón de sus arcas en mandar
traer a los hombres más sabios de cada lugar de
ese mundo. Si la espada no había logrado dar muerte
a la bestia quizás la mente acabaría con
él.
Y su voluntad se llevó a cabo.
Un mes después, en la corte del rey se dio cita
a los hombres más sabios que jamás pudieron
existir, desde religiosos, hasta pensadores, pasando por
filósofos, matemáticos y poetas.
Mientras tanto, la muerte seguía
segando vidas una de cada tres noches, y nuevos huérfanos
y nuevas viudas se sumaban a la tragedia.
Los sabios estuvieron reunidos durante
dos lunas llenas, y al salir de su claustro dijeron haber
encontrado una solución.
La alegría y felicidad del Rey
y del pueblo por esta buena nueva, se vio truncada por
la crudeza y el sacrifico que requeriría la misma.
Cada tres noches, una mujer virgen había de ser
entregada a la puerta de las cuevas donde habitaba el
Dragón, el sacrificio de la víctima apaciguaría
la sed de sangre de esta, e impediría sus ataques
de nuevo.
Por supuesto que nadie se entusiasmó
por la solución, pero una vida a cambio de las
decenas que se perdían cada ataque, parecía
un cambio razonable. El rey, haciendo muestras de su sabiduría
y justicia sometió la decisión a voto popular
y esta fue admitida prácticamente por unanimidad.
Fue la bella hija del rey, princesa del
reino, quien decidió como llevar a cabo la selección
de las jóvenes muchachas. Dio la orden de realizar
un sorteo cada tres días, para decidir a quién
le tocaba morir. Y muy a pesar de la negativa del Rey
y del pueblo a que la misma princesa entrase en ese sorteo,
ella se incluyó desde el primer día.
Y fue así como la tranquilidad
volvió a aquel lugar, aunque una tranquilidad relativa,
pues a pesar de haber detenido la orgía de sangre,
cada tres noches una joven muchacha respiraba su último
halito de vida.
La economía del reino se restauró
casi por completo, y el agradecimiento de los súbditos
al rey se hizo más que presente, pero aun así,
la tristeza se respiraba en cada rincón, y el Rey
cansado de rezar, hubo de resignarse a derramar lágrimas.
Y así, paso el tiempo, un tiempo
gris, marcado por la tristeza de la juventud que desaparece.
Hasta que un maldito día, la más
cruel de las sospechas del rey se hizo realidad, y en
el sorteo de quinto día del doceavo mes, la princesa
resultó elegida en el sorteo mortal.
El Rey pidió clemencia al pueblo,
y este se la concedió, pues nadie quería
ver morir a aquella princesa tan hermosa y pura de corazón,
que era el único aliento de alegría que
le quedaba al reino. Pero ella se negó rotundamente.
Se declaró como una mujer más, y pronunció
algo que no se debería olvidar:
- Son muchas las jóvenes
que han muerto ya, y se han despojado de su vida para
permitir que vivamos en relativa paz, si yo me negase
a ser entregada, habría insultado su sacrificio.
Y ante las heroicas palabras de la hija
del rey el pueblo calló, y el rey también.
Esa misma noche la princesa se despidió
del pueblo y de su padre, y acompañada por los
mejores guardias de su majestad, fue conducida a la cueva
del Dragón, una vez allá, se desnudó
y se sentó sobre una fría roca. Luego contempló
como los guardias se alejaban entre la espesura del bosque
con la cabeza agachada.
Pero aquella noche, en aquel oscuro rincón
del maldito bosque, otra alma llegó como presagio
del destino a la entrada de la cueva.
Era un joven de apenas unos veintidós
o veintitrés años, llevaba el pecho descubierto,
y su piel curtida y morena destacaba sobre su definida
musculatura. Con rubios cabellos largos y alborotados
y una picaresca sonrisa de mujeriego y truhan, que cautivaría
sin duda a madres e hijas, se presentó ante la
triste princesa.
Ella levantó la vista, frotó
sus ojos llorosos y contempló nerviosa y exhausta
al joven que tenía ante sí.
¿Quién era ese loco que
había venido dar con el lugar donde ella había
de morir?, ¿Qué demonios hacia allá?,
¿Sería una alucinación producida
por el miedo?, ¿Y si era así?... ¿Por
qué su alucinación tenía esa sonrisa
tan cautivadora?
El joven sin dejar de sonreír
ni un solo momento, y con cierto aire de alegría
por encontrar en el bosque mujeres tan bonitas y desnudas,
trató de arreglarse en vano, su revoloteado cabello,
luego desmontó de su blanco corcel, y solo entonces
la princesa pudo distinguir una vieja espada que llevaba
meses sin ser afilada colgando de su cinturón.
Él se acercó a ella y dijo:
- Buenas noches mujer ¿Soléis
pasear todas las veladas desnuda bajo la luz de la luna?,
o ¿es simple costumbre de las mujeres de por
aquí?
La princesa sin apenas escuchar las palabras
del joven debido a su nerviosismo trató de explicarle
que debía marcharse, que corría un gran
peligro si se quedaba allí, que había un
Dragón en la cueva, y que ella iba a morir, y que
nada se podía hacer.
El joven se limitó a sonreír,
tanta información en tan poco tiempo y en tan extraña
situación, le desbordaba, además no tenía
ninguna intención de dejar sola en aquel bosque
a aquella extraña y bonita mujer.
Fue entonces cuando tras una bocanada
de fuego, el Dragón apareció.
Y a la puerta de la cueva, la princesa
gritó de horror, era realmente una bestia abominable.
La princesa dando por perdida su vida, busco al joven
con la vista para obligarle a huir, pero cuando lo encontró,
algo la hizo callar.
Su expresión había cambiado,
ya no sonreía, había fuego en sus ojos,
y había desenvainado la espada.
Hombre y bestia estaban cara a cara.
Ella no supo que decir, ni tan solo que pensar, todo ocurrió
en unos segundos.
La bestia había saltado sobre
el joven y ante el estupefacto de esta y de la mujer,
este había girado sobre si mismo esquivándola
y yendo a parar bajo su abdomen, una vez allí había
hundido el acero de su espada en las entrañas de
la misma.
La bestia había muerto, y permanecía
tumbada en el suelo.
La princesa se acercó al joven
sin apenas poder hablar, y cuentan que desde aquel mismo
instante se enamoró para siempre de él.
Le contó la historia por completo,
le habló del rey, de la bestia, de las desgracias
de su tierra, de los hombres que la habían intentado
asesinar, y de la propuesta de los sabios.
Lo único que obtuvo como respuesta
fue una sonrisa, bueno, una sonrisa y un largo beso en
los labios.
Tras besar a la princesa, él se
acercó a la bestia.
Un gran charco de sangre cubría
el suelo a su alrededor y en medio de ese charco había
nacido de una extraña y mágica manera una
preciosa rosa de rojo color, el joven la arrancó
y se la entregó a la princesa.
Esta le ofreció acompañarla
al reino, a presentarse ante su padre, y a convertirse
ahora en príncipe para un día ser rey.
Pero el joven rechazó la oferta
y sin dejar de sonreír volvió a subir a
su caballo, y desde él le respondió a la
muchacha:
- Solo soy un vagabundo mujer,
un alma errante que viaja por el mundo, no puedes ofrecerme
un reino porque para mí sería una prisión,
aun así te lo agradezco, pero ahora he de seguir
mi camino, si os he servido de ayuda, me alegro por
ello. Adiós mujer, Adiós.
Y comenzó a cabalgar bosque adentro.
Entonces la princesa que lo había
comprendido todo, gritó al viento una última
pregunta, en un intento desesperado:
- ¿Hay algo que pueda hacer
yo por ti?, ¡Pídeme lo que sea!
El joven detuvo su caballo, se giró,
y tras pensar unos instantes y contemplar la hermosura
de la princesa respondió:
- Si, hay algo que puedes hacer
por mí, no me olvides, no me olvides nunca mujer,
por que mañana no sé dónde estaré,
y tampoco sé cuánto voy a vivir, pero
si tu no me olvidas, pase lo que pase yo viviré
eternamente, pues quien vive en los recuerdos de los
demás, nunca muere del todo.
Dicho esto desapareció sonriendo
entre el bosque, y la princesa quedó de rodillas
en el suelo, derramando lagrimas por sus ojos azules.
Pero por primera vez en mucho tiempo, lágrimas
de felicidad.
Leyenda de
San Jorge (2)
Mártir cristiano sacrificado en torno al año
303 en Lydda (actual Lod, Israel). Es cierta la existencia
de este santo, llamado "el gran mártir"
y su veneración desde el siglo IV. El vacío
de su desconocida biografía fue llenado en la siguiente
centuria con diversas pasiones legendarias que lo presentan
como militar que, después de confesar su fe cristiana,
sufrió las mayores torturas y propició sonadas
conversiones.
A fines del primer milenio se forjó
la leyenda de su lucha contra un terrible dragón
para liberar una bella princesa o doncella. Su culto se
extendió rápidamente por el mundo cristiano.
Su fiesta litúrgica se ha celebrado siempre el
23 de abril, tanto en los calendarios orientales como
en el romano y el hispano-mozárabe.
En Aragón, la devoción
a San Jorge, presentado como el ideal de caballero cristiano,
adquirió especial relieve a partir del siglo XII,
gracias a las órdenes militares, a los relatos
de los cruzados y, sobre todo, a la casa real aragonesa.
Su figura se relacionó con la batalla de Alcoraz
(Huesca) de 1096, en la que habría ayudado montado
a caballo al ejército del rey Pedro I.
En 1201, Pedro II fundó la orden
militar de San Jorge de Alfama en un castillo cercano
a Tortosa y Jaime I apoyó la fundación de
cofradías bajo la misma advocación, como
las erigidas en Huesca y Teruel en la primera mitad del
siglo XIII.
Leyenda de
San Jorge (3)
En cierta ocasión llegó
San Jorge a una ciudad llamada Silca, en la provincia
de Libia. Cerca de la población había un
lago tan grande que parecía un mar donde se ocultaba
un dragón de tal fiereza y tan descomunal tamaño,
que tenía atemorizadas a las gentes de la comarca,
pues cuantas veces intentaron capturarlo tuvieron que
huir despavoridas a pesar de que iban fuertemente armadas.
Además, el monstruo era tan sumamente pestífero,
que el hedor que despedía llegaba hasta los muros
de la ciudad y con él infestaba a cuantos trataban
de acercarse a la orilla de aquellas aguas. Los habitantes
de Silca arrojaban al lago cada día dos ovejas
para que el dragón comiese y los dejase tranquilos,
porque si le faltaba el alimento iba en busca de él
hasta la misma muralla, los asustaba y, con la podredumbre
de su hediondez, contaminaba el ambiente y causaba la
muerte a muchas personas.
San Jorge y el dragón.
Al cabo de cierto tiempo los moradores
de la región se quedaron sin ovejas o con un número
muy escaso de ellas, y como no les resultaba fácil
recebar sus cabañas, celebraron una reunión
y en ella acordaron arrojar cada día al agua, para
comida de la bestia, una sola oveja y a una persona, y
que la designación de ésta se hiciera diariamente,
mediante sorteo, sin excluir de él a nadie. Así
se hizo; pero llegó un momento en que casi todos
los habitantes habían sido devorados por el dragón.
Cuando ya quedaban muy pocos, un día, al hacer
el sorteo de la víctima, la suerte recayó
en la hija única del rey. Entonces éste,
profundamente afligido, propuso a sus súbditos:
-Os doy todo mi oro y toda mi plata
y hasta la mitad de mi reino si hacéis una excepción
con mi hija. Yo no puedo soportar que muera con semejante
género de muerte.
El pueblo, indignado, replicó:
-No aceptamos. Tú fuiste quien
propusiste que las cosas se hicieran de esta manera. A
causa de tu proposición nosotros hemos perdido
a nuestros hijos, y ahora, porque le ha llegado el turno
a la tuya, pretendes modificar tu anterior propuesta.
No pasamos por ello. Si tu hija no es arrojada al lago
para que coma el dragón como lo han sido hasta
hoy tantísimas otras personas, te quemaremos vivo
y prenderemos fuego a tu casa.
En vista de tal actitud el rey comenzó
a dar alaridos de dolor y a decir:
-¡Ay, infeliz de mí!
¡Oh, dulcísima hija mía! ¿Qué
puedo hacer? ¿Qué puedo alegar? ¡Ya
no te veré casada, como era mi deseo!
Después, dirigiéndose a
sus ciudadanos les suplicó:
-Aplazad por ocho días el
sacrificio de mi hija, para que pueda durante ellos
llorar esta desgracia.
El pueblo accedió a esta petición;
pero, pasados los ocho días del plazo, la gente
de la ciudad trató de exigir al rey que les entregara
a su hija para arrojarla al lago, y clamando, enfurecidos,
ante su palacio decían a gritos:
-¿Es que estás dispuesto
a que todos perezcamos con tal de salvar a tu hija?
¿No ves que vamos a morir infestados por el hedor
del dragón que está detrás de la
muralla reclamando su comida?
Convencido el rey de que no podría
salvar a su hija, la vistió con ricas y suntuosas
galas y abrazándola y bañándola con
sus lágrimas, decía:
-¡Ay, hija mía queridísima!
Creía que ibas a darme larga descendencia, y
he aquí que en lugar de eso vas a ser engullida
por esa bestia. ¡Ay, dulcísima hija! Pensaba
invitar a tu boda a todos los príncipes de la
región y adornar el palacio con margaritas y
hacer que resonaran en él músicas de órganos
y timbales. Y ¿qué es lo que me espera?
Verte devorada por ese dragón. ¡Ojala,
hija mía, -le repetía mientras la besaba-
pudiera yo morir antes que perderte de esta manera!
La doncella se postró ante su
padre y le rogó que la bendijera antes de emprender
aquel funesto viaje. Vertiendo torrentes de lágrimas,
el rey la bendijo; tras esto, la joven salió de
la ciudad y se dirigió hacia el lago. Cuando llorando
caminaba a cumplir su destino, san Jorge se encontró
casualmente con ella y, al verla tan afligida, le preguntó
la causa de que derramara tan copiosas lágrimas.
La doncella le contestó:
-¡Oh buen joven! ¡No
te detengas! Sube a tu caballo y huye a toda prisa,
porque si no también a ti te alcanzará
la muerte que a mí me aguarda.
-No temas, hija –repuso san
Jorge-; cuéntame lo que te pasa y dime qué
hace allí aquel grupo de gente que parece estar
asistiendo a algún espectáculo.
-Paréceme, piadoso joven
–le dijo la doncella- que tienes un corazón
magnánimo. Pero, ¿es que deseas morir
conmigo? ¡Hazme caso y huye cuanto antes!
El santo insistió:
-No me moveré de aquí
hasta que no me hayas contado lo que te sucede.
La muchacha le explicó su caso,
y cuando terminó su relato, Jorge le dijo:
-¡Hija, no tengas miedo!
En el nombre de Cristo yo te ayudaré.
-¡Gracias, valeroso soldado!
–Replicó ella- pero te repito que te pongas
inmediatamente a salvo si no quieres perecer conmigo.
No podrás librarme de la muerte que me espera,
porque si lo intentaras morirías tú también;
ya que yo no tengo remedio, sálvate tú.
Durante el diálogo precedente
el dragón sacó la cabeza de debajo de las
aguas, nadó hasta la orilla del lago, salió
a tierra y empezó a avanzar hacia ellos. Entonces
la doncella, al ver que el monstruo se acercaba, aterrorizada,
gritó a Jorge:
-¡Huye! ¡Huye a toda
prisa, buen hombre!
Jorge, de un salto, se acomodó
en su caballo, se santiguó, se encomendó
a Dios, enristró su lanza, y, haciéndola
vibrar en el aire y espoleando a su cabalgadura, se dirigió
hacia la bestia a toda carrera, y cuando la tuvo a su
alcance hundió en su cuerpo el arma y la hirió.
Acto seguido echó pie a tierra y dijo a la joven:
-Quítate el cinturón
y sujeta con él al monstruo por el pescuezo.
No temas, hija; haz lo que te digo.
Una vez que la joven hubo amarrado al
dragón de la manera que Jorge le dijo, tomó
el extremo del ceñidor como si fuera un ramal y
comenzó a caminar hacia la ciudad llevando tras
de sí al dragón que la seguía como
si fuese un perrillo faldero. Cuando llegó a la
puerta de la muralla, el público que allí
estaba congregado, al ver que la doncella traía
a la bestia, comenzó a huir hacia los montes dando
gritos y diciendo:
-¡Ay de nosotros! ¡Ahora
sí que pereceremos todos sin remedio!
San Jorge trató de detenerlos
y de tranquilizarlos.
-¡No tengáis miedo!
–les decía-. Dios me ha traído hasta
esta ciudad para libraros de este monstruo. ¡Creed
en Cristo y bautizaos! ¡Ya veréis cómo
yo mato a esta bestia en cuanto todos hayáis
recibido el bautismo!
Rey y pueblo se convirtieron y, cuando
todos los habitantes de la ciudad hubieron recibido el
bautismo San Jorge, en presencia de la multitud, desenvainó
su espada y con ella dio muerte al dragón, cuyo
cuerpo, arrastrado por cuatro parejas de bueyes, fue sacado
de la población amurallada y llevado hasta un campo
muy extenso que había a considerable distancia.
Veinte mil hombres se bautizaron en aquella
ocasión. El rey, agradecido, hizo construir una
iglesia enorme, dedicada a Santa María y a San
Jorge. Por cierto que al pie del altar de la citada iglesia
comenzó a manar una fuente muy abundante de agua
tan milagrosa que cuantos enfermos bebían de ella
quedaban curados de cualquier dolencia que les aquejase.
Igualmente, el rey ofreció a Jorge
una inmensa cantidad de dinero que el santo no aceptó,
aunque sí rogó al monarca que distribuyese
la fabulosa suma entre los pobres.
Leyenda de
San Jorge (4)
San Jorge nació según cuenta
la tradición en el año 270 en Capadocia,
siendo hijo de padres nobles y ricos. Mártir cristiano
cuyo vacío biográfico ha sido llenado con
diversas historias y leyendas, que lo presentan como un
militar que después de confesar su fe cristiana,
sufrió las mayores torturas y propició sonadas
conversiones.
A fines del primer milenio, se forjó
la leyenda de su lucha contra un terrible dragón
para liberar una bella princesa o doncella. Su culto se
extendió rápidamente por el mundo cristiano
y su fiesta litúrgica se ha celebrado siempre el
23 de abril, tanto en los calendarios orientales, como
en el romano y en el hispano-mozárabe.
En Aragón la devoción a
San Jorge, presentado como ideal del caballero cristiano,
adquirió especial relevancia a partir del siglo
XII, gracias a las órdenes militares, a los relatos
de los cruzados y sobre todo, a la casa real aragonesa.
San Jorge y el dragón.
Su figura se relacionó con la
batalla de Alcoraz (Huesca) de 1096, en el curso de la
cual habría ayudado al ejército del rey
Pedro I. Batalla rodeada de leyenda que relata como las
tropas moras, situadas en Huesca buscaron el socorro del
rey de Zaragoza Almozaben, que acudió al sitio
con innumerables tropas. Al campamento cristiano acudió
toda la nobleza montañesa con sus huestes, pero
era inmensamente mayor el ejército musulmán.
Apareció entonces San Jorge luciendo cruz roja
en pecho y escudo, y trayendo un caballero con él
con las mismas cruces. Comenzada la batalla, todos quedaron
admirados por su valor, siendo la victoria para los cristianos.
En vano buscaron al caballero anónimo,
San Jorge, para darle las gracias, pues había desaparecido
como había llegado. Encontraron a su acompañante
que contó que estando en Antioquia en la guerra
de las cruzadas de Oriente, mataron a su caballo y al
encontrarse en el suelo, lanzó el grito de guerra
"¡San Jorge, a ellos!. Y cuenta la leyenda
que inmediatamente vio a su lado a un joven caballero,
que lo montó a la grupa de su caballo y volando
por los aires lo transportó desde Tierra Santa
a Aragón, a los llanos de Alcoraz en auxilio de
los cristianos de Huesca, contribuyendo a su victoria
sobre los moros.
El jinete era San Jorge, y en el lugar
de la batalla levantaron una ermita en su honor. Su cruz
roja en campo blanco fue la señal de Aragón
y puede afirmarse que San Jorge ha sido formalmente patrono
de Aragón desde la Edad Media.