Leyendas
(71). Leyenda de San Pedro del Barco (El Barco de Ávila)
Padul Cofrade
Investigación. Leyendas
Padul, 22 de julio de 2020
Leyenda
de San Pedro del Barco (El Barco de Ávila)
La vieja mula, pese a tener
los ojos vendados, caminaba con rumbo fijo.
Llevaba ya tres días de camino. Tres
días en los que no había probado
comida ni bebida alguna. Como si la providencia
guiara su desconocido camino. La comitiva caminaba
junto a ellas. Cada vez más numerosa,
había partido desde la localidad de Barco
de Ávila, lugar de nacimiento del finado
que transportaba la vieja mula y ahora se encontraba
frente a la muralla de Ávila. Y según
avanzaba en su interminable camino, cada vez
más gente se sumaba a la marcha. Todos
se santiguaban a paso del cadáver de
aquel hombre, que el tiempo convertirá
en santo. Su nombre, Pedro. Su apellido, como
no, del Barco. De su pueblo natal.
Pedro había nacido entre
las altas montañas y fértiles
valles de Gredos, junto al río Tormes,
en al año 1088. Sus padres eran unos
afanosos labradores de estas tierras que le
enseñaron el valor del trabajo y del
esfuerzo. Pero además, como devotos cristianos,
enseñaron a su hijo en la educación
cristiana. Algo muy normal para aquellos que
miran al cielo para que la tierra les dé
el alimento y los bienes necesarios.
San Pedro del Barco de Ávila (Ávila).
Así, ya desde niño el niño Pedro
dio muestras de su educación religiosa y de
anteponer el interés espiritual al terrenal.
Siempre estaba dispuesto a socorrer a los más
necesitados, bien con su trabajo o con lo que la tierra
le proporcionaba. Aprendió a labrar y a cultivar
la tierra, pero un día anunció a sus
padres su deseo de dedicar la vida a Dios y convertirse
en sacerdote. Y a ello se dispuso desde entonces,
sin desatender su trabajo habitual. Sus padres eran
lo único que poseía, por eso la muerte
de ambos con muy escasa diferencia de tiempo, supuso
para él un duro golpe. No estaba preparado
para quedarse huérfano y reprochó a
Dios que no le avisara de la muerte de sus padres
para prepararse para ello. Pasado un tiempo, fue ordenado
sacerdote. Fue entonces cuando conoció a una
joven gitana que ejercía la prostitución
y que, tras convencerla para que abandonara esa vida
e ingresara en un convento de Ávila, le donó
la casa heredada de sus padres y se retiró
a vivir junto a su fiel amigo San Pascual a un una
cueva situada en un bosque situado en las estribaciones
de Gredos, junto al río Tormes, donde crearon
una capilla y vivieron en el retiro y en oración
a Dios y haciendo penitencia encadenado a unos grilletes,
enseñar la Biblia a los pájaros y a
otros animales del bosque y practicando el ayuno,
mientras araba la tierra ayudado por dos corzas a
las que había curado sus heridas.
Fiestas de San Pedro del Barco
de Ávila
Allí siguió labrando la tierra mientras
leía La Biblia y vivía de lo que la
naturaleza le proporcionaba. Pedro acudía al
pueblo a regalar sus frutos y a socorrer a los enfermos,
mientras enseñaba a todos los que se acercaban
a él lo que leía en La Biblia. Aquellas
eran unas tierras muy pobres, recién conquistadas
a los moros, y dice la tradición que fue entonces
cuando Dios, escuchando sus plegarias, las convirtió
en una fértil vega, donde se podían
cultivar, sobre todo, judías. Su fama creció
por toda la comarca y todos empezaron a ver en él
a un santo como de los que se había odio existir
en otros lugares. Aquellas tierras, antes solitarias,
empezaron a ser cultivadas, por lo que él y
su compañero abandonaron su retiro y bajaron
hasta el pueblo donde vivieron en una cabaña
capilla de madera, construida junto a la fuente de
San Pedro, cerca de Barco de Ávila.
En poco tiempo su fama llegó a tal que el
obispo de Segovia se interesó por él.
Acudió a verle a Barco de Ávila y le
propuso que le acompañara para convertirse
en canónigo de la Catedral. Pedro vio en aquel
ofrecimiento una gran oportunidad para seguir aprendiendo
cosas y estar más cerca de Dios. Jamás
había salido de su pueblo natal y quería
conocer otras tierras. Y allí marchó,
hasta Segovia, donde pasó varios años
ejerciendo su labor pastoral.
Hasta que en 1149 decide regresar a su pueblo natal.
Con 61 años de edad, Pedro decide es la hora
de volver con los suyos. Quiere que en su muerte no
le sorprenda en Segovia. Curiosa obsesión la
de Pedro con la muerte, o más bien con conocer
el momento en que se produzca. Todos los días
imploraba a Dios para que le anunciara la fecha exacta
de su muerte, sin obtener respuesta alguna. Quería
estar preparado para ello, como si alguien pudiese
prepararse para ello.
El caso es que Pedro regresó a Barco de Ávila.
Lo hizo acompañado de su amigo Pascual, que
regresaba también a su pueblo, muy cercano
al de Pedro, Tomellas, al sur de Barco. Pero Pedro
era ya mayor y apenas podía desenvolverse solo.
Buscó a un muchacho para que le ayudara en
sus quehaceres diarios como, por ejemplo, traerle
agua fresca de la fuente del pueblo y los víveres.
Mientras, él seguía su labor pastoral.
Seguía pidiendo a Dios que le anunciara el
momento de su muerte. Un día, un ángel
se le apareció y le anunció que moriría
tres días después de que el agua que
fuera a beber se convertiría en vino.
Así, cada día, tras traer el criado
el agua, él inmediatamente comprobaba que no
se había convertido en vino. Pasaban los días,
las semanas y los años y el agua seguía
siendo, como no agua.
Puente románico de El Barco
de Ávila sobre el río Tormes
Por eso, aquel frío día octubre de
1155, cuando el muchacho le trajo el agua y al probarla
comprobó que era vino, vio que Dios le había
escuchado y le anunciaba su próxima muerte.
Tras preguntar a su criado dónde había
recogido el agua y este le contestó que de
la fuente, como todos los días, le contó
el prodigio que anunciaba su cercana muerte tres días
más tarde. El muchacho escuchó aquel
anuncio entre sorprendido y confuso, pensando más
bien que el viejo cura era víctima de aquel
vino que, por cierto, él no había traído.
Pero tres días más tarde, el 1 de noviembre
de 1155, cuando se encontró al anciano sobre
su cama, tendido sin vida, comprendió que el
cura no le había mentido sobre el anuncio de
su muerte. A toda prisa, acudió a avisar a
todo el mundo. Todos acudieron ante él para
rezarle y velar su cuerpo.
De inmediato surgio la discrepancia en todos los
feligreses sobre el lugar donde debían reposar
los restos del sacerdote. Todos querían para
su tierra el lugar de su tumba: los barcenses de El
Barco, por ser la tierra que le vio nacer; los de
Piedrahita, por ser el lugar de nacimiento de su madre;
los de Ávila, por ser el lugar donde había
ejercido. No era cuestión fácil. Finalmente,
decidieron que la Providencia lo decidiera. Una mula
fue elegida para que transportara el cadáver
del santo y que esta lo condujera movida por el divino
destino. Allá donde la mula se detuviese, se
construiría el sepulcro del santo. Para evitar
que la mula optara por un camino ya conocido, se decidió
cubrirla los ojos. Entonces se colocó el cuerpo
de Pedro del Barco sobre ella y se la espoleó
para que se pusiera en camino, seguida por una comitiva
pequeña al principio, pero cada vez más
numerosa según avanzaba la mula. Tras salir
de El Barco de Ávila, la mula siguió
su camino hacia el este, camino de Piedrahita. Los
vecinos de este pueblo se aprestaron a recibir al
animal pensando que allí se pararía.
Mas no fue así. La mula pasó de largo
y siguió su camino hacia Avila, sin detenerse
un instante y sin comer ni beber.
Y así llegó a Ávila tres días
después. Guiada por la Providencia y sin comer,
ni beber ni parar un solo instante, el exhausto animal
cruzó el río Adaja y cruzó la
muralla de la ciudad. La muchedumbre asistía
al lento paso de la mula, la única que parecía
conocer el destino final. Tampoco paró en la
catedral, sino que, tras volver a cruzar la muralla,
se dirigió a la basílica de San Vicente,
un templo construido en el siglo XII para albergar
los cuerpos de los mártires Vicente, Sabina
y Cristeta, ejecutados en el siglo IV, durante el
imperio de Diocleciano.
La mula, resoplando con dificultad llegó hasta
la basílica y penetró en su interior.
Ante el altar mayor se detuvo. La debilidad del animal
era evidente y apenas se podía sostener en
sus cuatro patas debido al cansancio. Fue entonces
cuando dio un fuerte golpe en el suelo con una de
sus patas delanteras para, a continuación,
caer fulminada, muerta. Todos se acercaron y pudieron
ver la marca de la herradura marcada sobre el suelo
de la basílica. Estaba claro que aquel era
el lugar elegido. Y allí descansará
para siempre el cuerpo de San Pedro de Barco, salvo
su húmero, que fue trasladado hasta el Barco,
donde se construirá una ermita sobre el mismo
lugar donde nació.
En la Basílica de San Vicente se conserva
la huella de una herradura en las inmediaciones del
altar y el cubo de la muralla que forma el vértice
dirigido hacia esta iglesia recibe el nombre de Cubo
de la Mula, localizándose allí un verraco
celtibérico que dirige su testuz, también,
hacia el templo.
La leyenda de San
Pedro del Barco de Ávila. El cubo de la mula.
Según la leyenda, gracias a una mula los restos
del Santo reposan junto a San Vicente y sus hermanas.
Desde Piedrahíta, El Barco y Ávila llegaron
enviados demandando que los restos del Santo reposasen
en sus localidades. Para evitar conflictos entre las
tres ciudades que se disputaban el honor de poseer
al Santo, se acordó colocar en cuerpo del ermitaño
en una mula con los ojos vendados y donde se detuviese,
allí recibiría sepultura el Santo. La
mula dejó atrás Barco de Ávila
y Piedrahíta y no detuvo hasta llegar a la
ciudad de Ávila. El animal murió agotado
justo al lado del sepulcro de los Santos Mártires,
dejando la huella de su herradura en el pavimento.
El animal fue sepultado en un torreón del lado
nordeste de la muralla. Por eso se conoce ese lugar
como "el cubo de la mula".
El Cubo de la Mula. El Cubo de
la Mula. En uno de los torreones de la Muralla, frente
a la Iglesia de San Vicente,
situada en la ronda de la Muralla, se puede apreciar
un verraco vettón, a lo alto de ella, pero
¿qué significado tiene?
La ermita de San Pedro
del Barco
La ermita de San Pedro del Barco situada en El Barco
de Ávila (Provincia de Ávila, España)
es un templo construido en 1663 en el mismo lugar
en que nació San Pedro del Barco en 1088.
Educado muy cristianamente, desde la niñez
dio muestras de sus virtudes. Al quedarse huérfano
se retiró a un rincón de lo que es hoy
la Ribera barcense. Empezó a roturar y a labrar
estas tierras, así como a socorrer a los pobres
y a enseñar a las gentes. Creció la
fama de su virtud y el Obispo de Segovia le nombró
canónigo de sus Catedral.
En el año 1149 regresó al Barco con
su amigo San Pascual, natural de Tormellas. Como estaba
muy viejo buscó a un mozalbete para que lo
ayudara. La tradición y la leyenda dicen que
pidió al Señor que le diera a conocer
el momento de su muerte. Le anunció que sucedería
cuando el agua de la fuente en que bebía se
convirtiese en vino. En octubre de 1155, San Pedro
tuvo sed y pidió al muchacho le trajeses un
poco de agua, al probarla observó que era vino.
A los 3 días murió.
La tradición y la leyenda siguen contando:
Como no hubo acuerdo sobre dónde enterrarle,
se decidió montarle en una mula, a la que habían
vendado los ojos; en el lugar donde se parase, allí
se le enterraría. La mula partió de
El Barco, pasó Piedrahíta y al llegar
a Ávila, se dirigió a la Iglesia de
San Vicente donde se paró y dejó marcada
su huella, conservándose ésta actualmente.
La mula cayó muerta y fue enterrada en el trozo
de muralla más cercano a la iglesia, que conserva
todavía el nombre de “Cubo de la
mula”.
Iglesia Casa Natal de San Pedro
del Barco
San Pedro fue enterrado en la iglesia y allí
permanece, salvo el húmero que fue extraído
para depositarlo en la ermita de San Pedro, en El
Barco de Ávila. Actualmente está en
el Museo de la Iglesia Parroquial.