Leyendas
(75). Leyenda de San Virila (Monasterio de Leyre, Navarra)
Padul Cofrade
Investigación. Leyendas
Padul, 24 de julio de 2020
Leyenda de San Virila (Monasterio de Leyre, Navarra)
La leyenda de San Virila. El
viejo abad Virila no paraba de preguntarse sobre
el misterio de la eternidad; un día,
paseando por los bosques de los alrededores
del monasterio se sentó junto a una fuente
a escuchar el canto de un pajarillo; cuando
ya anochecía se dispuso a regresar al
monasterio que encontró algo cambiado,
el hermano portero era un desconocido para él
y nadie le conocía; finalmente uno de
los frailes encontró en los archivos
del monasterio la noticia de la desaparición
de un abad llamado Virila 300 años antes.
Virila comprendió rápidamente
cómo podía ser la eternidad al
darse cuenta de la prueba a al que Dios le había
sometido. La fuente junto a la que se sentó
se puede visitar todavía, siguiendo un
sendero por el bosque.
San
Virila, la leyenda del abad que durmió
300 años
En el Monasterio de Leyre,
uno de los monumentos más importantes
de Navarra, existe una leyenda….corría
el siglo IX, el abad Virila, abad de Leyre,
preocupado por el sentido de la vida eterna
y el misterio de la eternidad, sale a dar un
paseo y oyendo el canto de un ruiseñor,
se quedó extasiado escuchándolo
y entro en un profundo sueño.
Cuando despertó era
ya de noche volvió al Monasterio y llamo
a las puertas, cuando las abrieron él
se presentó como abad de Leyre, pero
nadie le conocía.
Intrigado un monje consulto
libros anteriores y comprobó que efectivamente
300 años antes había habido un
abad llamado Virila, que un día había
desaparecido.
Estando en la iglesia se abrió
la bóveda de la misma y de repente apareció
el pajarillo con el anillo abacial, se lo puso
al abad y se oyó la voz de Dios diciéndole
al abad… “Virila, piensa que 300
años han pasado en un momento escuchando
el canto de un ruiseñor, imagina cómo
será la eternidad a mi lado, será
un momento”.
San Virila.
Monasterio de San Salvador de Leyre
(Navarra).
Leyendas y Milagros de San
Virila
Los milagros de San Virila
0. La Leyenda de San Virila.
Una tarde de primavera, en el siglo X, el Abad del
monasterio de Leyre, llamado Virila, decidió
dar un paseo por el magnífico bosque que rodea
al monasterio. Fatigado tras la marcha, se sentó
a descansar juntó a una fuente, y entonces escuchó
el cantar de un pájaro. Era tan bello ese canto,
que el abad quedó absorto y maravillado.
Cuando regresó al monasterio, se sorprendió
de no reconocer a los monjes ni de que nadie supiese
quién era. Al decir que era Virila, el abad,
alguien quiso recordar algo oído de tiempo atrás.
Buscaron en los archivos del monasterio, y hallaron
que efectivamente, Virila había sido abad, pero
hacía 300 años, y que había desaparecido
en el bosque. Sólo entonces, Virila se dio cuenta
que había permanecido todos esos años
en éxtasis en la sierra.
San Virila en su sueño (Monasterio
de Leyre, Navarra).
Esta historia está parcialmente documentada.
Es verdad que existió un abad llamado Virila,
y también se puede acreditar el culto al santo
desde hace muchos siglos. Hoy en día, el monasterio
es muy visitado y aunque reconozco su belleza, yo prefiero
el pequeño sendero que nos conduce hasta la fuente.
1. Milagro del escéptico necio.
El incrédulo le pidió a San Virila que
hiciera algún milagro para poder creer. San Virila
se resistía un poco: él no creía
en los incrédulos. Pero tanto insistió
el escéptico que el santo cedió al fin.
Hizo un movimiento con su mano y la aldea entera se
elevó por el aire hasta quedar flotando como
una nube sobre el valle. Aquello, claro, fue un gran
desbarajuste. Y no es de extrañar:los santos
suelen causar grandes desbarajustes. La gente ya no
salía de sus casas, temerosa de caer en el vacío:
los huevos que ponían las gallinas rodaban por
la calle y se perdían. En fin, un verdadero caos.
¿Qué clase de milagro es éste?
–Clamaba el incrédulo con desesperación-.
Es un milagro necio –le dijo San Virila-. Para
un escéptico necio, un milagro necio. Ojalá
te aproveche la lección: el milagro que uno pida
sólo será milagro si no hace daño
a nadie.
2. Milagro de la piedra.
San Virila salió de su convento muy temprano
y tomó el camino de la aldea. El campo estaba
lleno de flores; brillaba el sol; las muchachas lavaban
sus largas cabelleras en el río. A lo lejos se
oían los gritos y risas de los niños que
iban a la escuela.
En eso se desprendió una enorme piedra de lo
alto del monte. Iba a aplastar a una mujer que caminaba
con su pequeño hijo, pero Virila hizo un movimiento
de su mano y la gran roca se detuvo en el aire, y luego
descendió muy lentamente hasta posarse en tierra
sin hacer daño a nadie.
-¡Gracias, padre! -clamó la mujer-. ¡Qué
gran milagro has hecho!
San Virila volvió la vista al valle; miró
las flores, el sol y las muchachas; oyó otra
vez las voces de los niños.
-El Señor hace milagros -dijo-. Yo nada más
hago trucos.
¡Hasta mañana!...
3. Milagro de las 24 horas.
San Virila salió de su convento muy temprano
y echó a andar por el camino que conducía
a la aldea. Apenas empezaba a amanecer: la primera luz
del alba iluminaba con tenue resplandor el lejano perfil
de la montaña.
Al acercarse al pueblo alcanzó a un hombre.
Este lo reconoció y le pidió un milagro.
Todos le pedían un milagro a San Virila.
-¿Cuántas horas va a tener este día?
-le preguntó el santo-. Respondió el hombre:
-Tendrá 24 horas, como todos.
-Ahí tienes 24 milagros -le dijo entonces San
Virila apresurando el paso-. No los desperdicies.
El hombre, que no era tonto, supo que el santo le había
dicho la verdad. Se entristeció por todos los
milagros que había desperdiciado a lo largo de
su vida, pero se alegró también por los
milagros que aún tenía frente a sí.
4. Milagro de las aguas
del río
- Como los habitantes de Marburgo se negaban a creer,
San Virila hizo un milagro: alzó su mano y las
aguas del río comenzaron a fluir hacia arriba.
Entonces los habitantes de Marburgo se convirtieron
a la religión. Días después, Virila
visitó la impía ciudad de Glazinger, cuyos
pobladores se revolcaban en el fango de la depravación.
Largos días les predicó, para iluminar
las caliginosas tinieblas de sus almas con la luz salvadora
de la fe. Pero ellos lo oían como quien oye no
llover. Desesperado, San Virila hizo un ademán
y el sol detuvo su curso en las alturas. Viendo aquel
prodigio los pecadores cayeron de rodillas y a grito
abierto imploraron el bautismo de la salvación.
-Grandes milagros haces, maestro bueno -decían
a San Virila sus discípulos-.
Pero él les respondía con tristeza:
-Jamás podré hacer el milagro mayor:
que los hombres crean en Dios sin necesidad de ver milagros.
5. Milagro de los pantalones
El incrédulo le pidió a San Virila algún
milagro para poder creer.
San Virila hizo un movimiento con su mano y al incrédulo
se le cayeron los pantalones. Toda la gente se rió
de él.
-Ese no es un milagro -dijo mohíno el hombre
al tiempo que se levantaba los pantalones.
-¿Ah no? -sonrió el santo-. ¿Qué
es un milagro?
Contestó el hombre, atufado:
-Milagro es, por ejemplo, mover una montaña.
Le replicó Virila:
-No hay diferencia alguna entre mover milagrosamente
una montaña y mover milagrosamente un pantalón.
Milagros son milagros. Si no quieres de unos no pidas
de otros.
6. Milagro de las cinco
misas.
Aquella mañana San Virila dio de comer a un
perrillo vagabundo que llegó a las puertas del
convento. Luego visitó a un hombre enfermo. En
seguida escuchó a una pobre anciana solitaria
que no tenía a nadie con quien hablar. Después
consoló a una niñita que lloraba. Por
último se puso a ver desde la ventana de su celda
la hermosura del paisaje. Lo interrumpió el hermano
Ambrosio. -Padre -le dijo-, me manda el superior a preguntar
a Vuestra Reverencia si ya dijo su misa. -Sí,
-contestó sonriendo suavemente San Virila-. Comunícale
que ya dije cinco misas.
7. Milagro de la niña
en el camino
Camino de su convento iba San Virila. El día
era de los más crudos del invierno; soplaba un
viento frío y parecía el cielo una sólida
plancha de congelado plomo. Temblaba San Virila al caminar,
envuelto sólo en la delgada tela de su hábito
de monje. En eso vio a una niña que iba también
por el camino. Sus pies descalzos se hundían
en la nieve. Hizo San Virila un ademán y del
cielo bajó un rayito de sol que cubrió
a la pequeña y le dio su luz y su calor. Conforme
la niña iba avanzando aquel rayo de sol derretía
la nieve y ponía en el camino un mullido césped
como alfombra para los pies de la niñita. Vieron
aquel milagro lo aldeanos y preguntaron con asombro
a San Virila:
-¿Por qué no traes otro rayo de sol para
ti, y otro para cada uno de nosotros?
Y respondió Virila:
-Un milagro, si se repite mucho, deja de ser milagro
8. Milagro de la catedral
San Virila dijo a los incrédulos que en el centro
del pueblo levantaría una catedral.
Se rieron los infieles. ¿Dónde estaban
los albañiles? ¿Dónde la piedra
y la madera? ¿Dónde los planos de los
arquitectos?
San Virila se arrodilló y se puso en oración
para pedir a Dios el milagro de una catedral.
De pronto se abrió la bóveda celeste
y descendió a la tierra una miríada de
ángeles: ángeles albañiles, ángeles
carpinteros, ángeles escultores, ángeles
vidrieros. Traían consigo grandes piedras, y
vigas, y hermosas láminas de cristal, versicolores
y brillantes.
Y comenzaron a trabajar los ángeles, y en unos
minutos plantaron los cimientos, y las paredes del majestuoso
templo comenzaron a surgir.
Pero en eso llegó una caterva de funcionarios
que atosigaron a San Virila con preguntas. ¿Tenía
permiso para la construcción? ¿Los planos
fueron aprobados? ¿Pertenecían los ángeles
al sindicato? ¿Estaban asegurados? ¿Se
habían pagado los impuestos, cuotas, derechos,
alcabalas, aprovechamientos, arbitrios, gravámenes,
tributos, cargas, gabelas, censos y contribuciones?
No se hizo la catedral, naturalmente. Quedaron abandonados
los cimientos y en ruinas las paredes. Después
los infieles se burlaban de San Virila.
-¿Lo ves? -le decían- No existen los
milagros.
9. Milagro del incrédulo
El incrédulo le pidió a San Virila que
hiciera un milagro para poder creer.
-¿Qué clase de milagro quieres? -le preguntó
el santo.
-El que sea -respondió con desafiante voz el
hombre-. Basta que sea un milagro.
San Virila hizo un ademán y el escéptico
quedó convertido en mosca. Rió la gente,
y San Virila se sonrió también viendo
a la mosca que revolaba en torno suyo. Entonces hizo
otro ademán y el hombre volvió a su ser
normal.
-Una cosa has aprendido -le dijo San Virila-. Antes
de pedir un milagro debemos pensar muy bien el milagro
que vamos a pedir.
El hombre cambió. No se volvió creyente,
pero sí se hizo un poco menos tonto. Y eso, tratándose
de cualquiera, es un milagro.
10. Milagro de escuchar.
Los aldeanos se conmovieron al ver aquel prodigio:
en medio del campo, de pie sobre una roca, estaba predicando
San Virila. Lo escuchaba una devota congregación
de bestezuelas: ciervos del bosque, conejos y ardillas
de los prados, aves que suspendieron su vuelo para oírlo,
peces que sacaban del río sus cabezas doradas
y plateadas, como en una pintura de Giotto.
-¡Milagro! -prorrumpió la muchedumbre.
Los hombres y las mujeres de la aldea se reunieron
en torno de Virila, y escucharon en silencio su predicación.
Bajó la vista el santo, y miró a la gente
que lo oía con atención igual a la que
ponían las criaturas animales. Al ver eso San
Virila gritó también:
-¡Milagro!
11. Milagro del gatito
Iba San Virila por una calle de la aldea cuando vio
a un gatito sin dueño que tiritaba de frío
entre la nieve. Se conmovió el santo con el sufrimiento
de aquella bestezuela. Dijo en silencio una oración
y del cielo bajó un rayito de sol que calentó
al minino.
Continuó su camino San Virila. El también
tiritaba: sus hábitos de pobre no le daban calor
ni lo cubrían. Le preguntó una anciana:
-¿Por qué no haces el milagro de que
otro rayo de sol baje para ti?
Respondió San Virila:
-Cuando el milagro lo haces para ti ya no es milagro.
Entendió la mujer: el milagro más grande
que hay es el amor sin egoísmo.
12. Milagro del loco
San Virila iba por las calles del pueblo.
En el pueblo las gentes se persignaban al pasar frente
a la iglesia.
San Virila no.
San Virila se persignaba al pasar frente a la casa de
la viuda que sufría de soledad y de pobreza.
San Virila se persignaba ante el mendigo astroso y desgarrado
que pedía limosna en una esquina. San Virila
se persignaba cuando pasaba el niño del que los
otros se burlaban porque no tenía papá.
Y las gentes se sonreían viendo que San Virila
no se persignaba al pasar frente a la iglesia, y que
se persignaba ante los hombres y ante el cielo.
Y decían las gentes:
-Está loco.
13. Milagro del escepticismo
En tono desafiante le dijo a San Virila aquel incrédulo:
-A ver: hazme un milagro.
La gente de la aldea aguardó llena de expectación.
Alzó una mano San Virila y descendió de
lo alto una hermosa paloma blanca que revoleó
sobre el incrédulo un instante y luego le dejó
caer una caca en la cabeza. Con grandes risotadas se
burlaron los aldeanos del descreído, y éste
se fue mohíno y atufado.
Tomó San Virila el camino que llevaba a su convento.
Cuando estuvo lejos del pueblo se detuvo, levantó
al cielo la mirada y dijo:
-¡Lo que tenemos que hacer, Señor, para
combatir el escepticismo de los hombres!
14. Milagro de los novicios
San Virila se sentó en su lugar, el último
en la gran mesa del refectorio conventual.
Habían llegado seis novicios nuevos. Todos habían
oído hablar de los milagros que hacía
San Virila.
-Padre -se atrevió a decir uno-. Háganos
usted un milagro.
Respondió con una sonrisa San Virila:
-Después de la comida hablaremos de milagros.
Se sirvió la humilde pitanza del convento: la
sopa de lentejas; el potaje de habas; el blanco pan
y el queso; el vaso de agua clara.
Al terminar de comer se persignó San Virila,
dio gracias a Dios y se levantó para seguir sus
trabajos en el huerto.
-Padre -le preguntó el novicio-. ¿Y el
milagro que nos iba a hacer?
-El milagro nos lo acabamos de comer -sonrió
otra vez San Virila-. El pan de cada día es un
milagro.
15. Milagro del albañil
Pasaba San Virila junto a la catedral en construcción
cuando uno de los albañiles perdió pisada
en lo alto y se precipitó al vacío. El
santo oyó su grito, hizo un ademán, y
el hombre vino al suelo con suavidad, oscilando como
una pluma de ave, y llegó abajo sano y salvo.
Miró un incrédulo el prodigio y comentó
con burla:
-Eso no es un milagro: eso es un truco.
-También lo hago al revés -le dijo San
Virila. Hizo otro ademán y el hombre salió
disparado hacia el cielo como un cohete, y se perdió
en las nubes.
-No se inquieten -tranquilizó Virila a los asustados
aldeanos-. Esperaré su regreso y lo haré
descender como una pluma, igual que al otro. Entonces
ya no le importará saber si lo que hago es un
truco o es un milagro.
16. Milagro de las criaturas.
En la plaza del pueblo un incrédulo detuvo a
San Virila y le pidió un milagro.
Andaba de buen humor el santo, y cuando los santos
andan de buen humor es cuando hacen más milagros.
Así, levantó la mano, y la plaza se llenó
de pájaros canoros, de mariposas coloridas, de
miríadas de insectos voladores. Trinaban los
pájaros, danzaban las mariposas en el aire y
zumbaban los insectos en perfecto contrapunto.
-¡Milagro! -gritó el incrédulo
junto con todos los aldeanos.
Y dijo San Virila:
-Cada criaturita de éstas es un gran milagro.
Milagro es el gorrión, milagro la mariposa, milagros
la abeja y la chicharra. Lo único que hice fue
juntarlos para que ustedes, ciegos a los milagros de
cada día, los pudieran ver. Ahora regresaré
al convento y rezaré a fin de que el Señor
me haga el milagro de abrirles los ojos, para que puedan
ver que todo en la vida es un milagro, que toda vida
es un milagro.
17. Milagro de la flor montesa
San Virila salió de su convento esa mañana.
Iba sonriendo: acababa de rezar los maitines de Nuestra
Señora -era día de la Asunción-,
y las oraciones marianas siempre le dejaban el alma
anegada en alegría.
Al ir por el camino vio una flor. Era una humilde flor
montesa, pero semejaba un joyel: tenía una gota
de rocío en la corola, y al sol la gota se irisaba
igual que el brillo de un diamante. El primer impulso
de San Virila fue cortarla para ofrecerla a la Virgen
en su altar, pero pensó que la pequeña
flor se veía mejor así, en el campo, viva
y abierta a la luz del sol de Dios.
Cuando volvió en la tarde a su convento San
Virila se sorprendió al ver el monte lleno de
flores, igual que un cielo cuajado de estrellas de colores.
La pequeñita flor se había vuelto mil;
el monte todo era un florido altar. Abrió los
brazos el buen monje y alabó a la Virgen, y fue
su propio corazón como una flor abierta en el
crepúsculo a la luz del sol de Dios.
18. Milagro de la piedra
y el pájaro
San Virila no podía convencer a los incrédulos.
Le dijeron:
-Haz un milagro y creeremos.
Se alejó el santo con tristeza: aquellos hombres
no querían fe, querían circo. Entonces
uno de la turba tomó una piedra y se la arrojó.
Le iba a pegar en la cabeza, pero poco antes de llegar
la piedra se convirtió en un pájaro que
se posó en el hombro del buen fraile. San Virila
lo tomó en su mano, le acarició las plumas
de la cabecita y lo puso después sobre la tierra.
Ahí el pájaro fue piedra otra vez.
-Es un milagro el pájaro y es un milagro la
piedra -les dijo San Virila a los incrédulos-.
Toda criatura del mundo y toda cosa son fruto de un
gran milagro que cada día se renueva. Los que
quieren ver más prodigios a más de ése
son ciegos que nada pueden ver.
19. Milagro de las tinieblas
de la noche
Los incrédulos le pidieron a San Virila un milagro
para poder creer. El santo hizo un movimiento con su
mano y las tinieblas de la noche apagaron el esplendor
del día.
Los escépticos cayeron de rodillas y le pidieron
entre lágrimas que les volviera otra vez la luz
del sol.
Hizo él un segundo movimiento, y de nuevo brilló
la claridad.
-Estos que ustedes llaman milagros -dijo a la multitud-
son cosas que vemos cotidianamente. A la luz del día
suceden las sombras de la noche. Todo lo que sucede
en torno nuestro es un milagro que ni siquiera vemos.
El mayor milagro sería que aprendiéramos
a ver los milagros que nos rodean.
Se volvió San Virila a su convento. Iba muy
triste, pues todos los que habían creído
cuando llegaron las tinieblas dejaron de creer cuando
otra vez vieron la luz.
20. Milagro pequeñito
Los incrédulos le pidieron a San Virila que
hiciera algún milagro para poder creer.
-¿Qué clase de milagro quieren? -les
preguntó Virila.
-Uno muy grande -respondieron ellos.
-Todos los milagros son grandes -les dijo San Virila-,
aun los más pequeños. Haré, entonces,
un gran milagro pequeño.
Tomó un poco de barro en su mano, le dio la forma
de un gusanito y luego sopló sobre él.
Cobró vida el barro, y trepó el gusanito
por el brazo de San Virila para esconderse bajo la manga
de su hábito.
-Demasiado pequeño es el milagro -habló,
burlón, uno de los escépticos-. Nuestra
fe, por lo tanto, será también pequeña.
San Virila le contestó:
-La fe no es del tamaño del milagro. La fe es
del tamaño del corazón de quien la tiene.
Y cuando la fe se lleva en el corazón ni siquiera
necesita de milagros.
Fuente de San Virila. Monasterio
de Leyre, Navarra.