LEYENDAS
(31). LEYENDA DE LA VIRGEN DE LOS ALFILERITOS (TOLEDO)
Padul Cofrade
Investigación. Leyendas
Padul, 20 de mayo de 2020
Iniciamos una nueva
recopilación hecha por Padul Cofrade de algunos
de los muchísimos relatos y leyendas relacionados
con la Virgen María. Intentamos con esto dar
a conocer distintos aspectos relacionados con la religiosidad
en distintas zonas del mundo.
En esta ocasión
seguimos con la leyendas
de la Virgen de los Alfileritos (Toledo).
Tiempos
eran aquellos de descubrimientos y guerras para
los hombres, de soledades y lágrimas de ausencia
para las mujeres. Italia, Flandes y las Indias,
eran lugares donde se cubría de gloria una
juventud, escribiendo historia y dibujando continentes
con el filo de sus aceros toledanos.
En tanto, las mujeres, sin comprender
del todo las empresas en que se empeñan sus
esposos, hijos o prometidos, dedicaban muchas horas
al rezo por los que en remotos e ignorados paisajes
hacían de su fe acicate para sus conquistas.
Entre las toledanas de entonces no era, en verdad,
quien menos oraciones elevaba a su Dios, la joven
doña Soledad de Vargas, hermosa doncella
de noble familia y corazón lleno de ilusiones,
o por mejor decir, con una grandísima ilusión,
dulce y torturante a la par, en su alma ingenua
y sencilla. Doña Sol estaba enamorada. El
duendecillo alado había disparado su perfumada
saeta aquel día cuando, apenas cumplidos
los diecisiete años, tuvo la valentía
de cortar la más linda rosa que adornaba
su balcón y arrojarla al jinete, curtido
de vientos y pólvoras extrañas, que
al mando de su mesnada de bigotudos soldados de
los tercios, había hecho caracolear su corcel,
mientras con los ojos y los labios la dedicaba el
más delicado requiebro.
Era él don García
de Ocaña, alférez el más querido
por su valor y arrojo del ya famoso extremeño
don Pedro de Valdivia; sus proezas en Flandes le
proporcionaron fama de ser uno de los mejores capitanes
de aquellos tercios, y aún el mismo Valdivia
en varias ocasiones habíale abrazado con
lágrimas en los ojos, emocionado por su valentía.
Pocos días después
de prometerse los dos jóvenes solemnemente
ante Nuestra Señora la Virgen María
del Sagrario, don García hubo de partir para
lejanas tierras en pos del de Valdivia; las Indias,
con sus fabulosas fantasías y realidades,
los llamaba para la supuesta gloria de España.
Virgen de los Alfileritos (Toledo).
Doña
Sol quedó triste en su soledad, recordando con
nostalgia las escenas en que el amor, había transformado
su alma de niña en alma de mujer. Más no
era pesimista; guardaba en su corazón dos promesas:
la de que él la amaría siempre y la de que
regresaría pronto. Candorosa, no sabía que
en amor las promesas son pavesas que apaga la distancia
y aventa el tiempo.
Virgen de los
Alfileritos (Toledo).
Y la distancia se interpuso y el tiempo
transcurrió monótono. Pero doña Sol
confiaba y sabía esperar. Largos ratos dedicados
a la oración en su capilla particular acrecentaba
su esperanza. Mas pasaron muchos meses y nunca tuvo noticias.
Verdad es que las comunicaciones con ultramar no eran
entonces muy rápidas, pero, ¿acaso no sería
ya mucha la tardanza? Pensó un día doña
Sol que sus oraciones no eran eficaces, sin duda, por
exigirle poco sacrificio, ya que no le era menester salir
de casa para ante su altarcito, siempre exuberante de
flores, postrarse a pedir por el que lejos de ella estaba.
Así, pues, aquella noche sigilosamente salió
por una puertecilla excusada, acompañada tan solo
de doña Mencía, dueña gruñona,
como soltera vieja que era, y de un fiel escudero, portador
del indispensable farol y una larguísima tizona
bajo la capa.
No fue largo el trayecto, porque en la
misma calle, y no lejos del palacio de la enamorada niña,
había una hornacina, tenuemente alumbrada por una
lamparilla de aceite, donde se mostraba Nuestra Madre
Dolorosa, traspasada su amantísimo corazón
por los puñales del dolor.
Y ante aquel cuadro de la Madre de Dios
oró doña Sol con gran fervor, mientras el
frío y el miedo a ser descubierta allí a
tales horas, ponían temblores en sus miembros y
lágrimas en sus ojos.
A la mañana siguiente supo, al
fin, de su amado. Un fiel escudero traía noticia
de cuanta gloria estaba obteniendo don García en
las lejanas y nuevas tierras bañadas por el mar
Pacífico, así como la certeza de que tan
pronto se diera cima acierta empresa que se preparaba
contra los araucanos, su señor regresaría
a España para hacer su esposa a doña Sol.
Gracias muchas dio nuestra doncella al Altísimo
por haber escuchado sus ruegos por intermedio de su Santísima
Madre, y desde aquel día la hornacina de la Dolorosa
vióse cuidada con esmero y adornada con las más
lindas flores que doña Sol podía encontrar;
aceite tampoco faltó a la antes mortecina lamparilla;
ni faltaron lo que sin duda más agradaba a María
Dolorosa; los rezos fervientes que todas las noches, ya
hora desusada, elevaba nuestra enamorada niña ante
aquel enrejado altarcito. Mas llegaron días en
que la devoción era vencida por el sueño
de la joven, quien antes de terminar los quince Misterios
de su Rosario, quedaba dormida sobre su silla de tijera,
hasta que doña Mencía columbraba que el
rezo no concluía con la prontitud deseada, y acudía
a despertarla.
Gran pesar produjeron estas modorras
a la joven, que creyó ver en ello señal
de su poca devoción cuando pedía por lo
que más deseaba. Así pues, dio orden a la
dueña para que todas aquellas noches en las que
el sueño interrumpiera su oración la despertara,
clavándole sin piedad, un alfiler.
Ni que decir se tiene que doña
Mencía, a quien iban hartando las saliditas a hora
tan intempestiva, obedecía a su ama demasiado al
pie de la letra; y si despertar pocas veces es agradable,
a doña Sol le debía parecer mucho menos,
a juzgar por el grito que ahogaba al sentir en sus carnes
la pequeña puñalada; pero, dando las gracias
a la dueña, seguía rezando hasta terminar
su Rosario; luego, introducía el alfiler por entre
los barrotes de la reja, dejándolo allí
a modo de ofrenda a la Dolorosa.
Virgen de los Alfileritos (Toledo).
Y así se sucedieron las noches
y así aumentaron las ofrendas, hasta que Dios,
sin duda, apiadado de la enamorada muchacha, hizo regresar
a don García antes de que la buena de la dueña
dejara a su ama hecha un acerico estropeado. Nuestros
jóvenes casaron, y se sabe fueron muy felices el
resto de su vida, y en verdad que bien ganado lo tenían,
pues si gloriosas cicatrices hubo él en Italia,
Flandes y contra las huestes de Caupolicán, no
menos numerosas ni sufridas con mayor entusiasmo hubo
ella mientras esperaba su regreso.
Esta es la leyenda de la Virgen de los
Alfileritos. De entonces acá ha pasado mucho tiempo,
y la devoción a la Dolorosa se ha transformado
en la piadosa creencia, por parte de las jóvenes
de hoy, de que si una muchacha echa dentro de la hornacina
un alfiler, pronto tiene novio. y es cosa digna de ver
la enorme cantidad de ofrendas que siempre tiene el pequeño
altarcito, ante el cual, en las primeras horas de la noche,
no es raro presenciar cómo las bellas muchachas
toledanas que pasan por aquella calle, se detienen para
depositar un alfiler y una oración ilusionada.
Autores: Santos Vaquero A. y Vaquero
Fernández-Prieto, E.