LEYENDAS
(45). LEYENDA DE LA VIRGEN DE LA OLIVA (ALMONACID, TOLEDO)
Padul Cofrade
Investigación. Leyendas
Padul, 3 de junio de 2020
Continuamos con la nueva recopilación
hecha por Padul Cofrade de algunos de los muchísimos
relatos y leyendas relacionados con la Virgen María.
Intentamos con esto dar a conocer distintos aspectos
relacionados con la religiosidad en distintas zonas
del mundo.
En esta ocasión seguimos
con la leyenda de la Virgen de la Oliva (Almonacid,
Toledo).
"Corría
el mes de Julio de 1330. La tarde era calurosa
y Celedonio, joven pastorcillo, sesteaba con
su rebaño de ovejas en un pequeño
soto del término de Almonacid, provincia
de Toledo.
De repente nuestro joven
percibió dulces acordes de una deliciosa
armonía. Su sorpresa fue inmensa, pues
nunca había llegado a sus oídos
música tan arrobadora y regalada.
Lleno de curiosidad por
conocer de donde procedía aquel mágico
concierto, registró el sotillo y el prado
sin poder encontrar a los que tañían
los instrumentos arrancándoles aquellas
notas tan armoniosas y tan dulces.
Ya empezaba el pastorcillo
a dudar si sería realidad o ilusión
solamente de sus sentidos la música que
tanto le agradara, cuando en medio de celestiales
resplandores se le apareció una hermosa
señora.
La sorpresa y el temor
se apoderaron del alma del pobre joven de tal
manera, que se le cortaron no sólo la
acción, sino hasta la palabra.
La señora aparecida
le dijo entonces:
-"No temas, Celedonio,
pues yo soy la Madre de Jesús, Redentor
del mundo".
Virgen
de la Oliva (Almonacid, Toledo).
Al oír estas palabras
el pastorcillo cayó de hinojos y, cruzando sus
manos, fijó su mirada con gran devoción
en la Santa Virgen.
Esta prosiguió diciendo:
-"Ve al pueblo y di de parte mía
a tus paisanos que en este mismo sitio en que me ves
hay escondida una imagen mía".
"Diles que es mi voluntad que la saquen
de nuevo a la luz y la edifiquen una ermita donde
se la tribute el culto debido"
"En pago de esta acción yo me constituiré
en protectora especial de esta comarca".
Al terminar estas palabras la celeste aparición
se disipó.
Celedonio, repuesto de la sorpresa y la emoción
que aquel caso tan inesperado le produjera, dirigióse
a Almonacid a cumplimentar el encargo de la Virgen.
Una vez en el pueblo enteró a varios de
sus convecinos del mensaje que llevaba.
Pero unos oyéronle con despreciativas
sonrisas y otros llegaron hasta a tacharle de simple
o de loco.
Celedonio no se desanimó por aquel contratiempo.
Fiel cumplidor del encargo que recibiera corrió
a los pueblos vecinos a fin de ver si sus palabras
eran mejor acogidas.
Pero el resultado fue el mismo.
Nadie quería hacerle caso.
A los ojos de todos la grandeza de la embajada
aparecía en contradicción con la pequeñez
del enviado.
Aquellas gentes no comprendían que la
mayor parte de las cosas grandes tienen su origen
en las pequeñas.
Dios elige siempre los medios más sencillos
para la ejecución de sus más altos designios.
Celedonio, rechazado por todos, volvió
triste y pesaroso al sitio donde se le apareciera
la Santa Virgen.
Esta volvió a presentarse.
El atribulado pastor cayó de rodillas
ante ella y le dijo:
-"Noble Señora, he cumplido fielmente
el encargo que me hiciste, pero todos cuantos esfuerzos
he hecho han sido inútiles".
"Mis palabras no han sido creídas
por nadie".
"Ni mis paisanos ni los vecinos de los pueblos
inmediatos han hecho caso de mis ruegos y por todos
he sido motejado de loco o visionario".
La Santa Virgen le dijo entonces:
-"Yo haré que tus palabras sean creídas
y que los que te han motejado te ensalcen y respeten"
Y dicho esto tomó de manos de Celedonio
un rústico cayado y, tocando con él
en tierra, brotó al golpe un verde y corpulento
olivo.
Hecho esto devolvió el cayado al pastorcillo,
diciéndole:
-"Vuelve a Almonacid y di a tus paisanos
que para que se convenzan de la verdad de tus palabras,
vengan a ver este árbol, a cuyo pie yace enterrada
mi imagen.
Antes de penetrar en el pueblo hallará
una comitiva que conduce al cementerio el cadáver
de un niño.
Tócale con tu cayado y el niño
resucitará".
Admirado Celedonio, pero lleno de fe en las promesas
de la Virgen, volvió a Almonacid a vencer la
incredulidad de sus vecinos.
Al llegar a las primeras casas encontró
la fúnebre comitiva que la Virgen le indicara.
El niño muerto que conducían a
la fosa contaría unos siete años.
Celedonio mandó detener el entierro y
tocando en féretro con su cayado exclamó:
-"En nombre de Dios y por mandato de su
Santa Madre, vuelve a la vida y declara ante todos
si es verdad lo que les he anunciado hace días
de parte de tan excelsa Señora".
Al terminar Celedonio de decir, el niño
se levanta y confirma sus palabras.
Todos los espectadores de aquella escena caen
de rodillas y miran con religioso asombro al que habían
tenido por un visionario, y en quien reconocen entonces
un verdadero enviado de la Reina de los Cielos.
Convencidos ya a la vista de tan milagroso suceso,
llenos de respeto y de fe, siguieron a Celedonio.
Este les condujo al lugar donde se le apareció
la Virgen.
Su admiración fue inmensa al ver el lozano
y robusto olivo en aquel sitio en que les constaba
que nunca había existido.
Con gran vigor y piadoso afán comenzaron
a cavar en la circunferencia del milagroso árbol.
A poco que profundizaron dieron con una especie de
bóveda, debajo de la cual apareció a
sus ojos una hermosa imagen de la Virgen.
Desde aquel momento comenzaron a llamarla la
Virgen de la Oliva.
De este milagroso suceso llámase también,
durante algunos siglos, el pueblo inmediato Almonacid
de la Oliva, trocándole después por
el de Almonacid de Toledo, que es el que en el día
tiene.
Los devotos descubridores de la santa imagen
la veneraron con el mayor fervor, después de
lo cual uno de los más ancianos, dirigiéndose
a todos, les dijo:
-"Este sitio no es ni propio ni decoroso
para que dejemos él a esta hermosa efigie".
"Creo que lo más conveniente es que
la traslademos a la iglesia parroquial del pueblo,
donde el clero la colocará en donde pueda recibir
culto y veneración más dignos de su
grandeza".
Todos cuantos oyeron estas palabras asintieron
de buen grado a lo que el anciano decía.
Pero Celedonio, conteniéndoles con un
ademán, repuso:
-"Tened entendido que al aparecérseme
la gloriosa Madre del Redentor, una de las cosas que
me dijo fue que deseaba que se levantase a su imagen
una ermita en este mismo sitio".
"La voluntad de la Reina de los ángeles
debe ser ciegamente acatada y obedecida por todos
cuantos con verdadera fe la veneren".
Las palabras de Celedonio eran órdenes
para aquellas buenas gentes, que decidieron dejar
la Virgen en aquel sitio, empezando inmediatamente
a construir la ermita.
Pocos días después vióse
concluido un modesto y sencillo santuario donde la
Virgen fue colocada.
El fervor religioso de los vecinos de Almonacid
y de los pueblos comarcanos levantó como por
encanto aquella ermita.
La oliva que brotó al golpe dado por María
con el cayado del pastor duró muchos siglos.
Su maravilloso fruto no sólo bastaba para
alimentar de aceite la lámpara que ardía
perpetuamente ante el altar de la Virgen, sino para
repartir a los devotos que curaban con él toda
clase de dolencias.
El pastor Celedonio consagró el resto
de su vida al servicio de la sagrada imagen.
Muerto a los seis años de la milagrosa
aparición, fue enterrado en la misma ermita
delante del altar de la Santa Virgen."