La costumbre existente en los países de América
de hacer regalos en la fecha de la Nochebuena, el
día de San Nicolás, fue llevada por
los colonos holandeses en 1620. Estos holandeses
llamaban al santo, Santerklaus, que fue traducido
por los americanos por Santa Claus.
El personaje de San Nicolás, Santa Claus
o Papa Noël, que son el mismo personaje según
del país de que se trate, provienen de un
verdadero habitante de Myra, monje y posteriormente
obispo, que alivió, hace muchos años,
las necesidades de una familia depositando una monedas
de oro en los zapatos que algún miembro de
ella había dejado en la ventana. También
se cuenta que la tradición viene de antes
cuando el jefe de la guardia romana Marco, quiso
vender a un niño como esclavo impidiéndoselo
Nicolás. En otra ocasión Marco quiso
apoderarse de unas doncellas si su padre no pagaba
una deuda y, enterándose Nicolás, tomó tres
sacos de oro y, en la noche de Navidad, llegó a
la casa y arrojó los sacos por la chimenea
salvando así a las jovencitas.
En la Edad Media
la leyenda de San Nicolás arraigó fuertemente
en Europa, principalmente en Italia, ya que a la ciudad de
Bari fueron trasladados sus restos en 1.807, al igual que
en Holanda donde se convirtió en patrón de
los marineros y de la ciudad de Amsterdam; cuando los holandeses
colonizaron la zona actual de Nueva Cork, antes Nueva Amsterdam,
introdujeron el culto y las tradiciones de San Nicolás
en América.
Es por ello que una de las costumbres más arraigadas
en la época de Navidad es la de dar regalos a aquellos
que nos realizan algún favor o servicio y que se ha
extendido, ampliándose a los amigos, familiares y
conocidos.
Puede que su origen se remonte al tiempo de los druidas
de las zonas escandinavas y que, con el tiempo, pasó a
las Galias, de donde toma el nombre de “aguinalgo”,
del vocablo equinand. Pero prescindiendo de cual fuera su
origen, esta antigua costumbre es tan vieja como la civilización
romana, relatándose que en el tiempo de la fundación
de la ciudad de Roma, Rómulo obsequió al rey
Tacio con ramas de frutales.
Con la llegada de la era cristiana la costumbre experimentó un
retroceso aunque sin llegar a desaparecer por completo, puesto
que se consideró una tradición pagana que había
que erradicar.
Más modernamente y en nuestro país, durante
el tiempo de los monarcas de la dinastía de los Borbones,
se introdujo ésta costumbre de los regalos derivada
de Francia aunque con el tiempo una orden la prohibió,
existiendo quién encuentra ésta tradición
en las antiguas culturas chinas y japonesas.
Entre nosotros la tradición aboga por reconocer el
origen de los presentes al hecho del ofrecimiento de oro,
incienso y mirra al recién nacido por parte de los
Reyes Magos.
Si nos apoyamos en la historia que el Nuevo Testamento en
los Evangelios nos ofrece, no conoceríamos ni la identidad
ni los nombres de los Reyes Magos, ya que en ellos no se
mencionan.
Es a partir del siglo IV cuando aparecen por vez primera
la identificación racial de los Reyes y sus edades
simbólicas de 20, 40 y 60 años, como homenaje
a las tres etapas más importantes de la vida del hombre.
Él configurarlos como de raza blanca, negra y amarilla,
tiene su razón en representar a las tres razas más
importantes de aquella época.
Los nombres de Melchor, Gaspar y Baltasar aparecen a partir
del siglo XII y es también sabido que sus cuerpos
incorruptos aparecen en el año de 1162, encontrados
por la madre del Emperador Constantino, Santa Elena, y que
fueron llevados a Constantinopla. Luego fueron entregados
al Obispo de Milán y desde aquél momento los
cuerpos desaparecen. Hoy en día la tradición
refiere que están enterrados en la catedral de Colonia
(Alemania), cosa de total falta de rigor, aunque hay que
mantener viva la tradición y la leyenda.
Lo que sí parece demostrado es que los tres Reyes
pertenecían a la religión de Zoroastro, religión
persa de la antigüedad y que eran sacerdotes o científicos
ilustrados en diferentes saberes y conocimientos, tales como
las matemáticas, la física, la religión
y la astrología.
Hay que recordar que los medos, cultura de la que derivaban
estos Reyes Magos, eran una de las más avanzadas civilizaciones
de su tiempo y en especial en la astronomía.
Otra leyenda o tradición cuenta que existió un
cuarto Rey Mago, cuyo nombre fue Artabán, que también
vio la estrella pero que nunca llegó a Belén
a tiempo de ver al Niño Dios, aunque llegó a
tiempo de conocer la matanza de los santos inocentes cuando
José y María ya habían partido hacia
Egipto.
San Mateo nos relata que los Reyes siguieron a una estrella
muy especial y con referencia a esta especial estrella de
Belén existen diferentes teorías que rivalizan
entre historia y leyenda, manteniéndose todo tipo
de discusión entre teólogos y astrónomos.
Hay quién opina que se trató de un cometa,
incluso identificándolo con el Halley, aunque está comprobado
que no pudo ser.
Otros abogan por la teoría de una nova o incluso
por la conjunción de una serie de planetas, -Marte,
Júpiter y Saturno-, aunque también se niega
esta teoría.
Y por fin existe la teoría de responder al enigma
de la estrella de Belén con la aparición de
un fenómeno OVNI, en relación con naves espaciales.
No obstante, los ortodoxos religiosos no dudan en atribuir
a un milagro sobrenatural la aparición de una estrella
que mantuviese una trayectoria específica y se detendría
expresamente sobre un lugar exacto.