ASÍ SE CELEBRA LA FESTIVIDAD
DE SAN
SEBASTIÁN EN: PADUL (GRANADA)
Padul Cofrade
Desde 2003 hasta ahora
Jarramplas
La
breve descripción que presento a continuación
es fruto, básicamente, de la información
recogida entre 1982 y 1988 durante mis frecuentes
visitas a Piornal, del material obtenido durante
mi presencia física en las fiestas de
Jarramplas en los años 1981 y 1987 y
de la consulta de la bibliografía
existente sobre el tema.
El ciclo festivo anual de Piornal comprende
la semana de los quintos, los carnavales,
Semana Santa, el día del Señor, San Cristóbal, la fiesta
de la Virgen, Nuestra Señora de la Asunción, San Roque, con
las ceremonias del regocijo, el ramo, las rondas y los toros; los santos
con los
calbotes y la Nochebuena con los villancicos y aguinaldos.
Entre las desaparecidas, viva todavía en la memoria de algunos vecinos,
cabe nombrar el Día o la fiesta de San Juan. Entre las ceremonias mas
destacadas estaban el corte del roble, pinchote, y el sorteo de los cargos
de los encabezados, responsables de «pedir» y «cobrar el
toro» de San Roque.
Sin género de dudas, la celebración festiva que confiere personalidad
cultural a Piornal, que la distingue de otras poblaciones serranas, es el Jarramplas.
La fiesta de San Sebastián y, particularmente, el rito que se desarrolla
en torno a la bortarga o mamarracho Jarramplas, se ha convertido en el emblema
de la identidad étnica local.
En
diversas localidades del norte cacereño y en
el sureste de la provincia de Badajoz las estructuras
socioeconómicas no presentan rígidas
jerarquías, llamativas diferencias sociales,
estratos económicos antagónicos... La
realidad social muestra comunidades integradas, igualitarias.
Circunstancias que se traducen durante la celebración
de ciertas fiestas en la existencia de mayordomías.
La mayordomía supone un instrumento de adaptación social mediante
el que ciertos miembros de la comunidad expresan, ritualmente, su tal vez nueva
posición económica o el ascenso social. Recuérdese, a
este respecto, el desembolso económico que, en gastos ceremoniales,
conlleva el ejercicio de la mayordomía. Pero en el caso del Jarramplas
alcanzar la mayordomía, aparte del prestigio social que supone, implica
también un reto para los miembros varones de la sociedad piornalega
en el contexto de su sistema de creencias y valores, en el que la ofrende y
la promesa tienen plena vigencia. Es más, explícitamente, quienes
ostentan la mayordomía la justifican como una promesa. De cualquier
modo, lo que me parece destacado es el fenómeno de clientelismo que
se genera a partir del rol que en la celebración juega el mayordomo.
Cuando
los fríos de enero se apoderan de la serrana
localidad de Piornal, situada a más de mil metros
de altura sobre el nivel del mar, entre las fértiles
y bellas comarcas del Valle del Jerte y de la Vera,
se festeja en los días 19 y 20 una original
fiesta en honor de San Sebastián: el «Jarramplas».
Nada cierto y probado con base documental hay sobre
sus orígenes; pero, antes de entrar a exponer
las versiones, transmitidas por vía oral, que
al respecto circulan por la comarca, considero conveniente,
a fin de valorar con mayor precisión la descripción
que en las siguientes líneas transcribimos,
recordar, aunque someramente, los datos más
relevantes de la hagiografía del Santo en cuya
memoria se conmemora la fiesta. Muchas de las coplas
cantadas en estos días aluden a su condición
de militar, y es que, a San Sebastián, oficial
del ejército romano bajo las órdenes
del emperador Diocleciano hasta que, confesada y hecha
pública su fe cristiana, se le sometió a
persecución, muriendo como mártir: asaeteado
y a palos. Hasta aquí la historia.
En cuanto al origen mítico-legendario de la celebración, apuntar
que, en primer lugar, hay quienes consideran, con manifiesto sentido erudito
y amor por lo mitológico, que la presencia del Jarramplas y la existencia
de su fiesta hay que buscarla en la quimérica lucha que Hércules
infligió a Caco; en segundo lugar, hay quienes afirman, basándose
esencialmente en la aparatosa y llamativa máscara que sobre el rostro
del personaje central de la fiesta, que el origen está en las ceremonias
vistas por los primeros conquistadores de América entre los indios.
Y en último lugar está la postura que supone a Jarramplas como
un ladrón de ganados que tenía trastornado el orden y las normas
de convivencia vecinal; por lo cual, capturado, fue castigado y sometido a
la mofa pública. Lo que nos parece conveniente resultar son los elementos
zoomórficos y de animalismo que aparecen en la máscara de Jarramplas.
Es probable que, como nos recuerdan tales circunstancias expresadas, a más
de otras latentes, no tan manifiestas, el Jarramplas esté relacionado,
como otras fiestas de invierno celebradas en la zona, con la cultura pastoril.
Sea como fuere, para nosotros lo importante es que, a lo largo
de la geografía
nacional, y en concreto en varias comunidades próximas a Piornal, y
siempre dentro de la provincia cacereña, se evocan por las mismas fechas,
como ocurre con el Taraballo, de Navaconcejo; el Boo o Zampagijo, de Pasarón
de la Vera, y con el Pero-Palo, de Villanueva de la Vera, en carnaval2, festejos
con evidentes paralelismos. En efecto, el esquema mitico-histórico-legendario
de referidas celebraciones es, de algún modo, semejante. Así,
nos encontramos con que los casos citados hay un personaje central alrededor
del cual gira la fiesta, que son condenados por cometer los mismos delitos
(robo de ganados, transgresión del orden social establecido, etc.),
y que, también, los cuatro son expuestos a la burla vecinal.
Vamos a centrarnos, sin más dilación, en la fiesta tal y como
es hoy3. Hacer de «Jarramplas», como veremos, no es nada grato.
Personaje que acapara y protagoniza la fiesta, es un hombre agradecido a San
Sebastián. Lo tradicional es que, tras la concesión de favor
hecha por el Santo a la petición formulada por algún piornalego
en caso de necesidad (enfermedad, apuros económicos, etc.) se haga,
por agradecimiento, de «Jarramplas». Por costumbre, pues, la decisión
lleva aparejada una promesa o voto religioso.
Hacer de «Jarramplas» es la materialización de esa promesa.
No obstante, en los últimos años no ha sido raro que en el papel
de Jarramplas se turnasen dos vecinos. Pero últimamente, dado el riesgo
que conlleva el serlo, no es nada fácil encontrar voluntarios a tal
fin, émulos de San Sebastián. Y así, en los años
que nadie se ofrece, hace de botarga uno de los miembros varones de alguna
de las familias que son devotas del santo y que lo tienen por tradición.
Si bien cualquier vecino puede ser el protagonista de la fiesta. El único
requisito que se exige para ello es el de estar apuntado, con meses de antelación
a la celebración, en la lista que controla, con esta intención,
el señor cura párroco.
El «Jarramplas» se identifica por su indumentaria. Va vestido,
a modo de botarga, con unos pantalones y camisa blancos, de los que cuelgan,
apretadamente esparcidos por todo su cuerpo multitud de tiras de telas de colores.
Sus manos van recubiertas por unos fuertes guantes. Cubre su cabeza una exótica
máscara de cartón piedra de unos cinco kilogramos de peso y de
la que podemos distinguir hasta cuatro partes atadas entre sí con cabos.
La alta, de cuya parte superior cuelgan unas crines negras de caballo, tiene
la forma de mitra.
Una segunda parte, cosida a la anterior, que da vuelta a la
cabeza y al cuello, y en la que van pintados unos terribles
dientes blancos y donde hay unas aberturas
para los ojos, en la que, para evitar sean dañados por los proyectiles
que durante estos días arrojan a «Jarramplas», se colocan
unas telas metálicas. En esta sección, que es doble, se colocan
interiormente, entre cartón y cartón, unos refuerzos de espuma
y tela metálica como material amortiguador.
Los dos descomunales cuernos que se cosen al cuerpo central
y que por su forzada curvatura casi se tocan en las puntas,
constituyen la tercera parte. La cuarta
y última estaría formada por la poderosa nariz roja que sobresale
llamativamente del perfil de la careta. Por detrás, además, lleva
la máscara un sistema de cuerdas corredizas que van atadas al cinturón
que traviesa diagonalmente el pecho y sirve para sujetar el tamboril y para
fijar la carátula, de la que cada año se hacen dos o tres ejemplares.
Lo que puede dar idea del castigo a que se somete a su portador.
Era tradición que el día 19 Jarramplas se pusiera una de las
caretas del año anterior Lo que puede entenderse como un hecho de mera
funcionalidad: aprovechar lo viejo, la tan conocida reutilización de
los materiales en las sociedades rurales; pero otros son también los
significados que nos sugiere el hecho de conservar de un año para otro
la máscara vieja: de un lado se trata, previsiblemente, de no interrumpir
el continuum cultural que constituye el proceso festivo y, del otro, metafóricamente
cabe conferir a la máscara y, por ende, a su portador, un sentido protector
auspiciado por el buen desarrollo de la fiesta del año anterior En cierta
medida el significado latente cabria relacionarlo con las ceremonias que a
través de expresiones, objetos, productos, etc., fundamentan y articulan
el paso de lo viejo a lo nuevo.
Como
distintivos característicos lleva «Jarramplas»,
también dos gruesas cachiporras.
La fiesta comienza el día 19 con la petición de ofrendas que
se hace para el Santo a las diez de la mañana. El «Jarramplas»,
tocando el tamboril y sin máscara, recorre las calle del pueblo acompañado
de los chiquillos y del mayordomo4 -o mayordomos. que hasta tres lo pueden
ser- recogiendo las dádivas -antiguamente productos del campo, ahora
monedas- que le ofrecen. Finalizado el petitorio se dirigen a casa del mayordomo,
se pone la máscara y sale por las calles y bares a tomar unas copas.
Ya en este preciso momento el pueblo entero presenta una peculiar
imagen. Su fisonomía cambia hasta tal punto que parece estar todo en obras: cabinas
telefónicas, ventanas, balcones, terrazas, cristaleras, etc., se cubren
con maderas, tablas, toldos, mantas y otros elementos al objeto de resguardarlos
de los «proyectiles» que en estos días se lanzan. La metamórfosis
que en estos días experimenta el pueblo es un aspecto apenas tratado.
Es también el mayordomo, que suele ser un individuo que se ofrece voluntariamente
o por promesa, un personaje destacado de la fiesta. El deseo no expresado de
prestigio es a veces el principal estímulo para correr con sus gastos.
Y si es cierto que cualquier vecino puede serlo, no lo es menos que frecuentemente
detenta el cargo un vecino de los que se encuentran en situación económica
más desahogada. Es, asimismo, el mayordomo el encargado de custodiar
la ropa, la mascara y los palos del «Jarramplas» de un año
para el otro: si bien cada 20 de enero se estrena una nueva careta.
Además, por su patronazgo, es el responsable directo de «Jarramplas»,
debiendo procurar tanto que no se extralimite como de que no se transgreden
las normas de las fiestas con el consiguiente peligro para el enmascarado.
Aspecto importante en la celebración es la relación de clientelismo
que se produce entre la mayordomía y «Jarramplas» y su familia.
Por la tarde, hacia las cuatro, la mujer del mayordomo y sus
familiares -siempre hembras-, ni siquiera el sacerdote puede
estar presente, van a la iglesia a
limpiar, adornar, vestir y poner en sus andas al Santo. Poco después,
hacia las siete, se anuncia la fiesta próxima a toque de tamboril y
con repiques de campanas. De casa del mayordomo, con él acompañado
de la chiquillería, sale «Jarramplas», sin máscara
y golpeando el timbal, a dar una vuelta, que bien podríamos calificar
de «contacto» con la atmósfera festiva, al tiempo que a
tomar unas copas. El significado del acto es hacer público el inicio
de la fiesta.
Con el canto de las alborás en honor del Santo comienza el día
20. A las doce de la noche se congrega el pueblo frente a la puerta de la iglesia
parroquial de San Juan Bautista y se reza una avemaría. Justamente cuando
comienzan a sonar las campanadas de la medianoche principia «Jarramplas» a
cantar, acompañado del tamboril, las alboradas. El coro que le sigue
está formado, en esencia, por un grupo de chicas que acompañan
haciendo sonar calderos, botellas, etc., y que durante las diez noches anteriores
estuvieron ensayando para esta ocasión en casa del patrocinador de la
fiesta.
Las coplas, que se van entonando por un tradicional recorrido
que evoluciona preferentemente por parte antigua, aluden a
la vida de San Sebastián.
Durante el itinerario, el pueblo va engrosando las filas de la comitiva. Terminada
la primera vuelta, en cuyo trayecto el mayordomo se ocupó de apuntar
en una lista las familias, amistades y vecinos que en la segunda desean se
les visite, se regresa al punto de partida, a la puerta de la iglesia. Es ahora,
iniciada la segunda vuelta, cuando los familiares del mayordomo, provistos
de sacos y de cestos, recogen los productos que le ofrecen sus convecinos.
En las casas donde se detiene el cortejo son invitados los
receptores de las ofrendas a degustar artículos rituales, tales como vino, chacina, tirabuzones
y otros dulces... Finalizada la ceremonia, alrededor de las cinco de la mañana,
se reúnen, a instancia del mayordomo, en su hogar o en un garaje o almacén
cedido al efecto para saborear las migas. Son los jóvenes, el mayordomo, «Jarramplas» y
su mujer, que debe estar aquí obligatoriamente, los que rematan la noche.
Por la mañana, a las once, sale el Santo en procesión de la iglesia
parroquial, recorre las calles céntricas y vuelve al mismo templo; pero
un poco antes de dar comienzo, «Jarramplas», acompañado
en todo momento del mayordomo, da varias vueltas al pueblo. La procesión
va encabezada por la cruz guía y por la imagen del Santo, que llevada
en andas por mujeres y familiares del mayordomo es seguida a poca distancia
por «Jarramplas», que va desenmascarado, y por el coro de muchachas;
aquél, andando hacia atrás, dando siempre la cara al Santo y
tocando el tamboril.
Una de las mujeres porta un canastillo de mimbre al objeto
de recoger las limosnas que en el itinerario van ofreciendo,
y que posteriormente se invertirán
en pagar parte de los gastos de la fiesta. El pueblo, compuesto en esta ocasión
fundamentalmente por mujeres, cierra la comitiva. Al regreso, en la puerta
de la iglesia, antes de entrar la imagen, procede el sacristán a subastar
las andas del Santo. Seguidamente, ya dentro del templo, se celebra la misa
mayor y se canta la Rosca de San Sebastián. Es ahora, como en la procesión,
cuando las chicas del coro, ataviadas con «el traje regional»,
y «Jarramplas», con el tamboril y sin mascara, cantan la Rosca
en unión el mayordomo y de hombres y mujeres devotos.
«Jarramplas» se coloca en lugar destacado junto al coro y al vecino
que ostenta el patronazgo del fasto acontecimiento. Las letras de la Rosca se
refieren al martirio de San Sebastián y la mayoría, de carácter
hagiográfico, resaltan su condición de militar. Finalmente, tanto
los que fueron a misa como los que no asistieron a ella se concentran en la periferia
de la plaza de la iglesia en sus proximidades y taponando las bocacalles que
en ella desembocan. Se espera ansiadamente la salida del personaje que retiene
la atención de todos: «Jarramplas».
Cargados de troncos de coles, de nabos -que en la actualidad
los distribuye el Ayuntamiento, pero lo tradicional es cogerlos
días antes de los huertos
cercanos al pueblo-, con bolas de nieve, patatas y otros objetos arrojadizos
se espera impacientemente a que «Jarramplas» se ponga la carátula
y salga. Momento éste, nada más asomarse a la puerta de la iglesia,
en que comienzan a lanzarle una incensante nube de objetos que, con interminable
cadencia, le vienen de todas partes.
Es el momento de máxima emoción. «Jarrampas», impasible,
no sólo no se resguarda, sino que da varias vueltas a la plaza, arrodillándose
en varias ocasiones e incluso -y es tradicional- sube al pretil de la fuente
que está en medio de la plaza y convirtiéndose en señuelo
de todos, ofrece un fácil blanco. A distancia razonable, pero próximo
a él le sigue el mayordomo con la misión de cogerle las cachiporras
si se le caen y que, en ocasiones, además de servirle para intentar
desviar la constante lluvia de proyectiles que le arrojan, también se
utilizan para intimidar a los atrevidos agresores que se le aproximan, burlando
la vigilancia del mayordomo más de lo permitido.
En estos casos -sin poderse definir a «Jarramplas», por otra parte,
como máscara fustigadora- es cuando arroja sañudamente sus cachiporras
contra los que traspasan el límite simbólico. De todos modos,
la máscara sufre importantes desperfectos y su portador un considerable
castigo. No es raro, pues, que sobre todo en los últimos años,
a consecuencia de los fuertes disparos a que se somete, finalice la actuación
con heridas de cierta consideración. Motivo por el cual, desde hace
unos años y coincidiendo con el reseñable aumento experimentado
en la agresividad popular, especialmente en los mozos, el Ayuntamiento emite
unos bandos instando a que, como en la antigüedad, sean únicamente
los niños y niñas de hasta catorce años los que disparen
contra «Jarramplas». No son, sin embargo. tenidos en cuenta dichos
edictos municipales y por ello los efectos perseguidos son nulos. Hay que decir,
además, que son los quintos los que vulneran con su ritual actitud violenta
toda norma municipal, que por otra parte, es de algún modo lo que se
espera. Circunstancia, de otro lado, que hace que cada año sea más
difícil encontrar voluntarios para desempeñar el papel de protagonista.
A pesar de todo, o tal vez por ello justamente, la fiesta continúa. «Jarramplas» con
su tamboril, las cachiporras y su «bien-hacer», lleno de cardenales
y de moratones, recorre incansable las calles del pueblo. A cada paso, en cada
esquina le espera un grupo de agresores que considerándolo la representación
de todos los males de la comunidad se ofuscan en él arrojándole
ferozmente los más heterogéneos elementos. Se le deja en paz
cuando, despojado de la carátula, hace algunas incursiones de «refresco» a
los bares.
A la una descansa por unas horas del martirio saliendo, sin
máscara,
en compañía del mayordomo y de las chicas del coro, a cantar
por las calles del pueblo la Ronda -especies de rondeñas que son distintas
cada año-. Las chicas y los familiares encabezan la partida ataviados
con el «traje regional». Después del pasacalle van a comer.
Pero pronto, de nuevo, terminado el agasajo, sale «Jarramplas» por
el pueblo recibiendo otra buena dosis de nabazos, patatazos, bolazos, etc.
El último acto público se celebra a las cuatro y media de la
tarde. El «Jarramplas», acompañado del mayordomo, de sus
familiares y de mujeres de edad reza el rosario en la iglesia. Es ahora cuando
se sube a San Sebastián a su trono. A continuación, ya sin máscara,
sale a dar una vuelta y a tomar algún refresco. El ceremonial concluye
con el rito de la entrega de la ropa y cachiporras del «Jarramplas» al
mayordomo.
Cada año se repite inexorablemente la fiesta a partir de las pautas
establecidas por la tradición. Una ceremonia de la que nada hemos escrito,
y que, sin embargo, consideramos de gran interés, es la de vestir a
Jarramplas, en la que, como en circunstancias similares, no faltan ciertas
dosis de secretismo.
Texto: Javier Marcos
Arévalo
Profesor de la UEX. Antropólogo