En la antigüedad, en
los primeros siglos de nuestra era, cristianos deseosos
de dedicar su vida por entero a Dios, deseosos de vivir
en la intimidad con Jesucristo, deseosos de vivir con
total radicalidad el evangelio, deseosos de alcanzar
el reino de los cielos, se retiraron a lugares solitarios,
lejos de la vida muelle y corrompida que les ofrecía
el mundo.
El lugar generalmente aceptado como cuna del monaquismo
cristiano es Egipto. Allí aparecieron las grandes
figuras de monjes universalmente admiradas y propuestas
como modelo. Allí también se delinearon
con perfiles nítidos las dos formas principales
de vida monástica: El anacoretismo y el cenobitismo.
El anacoretismo
Los anacoretas o eremitas eran solitarios que se internaban
en los desiertos que, llevando una vida de intensa mortificación
y penitencia, purificaban su alma buscando la intimidad
con Jesucristo.
En los albores del monaquismo cristiano, como modelo
de vida anacorética nos encontramos con San Antonio
Abad. San Pacomio lo considera como "la forma
perfecta de la vida anacorética".
Pero Antonio no fue sólo un anacoreta, sino
padre de monjes anacoretas. En verdad no fueron pocos
los que se animaron a dejar ciudades y poblados para
abrazar la vida monacal en las soledades del desierto.
Ahora bien, desde muy antiguo, en Egipto, Siria, Fenicia,
la Mesopotamia, se formó la tradición
de que nadie podía ingresar debidamente en la
vida monástica si no encontraba un padre que
le admitiese. Por eso lo primero que debía hacer
quien deseaba ser monje era buscar un maestro que le
enseñase cómo comportarse en el yermo,
como vencer las pasiones desordenadas, cómo luchar
contra los demonios, cómo progresar en las virtudes.
El ejemplo y la palabra del anciano formaban poco a
poco al nuevo monje. Los apotegmas de los padres del
desierto son respuestas de los ancianos a las preguntas
de un nuevo monje.
Demás está decir que la palabra del anciano
tenía autoridad indiscutible: sus dichos eran
considerados carismáticos, es decir Dios mismo
era el que expresaba su voluntad por medio de las sabias
palabras del anciano. En la vida de los anacoretas tenía
capital importancia lo que se denominaba Logión
que era una sentencia divina dada por el anciano al
nuevo monje que le preguntaba acerca de cómo
vivir su vida de consagración a Dios, acerca
de cómo alcanzar la perfección en la vida
monástica y por ende su propia salvación.
El Logión era un don especial concedido tan
solo a los monjes perfectos, al anciano, y era una sentencia
pronunciada en nombre de Dios. Era como un oráculo
divino transmitido al monje novato quien preguntaba
a su padre espiritual qué debía hacer
para ser un monje de verdad y cómo de un modo
práctico, obtener la santidad y por ende su salvación.
Por ejemplo un monje le preguntaba a su padre espiritual:
“Dime qué debo hacer para salvarme”;
el monje respondía: “huye de los hombres
y te salvarás”. Entonces el nuevo
monje dedicaba toda su vida a meditar y poner en práctica
todo aquello que implicaba esa sentencia dicha en nombre
de Dios.
Durante el tiempo de aprendizaje los ancianos no escatimaban
pruebas para comprobar la veracidad de la entrega a
Dios, para formar y ayudar al nuevo monje a ser monje
de verdad.
Entre los anacoretas no existía la profesión
de votos formales, simplemente un día oía
de su maestro como Pablo el simple: "He aquí
que ya eres monje" y entonces, terminaba su
periodo de aprendizaje y formación e iba a ocupar
una celda individual.
Sin embargo, los anacoretas del Egipto si bien vivían
en la soledad del desierto no llegaron a independizarse
absolutamente del resto de la humanidad, se agruparon
en lugares cercanos unos de otros y formaron una especie
de colonia de anacoretas. Su vida era predominantemente
solitaria. No pocas veces se vio que el anciano, verdadero
monje perfecto y santo, atraía muchos nuevos
monjes más, que deseaban imitar su vida en búsqueda
del Señor.
Por esta razón se formaban en torno a él
numerosos discípulos que constituían una
especie de colonia. El monje padre espiritual, deseoso
de una mayor soledad, llegado el tiempo se alejaba un
poco de sus discípulos e internándose
aún más en el desierto, buscaba una mayor
soledad con Cristo. Pero la fecundidad de su vida, la
generosidad de su entrega, la santidad de vida atraía
nuevos discípulos y entonces, nacía una
nueva comunidad de anacoretas.
Dentro de la celda los anacoretas oraban, hacían
penitencia y trabajaban. La ocupación preferida
era la confección de cestas, cuerdas y esteras
tejidas de juncos o palmas, ya que este trabajo, predominantemente
mecánico, le otorgaba la posibilidad de continuar
su oración. Otros se ocuparon de traducir manuscritos
para sus hermanos o como medio de subsistencia.
La ocupación primordial era rezar: lo hacían
día y noche. No eran pocos los que pasaban la
noche en vigilia completa.
Todos los discípulos de un maestro si bien en
su celda tenían amplia libertad, observaban en
la práctica un régimen de vida semejante,
ya que si bien eran solitarios, permanecía entre
ellos un fuerte vínculo con el anciano que los
había formado. Aun viviendo solos, se sentían
ayudados y sostenidos por la presencia, ejemplo, conversaciones
edificantes y consejos de sus maestros y hermanos en
ascetismo.
En cuanto a la liturgia, el sábado y domingo
concurrían comunitariamente al rezo de los salmos
y la eucaristía, luego la cual rompían
el riguroso ayuno de la semana con un poco de pan y
guiso de verdura. La reunión del sábado
y domingo también era aprovechada para entregar
las esteras y cuerdas para ser vendidas en el comercio
de la ciudad y también para aprovisionarse de
los materiales necesarios para trabajar durante la semana.
Se reunían en estos días para tratar
temas de la Escritura; allí los monjes preguntaban
a los más ancianos acerca de las virtudes y demás
consejos espirituales.
Tal como lo hemos descrito, el anacoretismo apareció
en Egipto. Sin embargo en Siria y en la Mesopotomia
se hizo presente con algunas variantes."Abrazan
la vida solitaria- explica Teodoreto de Ciro-, se aplican
a no hablar más que con Dios y no se conceden
la menor parte de consuelo humano".
Unos habitaban en chozas, otros en grutas y cavernas.
No pocos prescindían de toda clase de morada:
vivían al aire libre, sin ninguna protección
contra el frío, el calor o el sol. Algunos se
separaban del mundo construyendo un muro en búsqueda
de la absoluta soledad, pues no querían comunicarse
con nadie sino con sólo Dios. Otros buscaban
el refugio de la copa de un árbol (son los llamados
por autores griegos: dendritai). Algunos vivían
en bosques (los llamados: "Pastores"),
sin morada alguna, sin alimento sólido sino sólo
hierbas, raíces y frutas. Otros mortificaban
su cuerpo con el continuo andar (eran los giróvagos),
quienes intentaban manifestar a su vez, que todos somos
peregrinos en esta tierra; quienes buscaban imitar al
Hijo del Hombre que dijo no tener ni siquiera donde
reclinar su cabeza. En el otro extremo, estaban los
reclusos, quienes pasaban su vida encerrados entre cuatro
paredes, algunas veces sin ventana ni techo. Por último
también en Siria y la Mesopotamia estaban los
estilitas, quienes garantizaban su soledad pasando los
años de su vida en lo alto de una columna. Algunos
fueron canonizados como el famoso San Simón Estilita.
Cenobitismo
La segunda manera de vivir la vida monástica
también apareció en Egipto, Siria y la
Mesopotamia un poco después del anacoretismo.
Los cenobitas propiamente hablando formaban una comunidad.
En Siria, apareció el famoso asceta Julián
Saba, un arameo que buscó una cueva natural a
unos 20 km. al este de Edesa y empezó a practicar
grandes austeridades. Vivía en la más
absoluta pobreza, vestía de saco penitencial,
comía sólo pan de mijo y se dedicaba a
continuamente rezar. Algunos quisieron imitar su vida
y formaron un cenobio de 10 monjes, que luego llegaron
a cien. Moraban en cuevas de los alrededores. Al romper
el alba cantaban salmos en comunidad, para luego internarse
en el desierto de dos en dos, para pasar el día
en oración. Por la tarde regresaban y terminaban
el día tal como lo habían empezado: cantando
y orando en comunidad.
Pero sin duda quien más resplandeció
en el cenobitismo fue el egipcio San Pacomio.
Cual otro Antonio, también a él, se
le unieron multitudes de hombres que buscaban la intimidad
con Cristo en el seno de una comunidad monástica.
La llamada Koinonia Paconiana se formó por la
fundación sucesiva de varios monasterios. En
vida de Pacomio, el monasterio de Pbow fue el monasterio
principal de la koinonia, donde residía habitualmente
el superior general con sus ayudantes y el ecónomo.
Al superior general era el abad, padre o archimandrita.
Tenía autoridad absoluta, por supuesto con los
sólo límites de la ley natural y eclesiástica.
Nombraba los superiores de los otros monasterios y los
cambiaba de uno a otro. Él designaba los principales
ayudantes de los cenobios: los ecónomos, ayudantes,
prefectos y subprefectos de cada casa. Solo él
aceptaba y expulsaba a los insurrectos.
Frecuentemente visitaba - personalmente o por sus vicarios
- a los cenobios. E incluso elegía su sucesor.
Todos los cenobitas se reunían dos veces al
año en asambleas que se organizaban en el monasterio
principal para Pascua y el mes de Agosto. En la primer
asamblea se buscaba era la celebración comunitaria
de la Eucaristía, a la cual participaban todos
los monjes de todas las casas. Durante esta celebración
se bautizaban los monjes catecúmenos.
Escuchaban en esta asamblea al superior general, sus
exhortaciones y admoniciones, se tomaban disposiciones
para el buen régimen de la koinonia y se nombraban
los nuevos superiores de casas.
Todos los monasterios dependían del monasterio
principal, incluso económicamente. La administración
general era confiada al gran ecónomo, quien guardaba
el dinero y se encargaba de la venta de los productos
del trabajo monástico y de la compra de lo necesario
para cada monasterio.
Cada cenobio estaba rodeado por un muro de clausura,
dentro del cual se levantaban las casas más o
menos numerosas según la cantidad de miembros.
Cada una de las casas contaba con una sala de reunión
y celdas. Cerca a la única puerta de acceso estaba
la casa de los hermanos porteros. Entre las casas se
erigían varios edificios comunitarios: la iglesia,
la cocina, la bodega, la biblioteca y talleres de trabajo.
Los espacios libres eran patios y huertas.
Al frente de cada monasterio había un superior
local que dependía del superior general. Cada
monasterio tenía su superior local y cada casa
dentro de un monasterio tenía un prefecto con
su ayudante. Lo principal en la vida del monje era la
oración. A diferencia de los anacoretas (que
sólo asistían a la iglesia los días
sábados y domingos), los cenobitas de Pacomio,
en cambio, participaban todos los días en dos
ocasiones: al amanecer y atardecer para cantar la oración,
escuchar la Palabra de Dios y recitar la salmodia de
alabanza a su Señor.
Es de notar que en los monasterios cenobíticos
de Pacomio no había sacerdotes, ellos por humildad
preferían asistir a las funciones religiosas
de la iglesia parroquial los sábados por la tarde
o recibir al sacerdote celebrante en la capilla del
monasterio.
En estos monasterios los monjes analfabetos aprendían
a leer para poder mejor rezar y meditar mejor la Sagrada
Escritura. Pacomio quería que sus monjes aprendiesen
de memoria la Palabra de Dios para poder así
recitarla y meditarla sin cesar, y de este modo lograr
que impregnar la vida.
La vida dentro del cenobio era una vida de oración
y penitencia, sin embargo la regla pacomiana era muy
moderada en prescribir la alimentación. Había
por lo general una comida principal que constaba de
verduras sin carne, ni aceite ni vino. Todos ayunaban
sólo dos veces por semana (miércoles y
viernes, excepto pascua). El hábito era semejante
al de los anacoretas: una túnica sin mangas,
un cinturón de cuero o lino, una piel de cabra
u oveja desde los hombros hasta las rodillas, y una
capucha.
Lauras
Así como en Egipto aparecieron como institución
monástica típica los solitarios anacoretas
del desierto, en Siria los estilitas quienes vivían
en una columna, en Judea aparecieron las lauras. La
palabra griega "laura" significa
callejuela. Según sostienen algunos autores,
la comunidad de ermitas tomó ese nombre debido
a que era el elemento unificador, del punto de vista
topográfico.
En efecto, había en la laura un sendero o una
ramificación de senderos alrededor de los cuales
se edificaban los elementos comunes: la iglesia, las
celdas, el horno, las cisternas, los depósitos
y algunas veces el hospicio para los peregrinos, una
enfermería, la torre de defensa y otros elementos.
Probablemente su inventor no fue San Eutimio, sino San
Chariton. El anterior afirma pretender hacer de Wadi
el Moukellik una "laura sobre el modelo de
Farán" (laura creada por San Charitón).
Organizada alrededor de un núcleo comunitario,
la laura podía extenderse varios kilómetros,
siguiendo la configuración típica de los
wadis (torrentes) del desierto de Judea. De lunes a
viernes cada monje vivía en su gruta, dedicándose
a la ascesis con ayunos, vigilias, oraciones, salmodia
(recitación de los salmos) y trabajo manual (a
menudo fabricación de cuerdas y canastos).
El sábado, todos los monjes se reunían
en el centro de la laura, para escuchar las exhortaciones
del padre del monasterio, participar en el almuerzo
comunitario y en la celebración eucarística
dominical. Cada uno depositaba su trabajo semanal a
los pies del ecónomo de la laura, y el domingo,
antes que cada uno regrese a su celda, el ecónomo
distribuía a cada uno el material necesario para
el trabajo de la semana siguiente. El ecónomo
era el encargado de vender el producto terminado y de
adquirir nueva materia prima.
La característica fundamental de la "laura"
es la combinación de vida eremítica y
vida comunitaria, en contraposición al "cenobio",
de vida predominantemente comunitaria.
La vida cenobítica preparaba a los monjes para
poder ingresar en la laura. En efecto, todos los miembros
de las lauras, habían recibido primero una cumplida
formación espiritual en un cenobio estrechamente
ligado a ella.
En Palestina los cenobios fueron, más que todo,
simple auxiliares de la vida anacorética. El
monje era considerado un solitario y la razón
de ser de los cenobios era la formación de esos
solitarios. Los cenobios eran, sobre todo una escuela
para aprender a ser monje e ingresar en las lauras,
donde se vivía de modo pleno la vida monástica.