En la “Basílica de la Santa Cruz de
Jerusalén”, en Roma, están
expuestas para la veneración de los fieles reliquias
de la Pasión de Cristo: tres fragmentos de la
Cruz, uno de los clavos, dos espinas de la corona de
Jesús, piedras de Jerusalén, una parte
de la cruz del buen ladrón, un dedo del apóstol
Tomás, y el Titulus crucis (es decir la inscripción
puesta sobre la cruz de Cristo, el “INRI”).
En mayo de 1997 visitó la basílica el
periodista Michael Hesemann, quien se interesó
vivamente por las reliquias. Conocía bien que
el fragmento de la Cruz, el titulus crucis y el clavo
eran citados por fuentes antiquísimas (1600 años)
por lo que las posibilidades de falsificación
se reducían muchísimo. Para comprobarlo
era necesario datarlas. Para esto el clavo no era apropiado
por ser de metal. Su forma nos podía decir si
era usado por los romanos para las crucifixiones, pero
¿cómo probar que realmente había
sido utilizado para la crucifixión de Cristo?
Los fragmentos de la cruz pueden ser datados, y se puede
probar incluso su procedencia geográfica pero
subyace el mismo problema: ¿cómo demostrar
que haya pertenecido realmente a la cruz de Cristo?
¿Cómo lograr una certeza histórica
científica?
El Titulus en cambio presentaba para el estudioso un
atractivo especial. Una investigación seria podría
verificar su autenticidad y “confirmaría
no solo los informes del descubrimiento de la cruz sino
que subrayaría también la exactitud histórica
de los evangelios y su descripción de la vida
y la pasión de Jesús”[2].
Siguiendo a nuestro autor vamos a hacer una presentación
sumaria de los principales argumentos históricos,
arqueológicos, paleográficos, etc., y
las conclusiones a las que ha llegado.
Historia
del redescubrimiento del Gólgota y del Santo
Sepulcro
Después de la derrota de la revuelta judía
del año 132 d.C. liderada por Simón Bar
Kochba por parte de los romanos, la provincia de Judea
fue colonizada con paganos y rebautizada como Palestina.
A los judíos les fue prohibida la entrada en
Jerusalén reconstruida con el nombre de Aelia
Capitolina. Sobre la explanada del antiguo templo hebreo
fue levantada una imagen de Adriano, y sobre el Calvario
y el Santo Sepulcro un templo a Afrodita.
La elección de Afrodita para desterrar el culto
cristiano en el Calvario y el Santo Sepulcro no parece
casualidad. Adriano, que era estoico, consideraba la
multiplicidad de dioses como manifestación del
único Dios creador. Según el mito, Afrodita
descendió al Hades para sacar de entre los muertos
al joven Adón. Que el emperador relacionase a
Jesús con Adón lo demuestra el hecho que
transformó la gruta de la Natividad en un lugar
sacro dedicado al héroe griego. Monedas del siglo
II nos muestran a Afrodita como protectora de Jerusalén,
apoyando un pie en la colina del Gólgota, y sosteniendo
con la mano derecha una estatua que representa a Adón.
Así el culto a Afrodita en la colina del Gólgota
era una reinterpretación pagana de la resurrección
de Cristo. Los mismos cristianos entendieron claramente
la sacrílega comparación entre Afrodita/María
y Adón/Jesús, como lo atestigua Teodoreto
de Ciro en su “Historia de la Iglesia”
escrita cerca del 440[3].
Este hecho nos habla en primer lugar de la existencia
de culto cristiano en el Calvario/Santo Sepulcro y también
en Belén. Pero además refuerza la certificación
histórica del lugar de la muerte y resurrección
de Cristo pues Adriano al construir allí un templo
no hizo más que fijar el lugar.
Los primeros sucesores de Santiago como obispo de Jerusalén
fueron judeo-cristianos (Eusebio cita 14 obispos), pero
con la posterior prohibición de Adriano de entrar
en la ciudad santa a los circuncisos, una comunidad
cristiana proveniente de la gentilidad tomó el
puesto de los judeo-cristianos con el obispo Marcos
a la cabeza. Por lo cual la continuidad de conocedores
del lugar del Calvario continua ininterrumpida. El historiador
Eusebio nos cuenta: “Algunas personas impías
y malvadas (los romanos) decidieron velar a los ojos
de los hombres esta gruta salvífica… Con
un grande esfuerzo transportaron desde otra localidad
una gran cantidad de tierra y con ella ocultaron todo
aquel lugar; después elevaron el nivel del suelo
y lo cubrieron de piedras, ocultando así la santa
gruta… y consagraron un templo a la disoluta divinidad
Afrodita”[4]. Los testimonios de San Jerónimo
(385) y Sozomeno[5] (370-380), confirman estos datos.
Otros datos
importantes que atestiguan esta tradición son:
En el año 160 el obispo Melitón de
Sardes visitó Palestina y le mostraron “los
lugares en donde estas cosas fueron enseñadas
y se verificaron”[6].
En el 212 Alejandro de Capadocia, discípulo
de Clemente alejandrino vino a Jerusalén a
“rezar y visitar los lugares santos”[7],
lo que produjo tanta alegría en la comunidad
cristiana local que no lo dejó marchar y fue
consagrado obispo.
Orígenes estuvo en Tierra Santa en el 215
y en el 230 y deja testimoniado: “Hemos
visitado los lugares (santos) para reconstruir las
huellas de Jesús, de sus discípulos
y de los profetas”[8]. De la gruta de la Natividad
dice que vienen a verla “visitantes de todo
el mundo”.
Una inscripción en las afueras del Santo
Sepulcro donde se ve un barco con el asta mayor quebrada
y las siguientes palabras: “Domine ivimus”
(Señor, llegamos). No es difícil entender
el mensaje: peregrinos occidentales (en oriente se
hablaba griego) que en marcha hacia Jerusalén
estuvieron a punto de perecer en una tormenta pero
que finalmente llegaron a su meta de peregrinaje,
el Calvario. Si bien no se conoce bien la datación
de esta inscripción es cierto que fue en una
época en que no había acceso al Santo
Sepulcro pues se encuentra en un muro externo que
sostenía el templo de Afrodita. Por lo tanto
nos habla del conocimiento del lugar de la muerte
de Cristo aún durante la época del templo
de Afrodita (135-325).
Otro dato interesante es una predicación
de Melitón de Sardes en la que acusaba a los
judíos de haber crucificado a Cristo “en
medio de la ciudad, en una plaza principal”[9].
En efecto, era tan segura la tradición de la
ubicación del Calvario, que con los cambios
topográficos había quedado dentro de
la ciudad y no fuera como en tiempo de Cristo, que
hizo creer a los cristianos que Cristo había
muerto dentro de los límites de la Ciudad Santa.
Por eso afirma el A. que “cuando los mensajeros
imperiales de Constantino llegaron a Jerusalén,
sabían exactamente dónde buscar y donde
cavar”[10].
Comenzados los trabajos fue derribado el templo de
Afrodita y se hicieron excavaciones para encontrar el
Santo Sepulcro. “Cuando, estrato tras estrato,
aparece el nivel más bajo del terreno, entonces,
contra cualquier expectativa, se ofreció a la
vista el venerable santísimo santuario de la
resurrección del Señor, y la caverna,
que es el lugar más sagrado que exista en el
mundo, recobró el mismo aspecto que tenía
cuando resucitó el Señor”[11],
nos cuenta un testigo ocular del acontecimiento, el
obispo Eusebio de Cesarea.
No fue difícil identificar el Sepulcro vacío
de Cristo; se trataba de un sepulcro individual a solo
38 metros del Calvario y coincidía con las descripciones
que de él se tenían: el ingreso era bajo
por lo que había que agacharse para entrar, conducía
a una antecámara, desde la cual se pasaba a la
cámara sepulcral.
Diversos
estudios arqueológicos confirmaron los datos
relativos a la topografía del Gólgota:
En 1883 y años subsiguientes
en el hospicio ruso de Alejandro.
Entre 1973 y 1978 se confirma
la teoría de un templo pagano construido
sobre el Santo Sepulcro. En 1977 se encontró
un altar pagano para los sacrificios y otro altar
para las libaciones.
En 1986 fue hallado un estrato
calcáreo que cubría la piedra del
Calvario. Al removerlo los investigadores se encontraron
con un descubrimiento sorprendente: un anillo, tallado
en la roca, de 11,5 centímetros de diámetro.
Los expertos calcularon que podría haber
sido utilizado para sostener la cruz pues tenía
la capacidad de sostener un palo de hasta 2,5 metros
de alto. Es importante notar que no puede ser una
falsificación cristiana antigua porque ninguna
fuente lo cita. Y coincidiría perfectamente
con la tradición en cuanto es muy probable
su uso para ejecuciones por crucifixión.
Descubrimiento
de los instrumentos de la Pasión
La expedición imperial que se dirigió
a Jerusalén para venerar los Santos Lugares y
encontrar el Sepulcro de Cristo (probablemente en el
verano del 325) fue dirigida por la emperatriz misma.
Esto lo atestiguan Gelasio de Cesarea en su “Historia
de la Iglesia”, citado por Rufino de Aquilea[12],
y Alejandro de Chipre ambos del siglo IV[13].
El descubrimiento de la cruz de Cristo: a pesar de
que muchas leyendas han adornado el hecho, lo cierto
es que es un acontecimiento histórico probado:
los contemporáneos del gran descubrimiento lo
incluyeron en sus libros de historia, nunca hubo voces
discordantes que rechazasen el hecho como mentira (cuando
aparecieron los primeros testimonios escritos habían
pasado apenas 20 años y vivían muchos
testigos oculares), y recién cuando tardíamente
aparecen (fines del siglo V) historias legendarias el
historiador Sozomeno toma partido rechazando las exageraciones[14].
Nada menos que San Ambrosio, obispo de Milán,
predicando la oración fúnebre del emperador
Teodosio es uno de los que evoca el evento del descubrimiento
de la Vera Cruz. Dice así: “Llegó
Elena, y comenzó a visitar los lugares santos.
Entonces el Espíritu de Dios le sugirió
de buscar el leño de la cruz. Se llegó
al Gólgota, hizo excavar…, y aparecieron
tres instrumentos de martirio que yacían desordenados,
sepultados bajo los escombros, escondidos del enemigo,
pero el triunfo de Cristo no podía permanecer
sepultado en las tinieblas”[15].
El problema era reconocer entre las tres cruces la
Vera Cruz. San Ambrosio[16] dice que se debió
al titulus crucis que estaba unido a la cruz de Cristo
mientras que las otras dos cruces no tenían inscripciones.
Teodoreto de Ciro[17] y Rufino de Aquilea[18] por su
parte hablan de un milagro: el obispo Macario para conocer
con exactitud cuál era la cruz de Cristo habría
pedido un signo al cielo y había llevado los
tres leños al lecho de una mujer enferma, que
en contacto con la Vera Cruz se curó de inmediato.
En el mismo mes de setiembre de 325 la emperatriz dispone
su retorno a Roma, porque una vez comenzado el invierno
el viaje por el Mediterráneo se tornaba peligroso.
Dispuso dividir las sacras reliquias porque tanto Roma
como Jerusalén tenían derecho a ellas.
Probablemente una mitad del palo vertical quedó
en la Ciudad Santa mientras que la otra mitad y el palo
horizontal, junto con los clavos y tierra del Gólgota
fueron a Roma. En cuanto al titulus fue dividido: a
Roma marchó la mitad que decía “I.
NAZARINVS R”, mientras que en Jerusalén
quedó la parte en la que se leía “EX
IVDAEORVM”.
Otros testimonios
históricos importantes que acreditan la historicidad
del hallazgo de la cruz de Cristo lo dan:
San Cirilo de Jerusalén, solo 23 años
después del descubrimiento y 13 de la consagración
de la Iglesia del Santo Sepulcro dice en una de sus
catequesis: “El sagrado leño de la
Cruz es testigo, como se puede ver aquí y en
otros partes aun hoy, porque todo el globo terrestre
está lleno de sus fragmentos, que gente movida
por la fe ha llevado consigo y que desde aquí
se ha irradiado por el mundo”[19].
Una inscripción en Algeria del año
350 que atestigua la existencia y veneración
de reliquias del lignun crucis[20].
Gregorio de Niza atestigua la posesión de
una partícula de la Vera Cruz por parte de
Macrina, muerta en el 379.
Según San Juan Crisóstomo (350-407)
los cristianos llevaban al cuello relicarios de oro
con reliquias de la Vera Cruz[21].
“En la partícula más pequeña
descansa toda entera la fuerza de la Cruz” decía
una inscripción en la basílica que Paulino
de Nola hizo erigir al inicio del siglo V, en cuyo
altar incluyó una reliquia de la cruz[22].
San Cirilo de Jerusalén escribe al emperador
Constanzo, hijo de Constantino que “durante
el reinado del hombre pío, tu padre Constantino,
predilecto por Dios, fue encontrado en Jerusalén
el leño salvífico de la cruz, con el
que la gracia divina concedió el reencuentro
de los lugares santos a quien buscaba con pureza de
corazón”[23].
Del titulus nos dan testimonio tanto Egeria[24]
como San Ambrosio[25].
Sigue una larga lista de testimonios que dejamos
para no alargar.
Más aún, es cosa casi segura que “el
motivo que determinó la edificación de
la iglesia en Jerusalén resida en el descubrimiento
de la Cruz y no en el del Santo Sepulcro”[26].
Si damos fe al Breviarius, la basílica del Martyrion
fue erigida sobre la cripta de Elena, es decir el lugar
donde fueron encontradas las cruces. Además la
solemne consagración de la Iglesia no fue en
ocasión de la fiesta de la Resurrección,
es decir la Pascua, sino en el décimo aniversario
del descubrimiento de la Cruz. Es algo perfectamente
lógico si pensamos en la devoción de Constantino
que quiso realzar el signo con el cual había
vencido.
La ausencia de este hecho en los escritos de Eusebio
de Cesarea que se presentaba como una fuerte objeción
cae por la fuerza de tantos y tan valiosos testimonios.
El A. busca motivos para tal ausencia y nota como uno
de los más fuertes la reticencia del historiador
en insistir ante un mundo todavía pagano sobre
un signo que se mostraba todavía como ignominia.
A pesar que el A. nos trae una detallada investigación
sobre las distintas reliquias de la Pasión (las
que permanecieron en Jerusalén, las transportadas
a Constantinopla, y las que fueron enviadas a Roma)
nos detendremos más extensamente en el titulus
crucis.
Las reliquias
de la Pasión que quedaron en Jerusalén
En el 614 los persas entraron en la Ciudad Santa, la
ciudad fue devastada y el obispo de Jerusalén,
Zacarías, fue deportado a Ctesifonte, cerca de
la actual Bagdad, junto con el relicario de la Santa
Cruz. Tras el asesinato de Cosroes II por mano de su
hijo que quedó como emperador comenzaron las
negociaciones de paz. El arreglo permitió el
retorno del sagrado leño a Jerusalén.
A partir de entonces, sin embargo, la mitad del titulus
que había quedado en la Ciudad Santa, deja de
aparecer en los manuscritos, por lo que se supone que
se perdió en el saqueo de la ciudad.
Con la llegada de los musulmanes a Jerusalén
la situación se mantuvo más o menos estable
al principio, los Lugares Santos fueron respetados así
como las sagradas reliquias. Pero en el siglo X las
cosas cambiaron: en el 966 indignados los musulmanes
por la pérdida de Cilicia y parte de Siria a
manos de los bizantinos incendiaron la Basílica
del Santo Sepulcro. Con los califas siguientes otros
infortunios tuvo que sufrir la iglesia. Finalmente en
1009 el califa al-Hakim Bin Amr-Illah hizo destruir
la Basílica intentando incluso partir con hachas
la piedra del Santo Sepulcro. Este hecho desencadenó
la primera cruzada. Durante casi 100 años el
reino cruzado volvió a su antiguo esplendor a
Jerusalén y a la iglesia del Santo Sepulcro,
que fue reconstruida.
En el año 1187 Salah ed Din derrota a los cruzados.
Según el historiador musulmán Imad ad
Din[27] los cristianos lucharon como leones hasta que
el ejército árabe logró tomar posesión
de la reliquia de la Vera Cruz. Su pérdida fue
peor que la captura del rey, y así la batalla
se decidió rápidamente a favor de Salah
ed Din. A partir de ese día se pierde toda huella
de la reliquia de la cruz que había quedado en
Jerusalén.
Las reliquias
de la Pasión enviadas a Constantinopla
Constantinopla fue fundada por Constantino el 4 de
noviembre de 328. Alejado de Roma y de los romanos entre
otras cosas por su negativa a practicar ciertos ritos
paganos se trasladó a su nueva capital, a la
que le dio todos los antiguos privilegios de Roma. Para
engrandecer esta nueva “ciudad santa”
hizo traer muchas de las reliquias de la Pasión
de Cristo: un gran fragmento de la Cruz, dos de los
clavos, la corona de espinas, la lanza con la cual le
atravesaron el costado y otras menores como la esponja,
la caña, las sandalias.
Constantino la adornó con tantos monumentos
e iglesias, la enriqueció tanto que pronto la
ciudad se convirtió en la más rica y suntuosa
del imperio.
Con la coronación de Alexis IV muchos caballeros
de occidente pudieron conocer la suntuosidad de la nueva
capital. Así escribía Geoffroy de Villehardouin:
“Se debe saber que muchos de nuestro ejército
circulaban por Constantinopla maravillados y admirando
los ricos palacios y las grandes iglesias tan numerosas,
y las enormes riquezas, que se encuentran allí
como en ninguna otra ciudad. Por no hablar de las reliquias,
porque en aquella época en la ciudad había
tantas como en el resto de mundo junto”[28].
Esto atrajo la codicia de occidente, de tal modo que
cuando se predicó la cuarta cruzada, muchos se
sumaron pensando en las riquezas de Constantinopla.
Y la ocasión se dio pronto: Ángel Commeno
expulsó a su hermano Isaac del trono y se proclamó
emperador con el nombre de Alexis III. El hijo de Isaac
pidió ayuda a los cruzados, prometiéndoles
una gran recompensa. El 17 de julio de 1203 expulsaron
a Alexis III y así el joven pretendiente del
trono fue coronado emperador con el nombre de Alexis
IV. Pero cuando este fue asesinado, su sucesor, Alexis
V se negó a dar a los cruzados la recompensa
prometida. Fue entonces que los cruzados atacaron la
ciudad y la saquearon. La destrucción fue espantosa.
En palabras de Niketas Choniates “la ciudad
que poseía los tesoros de arte más fastuosos
del mundo fue destruida para siempre”[29].
A pesar de la prohibición de llevarse reliquias,
de la posterior excomunión por el mismo delito,
e incluso a la ejecución pública de un
caballero, el que conseguía una de gran valor
dejaba secretamente la ciudad para llevarla a su Patria.
Así las sagradas reliquias de la Pasión
que se encontraban en Constantinopla se esparcieron
por Europa, especialmente por Francia e Italia, y la
ciudad de Constantino perdió su esplendor.
Las reliquias
de la Pasión que Elena llevó a Roma
El 1 de febrero de 1492, en la Basílica de
la Santa Cruz, mientras se realizaban tareas de reparación
del techo de la capilla de Santa Elena, fue encontrado
un azulejo con una inscripción prometedora: Titulus
crucis. Removido el azulejo se encontró –amurada
-una caja de plomo, con el sello del Cardenal Gerardo,
y con la inscripción de la cruz dentro. Veamos
la historia de la Basílica de la Santa Cruz.
El emperador Heliogábalo (218-222), un joven
sirio, corrupto y disoluto, había hecho construir
un palacio imperial: el Sesorium. En tiempos de Constantino
fue también su palacio. Allí fueron transportadas
las reliquias de la cruz, para lo cual se reestructuró
el palacio, y una parte del cual (donde fueron depositadas
las reliquias) fue transformado en iglesia. Esta se
transformará con el correr del tiempo en la Basílica
de la Santa Cruz de Jerusalén.
En la capilla de Santa Elena, se encuentra la siguiente
inscripción que atestigua sobre la tierra del
Gólgota que Elena llevó a Roma: “Aquí
fue esparcida la tierra santa del Monte Calvario y custodiada
por la Beata Elena en el piso inferior, sobre el cual
erigió esta capilla que toma el nombre de Jerusalén”.
En las Crónicas[30] del Papa Silvestre I (314-335)
se afirma que fue él quien consagró la
basílica (año 326 o 327).
La basílica gozó de grande popularidad
y grandes privilegios ya desde el comienzo. Y pasó
siglos sin grandes cambios estructurales. Pero todo
cambió con el Cardenal Gerardo (futuro Lucio
II -1144/1145), que ordenó una completa reestructuración
del edificio sacro. Así se convirtió en
una basílica a tres naves, con un transepto,
un nártex, un campanario, y un claustro.
Fue para esa ocasión que el titulus fue descubierto
gracias al azulejo con la inscripción Titulus
crucis. No sabemos a qué época pertenece
el azulejo. Podría ser del 410 cuando los godos
de Alarico saquearon Roma. Lo que sí sabemos
es que gracias a él el Cardenal Gerardo pudo
identificar el titulus. Después hizo poner la
reliquia en una caja de plomo, con su sello y la hizo
amurar sobre el arco de la capilla de Santa Elena, con
el mismo azulejo a modo de identificación.
Este hecho no es para nada extraño, pues la
costumbre de exponer las reliquias para veneración
de los fieles se remonta recién al siglo XIV.
Antes de eso en occidente lo común era amurar
las reliquias ya sea en el altar, ya en las paredes
de la iglesia.
En 1797 las tropas napoleónicas entraron en
Roma, y arrestaron al Papa (lo llevaron a Francia donde
murió en 1799). Muchas iglesias y monasterios
fueron saqueados, incluido el de la Santa Croce. Gracias
a la previsión de un monje que había escondido
las reliquias éstas no cayeron en manos enemigas.
Solamente se llevaron los relicarios vacíos.
La inscripción
de la Cruz de Cristo
Examen
provisorio
Titulus dammationis, de autoría romana: el madero
pesa 687 gramos, de 25 centímetros de largo (25,3
en el punto más largo), 14 cm. de alto y 2,6
cm. de espesor. Es de nogal mediterráneo (Juglans
regia), un árbol que puede llegar a 25 m. y es
originario del área del Mediterráneo oriental
y de Medio Oriente. Muy apreciado en la antigüedad
por su resistencia. Se usaba como material de construcción.
Los bordes presentan fuertes señales de descomposición.
Una parte del borde superior está recortado,
por lo que hace casi ilegible la inscripción
hebrea, y del lado inferior el desgaste hace casi irreconocible
la I de ARIN. En cambio, el lado izquierdo está
intacto, que es por donde fue cortado. Esto corresponde
con la tradición que dice que el titulus estuvo
en una cisterna del Gólgota durante 300 años,
expuesto a la humedad, lo que habría causado
el deterioro de los bordes. Del mismo modo se ve que
la santa reliquia fue tratada con mucho cuidado desde
su descubrimiento por lo que el daño de desgaste
se debe a antes de que fuese recobrada de la cisterna.
Especialmente en el centro de la tabla son visibles
restos de tinta gris calcárea, y restos de coloración
negra en alguna de las letras. Coincide esto con los
estudios de María Siliato, arqueóloga,
que al estudiar las tablas utilizadas para proclamar
la culpa de un condenado (titulus dammationis) afirma
que para que fueran más legibles (especialmente
en las crucifixiones) “sobre la tabla venía
primero puesta una base tosca de color blanco, de yeso
o cola,… sobre la cual se escribía el motivo
de la condena en caracteres negros o rojos”[31].
Esto coincide además con el testimonio del historiador
Sozomeno que decía: “Fueron encontradas
tres cruces y otro pedazo de leño sobre el cual
en color blanco resaltaba escrito en caracteres hebreos,
grecos y latinos: Jesús de Nazaret, rey de los
judíos”[32]. Todo concuerda con la reliquia
de Santa Croce, incluso en el detalle del orden de los
idiomas (hebreo, griego, y latín), lo que tiene
mayor fuerza porque en el evangelio de San Juan se lee
“hebreo, latín y griego”[33].
Sin lugar a dudas una falsificación habría
respetado aún en los detalles el testimonio del
discípulo que fue testigo ocular de la crucifixión.
Datación
Los posibles métodos para conocer la fecha
del titulus son:
1- Datación
física: el Carbono 14
Es un método elaborado por el americano Williard
F. Lobby después de la Segunda Guerra Mundial.
"La irradiación cósmica produce
neutrones, que junto al isótopo 14 del nitrógeno
constituyen el isótopo 14 del carbono. Los isótopos
son variaciones atómicas del mismo elemento químico,
del cual tienen el mismo número atómico
pero diferente número de masa. Los isótopos
radiactivos (entre ellos el carbono 14) son inestables,
y se descomponen según los llamados “tiempos
de división”. El tiempo de división
del C14 equivale a 5730 años con un margen de
error de 40 años más o menos. En un organismo
viviente, esta disminución se compensa con un
continuo recambio gracias al proceso de inspiración-expiración.
Pero cuando un organismo muere esa producción
se termina y el C14 que tiene se descompone incesantemente[34].
Para hacer este estudio en el titulus solo hace falta
un fragmento del mismo. El problema es que hay otros
elementos que entran en juego y que a veces no son tenidos
en cuenta. Es lo que ocurrió con la aplicación
de este método a la Sábana Santa. La continua
polución a la que estuvo expuesta la santa reliquia
sobre todo a partir del siglo X hacen al C14 no apropiado
para la datación: en 1532, por ejemplo, a causa
de un incendio la tela fue expuesta a un gran calor,
y a la impregnación de vapores, incluso gotas
de estaño derretido cayeron sobre el lino, se
produjo carbonización en ciertas partes, que
evidentemente alteran la cantidad de C14. Se ha encontrado
además sobre la Sábana Santa una pátina
de bacterias que influyen en la datación. Todos
los demás estudios hechos en la Sábana
Santa dan por resultado la autenticidad de la reliquia.
Por lo mismo, el C14 no parece un método seguro
de datación para el titulus.
2- Datación
biológica
Es un sistema mucho más preciso para leños.
El nombre técnico es dendrocronología,
descubierto por A.E. Douglas en 1901. Se puede establecer
la edad de un árbol contando los anillos sobre
la superficie cortada de un tronco. Cada anillo tiene
una amplitud diversa de acuerdo a las condiciones climáticas
del año al que se refieren. Árboles de
la misma especie, crecidos en el mismo lugar producen
con sus anillos un mismo diseño. Si un dendrocronólogo
posee un leño datable por otro medios (por ejemplo
por inscripciones, etc.) puede, con la ayuda de precisos
elementos de precisión, determinar la edad del
leño, hasta la precisión del año.
3- Datación
paleográfica
La paleografía, o historia de la escritura es
una ciencia auxiliar de las ciencias históricas.
Más allá de cuestiones particulares, de
la caligrafía personal, la escritura está
siempre caracterizada por elementos típicos de
los diferentes períodos históricos. Así,
las formas estilísticas y sus transformaciones,
dan al estudioso un colocación bastante precisa
desde el punto de vista temporal y geográfico
(se analiza la forma, el cuadro exterior general, el
largo, las proporciones, la puntuación, las letras
individuales, su conexión, el uso de mayúsculas
y minúsculas, etc.). Comparando con otras inscripciones
de las que se sabe la fecha y de acuerdo a ciertos códigos
se puede datar la inscripción estudiada.
¿Es el titulus crucis conservado en Roma la
inscripción que Pilatos hizo poner sobre la cruz
de Cristo?
Las hipótesis
que se presentaban eran 3:
• Que fuese realmente la inscripción
de la Vera Cruz.
• Que fuese una falsificación del siglo
IV para causar impresión sobre la emperatriz
Elena.
• Que fuese una falsificación medieval
fabricada en base a la tradición del descubrimiento
de la cruz.
Descartada, al menos temporalmente, la intención
de someter la reliquia al C14 nuestro A. se trasladó
a Jerusalén para consultar a los expertos y peritos
que pudiesen datar el titulus, según los otros
dos métodos.
La solución más simple debió ser
rápidamente también desechada. El método
dendrocronológico no era posible. Los dos expertos
israelitas consultados, el profesor Nili Lifshitz y
el doctor Simcha Lev-Yadun de la Universidad de Tel
Aviv explicaron que no hay suficientes datos comparativos
de la época pre-islámica. Además
eran necesarios al menos 50 anillos anuales para datarlo
con precisión y este no es el caso del titulus.
La así llamada “Barca de Jesús”
encontrada en el lago de Genesaret entre Migdal y Ginosar
y datada por otros medios en el s I tampoco servía
porque todavía no se le ha hecho la valoración
dendrocronológica.
Sin embargo el contacto con Orna Cohen de la superintendencia
israelí para los bienes arqueológicos,
que estudió a fondo la barca dejó sus
buenos frutos. Fue una confirmación que una tabla
puede conservarse 2000 años. Mientras que sepultada
bajo tierra se descompone fácilmente, las condiciones
más favorables para su conservación son
un lugar seco y aireado, o un lugar con mucha humedad
y fango. Así los 300 años que el titulus
estuvo en una cisterna no son una objeción contra
la autenticidad de nuestra reliquia sino una especie
de confirmación. En palabras de la Sra. Cohen
“Mejor en una cisterna que en cualquier otro
lugar. Es decididamente el mejor lugar. Es en un lugar
fangoso que la madera se conserva mejor”[35].
Para la datación paleográfica fueron
consultados varios expertos. Todos ellos colocaron la
inscripción hebrea-greca-latina en un arco de
tiempo que va de los siglos I al IV (la única
datación más tardía provenía
de un profano en la materia).
Expertos
consultados:
Doctor Gabriel Barkay, de la superintendencia israelí
para los bienes arqueológicos: relativizó
el valor del examen paleográfico, y sus aportes
fueron que la escritura evidenciaba una mano inexperta,
que parecía no provenir de Palestina. Sin lugar
a dudas una escritura antigua, anterior al medioevo.
Una línea le parecía que podría
ser paleohebreo, es decir, utilización de caracteres
de la antigua escritura hebrea durante el período
del segundo templo (y hasta fines del siglo II).
Hanan y Ester Eshel de la Universidad Hebrea de Jerusalén:
contradijeron al doctor Barkay. No sería paleohebreo
sino escritura hebrea cursiva, que duró hasta
el siglo IV. De todos modos remarcaban que era poco
lo que se podía concluir porque no se disponía
de bastantes elementos en el titulus y porque no hay
muchas inscripciones datadas de ese período.
El arco de posibilidades abarca del siglo I al IV.
Doctora Leah Di Segni, de la Universidad Hebrea, especialista
en paleografía griega (cuyos caracteres son más
claros en el titulus): su análisis en base al
monograma ómicron-ypsilon nos da una amplitud
de fecha que va del siglo I al V, es decir que podría
tanto ser una reliquia auténtica como una imitación
bizantina. Pero a pesar de afirmar que no creía
en “la leyenda de la Vera Cruz”
le parecía una inscripción del primer
período romano, es decir del siglo I d.C.
Profesor Werner Eck, del Instituto de Antigüedades
de la Universidad de Colonia: ya por teléfono
afirmó que no podría ser una reliquia
auténtica porque los discípulos habrían
huido después de la crucifixión y como
las tablas eran valiosas eran reutilizadas. Afirmó
además que en las inscripciones de condena el
texto venía escrito en tinta sobre un fondo blanco
y en cambio en este caso las letras perforan el leño.
Sin embargo, el mismo doctor en un estudio suyo “Inscripciones
en madera” contradecía esta afirmación.
Es decir que sus argumentos en contra no provenían
de los conocimientos de su especialidad sino de su interpretación
de los hechos. Sus objeciones, por otra parte, eran
fácilmente rebatibles.
Profesor Carsten Peter Thiede, de Paderborn: después
de leer el informe de los expertos consultados alentaba
a seguir las investigaciones porque “la datación
de la inscripción al siglo I… al menos
no viene excluida de los expertos israelitas, en parte
también con interesantes argumentos”[36].
Y escribiendo en un periódico inglés[37]
hacía notar que una falsificación se hubiese
atenido a los detalles que da Juan 19,19 (en el titulus
se lee Nazarenous en vez del término correcto
Nazoraios). Y por estilo caligráfico se podría
datar en un arco de tiempo que va de los siglos I al
IV. “Puede ser un arco de tiempo más
bien largo, pero excluye una fabricación en época
posterior a Elena. En efecto la hipótesis que
este artefacto haya sido fabricado en Jerusalén
para Elena es la única alternativa seria a la
sorprendente posibilidad de la autenticidad. Pero la
existencia en aquella época de numerosos manuscritos
evangélicos que traían el texto de la
inscripción con todas sus posibles variantes,
ninguna de las cuales usada como modelo para quien escribió
esta tabla, depone contra la hipótesis de la
datación tardía… El que haya escrito
el texto, no era un copista o un falsario”.
Profesores Israel Roll y Ben Isaac de la Universidad
de Tel Aviv: impresionado por la seriedad del estudio
de Hesemann el profesor Ben Isaac afirmaba que según
él el juicio de la doctora Di Segni era el más
relevante y compartía su opinión. Roll
por su parte veía como un indicio de la autenticidad
de la reliquia el hecho que la línea en griego
no era una traducción del latín, a diferencia
de la citación de San Juan 19,19. El hecho que
se tratase solamente de una trascripción era
más concorde con un documento oficial de un magistrado
romano.
Congreso Internacional sobre las reliquias de Cristo:
de la Pasión a la Resurrección. Dos mil
años de silencioso testimonio
En febrero de 1999 Michael Hesemann recibió
la invitación de exponer los resultados de su
investigación en un congreso, a tenerse del 6
al 8 de mayo en la Pontificia Universidad Laterana,
en Roma. Fue en palabras del autor “un impresionante
encuentro entre Iglesia y ciencia”[38].
Los resultados de la investigación paleográfica
encontraron un notable interés. Los profesores
Bella y Corona, la profesora Folliere y el doctor Azzi
discutieron pasos ulteriores a dar y la utilización
de los métodos de la ciencia natural para continuar
la investigación de la reliquia. La doctora María
Luisa Rigato anunció la inminente publicación
de otro estudio sobre la autenticidad del titulus.
La investigación continúa. Podemos aplicar
(con sus diferencias) al titulus lo que el Santo Padre,
Juan Pablo II decía en Turín el 24 de
mayo de 1998 referido a la Sábana Santa:
“La Síndone es provocación
a la inteligencia. Ella pide sobre todo el empeño
de cada hombre, en particular del investigador, para
recibir con humildad el mensaje profundo enviado a su
razón y a su vida. La fascinación misteriosa
ejercida por la Sábana Santa empuja a formular
preguntas sobre la relación entre el sagrado
Lino y el acontecimiento histórico de Jesús.
No tratándose de materia de fe, la Iglesia no
tiene competencia específica para pronunciarse
en tales cuestiones. Ella confía a los científicos
la tarea de continuar la investigación para llegar
a encontrar respuestas adecuadas a los interrogantes
conexos con este Lienzo que, según la tradición,
habría envuelto el cuerpo de nuestro Redentor
cuando fue bajado de la cruz. La Iglesia exhorta a afrontar
el estudio de la Sábana Santa sin posiciones
preconstruidas, que dan por descontado resultados que
no son tales; invita a obrar con libertad interior y
atento respeto sea de la metodología científica,
sea de la sensibilidad de los creyentes”.
Concluimos
con palabras del mismo autor:
“De las tres posibilidades que he propuesto
al principio, la primera se ha revelado la más
probable: el titulus es auténtico, se remonta
efectivamente al año 30. Sería en este
caso un documento histórico, el único
conservado, del más espectacular proceso de la
historia del mundo”[39].
“Estamos obligados a repensar, a rever nuestra
actitud en confrontación de las fuentes del cristianismo:
un nuevo documento ha aparecido, y con total probabilidad
se trata de un testimonio escrito contemporáneo
a la vida y la pasión de Jesús”[40].
Nota final
Hemos presentado solamente un resumen del hilo central
del libro e incluso simplificando algunos temas. El
autor nos ofrece mucho más cosas que hemos debido
dejar aparte. Hay argumentos que le dan a las pruebas
principales mayor fuerza, hay estudios históricos
que casi no hemos mencionado, hay objeciones refutadas
que no se han podido tratar en este pequeño artículo,
hay un interesante apéndice sobre “El
titulus crucis y la Sábana Santa de Turín”,
hay un esbozo de estudio sobre la autenticidad de las
otras reliquias que se encuentran en “Santa
Croce”. Aun cuando se puede no compartir
completamente todas las afirmaciones del A recomendamos
vivamente la lectura de este libro.
Autor: P. Luis Montes, VE
Bibliografía
[1] Del libro “Die Jesus-Tafel. Die Entdeckung
der Kreuz-Inschrift”, de Michael Hesemann.
Nos hemos servido de la edición italiana “Titulus
Crucis. La scoperta dell’iscrizione posta sulla
croce di Gesù”, Ed. San Paolo, 2000,
Milano, 423 páginas.
[2] Página 19
[3] Teodoreto, Hist. Ecc., I, 15.
[4] Eusebio, Vit. Const., III,26.
[5] Sozomeno, Hist. Ecc., II,1.
[6] Melitón de Sardes, Homilía de Pascua,
39-95 (en la edición de Perler, pp. 80-116).
[7] Eusebio, Hist. Ecc., VI, 11,2.
[8] Citado por J. Finegan, The Archaeology of the New
Testament, Princeton 1992
[9] Melitón de Sardes, Homilía de Pascua
39-95.
[10] Página 195.
[11] Eusebio, Vit. Const., III,26-28.
[12] Rufino, Hist. Ecc.,X,7.
[13] Alejandro de Chipre, Inventio crucis.
[14] Sozomeno, Hist. Ecc.,II,1.
[15] Ambrosio, De obitu Theodosii, 43,45.
[16] Idem, 46.
[17] Teodoreto, Hist. Ecc., I,17.
[18] Rufino, Hist. Ecc., X,8.
[19] Cirilo, Cat., IV,10.
[20] Y. Duval, Loca sanctorum Africae, Roma 1982, pp.
331-337 y 351-353.
[21] H. Heinen, Helena, Konstantin und die..., en E.
Aretz-M. Embach-M. Persch-F. Ronig.
[22] Citado por W. Ziehr, Das Kreuz, Stuttgart 1997,
p. 62
[23] Citado por G. Baudler, Der Kreuz, Dusseldorf 1997.
[24] Egeria, Itinerarium, 37,1.
[25] Ambrosio, De obitu Theodossi, 46.
[26] Página 263.
[27] Citado por F. Gabrieli, Die Kreuzzuge aus arabischer
Sicht, Zurich 1973, pp. 184ss.
[28] Citado por E. Gruber-H. Kersten, Das Jesus-Komplott…,
p. 219
[29] M.G. Siliato, La verità della Sindone, Casale
Monferrato 1997, pp. 230ss.
[30] Citado por S. Montanari, Die Papstkirchen in Rom,
Paderborn 1994, pp. 41.
[31] M.G. Siliato, La verità della Sindone, Casale
Monferrato 1997, p. 339.
[32] Sozomeno, Hist. Ecc., II,1.
[33] Jn. 19,19
[34] F.G. Maier, Neue Wege in die alte Welt, Hamburg
1977, pp. 283ss.
[35] Coloquio del 17 de agosto de 1998.
[36] Carta del 6 de setiembre de 1998.
[37] Church of England Newspaper
[38] Página 351.
[39] Página 353
[40] Página 352