¡Silencio!... Es la madrugada
del miércoles, en el ambiente el sonido
de la campana se difunde, se asienta, languidece
y desaparece. El amanecer devela sus morados
tonos, porque ya es Miércoles de Ceniza.
Flores y palmas, arrepentimientos y suplicas,
son templados al fragor de benditas llamas que
calcinan la forma y alumbran la esencia que,
como cruces en la frente de los penitentes, atestiguan
el misericordioso amor de Dios que está en
el cielo y entre nosotros.
Vía crucis
y confesiones, atabales y contriciones, cucuruchos
y procesiones; es un pueblo que agradece a su Redentor
por su entrega e infinito amor. Aserrín,
añelina y pino; corozo, incienso y mirra;
las galas visten tus avenidas, oh! Creyente Guatemala,
para recibir el paso de tu Señor y Salvador,
que viene en pos de su cruz o bien de la entrega
suprema. Y de su Madre, nuestra Madre, que en profundo
silencio adormece su tormentoso camino.
Cuaresma
y Semana Santa, penitencial estación litúrgica
que anuncia el tiempo de gracia de Dios para con
los hombres. Bendito lapso en el que se estremezclan
majestuosidad y humildad, reverencia y suplica,
alegría y padecimiento. Conmemoración
de la extrema entrega, del inhumano suplicio de
aquel que es todo amor y ternura. Signo de la infinita
clemencia del Creador y que prepara el camino para
su portentosa resurrección.
Cuaresma
y Semana Santa de mi patria, fervorosa nación que
volca su corazón a Dios, y venera en sus
imágenes a aquel que es digno de toda adoración.
Sacros cortejos procesionales que en sus largas
filas de devotos, a través de sus hombros,
honran al Cordero de Dios y transporta el mensaje
evangélico del arrepentimiento y perdón.
Acompasados por singulares composiciones musicales
que acentúan el fúnebre paso del
vencedor de la muerte.