La
agonía del huerto ha
iniciado el lento paso de las horas de amarguras
del Redentor, su cautiverio ha sido dictado después
de injurias y mentiras en su contra excusando
así, la satírica necesidad de justicia
del Sanedrín. Burlas y escupitajos, risas
y golpes, ironías y traiciones, se suceden
en la madrugada del Viernes de la Redención
y el Cordero de Dios es conducido al suplicio.
El procurador romano interroga sobre la verdad,
se maravilla ante su figura y se acobarda ante
la agitación del pueblo: "que la
sangre de este JUSTO, caiga sobre vosotros y
sobre vuestros hijos", y calla su conciencia.
Por el camino del gólgota y en los hombros
del Hijo de Dios se transporta la cruz pesada
y entre llantos y burlas el pueblo es testigo
de la expiación de nuestros pecados a
través del inhumano castigo. La inquietud
del medio día se acrecienta con el seco
sonido del martillo contra el clavo, del clavo
contra la piel, de la piel contra los músculos,
los músculos contra los huesos y los huesos
contra el madero; el Salvador ha sido inmolado
por nuestras culpas, en su agonía y con
su sangre nuestras faltas son perdonadas y a
las tres de la tarde Cristo entrega su espíritu.
Y las tinieblas se apoderan de la tierra, la
Madre con el corazón traspasado recibe
el cuerpo de su Hijo y sus lágrimas, y
sus manos ungen con amor el cuerpo de Jesús.
En
la madrugada del Viernes Santo, la bruma chapina
se doblega cuando en la puerta
principal del templo mercedario, el Divino Rostro
de Jesús ilumina las almas de los fieles
que alrededor de su templo se reúnen para
presenciar el inicio de la última jornada
del Nazareno. Poco a poco los rayos solares se
proyectan sobre el Patrono Jurado quien con angustiosa
mirada, se entrega por el pueblo que ama y al
promediar el día de su frente, como perlas,
brota el sudor y con misericordioso paso se encamina
hacia su capilla en donde, como siempre, recibe
a sus devotos para consolarles. Y las túnicas
moradas desaparecen...
El
apesadumbrado sol de la tarde del Viernes Santo,
no se oculta sin rendir su
reverencia al Hijo de Dios que ha muerto, solemnes
cortejo fúnebres transportan el Divino
Cuerpo hacia el sepulcro y tratan de consolar
a la Madre Santísima que torturada por
el dolor intenso acompaña a su Hijo en
la hora más oscura de la tierra. Anochece
y el plenilunio de primavera cobija en su blanca
luz el cuerpo inerte del Redentor del Mundo;
con singular recogimiento y especial devoción
es transportado el Cristo del Amor en su elegante
urna, sobre los hombres de los miembros de su
hermandad que cumpliendo con la mística
tradición de siglos ofrecen amoroso homenaje
fúnebre al Vencedor de la Muerte. Miles
de creyentes presencian el cortejo dominico,
y en las nubes de incienso que purifican el ambiente
previo al paso del Señor Sepultado, las
oraciones de cada uno se eleva a Dios Nuestro
Señor. El paso por Catedral se convierte
en catequesis al acompasar su lento avance las
notas de la marcha "La Sangre de Cristo".
Y cuando es la media noche "La Fosa" y
la "Marcha Fúnebre" de Chopin
concluyen el centenario cortejo. Las procesiones
de Santo Entierro de la Recolección y
el Calvario, complementan el Viernes Santo guatemalteco.